Aprender a caer

Leo en internet que una buena parte del entrenamiento de los dobles de riesgo cinematográficos consiste en aprender a caer. Tiene sentido, a fin de cuentas se los solicita para doblar a los protagonistas en explosiones, peleas y acrobacias que terminan en caídas. Así que practican caer, una y otra vez.

Me acuerdo entonces de un amigo de mi pueblo, motociclista de competición, que de tanto en tanto se pasaba una tarde tirándose de una camioneta en movimiento. Podría parecer un pasatiempo curioso o algún tipo de kink, pero en realidad se trataba de que el motociclismo involucra, más tarde o más temprano, caer. Así que practican caer, una y otra vez.

A mis siete u ocho años yo practicaba Judo, con resultados supongo más enternecedores que amedrentadores. Recuerdo que una buena parte del aprendizaje consistía en practicar caídas, porque una lucha de Judo involucra dársela contra el piso frecuentemente, y frecuentemente a propósito. Así que practicábamos caer, una y otra vez.

Hace algunos años quise retomar mi precoz carrera de artista marcial y tomé una clase de Aikido. Una sola, porque a los cuarenta minutos de la clase, practicando con el profesor, caí contra el piso, caí mal, y me rompí la rodilla. Estuve varios meses en rehabilitación y mi rodilla aún hoy requiere algunos cuidados especiales.

Aprendí de ello dos cosas. La primera, es que el Aikido como arte marcial debe ser temible, porque incluso sin proponérselo, el profesor inmediatamente casi me liquidó. En segundo lugar, que siempre viene bien aprender a caer.

Aprender a dársela contra el piso, una y otra vez, para dársela no menos, sino mejor. Hacerse amigo del suelo, para conocerlo, reconocerlo, y saber dónde apoyar el pie.

Así que ahora practico caer, una y otra vez.