En el pragmatismo como filosofía –y en particular la versión del pragmatismo de John Dewey– todo gira en torno a la experiencia humana. En cierto sentido se podría afirmar que su fin último es el enriquecimiento de la experiencia humana, más que alcanzar la verdad o el conocimiento per se, lo cual es un tanto inusual en una filosofía. En palabras de Shusterman:
“Para el pragmatismo de Dewey el criterio último es la experiencia antes que la verdad, llegando incluso a decir que ‘el valor de los ideales yace en las experiencias a las cuales conducen’. Su teoría instrumental del conocimiento ve como meta última de todo análisis, sea científico o estético, no la sola verdad o el conocimiento mismo, sino una mejor experiencia o valor experimentado. El valor del conocimiento está en ser ‘instrumental para el enriquecimiento de la experiencia inmediata a través del control sobre la acción que ejerce’ (…) De este criterio radicalmente experiencial del valor, se sigue que la ciencia está subordinada al arte.”(Shusterman, 1995, p. 18).
Esto brinda un indicio de por qué el arte, la experiencia artística, ha ocupado un lugar tan prominente en el pragmatismo de James y Dewey. La creación y contemplación artística proporcionan el ejemplo más claro del tipo de experiencia rica, completa, satisfactoria, y unificada que el pragmatismo querría para la vida toda. Un modelo para estar en el mundo.
El arte también fue un tema predilecto para Stephen C. Pepper, el filósofo que propuso organizar los sistemas filosóficos en las categorías de organicismo, mecanicismo, formismo y contextualismo (Pepper, 1942). De esta última categoría surgiría años más tarde el contextualismo funcional como la perspectiva filosófica subyacente a ciertas terapias que son por ello llamadas contextuales (Hayes et al., 1988). Pepper fue profesor de filosofía y estética, y director del Departamento de Arte de la Universidad de California entre 1938 y 1952, y durante su carrera académica escribió varios libros sobre el tema –cinco de sus doce libros están dedicados al arte (Duncan, 1970).
Menciono todo esto para traer un fragmento de un texto muy poco conocido de Pepper, Principles of Art Appreciation (Pepper, 1949), un libro que proporciona consideraciones acerca de aspectos formales del arte, como el color, trazo, técnicas artísticas, entre otras, destinadas a mejorar la apreciación del arte por parte del público general. El prefacio es completamente enternecedor: “Confieso que mi principal motivo personal para escribir este libro ha sido un deseo de compartir este material con otros. Cuando alguien está compartiendo un viaje en automóvil y ve un campo de flores o una cascada, espontáneamente llama sobre ellas la atención de sus acompañantes. Esta es la forma en que me siento respecto a estas cosas en las artes. Creo que todos deberían verlas y obtener de ellas el deleite que yo mismo he experimentado.”
El fragmento en cuestión –parece que hoy no llego nunca al punto– es uno en el cual Pepper distingue tres tipos de actitudes frente a las cosas: la actitud práctica, la actitud analítica, y la actitud apreciativa. He empleado esta distinción en mi trabajo clínico en varias oportunidades, y creo que puede tener utilidad clínica, ya sea para trabajarla explícita con pacientes o para tenerla en mente como guía.
A continuación va el fragmento de Pepper, pero una aclaración previa quizá ayude con la lectura: en lo que sigue, el término “apreciación” y sus derivados no debería entenderse tanto en el sentido de gratitud (como cuando decimos “aprecio tu ayuda”), sino más bien en el sentido de contemplación.
¿Qué es la apreciación? En el sentido más amplio posible es el disfrute de las cosas en sí mismas. (…) En términos generales, la actitud apreciativa se opone a la actitud práctica tanto como a la analítica. (…) Cuando una persona está siendo intensamente práctica, no está considerando las delicias del presente o la cualidad sensual de la cosa que tiene frente a sí. Está pensando en alguna meta futura y en los medios para obtenerla, y solo percibe de los objetos las relaciones que tienen con esa meta. Ve a las cosas como instrumentos. No valora las cosas por sí mismas, sino sólo como medios para un fin. Cuando un agricultor ve una nube la percibe meramente como un vehículo para la lluvia que es favorable para sus remolachas o desfavorable para el heno. Solo si por un momento dejase de ser un hombre práctico podría ver a la nube como una masa fascinante de formas en movimiento.
De manera similar, cuando un hombre está siendo puramente analítico no disfruta la cosa por sí misma. La cosa se vuelve algo a clasificar, a relacionar con otras cosas por causa o efecto, o a descomponeren elementos que puedan correlacionarse y formularse como leyes. Al ver la nube, un meteorólogo comenzará por clasificarla, quizá viéndola como un tipo de cúmulo, y de esta clasificación y otras relaciones observadas, extraerá inferencias y quizá pueda predecir una tormenta eléctrica. En su actitud como científico está interesado en estas relaciones y predicciones, y no aprecia la nube en sí misma más de lo que lo hace el agricultor.
Para apreciar un objeto, entonces, debemos alejarnos de pensar qué usos podemos darle, o qué relaciones podemos analizar en él. Apreciar es hallar deleite en él por lo que es en nuestra percepción. De hecho, si podemos hacer a un lado las actitudes prácticas y analíticas, y mantener despiertas nuestras percepciones y respuestas emocionales, casi inevitablemente aquello que se nos presente será apreciado. (…).
En cierto grado, entonces, está dentro de nuestro poder encontrar la belleza de las cosas. Si traemos una actitud de apreciación al mundo que nos rodea, inmediatamente encontraremos mucho que apreciar. La nube está allí, lista para ser apreciada con cualquiera con esa actitud. Pero si estamos absortos en asuntos prácticos será muy difícil que nos llegue la belleza de la nube; esto es, que sea percibida como un objeto de disfrute inmediato. Por supuesto, hay algunas cosas tan obvia e intensamente disfrutables que nos sorprende cuando las personas no las disfrutan –cosas tales como un luminoso atardecer. E incluso un atardecer no siempre se hace sentir. Siempre hay alguna necesidad de cooperación por parte del espectador; al menos debe traer alguna disposición para apreciar.
Sin embargo, hay algunos objetos diseñados particularmente para estimular la actitud apreciativa y sostenerla una vez adquirida. Estas son las obras de arte. (…) Si podemos entender estos objetos y las formas en las cuales nos brindan placer y las formas en que podemos obtener placer de ellos, entonces podremos entender los objetos de apreciación de manera general. Y si podemos comprender los placeres de las obras de arte, esto debería ayudarnos a entender también otros placeres.
Este contraste, con ecos decididamente deweyanos, entre uso, análisis, y apreciación, semeja otras distinciones similares que se pueden encontrar en la literatura clínica entre contemplación y acción (por ejemplo, la distinción entre el modo hacer y el modo ser en Terapia Cognitiva Basada en la Atención Plena), pero distingue más finamente entre la actitud instrumental y la analítica, oponiendo a ambas la actitud apreciativa o contemplativa, aquella en la cual las cosas son apreciadas tal cual son.
La actitud apreciativa, por supuesto, es necesaria, en distintos grados, para varios procesos del hexaflex: aceptación requiere notar emociones y sentimientos tal como se presentan, sin intentos de cambio; defusión requiere notar pensamientos como pensamientos, sin análisis (es decir, sin trazar relaciones con otros contenidos, como bien señala Pepper); momento presente requiere la observación sin juicio ni intentos de cambio de los estímulos externos e internos.
Cabe destacar que Pepper sugiere que la actitud apreciativa se cultiva de manera negativa: es lo que surge naturalmente si podemos dejar a un lado la actitud práctica y la analítica. Cuando dejamos de ver en las cosas un medio para un fin, cuando dejamos de analizarlas, recién entonces podemos apreciarlas tal como se nos presentan. Nos sugiere que para apreciar algo, sea un objeto, una emoción, un pensamiento, una experiencia, debemos ser capaces de temporalmente suspender el análisis y la resolución de problemas. Es decir, requiere defusión y aceptación.
Pepper nos proporciona un modelo para esto: la apreciación del arte o la experiencia de lo sublime, como un atardecer (en la línea de Burke). Podemos usar una obra de arte, colgar un cuadro para decorar una pared, o poner música para amenizar el ambiente. Podemos analizar una obra de arte, notando sus elementos formales, como el ritmo, la armonía, el color, la técnica empleada. Pero por sobre todo, la obra de arte está para ser apreciada, para su contemplación, para tener una experiencia con ella, y ello requiere un tipo de actitud diferente del uso y el análisis.
Aprender la actitud de contemplación hacia el arte puede ser una forma de entrenar esta actitud para llevarla al resto de nuestra vida: “si podemos comprender los placeres de las obras de arte, esto debería ayudarnos a entender también otros placeres”. Aprender a contemplar nuestros dolores y placeres tal como se presentan, aprender a contemplar nuestras ideas esperanzadoras y oscuras, tal como se presentan, aprender a contemplar lo que en cada momento la vida nos presenta, tenga la configuración que tuviere.
Esto no excluye el uso y el análisis, sino que más bien los complementa. Contar con las herramientas para analizar una obra aumenta notablemente su disfrute, así como contemplar la aparición de una creencia en un momento dado puede ayudarnos a darle un mejor uso práctico. Pero la actitud apreciativa es la más frágil de las tres, la que más fácilmente es desplazada por las actitudes instrumental y analítica, que tienen efectos, al menos en apariencia, más contantes y sonantes en la vida cotidiana.
Digo que es una apariencia, porque a fin de cuentas, todo lo que usamos y analizamos es para llegar a ciertas experiencias. A fin de cuentas el dinero, la reputación, el poder, son meramente medios para llegar a ciertas experiencias, para vivir ciertas experiencias. Pero si lo único que nos importa son los medios, o si carecemos de la habilidad de apreciar esas experiencias cuando llegan, lo que tendremos serán medios sin fines.
Ejercitar la capacidad de apreciación, de contemplación de la experiencia, puede ser una habilidad inestimable, en primer lugar para el trabajo clínico, pero de manera más general, para la vida toda:
“está dentro de nuestro poder encontrar la belleza de las cosas.”
Nos leemos la próxima.
Referencias
Duncan, E. H. (1970). Stephen C. Pepper: A Bibliography. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, 28(3), 287–293.
Hayes, S. C., Hayes, L. J., & Reese, H. W. (1988). Finding the philosophical core: A review of Stephen C. Pepper’s World Hypotheses: A Study in Evidence. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 50(1), 97–111. https://doi.org/10.1901/jeab.1988.50-97
Pepper, S. C. (1942). World Hypotheses: A Study in Evidence. University of California Press.
Pepper, S. C. (1949). Principles of Art Appreciation. Harcourt, Brace and Company, Inc.
Shusterman, R. (1995). Pragmatist Aesthetics: Living Beauty, Rethinking Art. Blackwell.