Por qué (no) me importa ACT

En los talleres de nivel inicial de Terapia de Aceptación y Compromiso suelo empezar describiendo por qué trabajo con ACT, es decir, por qué me gusta ACT, y querría repetirlo aquí para ustedes, los dos lectores que tenemos.

Básicamente, hay dos características que me atraen del modelo. En primer lugar –esto es un requisito indispensable– se trata de un modelo con base empírica. La comunidad ACT tiene un fuerte interés en la investigación, tanto en investigaciones de eficacia como en investigaciones más pequeñas, de proceso. La teoría de marco relacional, la base de ACT, tiene también un enorme número de investigaciones publicadas (en el sitio web de la ACBS se listan un poco menos de 250 publicaciones de investigaciones sobre RFT, y eso sin contar los artículos conceptuales…).

En segundo lugar, me atrae la flexibilidad y sensibilidad del modelo. ACT es un modelo que permite trabajar con diagnósticos cerrados (digamos, pánico), en un protocolo, pero que a la vez tiene sensibilidad y flexibilidad suficiente para abordar temas más abstractos y complejos –el modelo abarca valores, una vida con sentido, y nuestra relación con un mundo que a veces duele.

Es por estos motivos que es uno de los modelos que más uso en terapia con mis pacientes, es por estos motivos que enseñamos y escribimos en un par de lugares sobre ACT.

Al mismo tiempo, ACT, como cualquier otra teoría, me importa un carajo.

No me dedico a la psicología para defender una teoría, ni para cuidar la reputación de sus creadores. No tengo ni idea de por qué entré en esta disciplina, pero sí sé por qué sigo en ella: porque conozco de primera mano el sufrimiento, pero, más importante aún, porque conozco de primera mano el sufrimiento de los demás. Conozco el dolor de ver personas que me importan abandonar proyectos por el pánico, o la reclusión por la ansiedad social. Conozco el dolor de ver personas que adoro torturadas por un recuerdo o una idea.

Pero hay algo más. He visto, una y otra vez, a esas personas en terapias que no les sirven. Terapias en las que transcurren años sin que haya cambios perceptibles. Terapias que terminan fomentando el uso crónico de medicamentos (los mejores aliados de los laboratorios son las psicoterapias ineficaces), o una dependencia penosa del terapeuta. Terapias que terminan culpando al paciente por su sufrimiento, o que fomentan una actitud terriblemente poco compasiva por parte del terapeuta.

Y este es el asunto: no siempre puedo ayudar de manera directa (y especialmente no puedo ayudar a las personas cercanas como psicólogo), pero sí puedo hacer otra cosa: diseminar terapias que funcionen, hacerlas accesibles y comprensibles, en la medida de mis posibilidades. Ayudar a otros terapeutas a ayudar de la mejor manera posible.

Es por eso que rechazo ciertas teorías de psicoterapia. No por adherencia a otro modelo (rechazar el modelo A solamente porque no es el modelo B me resulta algo curioso), sino porque no son la mejor forma de lidiar con el sufrimiento humano, ya sea porque no puedan demostrar sus postulados, o porque no les interese demostrarlo y apelen a mi fe o a mi experiencia personal (“no lo puedo demostrar, tenés que probarlo por vos mismo“). Y el tema es que apelar a mi experiencia personal en estos asuntos es mal negocio. Mil veces he experimentado y luego creído en cosas que resultaron erróneas, mil veces algo en lo cual creía a pie juntillas terminó siendo una patraña. Mi experiencia personal está bien para el arte, por ejemplo (la única manera de saber si me gusta una canción es escucharla), pero no es lo mejor para otros ámbitos (digamos, la experiencia personal no es la mejor manera de descubrir si el cianuro es buen condimento para el arroz).

ACT, como los otros modelos con los que trabajo, es un medio para un fin. Nada más. Toda teoría lo es, por supuesto, pero en psicología suele suceder que el medio se convierte en un fin en sí mismo, y la utilización de una teoría se convierte en un culto a quien la desarrolló (basta notar la cantidad de modelos psicológicos cuyos seguidores se identifican por el nombre de su creador). Por eso es una mala idea proponer que una teoría se convierta en un estilo de vida (y algunos modelos de psicoterapia son propensos a esto): se pierde el espíritu crítico, se pierde el escepticismo, se pierde de vista el fin. Si sirve para lidiar con algunas dificultades, perfecto, pero recordemos que es tan sólo una teoría, no la receta para vivir.

ACT es un medio para un fin. La enseñamos porque es una terapia amigable tanto para terapeutas de orientaciones humanísticas como para terapeutas que buscan terapias con soporte empírico. La enseñamos porque es un modelo relativamente económico de aprender (tiene un conjunto pequeño de procesos postulados), y de aplicación potencialmente muy amplia. La enseñamos porque a algunos terapeutas los puede acercar a la práctica basada en evidencia, y a otros terapeutas los puede ayudar a expandir su repertorio de opciones terapéúticas.

Pero es un medio para un fin. Es una teoría, y en última instancia, todas las teorías son erróneas. Como decía Hayes, el asunto es descubrir pronto de qué manera son erróneas. Las investigaciones hasta ahora sugieren que ACT es más o menos igual de efectiva que las mejores terapias para ciertos tipos de trastornos psicológicos (no para todos, pero sí en general para los motivos de consulta más habituales). Si las investigaciones de ACT siguen dando bien, perfecto, vamos adelante. Pero si aparecieran alternativas consistentemente mejores, si los recursos que usamos resultaran peores que otros, abandonemos el barco más rápido que ligero.

No me importa ACT. Me importan las personas.

11 comentarios

  1. Fantástico! Plenamente de acuerdo que el eje de nuestro quehacer deben ser las personas, ayudarles con su sufrimiento y no el llevar la razón a toda costa o usar terapias que me “suenan” bien pero sin ningún tipo de aval detrás. A veces por orgullo, prepotencia o por tener más trabajo nos saltamos la ética.

  2. Muchas gracias! Me sentí muy reconfortada al leer tu artículo Fabián, con gran capacidad reflejas lo que fue mi sentir durante años. Me alejé de la práctica clínica porque me encontré con teorías que parecían religiones, con grupos profesionales cerrados que no compartían sus experiencias y poco rigor científico, mucho menos, interés genuino por el sufrimiento humano. Fue en otros ámbitos que encontré la oportunidad de ayudar a otros durante años. Me acerqué a ACT justamente por todo lo que mencionás.

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