El tema de hoy versará sobre un término sobre el cual parece haber un malentendido persistente. Sucede que en los últimos tiempos me he topado un par de veces con una afirmación que podría expresarse así: la flexibilidad psicológica es un rasgo de personalidad o también la flexibilidad psicológica causa las conductas. Y siendo que quienes han proferido semejante afirmación han sido personas del rubro me he visto en la obligación de decir algo al respecto e incluso de agregarle alguna estupidez de mi propia cosecha, para realizar el acostumbrado ejercicio de conectar conceptos con más temeridad que rigurosidad.
Vayamos entonces artículo adelante.
Flexibilidad y conducta
Digamos para empezar que el concepto “flexibilidad psicológica” no ha formado explícitamente parte del corpus teórico de ACT desde sus inicios sino que, al igual que el hexaflex, apareció en la literatura especializada recién a mediados de la primera década de este siglo.
En libros, la referencia más antigua que he podido encontrar es de un texto de 2004, en el que se define a la flexibilidad psicológica como “la habilidad de contactar el momento presente más completamente como un ser humano conciente y cambiar o persistir cuando hacerlo sirva para fines valiosos” (Hayes et al., 2004, p. 6). Esa primera definición se ha mantenido con algunos cambios menores en el lenguaje utilizado. Por ejemplo, en el Handbook of Contextual Behavioral Science, Biglan y Hayes (2016, p. 56) lo dicen de esta manera:
La flexibilidad psicológica se define como cambiar o persistir en la conducta para servir a valores elegidos, según lo que la situación permite. “Según lo que la situación permite” quiere decir “dadas las contingencias prevalecientes”, y se refiere a la naturaleza situada de la acción efectiva. Dicho de otro modo, la flexibilidad psicológica es un tipo de efectividad: una que está situada y orientada a valores.
Si condensamos las diferentes versiones de la definición y las expurgamos un poco de términos superfluos lo que tenemos es que la flexibilidad psicológica consiste en ajustar las conductas a lo que la situación actual requiera para actuar con efectividad respecto a valores, ya sea persistiendo o modificando el patrón de acciones. Flexibilidad psicológica es a fin de cuentas flexibilidad conductual: emitir las conductas que sean más efectivas en una situación para ser coherentes con nuestros valores.
Está claro entonces que no se trata de un evento ni constructo interno, sino más bien de una forma de describir un patrón de conductas (o más precisamente, una dimensión de un patrón de conductas). La diferencia parece sutil, pero conceptualmente es importante. Discursivamente, cuando a un evento psicológico se lo trata como a un rasgo u objeto interno se lo está sustrayendo de las circunstancias en que ocurre –se lo descontextualiza, literalmente, convirtiéndose así en algo que se posee internamente, en lugar de una acción que sucede en un contexto con el cual tiene determinados intercambios. El mundo interno de las personas funciona así como un bolsillo en el cual se acarrean objetos psicológicos.
Incluso el lenguaje utilizado suele reflejar esto, ya que desde las perspectivas internalistas se suele hablar de tener tal o cual evento o constructo, en lugar de actuar de cierta forma: “tiene un TOC”, “tengo el complejo de Edipo”, “tiene un trastorno de personalidad”, etcétera. Se asumen objetos internos no vinculados estrechamente a ningún contexto en particular, y sobre los cuales las situaciones concretas ejercen una influencia que a lo sumo es moderadora o expresiva.
Creo que por esto pensar en términos de eventos internos suele empujarnos hacia la generalización, a la descontextualización. Si se postula un evento dentro de la persona, como un rasgo u objeto interno, es lógico asumir que estará presente en toda situación que atraviese, lo cual vuelve al contexto algo más bien secundario: el evento interno está siempre presente y las situaciones a lo sumo lo activan o moderan su efecto. Este es un tipo de pensamiento heredado del modelo biomédico que genera no pocas dificultades cuando se aplica a eventos psicológicos (si les interesa pueden revisar las críticas al modelo psiquiátrico de entidades latentes, como por ejemplo Borgogna & Aita, 2022; Hofmann & Hayes, 2019).
En cambio, pensar en términos de acciones conduce a una perspectiva completamente diferente porque a diferencia de un evento interno una acción es absolutamente inseparable del contexto en el que ocurre y sólo obtiene su sentido de él. Digamos, dos instancias de ingesta de alcohol, incluso siendo formalmente similares, pueden tener sentidos completamente diferentes según la situación en la cual ocurran (digamos, no es lo mismo beber para olvidar que beber para festejar). Por este motivo, pensar los eventos psicológicos en términos de conductas nos inclina más bien a la particularización, a considerar los detalles de su ocurrencia.
Podríamos decir que para la perspectiva internalista la generalización es lo primario mientras que los detalles del caso particular son secundarios; en cambio, para la perspectiva contextualista el caso particular y sus detalles son lo primario, mientras que la generalización es secundaria y provisoria.
Esta distinción entre perspectivas es relevante porque si la flexibilidad psicológica fuese tratada como un evento interno asumiríamos que se trata de algo que la persona tiene de manera estable en cierto grado, como si se tratase de rasgos intrínsecos como su altura o número de dedos. En cambio, adoptar una perspectiva contextual, de conductas, involucra pensar a la flexibilidad como una característica de ciertos patrones conductuales que suceden en ciertos contextos y que podrían suceder o no de maneras diferentes en otros contextos.
En otras palabras, implica asumir que la flexibilidad es contextual. Nadie es psicológicamente flexible o rígido todo el tiempo, en todas las situaciones. La flexibilidad es una característica de ciertos patrones de conducta, y como los patrones de conducta dependen del contexto particular en que ocurren no podemos asumir que una persona que actúa de manera flexible en el contexto A también lo hará en el contexto B si ambos se diferencian en aspectos clave. Una persona puede actuar de manera muy flexible con sus amigos y de manera muy rígida con su familia, según las particularidades e historia conductual de cada situación.
Aquí es necesaria una salvedad: el modelo de flexibilidad psicológica postula que la misma depende de la fluidez de ciertas habilidades psicológicas (aceptación, defusión, contacto con valores, etc.). Entonces, espontáneamente o por medio de un trabajo terapéutico, esas habilidades pueden desplegarse en nuevas situaciones hasta abarcar todos los contextos habituales de la persona, así como quien aprende a hacer un acorde en una guitarra puede replicarlo luego en otras guitarras. Pero eso no nos permite decir que la flexibilidad se haya internalizado: todo lo que podríamos decir es que se ha generalizado –es decir, que conductas funcionalmente similares suceden en nuevas situaciones. Por supuesto, en una conversación de sobremesa podríamos apelar a la expresión “internalizada”, o hablar de la flexibilidad como algo que alguien “tiene”, de la misma manera en que cotidianamente decimos que el sol “sale” a tal hora, pero en sentido estricto se trata de una licencia del lenguaje: ni el sol sale por ninguna parte ni la flexibilidad es algo que una persona tenga, sino que es una forma de hablar de lo que hace.
Por lo dicho quizá también quede en claro por qué la flexibilidad psicológica no puede postularse como causa ni explicación de la conducta. Es un concepto descriptivo, no explicativo. Describe una característica o dimensión funcional de patrones de conductas, pero no proporciona una explicación de por qué ese patrón de conductas ocurre de esa manera. Decir que alguien actúa flexiblemente porque tiene flexibilidad psicológica es como decir que alguien actúa de manera extrovertida porque tiene extroversión. En rigor de verdad, las explicaciones para la flexibilidad de un patrón de conductas yacen en el contexto (ambiental, social, cultural, etc.) actual e histórico de la persona: una persona actúa en cierta situación de cierta manera, que podemos describir como más o menos flexible, a causa de los factores específicos que están presentes en esa situación y de su historia de aprendizaje en esa situación y otras similares. La causa es el contexto.
Quizá estos malentendidos respecto a la flexibilidad psicológica se deban a ciertas tendencias de nuestro idioma castellano, que tiende a la cosificación de los términos, o a las licencias poéticas que a veces se emplean al dirigirse al público general (como cuando hablamos de “mente”), pero en la literatura especializada el asunto está claro: la flexibilidad no es un evento interno ni explica las conductas. Se trata de una forma de describir un patrón de conductas que es clínicamente deseable: un patrón en el cual las acciones varían o persisten, según lo que sea más efectivo para actuar coherentemente con los valores personales.
Espero que estas puntualizaciones sirvan para despejar un poco estos pequeños malentendidos sobre el tema.
Ahora bien, podría terminar el artículo aquí –después de todo, he tocado los aspectos del tema que me interesaban y ya hemos atravesado varias páginas. Pero el oficio de refutador de mitos, aun cuando pueda ser divertido y necesario, es una tarea más de destrucción que de creación: desarma un equívoco, pero no siempre suma ideas. Querría entonces hacer una suerte de segundo tiempo para este artículo, para complicar todo innecesariamente y sin otro provecho que el de pasar el rato y pensar un poco con ustedes.
Lo que pasa es que la flexibilidad psicológica es principalmente un concepto clínico, cuya principal utilidad es definir los objetivos del modelo y orientar las intervenciones. Es lo que podríamos llamar un término de nivel medio, como “defusión” o “valores”.
En otro lugar me he ocupado con más detalle de los términos de nivel medio (click aquí para ir a leer), pero digamos de manera resumida que se refiere a distintos niveles conceptuales. Por un lado tenemos los términos de nivel alto, conceptos surgidos de la psicología popular que no están específicamente vinculados a una teoría ni surgen de la investigación experimental, como por ejemplo “emoción”, “memoria”, o “pensamiento”. Por otro lado tenemos términos de nivel bajo, que son los términos experimentales básicos de una teoría específica, como por ejemplo “reforzamiento”, “operación estableciente”, o “marco relacional”.
Los términos medios están, justamente, en medio de esos dos: son términos que pertenecen a una teoría pero no surgen experimentalmente sino de la interpretación de fenómenos experimentales, y por tanto son más ambiguos e imprecisos que los de nivel bajo, pero son más fácilmente comunicables y más adaptables.
Ahora bien, todo término de nivel medio, para ser válido, tiene que ser en última instancia interpretable en términos de nivel bajo, de procesos básicos establecidos experimentalmente. Así, por ejemplo, hay diversas interpretaciones en términos básicos de lo que el término de nivel medio “defusión” involucra (Assaz et al., 2018; Blackledge, 2007), como así también de otros términos de nivel medio en Terapia de Aceptación y Compromiso.
Lo que querría ofrecer entonces es una interpretación posible del concepto de flexibilidad psicológica utilizando procesos conductuales básicos –conectar la clínica con el laboratorio, por así decir, para ampliar el alcance y la comprensión del concepto. Veamos qué sale de esto.
Conducta y variabilidad
Para poder arriesgar alguna interpretación de la flexibilidad psicológica en términos básicos necesitaremos ocuparnos primero de algunas precisiones conceptuales, así que ténganme algo de paciencia porque voy a necesitar unos cuantos párrafos para llegar ahí.
Empecemos diciendo que una de las principales innovaciones de Skinner fue la introducción de la idea de clases para hablar de la conducta: “Una operante es una clase, de la cual una respuesta es una instancia o miembro” (Skinner, 1969/2013). Es decir, cuando hablamos de una conducta operante nos referimos a una clase, un conjunto de respuestas controladas a su vez por un conjunto de consecuencias.
Para ilustrar esto, imaginemos una rata en una caja operante, en la cual al presionar una palanca recibe comida. Tenemos una respuesta que es seguida de un reforzador. El criterio para recibir ese reforzador es presionar la palanca, pero la rata cada vez puede responder de manera distinta: con una pata, con la otra, con ambas, con la nariz, con distinta velocidad, etcétera. El punto es que aun cuando se trate de respuestas con topografías muy diferentes entre sí, todas están controladas por la misma consecuencia (tendrían la misma función), y por tanto podemos agruparlas en una clase que podríamos describir como “presionar la palanca”. Incluso podríamos incluir en la clase aquellas respuestas que no llegan a activar la palanca porque no tienen fuerza suficiente, pero que de todos modos están controladas por la misma consecuencia (es decir, la diferencia entre operante descriptiva y funcional, véase Catania, 1972). El reforzamiento hace más probable la clase, aunque cada vez la respuesta específica sea distinta. Si prefieren un ejemplo clínico: cuando hablamos de evitación experiencial también nos estamos refiriendo a una clase, que puede incluir respuestas formalmente tan diferentes entre sí como consumir alcohol, meditar, o ir a terapia, pero que comparten una misma función (evitar el malestar).
Establecer una contingencia de reforzamiento para una conducta permite predecir (e influenciar) la ocurrencia de la clase, pero no cuál de las respuestas individuales se emitirá cada vez. Es decir, sabemos que la rata presionará la palanca si reforzamos esa conducta, pero no podemos predecir cada vez exactamente de qué manera lo hará (salvo que hayamos moldeado una topografía específica). Es similar a tirar dados con un cubilete: sabemos que saldrán seis números en cada tirada, pero qué configuración específica tendrá cada vez es una cuestión probabilística.
Esto es lo que se denomina la variabilidad en las respuestas, y es crucial para varios procesos conductuales. Por ejemplo, para el moldeamiento y adquisición de nuevas conductas es necesario que haya variaciones en las respuestas que puedan amplificarse para llegar a la conducta deseada. De esta forma, si quiero moldear conductas asertivas en una paciente intentaré reforzar especialmente aquellas respuestas que tiendan a la asertividad, aunque no lo sean del todo. Algo similar ocurre con la creatividad y la resolución de problemas, que requieren emitir respuestas variadas y heterogéneas para encontrar las más efectivas (piensen, por ejemplo, en cómo se lleva a cabo una tormenta de ideas).
Algo similar sucede con la evolución por selección natural: también una especie es una clase que está integrada por individuos con ligeras variaciones entre sí (distinto tamaño, un cuello más largo, un pelaje ligeramente más oscuro), de manera que si esas variaciones confieren alguna ventaja adaptativa en un ambiente en particular pueden retenerse en su descendencia y eventualmente dar lugar a una nueva especie. Si los individuos fuesen completamente idénticos no habría rasgos que otorgaran beneficios diferenciales y la especie no cambiaría para adaptarse a los cambios en el contexto.
Ciertas situaciones pueden requerir una alta variabilidad en las conductas, pero en otras puede ser deseable una variabilidad más reducida. Por ejemplo, si en una partitura musical nos encontramos con la anotación pianissimo todas las notas que estén señaladas por esa anotación deberán tocarse con suavidad, es decir, se debe reducir la variabilidad en la fuerza de las respuestas para que suenen más homogéneas. En cambio, si la anotación musical es ad libitum (“a placer”), se espera que la intérprete despliegue mayor variabilidad en ciertos aspectos de la música como el tempo. Es decir, qué grado de variabilidad sea más efectivo en cada caso es algo que depende del contexto.
De paso, este ejemplo nos permite ilustrar que la variabilidad puede concernir exclusivamente a una o varias dimensiones de las respuestas: una pianista puede mantener un tiempo estable en sus notas mientras varía la intensidad de las mismas para lograr matices de volumen, mientras que un baterista puede mantener una intensidad pareja en los golpes mientras varía ligeramente el timing de los mismos, tocándolos un poco antes o después de lo que el compás señala, para darle más vivacidad a un patrón rítmico. En el primer caso varía la intensidad, en el segundo varía el tiempo. No sólo las respuestas sino los parámetros de sus dimensiones están sujetas a variabilidad.
Ahora bien, si distintos niveles de variabilidad en las respuestas o sus dimensiones son deseables en distintas situaciones, podemos preguntarnos si es posible controlar la variabilidad con precisión, utilizando procedimientos operantes, o si es meramente “ruido” que no puede controlarse sino a lo sumo reducirse.
De hecho, desde hace mucho tiempo sabemos que ciertas contingencias pueden afectar la variabilidad conductual. Quizá les resulte familiar el ejemplo de la “explosión conductual”, que sucede cuando una conducta que usualmente es reforzada se pone en programa de extinción y como consecuencia se produce un aumento en la intensidad y variación de las respuestas. Si al tocar el timbre en la casa de una amiga no obtengo respuesta (es decir, no se produce el reforzamiento usual), quizá toque el timbre un par de veces más, con un poco más de intensidad o le mande un mensaje de texto, antes de darme por vencido e irme. Pero en ese caso la variación de respuestas es un efecto secundario de la extinción, no algo que estemos induciendo. No tenemos allí un control muy preciso de la variabilidad: que no me contesten el timbre no determina cuántas respuestas alternativas emitiré antes de darme por vencido. En términos prácticos, lo que nos interesa es si por medio de procedimientos operantes podemos controlar con precisión la variabilidad de las respuestas, es decir, si podemos reforzar distintos grados de variabilidad.
Aquí surge inmediatamente una paradoja: usualmente se considera que el reforzamiento reduce la variabilidad conductual. Por ejemplo, cuando Thorndike ponía a un gato primera vez en una de sus cajas-rompecabezas el animal emitía una amplia gama de respuestas hasta que se producía aquella que accionaba el mecanismo de salida, pero al repetir el experimento el gato directamente emitía la respuesta que abría la caja, y toda la variabilidad de respuesta prácticamente desaparecía.
Luego de un tiempo, la rata de nuestro ejemplo anterior tenderá a responder de manera más uniforme, emitiendo sólo aquellas respuestas con fuerza suficiente para accionar la palanca. Esto tiene sentido, claro está: en ese contexto es funcional que el animal repita las respuestas más similares a las que han sido efectivas. Estos ejemplos sugieren que usualmente el reforzamiento tiende a reducir la variabilidad de las respuestas. La pregunta crucial es si también podemos usar procedimientos de reforzamiento para incrementar la variabilidad.
Investigando la variabilidad
Algo que me gusta mucho del análisis experimental de la conducta es que si uno se topa con un fenómeno interesante, de seguro que hay alguna oscura línea de investigación que se ha ocupado del tema hace décadas, generalmente hacia mediados del siglo XX –pienso en temas como farmacología conductual, economía conductual, equivalencia de estímulos, y un larguísimo etcétera. Así que, por supuesto, hay una línea de investigación sostenida durante los últimos 40 años que se ha ocupado extensamente de la variabilidad conductual (Abreu-Rodrigues et al., 2005; Hopkinson & Neuringer, 2003; Neuringer, 1993, 2002, 2004, 2009; Neuringer et al., 2000, 2007; Page & Neuringer, 1985).
Para describirles un experimento típico de estas investigaciones, imaginen el siguiente diseño experimental: tenemos una caja de condicionamiento con dos teclas, I(zquierda), y D(erecha). Una rata puesta en la caja puede presionar las teclas para obtener comida, pero bajo estas condiciones especiales: tiene que emitir una secuencia de ocho pulsaciones antes de recibir comida. Si dejáramos el diseño ahí, la rata podría simplemente pulsar ocho veces una tecla (digamos, la tecla izquierda, “IIII IIII”) para recibir comida, como en un programa típico de reforzamiento de razón fija. Eso nos daría una variabilidad de respuesta bastante baja: a pesar de que cualquier combinación de ocho pulsaciones podría ser reforzada con comida, ese diseño a la larga tenderá a estabilizarse en unos pocos patrones repetidos una y otra vez. Si funciona, ¿para qué cambiarlo?
Si quisiéramos obligar a la rata a emitir nuevas secuencias, podríamos reforzar sólo las secuencias que no se hayan repetido previamente. Entonces, una vez que emite la secuencia “IIII IIII”, si en la siguiente emisión repite esa secuencia no recibirá comida y se produce un tiempo fuera de unos segundos antes de poder responder nuevamente. De esta manera sólo se refuerzan las secuencias que difieran de las anteriores, lo cual obliga a variar las respuestas.
En este diseño el número de respuestas previas que no pueden repetirse es lo que se llama el Lag del diseño. El ejemplo que acabo de describir sería un Lag 1, es decir que se reforzará una secuencia que difiera de la última emitida; Lag 2 significa que se reforzará una secuencia que difiera de cualquiera de las últimas dos respuestas; Lag 3 significa se reforzará una secuencia que difiera de cualquiera de las últimas tres respuestas, etcétera.
Utilizando este procedimiento se han realizado con ratas y palomas investigaciones de hasta Lag 50 (Neuringer, 1993; Page & Neuringer, 1985), es decir, reforzando sólo las secuencias que fuesen diferentes a las de las últimas 50 respuestas. Lo notable de esto es que después de un tiempo de entrenamiento los animales efectivamente ajustan sus respuestas al diseño, emitiendo secuencias diferentes a las de las últimas 50 respuestas. Un diseño así efectivamente está controlando el nivel de variabilidad de las respuestas: un Lag 1 requiere un nivel de variabilidad más bien bajo, ya que meramente alternando dos secuencias de respuestas, se puede obtener un reforzamiento. En ese caso la clase tendría sólo dos instancias (digamos, “IIII IIII” y “DDDD DDDD”), lo cual haría que las respuestas sean bastante predecibles.
Pero un Lag 50 requiere un nivel de variabilidad notablemente elevado, y determina una clase mucho más amplia, integrada por un mínimo de cincuenta combinaciones diferentes. Esto hace que las respuestas sean más variables y por tanto más impredecibles que un Lag 1, ya que cuál secuencia se emitirá cada vez se vuelve una cuestión de probabilidades: una vez establecido este nivel de respuesta lo único que sabemos con certeza es que cada secuencia será diferente de las 50 anteriores.
Hay otros diseños experimentales en esta línea de investigación, les comparto este en particular porque es uno de los más conocidos y porque me parece un buen ejemplo de la creatividad que a veces involucra la investigación básica en conducta. En conjunto, lo que estas investigaciones sugieren es que el nivel de variabilidad puede controlarse de manera bastante precisa con procedimientos operantes:
Cuando los reforzadores dependen de la variabilidad, o más precisamente de un nivel de variabilidad en la respuesta operante (con niveles que van desde una respuesta fácilmente predecible hasta una respuesta aleatoria), se generará y mantendrá el nivel especificado. Dicho de otra manera, se puede reforzar la impredecibilidad de la respuesta. En otras palabras, la variabilidad es una dimensión operante de la conducta. (Neuringer & Jensen, 2012a, p. 513)
La última línea quizá precise una aclaración: una dimensión operante se refiere a cualquier aspecto de la conducta que puede ser controlado manipulando consecuencias. Algunas dimensiones operantes típicas de las respuestas son su tasa, duración, fuerza, topografía, entre otras, es decir, características que pueden alterarse reforzando apropiadamente.
Entonces, repitiendo lo señalado al inicio de esta sección, una conducta operante es una abstracción, una clase compuesta por respuestas particulares que pueden variar cada vez pero compartiendo una misma función. Lo que estas investigaciones sugieren es que la variación entre las respuestas, su variabilidad, es una dimensión de la conducta controlada por el contexto.
Esto no parece sólo un fenómeno de laboratorio sino que tiene sentido en la vida real. En algunos contextos puede ser deseable que la conducta tenga mayor variabilidad. Un conejo tendrá mayores chances de escapar de un zorro si varía impredeciblemente la dirección de su huida zigzagueando de manera impredecible. Recurriendo a un ejemplo humano, las gambetas y los tiros al arco de Lionel Messi dependen de su variabilidad e impredecibilidad para no ser interceptadas por los rivales (disculpen el ejemplo futbolístico, pero creo que, primero, es una buena ilustración del fenómeno, y segundo, Francia). Y, por supuesto, en otros contextos puede ser preferible que la conducta sea menos variable: es deseable, por ejemplo, que al patear un penal un jugador apunte al arco, en lugar de a cualquier otra dirección.
Aplicaciones
Que la variabilidad pueda ser controlada con métodos operantes no es solo una curiosidad sino que puede traducirse en aplicaciones concretas.
Algo que estas investigaciones han señalado es que aumentar la variabilidad puede potenciar el aprendizaje. Por ejemplo, un procedimiento de moldeamiento puede facilitarse si primeramente se refuerza la variabilidad, ya que ampliando la variedad de respuestas emitidas es más fácil seleccionar aquellas variaciones que más se aproximen al blanco (véase por ejemplo Neuringer, 1993; Neuringer et al., 2000).
Otra aplicación interesante concierne a algunos procedimientos utilizados para reducir conductas. Por ejemplo, con conductas problemáticas se suelen utilizar procedimientos de reforzamiento no contingente, es decir, se identifica el reforzador para esa conducta y se proporciona de manera no ligada a la conducta. De esta manera, si la atención es el reforzador para una conducta problemática de un niño, se intenta que la atención esté disponible de manera independiente a la emisión de conductas problemáticas, para “romper” el vínculo entre ambas. El problema es que este procedimiento suele acarrear algunos efectos indeseables, como por ejemplo el surgimiento de conductas supersticiosas, pasividad y el aumento de agresividad que suele generar la extinción de la conducta blanco. En estos casos, emplear un procedimiento de variabilidad operante puede usarse para aumentar las respuestas diferentes de la conducta blanco. De esta manera la conducta blanco disminuirá relativamente su frecuencia (porque compite con las otras variantes de respuesta), sin pasar por los problemas de la extinción y el reforzamiento no contingente(Neuringer et al., 2000, p. 110).
También se han utilizado estos procedimientos con humanos. Una investigación mostró que las personas deprimidas tienden a responder con menor variabilidad en un entorno experimental, pero que es posible aumentar esa variabilidad reforzándola de manera apropiada (Hopkinson & Neuringer, 2003). Investigaciones similares se han realizado con resultados alentadores también en personas con diagnóstico de trastorno por déficit atención e hiperactividad y autismo (Neuringer, 2004).
Aun se necesita más investigación, claro está. Algunas investigaciones han arrojado resultados negativos respecto a la facilitación del aprendizaje con estos medios en humanos (Maes & van der Goot, 2006), pero es posible que se trate de una cuestión de diseños de investigación (Hansson & Neuringer, 2018). Pero en conjunto estas investigaciones señalan un camino posible e interesante para todo tipo de aplicaciones prácticas.
Variabilidad y flexibilidad
Probablemente ya se hayan percatado del punto de esta sección: la flexibilidad psicológica, como término de nivel medio, puede interpretarse en términos de variabilidad conductual. Ambas se refieren a la variación, contextualmente controlada, de las respuestas de clases operantes, determinando mayor variabilidad o menor variabilidad (cambiar o persistir), según sea funcional en un contexto determinado.
Esto no quiere decir que sean sinónimos: flexibilidad es un término clínico de nivel medio, cuya definición suele involucrar otras consideraciones. Si recuerdan la primera definición que proporcioné señala “la habilidad de contactar el momento presente más completamente como un ser humano conciente y cambiar o persistir cuando hacerlo sirva para fines valiosos” –el destacado es mío y señala algo (contactar el momento presente como un ser humano conciente), que no forma parte necesariamente del concepto de variabilidad, que es un término de nivel bajo (básico), más preciso y más abstracto. Lo que sí estoy diciendo es que variabilidad conductual constituye un núcleo fundamental en el concepto de flexibilidad psicológica, y esto nos permite tender un puente entre ambos niveles conceptuales, entre el laboratorio y la clínica.
Por supuesto, esta no es una idea mía. La relación entre ambos conceptos ha sido señalada directamente por las personas que los acuñaron. Por ejemplo, Hansson y Neuringer (2018, p. 13), que han trabajado extensamente sobre variabilidad, escriben lo siguiente:
Varias terapias psicológicas/conductuales incluyen instrucciones o refuerzos para aumentar la variabilidad cognitiva o conductual. Por ejemplo, los comportamientos estereotipados caracterizan a las personas con trastorno del espectro autista y el refuerzo directo de la variabilidad es eficaz para acabar con algunos de los estereotipos (Rodríguez y Thompson, 2015). La ansiedad y la depresión también se correlacionan con estereotipias, tanto conductuales (como en la agorafobia) como cognitivas (como en el pensamiento depresivo persistente). Las terapias cognitivo-conductuales, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), incluyen, como parte de sus regímenes de tratamiento, la instrucción y el refuerzo de las variaciones conductuales y cognitivas, o lo que a veces se denomina “flexibilidad”.
Por su parte, Jeffcoat y Hayes (2013, p. 73), que han trabajado extensamente sobre flexibilidad la definen de esta manera:
La flexibilidad psicológica es una forma de hablar sobre la variabilidad conductual que es sensible al control contextual, no excesivamente limitada por reglas cognitivas y guiada por lo que más le importa a una persona.
Esto nos permite conectar en este aspecto las esferas experimentales y aplicadas del análisis de la conducta, lo cual siempre es una buena idea: el trabajo en el ámbito de aplicación (clínica o análisis conductual aplicado, por ejemplo) puede proporcionar nuevas formas de influenciar el proceso deseado, mientras que el trabajo en el ámbito experimental proporciona precisión, la posibilidad de generalizar los conceptos, y señala sus límites.
De manera que ahora sí, habiéndonos ocupado de vincular estos diferentes niveles conceptuales, podemos dar por terminado este segundo tiempo y dejar descansar este artículo de una vez.
Pero… ¿Recuerdan esos momentos en el colegio o en la universidad en que casi llegando al final de una clase una persona levantaba la mano y exclamaba el temido “yo tengo una pregunta”, que implicaba un cuarto de hora extra? Les pido mil disculpas, pero voy a ser esa persona (me consuela el hecho de que me pueden mandar a la mierda y dejar la lectura, o simplemente postergarla para otro momento).
Sucede que hay otro aspecto interesante que se deriva de lo que hemos visto hasta aquí, y que creo que vale la pena incluir en estas líneas, de manera que el artículo se va al tiempo suplementario, al alargue, a una dramática definición por penales.
A ponerle voluntad
El título de esta sección no es sólo un intento de aliento, sino que ilustra el último tema que vamos a tocar.
Verán, el tema de la voluntad, la volición, lo que podríamos llamar el libre albedrío, ha sido siempre un tema espinoso para el análisis de la conducta. Es común hablar de conducta voluntaria e involuntaria en múltiples situaciones, pero ¿de qué hablamos cuando decimos que una conducta es voluntaria?
Se trata de una idea antigua e históricamente cargada, con múltiples definiciones y perspectivas no siempre compatibles entre sí, pero el motivo principal por el cual el análisis de la conducta rechaza es porque la idea de conducta voluntaria suele definirse como algo que hacemos porque queremos hacerlo, lo cual más tarde o más temprano nos lleva a la idea de algún tipo de agente o motivación interna, llámese alma, voluntad, psique, o como quieran denominar a la entidad hipotética de preferencia.
El problema con esto, claro está, es que cuando movemos un concepto al interior del cuerpo no lo estamos explicando sino barriéndolo bajo la alfombra, poniéndolo en un lugar inaccesible al análisis e incompatible con lo que sabemos sobre la influencia que el contexto ejerce sobre el organismo. Recuerdo un artículo que leí hace un tiempo, llamado “La depresión es una enfermedad inflamatoria, pero, ¿de dónde sale la inflamación?”(Berk et al., 2013). Más allá del contenido del artículo, el título ilustra estupendamente el problema: mover la causa de un fenómeno complejo a alguna entidad o proceso interno solo desplaza la pregunta en lugar de responderla –y esto es más problemático aun cuando, a diferencia de los procesos inflamatorios, no hay forma de acceder instrumentalmente de manera directa a la entidad interna, que es justamente el caso con los constructos psicológicos. Tampoco es lícito afirmar que el libre albedrío es sólo un mito o un error e ignorarlo, porque equivale a darle la espalda a un fenómeno que tiene relevancia cultural y consecuencias concretas (por ejemplo, en el ámbito jurídico hace toda la diferencia que una conducta ilícita haya sido realizada de manera voluntaria e involuntaria). Si damos la espalda a las cuestiones respecto a las cuales la sociedad espera una respuesta de la psicología, lo que pasará es que será otra disciplina la que se hará cargo de la respuesta, y nuestro campo daría un paso hacia la irrelevancia.
Entonces, si no podemos explicar la volición (o libre albedrío, a los efectos de este texto ambos términos son sinónimos) recurriendo a algún constructo interno, ¿cómo podemos dar cuenta de ella?
Libre albedrío y conducta
Como sabrán, el análisis de la conducta tiene una tradición de abordar términos pre-científicos no intentando definir su esencia, sino describiendo las situaciones en las cuales se emite el término y los efectos de todo tipo que esa emisión tiene. Dicho de otra forma: describiendo cómo se usa el término (Skinner, 1984). De esa manera, cuando alguien afirma que una determinada elección es una acción voluntaria que surge del “libre albedrío”, podemos observar qué condiciones controlan la emisión de ese término. Es decir, ¿qué es lo que lleva a juzgar que una acción ha sido voluntaria?
Desde hace tiempo se han postulado diversas interpretaciones de la volición que giran en torno al control operante de la conducta. Efectivamente, hay más chances de que sea juzgada como voluntaria una conducta operante que una conducta respondiente –difícilmente diríamos que se trata de una conducta voluntaria cuando se nos hace agua la boca a la vista de nuestro plato favorito. Pero aunque necesario, no pareciera ser suficiente con que una conducta esté bajo control operante para que sea denominada voluntaria –no llamaría precisamente voluntaria a cada una de las pulsaciones en mi teclado que implican estas palabras. De manera que si bien la volición involucra conductas operantes, no bastan para explicar el fenómeno. Una paradoja central en la idea del libre albedrío es que por un lado, las conductas voluntarias son identificadas como intencionales, dirigidas a un objetivo, lo que podríamos llamar funcionales. Ejercitar el libre albedrío involucra actuar con un fin, un propósito. Pero al mismo tiempo, la conducta voluntaria se considera en última instancia impredecible, es decir, que una persona puede actuar de maneras inesperadas en una situación –por ejemplo, una persona que cambia de idea de camino al altar o que decide abandonar todo e irse a vivir al monte.
Una interpretación que se ha propuesto para el fenómeno del libre albedrío proviene del área de investigación en variabilidad de las conductas, en una teoría que se denomina Variabilidad Operante y Acción Voluntaria (OVVA, por las siglas en inglés; Neuringer, 2014, 2016, 2023; Neuringer & Jensen, 2010, 2012b).
En esencia, lo que la teoría OVVA propone es que llamamos voluntarios a los patrones de acción que exhiben niveles de variabilidad diferentes según el contexto: “Los niveles de variabilidad que se adaptaban más fácilmente a las condiciones ambientales y que abarcan un rango desde repeticiones hasta respuestas aleatorias tienen más probabilidades de ser juzgados como voluntarios. El comportamiento voluntario se caracteriza por niveles de variabilidad funcionalmente cambiantes.”(Neuringer & Jensen, 2010, p. 992). Es decir, cuando vemos que un organismo emite un patrón de conductas con esas características, decimos que se trata de acciones voluntarias.
Como vimos previamente, las conductas operantes exhiben diversos grados de variabilidad en las respuestas, de manera que la variabilidad puede ser más amplia (como en las investigaciones con Lag 50 en animales que vimos en la sección anterior), o más reducida (por ejemplo, en un diseño con Lag 1). Cuando el nivel de variabilidad de las conductas cambia de acuerdo al reforzamiento disponible en el ambiente, ampliándose o reduciéndose según sea necesario, es entonces cuando juzgamos que una conducta es voluntaria.
De esta manera, la impredecibilidad que involucra el libre albedrío se explicaría por la variabilidad operante que, cuando es amplia, hace difícil predecir qué respuesta particular se emitirá a continuación. A su vez, la otra característica de las conductas de libre albedrío, su funcionalidad o intencionalidad, queda explicada por el hecho de que las conductas y su variabilidad son sensibles al contexto ampliado.
Algo interesante de esta teoría es que ha sido investigada experimentalmente, cosa no muy frecuente en estos temas. Por ejemplo, Neuringer y colaboradores (2007) diseñaron una serie de experimentos en los cuales un software mostraba una pantalla en la cual un “actor” (un círculo que se desplazaba por la pantalla), respondiendo y recibiendo reforzamientos para esas respuestas siguiendo diferentes criterios. Cada actor (en pantallas distintas) estaba programado para exhibir distintos patrones de respuesta: 1) patrones de respuesta de variabilidad alta sin importar el reforzamiento, 2) de variabilidad baja sin importar el reforzamiento, y 3) de variabilidad cambiante según el reforzamiento. Los sujetos de investigación veían las pantallas y debían juzgar cual de los actores era un ser humano actuando voluntariamente y cuál era una máquina programada (como si fuera una suerte de test de Turing conductual). Sin embargo, no había realmente actores controlados por humanos ya que todos fueron generados algorítmicamente siguiendo una ecuación de igualación y ajustando su variabilidad (Baum, 1974). Ahora bien, aunque todos eran algoritmos, consistentemente los sujetos juzgaron que sólo el tercer actor, el que respondía con niveles de variabilidad cambiante según el reforzamiento, era un ser humano actuando voluntariamente.
Flexibilidad y libertad
Una explicación más detallada de la teoría OVVA excedería tanto mi paciencia como la de ustedes, me temo, ya que involucra no sólo una discusión más extensa de las características de la variabilidad operante sino también detallar varios conceptos provenientes de la ley de igualación.
A fines del presente artículo la podríamos resumir así: “libre albedrío” describe a aquellos patrones de acción que son más o menos variables (más o menos impredecibles) según el contexto lo requiera. Notarán que esto coincide casi a la letra con la definición de flexibilidad psicológica: seguir emitiendo la misma respuesta o cambiarla según lo que en ese contexto se adecue mejor a los valores. Esto nos sugiere que la flexibilidad psicológica es condición para hablar de libre albedrío.
Esto es interesante porque quizá hayan notado que con frecuencia los problemas psicológicos, especialmente cuando son severos, se viven como una pérdida de la libertad de acción. Nuestros pacientes suelen referir una sensación de pérdida de control voluntario sobre las propias acciones: no poder dejar de consumir alcohol, no poder cultivar un hábito, no poder detener las compulsiones, etc. El sufrimiento psicológico severo se vive ante todo como una pérdida de la libertad.
Esta perspectiva nos ofrece una interesante explicación para esta observación. Si la flexibilidad psicológica es lo que se juzga como libre albedrío, la rigidez psicológica asociada al sufrimiento severo equivale a su pérdida. Fomentar flexibilidad psicológica, por tanto, equivale a posibilitar el libre albedrío, la acción voluntaria. De esta manera, el trabajo clínico con aceptación, valores, momento presente, y demás procesos empíricamente asociados con la flexibilidad psicológica es también una forma de restablecer la sensación de libertad de elección en la vida de las personas.
En otras palabras, cultivar flexibilidad es cultivar libertad.
Cerrando
Este artículo ha sido la persecución encarnizada de una idea a través de distintos niveles conceptuales. Hemos visto cómo un término de nivel medio, un término clínico como flexibilidad psicológica, puede rastrearse hasta un término de nivel bajo, un término básico como variabilidad operante, pero también conectarse con un término de nivel alto, un término de uso popular como libre albedrío.
Variabilidad, flexibilidad, libre albedrío, son distintas formas de construir un fenómeno, distintas formas de hablarlo que nos ofrecen diferentes grados de predicción e influencia.
El ejercicio no ha sido puramente recreativo. Creo que la construcción de nuestra ciencia involucra ocuparnos no sólo de lo experimental, sino también de las aplicaciones y de sus impactos en la cultura ampliada, de una manera coordinada y consistente. Mantener un diálogo abierto y fluido entre la ciencia básica, sus aplicaciones, y el contexto cultural en el cual tienen lugar puede ser un buen camino a seguir.
Y ahora sí, hemos terminado el artículo. Espero hayan sufrido lo menos posible, y que quizá se hayan entretenido un poco. Esta vez voy a dejar la sección de comentarios abierta por si quieren decir algo sobre el tema o mandar saludos a conocidos y familiares.
Nos leemos la próxima.
Referencias
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1 comentario
Gracias , he disfrutado mucho el artículo, he aprendido y me voy reflexionando mucho sobre lo que significa esto en mi trabajo como clínico y docente… mas contenido así siempre será bienvenido; nuevamente gracias