Durante los últimos años he preferido los artículos/ensayos más bien elaborados, extensos (varios suman más de veinte páginas, y algunos han rozado las cincuenta) con todo un aparato de citas y referencias. Y si bien hay varios que me parecen medianamente pasables, incluso interesantes en alguna medida, creo que el formato breve, que he utilizado ampliamente en el pasado, también tiene su mérito. Cápsulas, textos breves, menos elaborados, seguramente más desprolijos, pero que en su imprecisión y descuido transmitan mejor la intensidad de una idea, en lugar de sus ramificaciones.
Hecha esta aclaración defensiva, querría decir lo siguiente:
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Creo que es un error considerar a la depresión como una enfermedad biológica, un desbalance orgánico, una mera equivocación o un sesgo. Lo que de ella sabemos no parece sostener que sea algo que nos infecta arbitrariamente en algún momento, que se mete dentro de uno y le desbarajusta la fisiología. Hay regularidades que van en contra de esa arbitrariedad: hay ciertas condiciones ambientales que muy confiablemente la predicen –aislamiento, pobreza, discriminación, violencia, entre otras.
Tampoco la depresión se ajusta bien a pensarse como falla moral o una falta de voluntad, como suele considerarse popularmente (“está así porque no se esfuerza lo suficiente”). La verdad es que nadie elegiría estar deprimido si pudiera evitarlo de alguna manera, y de hecho las personas deprimidas suelen pasar meses, años inclusive, haciendo terapia o consumiendo fármacos con efectos secundarios muy indeseables, en un intento desesperado de estar mejor. Si la depresión fuese una falta de voluntad, estos numerosos intentos de resolución, extremadamente costosos en tiempo, dinero, y energía, serían inexplicables: a qué dejarse estar para luego pasar años estando mejor.
Creo que es preferible decirlo de esta manera: la depresión es un cierto tipo de situación (un contexto, si nos ponemos técnicos).
No algo que infecta a una persona, como quien contrae dengue o Covid. Tampoco es fruto de la desidia o abulia de la persona. Es una situación en la cual una persona se encuentra, sea cual fuere el camino que la haya llevado hacia allí. Como se arriba a cualquier situación, como sucede cuando nos encontramos perdidos: a veces se pierde uno porque no sabe orientarse bien, a veces se pierde porque el lugar es complejo y abigarrado, y a veces por una interacción de ambos factores, o por la participación de otros factores imponderables.
El caso es que, por el camino que sea, se arriba a una situación que es crónicamente aversiva en grado variable –esto nos permite considerar tanto la literatura sobre desesperanza aprendida, que utiliza estresores más intensos, choques eléctricos y similares, y la literatura sobre estrés crónico suave, que utiliza estresores menos intensos pero más perdurables, incomodidades sostenidas. Una situación en donde el mundo duele y no hay a la vista una costa a la cual llegar.
En otras palabras, una situación de mierda, de la cual no hay salida fácil.
Desde afuera no lo suele parecer, porque, como algunos charcos que se encuentra uno en la calle, lo que parece poco profundo desde fuera resulta bastante profundo cuando uno mete la pata en él. Para quien no está deprimido –como para quien está mirando como otra persona hace un asado o intenta criar a un niño– lidiar con la depresión parece fácil, porque no está realmente en los zapatos de quien está lidiando sino con la apariencia externa de la situación en cuestión –de asar al niño o criar el asado, digamos.
Todo parece fácil desde afuera (incluso el intento de escribir textos de una página).
Pensarlo de esta forma nos evita los problemas atribucionales de pensar en enfermedad (en donde la persona deprimida es puramente pasiva a influencias externas), y los de pensar en falta de voluntad (que suelen llevar a la culpabilización o victimización). En cambio, encontrarse con una situación es diferente a ambas, ya que puede ser consecuencia de algunas de nuestras acciones, pero también puede tratarse de una pura casualidad, de algo imposible de prever, pero, en cualquier caso es responsabilidad propia salir de las situaciones en las que nos encontramos. Responsabilidad que, por supuesto, incluye el pedir y saber recibir la ayuda cuando es necesario.
Lo mismo aplica a nuestros tiempos. Puede ser que no hayamos elegido el cambio climático, pero es nuestra responsabilidad lidiar con ello. Puede ser que no hayamos elegido lidiar con estos tiempos, pero bien puede ser que varias de las cosas que hicimos en el camino nos hayan traído aquí. No importa demasiado, es el mundo nuestro con el que nos toca lidiar.
Frente a la depresión, como frente a estos tiempos, ni una narrativa de pasividad, ni una narrativa de culpabilización. Una narrativa de responsabilidad, de lidiar con lo que nos toca.
Nos leemos la próxima.