Lo social de lo individual: las palabras que nos crean

Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló un secreto: –La uva –le susurró– está hecha de vino. Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

Eduardo Galeano

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Una intelección extraordinaria yace en la forma en que Skinner definió para el conductismo la conducta verbal –como prefirió llamar al lenguaje, para separarla de ese y otros conceptos aledaños como lengua y habla que pudieran oscurecer su carácter central de acción (me tomaré aquí la licencia, sin embargo, de seguir usando lenguaje, porque la novedad del término conducta verbal impone una distancia que puede oscurecer lo notable del tema).

Conducta verbal y lo social

Skinner define a la conducta verbal como conducta reforzada a través de la mediación de otras personas que deben haber sido condicionadas específicamente para reforzar la conducta del hablante (Skinner, 1957, pp. 2, 225). Esta es la definición canónica, sobre la que se ha discutido acaloradamente durante más de medio siglo, pero que en líneas generales es la más ampliamente aceptada dentro del conductismo. La definición es un tanto técnica y árida, pero creo que si se la traduce a términos más cotidiano se vuelve más manejable y es posible percibir más fácilmente sus asombros.

El lenguaje, entonces, es acción que influencia las acciones de otra(s) persona(s) respecto a las nuestras. Tenemos aquí una primera idea notable: el lenguaje es una conducta intrínsecamente social. Puedo buscarme un vaso de agua o puedo pedirle a otra persona que lo haga por mí. El resultado es el mismo, pero los procesos conductuales que implica son diferentes. Es una conducta operante que sólo afecta a otras personas (actuar como si el lenguaje tuviese efectos sobre el mundo natural es en lo que consiste la creencia en la magia). Hablar establece un vínculo con otros.

A contramano de la mayoría de los modelos cognitivos o neurológicos, que ubican lo central del lenguaje en un módulo o circuito mental o cerebral (à la Chomsky), para el conductismo el corazón del lenguaje es un fenómeno interpersonal, una forma sofisticada de acción mediada que se adquiere, se moldea, se modela. Que haya circuitos cerebrales o genes implicados en el lenguaje es irrelevante: también las aves nacen con alas pero deben aprender a volar.

Pero no cualquier forma de influencia sobre otra persona cuenta como verbal, sino que esa persona tiene que responder así por haber aprendido a dejarse influenciar, más precisamente tiene que haber sido entrenado precisamente para comportarse como un oyente respecto a un hablante(R. Da F. Passos, 2012; Skinner, 1957, p. 108). Hacer saltar a un incauto tirándole un petardo en los pies puede ser social, pero no es conducta verbal porque su respuesta no depende de ese entrenamiento verbal.

Al ambiente social que moldea y sostiene los repertorios verbales Skinner lo llamó comunidad verbal. La comunidad verbal es la que entrena las formas particulares en las que nos comportamos como hablantes y oyentes. Podríamos decir que la comunidad verbal es el conjunto de convenciones implícitas y explícitas que un determinado grupo humano ejercita con respecto al lenguaje, es decir, cómo usamos el lenguaje, de qué maneras nos influenciamos unos a otros. Configura las relaciones entre personas. Si le pido a un chino que me alcance el martillo rojo no voy a tener éxito porque empleamos diferentes convenciones, y al no actuar de acuerdo a las prácticas de reforzamiento de su comunidad verbal, el reforzamiento no sucede, la acción mediada no sucede. Cuando aprendo chino, lo que estoy aprendiendo son los consensos respecto a las prácticas de reforzamiento de esa comunidad.

La comunidad verbal establece qué prácticas verbales son legítimas (es decir, serán reforzadas apropiadamente) y cuales no, y de esta manera ejerce un poder sobre sus miembros. En castellano, por ejemplo, convencionalmente se suele emplear el género masculino como universal. La práctica puede aceptarse o rechazarse, pero en cualquier caso influencia cómo nos comportaremos. Se trata de una convención que concierne a un aspecto de la vida en común de una comunidad de seres humanos, y por tanto tiene un aspecto político (porque participa de la vida en comunidad), y uno ético (porque concierne a las formas de relacionarnos).

De manera que para el conductismo el lenguaje es el puente entre lo individual y lo social, y en tanto tal no sólo es un fenómeno psicológico, sino también uno ético y político.

Conducta verbal y lo privado

Hay otro aspecto crucial que se deriva de la conceptualización conductual del lenguaje y que concierne a nuestro pequeño universo privado, lo que usualmente llamamos emociones, pensamientos, sensaciones físicas, estados de ánimo, pasiones, humores, etcétera –los eventos que suceden bajo nuestra piel.

Skinner señaló claramente la importancia de ese mundo privado en numerosos textos: “Una parte pequeña pero importante del universo está encerrada dentro de la piel de cada individuo y, hasta donde sabemos, es accesible únicamente para él. Esto no conlleva que este mundo privado esté hecho de algún material distinto que sea de cualquier manera diferente del mundo fuera de la piel o dentro de la piel de otro individuo” (Skinner, 1957, p. 130).

Ese mundo privado es de suma importancia para la comunidad verbal. Saber qué está pasando bajo la piel de otra persona nos permite predecir y prepararnos para lo que hará, de manera que se vuelve relevante para la comunidad verbal, que nos invita a hablar sobre ello: “es porque nuestra conducta es importante para otros que se vuelve importante para nosotros” (Skinner, 1957, p. 314).

Un problema aquí es que el mundo privado está, por definición, fuera del alcance de la comunidad verbal (Leigland, 2014). Nadie sabe qué siento exactamente en un momento dado –otros pueden interpretarlo a partir de observar la situación y comparando su experiencia personal, pero nadie tiene un acceso directo a lo que estoy sintiendo. Cuando se trata de eventos públicos, la comunidad puede entrenar respuestas muy precisas; es relativamente sencillo entrenar la distinción entre un caballo y un gato, ya que es fácil reforzar la emisión de la palabra “caballo” cuando corresponde. El problema es que como el mundo privado es inaccesible, la comunidad verbal no puede llevar a cabo un entrenamiento preciso. Nunca podemos distinguir con total certeza una expresión emocional de otra.  La comunidad verbal tiene que proceder de maneras indirectas para entrenar el lenguaje de nuestro mundo privado, usando indicadores externos, analogías. Hay un resto de incomprensión e indefinición que es imposible de eliminar del lenguaje sobre el mundo privado, y eso hace que sea fatalmente impreciso. En otro texto me he ocupado más extensamente de esta particularidad del lenguaje, pueden ver la discusión completa allí (este es el link).

Lo que me interesa destacar aquí es que en este proceso de entrenar a hablar sobre el mundo interno, la comunidad no está meramente enseñando a identificar emociones y pensamientos, sino que está activamente creándolos. Recordemos a Skinner en Ciencia y Conducta Humana: “El ambiente, sea público o privado, permanece indiferenciado hasta que el organismo es forzado a hacer una distinción. Cualquiera a quien se le haya requerido súbitamente realizar distinciones finas entre colores generalmente estará de acuerdo en que ahora ‘ve’ colores que antes no ‘veía’” (Skinner, 1953, p. 260). Es decir, discriminar estímulos en clases los crea psicológicamente y lo mismo aplica a nuestros sentires. La comunidad verbal refuerza diferencialmente haciendo que llamemos a lo que sentimos en una situación tristeza, y a lo que sentimos en otra, enojo. Pero al hacer eso está introduciendo distinciones allí donde había respuestas indiferenciadas, enriquece el mundo del hablante y lo invita a ser conciente de sus propias respuestas, a decir “estoy sintiendo/pensando esto”. Como dicen Burton y Kagan(1994, p. 90): “esto implica que las cosas más privadas y personales acerca de nosotros mismo (i.e. lo que experimentamos internamente), no son sólo etiquetadas, sino creadas como realidades en un contexto social” (p.90). La comunidad verbal entonces constituye a nuestro mundo interno como una realidad psicológica a la cual responder, y en el proceso de reportar tanto los eventos privados como los públicos comienza a surgir la conciencia de sí mismo. Para el conductismo, todas las conductas son inconcientes hasta tanto no intervenga la comunidad verbal entrenando el repertorio específico de respuestas a las que llamamos conciencia.

Entonces, la comunidad verbal crea las realidades de nuestro mundo privado. Pero no sólo eso, sino que además condiciona las valencias de esos eventos. Los ejemplos son triviales: hablamos de emociones negativas y positivas, saludables y tóxicas, normales o desmedidas, así como hablamos de buenos y malos pensamientos, o respondemos de distinta manera cuando una persona dice estar triste que cuando dice estar alegre.

De esa manera, nuestros eventos internos en sí pueden volverse estímulos a buscar o evitar (esto es, adquirir funciones apetitivas o aversivas), cosa que no sucedería si la comunidad verbal no hubiera entrenado las discriminaciones y conceptos correspondientes. Es decir, la comunidad verbal, por vía de fusión y evitación experiencial, hace que sean más probable ciertas formas de sufrimiento psicológico. Basta que una persona aprenda sobre los ataques de pánico, que aprenda que son eventos desagradables o patológicos, para abrir una puerta que por vía de la evitación interoceptiva lleve a un trastorno de pánico hecho y derecho.

La comunidad verbal también nos proporciona términos y conceptos que moldean cómo pensamos: por ejemplo, aprender el concepto de conducta hace que mis pensamientos discurran en ciertas direcciones y no en otras.

De manera que esta forma de conducta social que es la conducta verbal determina lo más privado y personal de cada uno. Nadie es una isla, porque nuestras formas de actuar, de hablar, de pensar y de sentir están íntimamente determinadas por nuestra pertenencia a una comunidad como hablantes y oyentes.

Puentes

Para el conductismo entonces, el lenguaje conecta lo individual y lo social, lo privado y lo público. La comunidad verbal nos crea como sujetos de acuerdo a las convenciones adoptadas en su particular contexto social e histórico. Nuestros sentimientos y pensamientos más íntimos están atravesados por dimensiones sociales, éticas, y políticas. No somos individuos que entran a formar una sociedad, como ladrillos que se unen para hacer una pared, sino que es la comunidad a la que pertenecemos la que nos crea como sujetos. Sus consensos nos atraviesan, nos determinan, nos liberan, nos esclavizan.

De manera que el lenguaje, la conducta verbal, es la clave de bóveda en la que descansa lo más privado y personal, como así también las dimensiones sociales, éticas y políticas inherentes a la comunidad verbal. Por esta razón revisar su funcionamiento, las prácticas que se reproducen en su seno, es condición ineludible para entender cabalmente la conducta de los seres humanos –y también para hacer algo al respecto.

En Walden II, Skinner pensó en cómo sería un mundo mejor, y aunque podamos estar en desacuerdo con sus soluciones particulares, no podemos soslayar lo general: su forma de pensar un mundo mejor para los seres humanos no fue pensar en tecnología futurista o acumulación de capital, sino en crear una comunidad más amable, una comunidad con otros consensos de interacción, con otras formas de organización. La utopía conductual ha sido siempre comunitaria, y si lo que he señalado aquí no es enteramente erróneo, podemos conjeturar que no fue una casualidad o un capricho skinneriano, sino el desarrollo inevitable de los postulados centrales del paradigma conductual.

Somos en y por nuestra comunidad.

Nos leemos la próxima.

Referencias

Burton, M., & Kagan, C. (1994). The Verbal Community and the Societal Construction of Consciousness. Behavior and Social Issues, 4(1–2), 87–96. https://doi.org/10.5210/bsi.v4i1.210

Leigland, S. (2014). Contingency horizon: On private events and the analysis of behavior. Behavior Analyst, 37(1), 13–24. https://doi.org/10.1007/s40614-014-0002-5

  1. Da F. Passos, M. de L. (2012). B.F. Skinner: The writer and his definition of verbal behavior. Behavior Analyst, 35(1), 115–126. https://doi.org/10.1007/bf03392270

Skinner, B. F. (1953). Science and Human Behavior (1st ed.). Macmillan Pub Co.

Skinner, B. F. (1957). Verbal Behavior. Prentice-Hall.