De tanto en tanto me encuentro con un malentendido frecuente respecto a la flexibilidad psicológica que podría resumirse así: la flexibilidad psicológica es un rasgo de personalidad o también la flexibilidad psicológica causa las conductas. Es decir, un malentendido que consiste en conceptualizar a la flexibilidad psicológica como si fuera un constructo dualista/mentalista, y por tanto incompatible con una perspectiva conductual.
Siendo que a menudo quienes profesan esta afirmación son profesionales del rubro me he sentido en la obligación de realizar algunas aclaraciones al respecto[1], y ya que estaba en eso quise aprovechar la oportunidad para agregar algunas observaciones y conjeturas de mi propia cosecha, realizando el acostumbrado ejercicio de conectar conceptos con más temeridad que rigurosidad.
Vayamos entonces artículo adelante y veamos qué puede salir de esto.
Flexibilidad y conducta
El concepto de flexibilidad psicológica no ha formado parte explícita del corpus teórico de ACT desde sus inicios sino que –al igual que el hexaflex– apareció tardíamente en la literatura especializada. La referencia más antigua que conozco es de un texto de 2004 donde se la define de la siguiente manera:
La habilidad de contactar el momento presente más completamente como un ser humano conciente y cambiar o persistir cuando hacerlo sirva para fines valiosos (Hayes et al., 2004, p. 6).
Esa primera definición se ha mantenido prácticamente sin cambios con el paso del tiempo, como puede apreciarse en esta otra definición publicada doce años más tarde:
La flexibilidad psicológica se define como cambiar o persistir en la conducta para servir a valores elegidos, según lo que la situación permite. “Según lo que la situación permite” quiere decir “dadas las contingencias prevalecientes”, y se refiere a la naturaleza situada de la acción efectiva. Dicho de otro modo, la flexibilidad psicológica es un tipo de efectividad: una que está situada y orientada a valores (Biglan & Hayes, 2016, p. 56).
Más allá de las variaciones en cada definición, está claro que la flexibilidad psicológica consiste en ajustar la conducta a los valores personales, ya sea persistiendo o modificando el curso de acción según lo que la situación requiera. En otras palabras, la flexibilidad psicológica es flexibilidad conductual. Es un rasgo del repertorio conductual que depende de la situación y de la historia, y que puede entrenarse y refinarse con el contexto adecuado, por ejemplo mediante intervenciones clínicas[2].
Podemos señalar algunos puntos importantes que se desprenden de esta definición. Ante todo la flexibilidad psicológica no es un constructo hipotético interno ni un rasgo. No se refiere a la persona sino a sus acciones –más precisamente a ciertas características de las mismas– por lo que decir que una persona es inflexible es un error o a lo sumo una metonimia, una comodidad del lenguaje. Lo flexible o inflexible es siempre el repertorio.
Otro punto a tener en cuenta es que la flexibilidad no es un concepto explicativo sino descriptivo. La diferencia parece sutil pero conceptualmente es importante, ya que de otra manera se estaría convirtiendo lo que es un adjetivo o adverbio que describe o califica conductas (acciones flexibles o actuar flexiblemente) en un sustantivo, una cosa o mecanismo interno, reificando el concepto.
Por esto la flexibilidad no puede invocarse como causa o explicación de acciones. Es un error afirmar que alguien actúa del tal o cual manera porque es inflexible. Lo que se puede decir es que su forma de actuar en una situación determinada es inflexible –porque no cambia o no persiste– y a continuación emplear alguna forma de interpretación o análisis funcional para identificar y remediar los factores que controlan esa inflexibilidad, como por ejemplo la presencia de estimulación aversiva o de reglas verbales problemáticas.
Más allá de los equívocos que puedan surgir en el uso cotidiano del término, en la literatura especializada el asunto está claro: es una forma de describir un aspecto clínicamente relevante del repertorio conductual, mas no un rasgo de personalidad, constructo interno ni concepto explicativo.
Realizadas estas aclaraciones preliminares creo que puede ser un ejercicio interesante explorar un poco más detenidamente el concepto y ver hacia dónde nos puede conducir.
Flexibilidad en contexto
La utilidad del concepto de flexibilidad psicológica es ante todo clínica, permite establecer un horizonte hacia el cual orientar las intervenciones. Es lo que se podría llamar un término de nivel medio, expresión que requiere alguna aclaración.
El vocabulario de la psicología no es homogéneo sino que está integrado por términos que pueden clasificarse en distintos tipos o niveles, cada uno de ellos con diferentes fortalezas y debilidades.
En primer lugar están los términos de nivel alto, términos comunes de la psicología vulgar que no están específicamente vinculados a una teoría como por ejemplo “emoción”, “memoria”, o “pensamiento”. Son términos que todo el mundo maneja pero que resultan extraordinariamente difíciles de definir con precisión. Por otro lado están los términos de nivel bajo, que son los términos básicos empleados a una teoría específica, como por ejemplo “reforzamiento”, “operación estableciente”, o “marco relacional”. Estos son términos de gran precisión pero abstractos y difíciles de entender para los no iniciados. Los términos de nivel medio están, como su nombre lo indica, a mitad de camino entre ambos. Entran en esta categoría la mayoría de los términos clínicos, como por ejemplo aceptación, defusión o valores. Se diferencian de los de nivel alto en que sí están asociados a una teoría particular (ACT, por ejemplo), pero a diferencia de los de nivel bajo no son términos básicos experimentales sino que están apoyados en ellos. Son más imprecisos que los términos básicos pero más fáciles de transmitir.
Los términos de nivel medio y alto no pueden reemplazarse directamente con términos de nivel bajo. Es engañoso, por ejemplo, hablar de “amor” como si fuera lo mismo que “reforzamiento positivo”, ya los términos comunes son usados de varias maneras y pueden involucrar distintos procesos cada vez. Sin embargo, sí es posible conjeturar los procesos conductuales que posiblemente estén involucrados en algunos de esos usos. Es decir, podemos interpretarlos usando términos básicos.[3] Por ejemplo, hay distintas interpretaciones de los procesos conductuales involucrados en el término de nivel medio “defusión” (Assaz et al., 2018; Blackledge, 2007).
Querría entonces a continuación examinar una posible interpretación del concepto de flexibilidad psicológica en términos conductuales básicos.
Conducta y variabilidad
La interpretación que quiero proponer para el concepto de flexibilidad psicológica requiere primero de algunas precisiones conceptuales, así que ténganme algo de paciencia porque voy a necesitar unos cuantos párrafos para llegar ahí.
Empecemos recordando que una de las principales innovaciones de Skinner fue la introducción de la idea de clases para hablar de la conducta: “Una operante es una clase, de la cual una respuesta es una instancia o miembro” (Skinner, 1969/2013). Es decir, cuando hablamos de una conducta operante nos referimos a una clase de respuestas que comparten una misma relación funcional con una consecuencia.
Imaginemos una situación experimental estándar de reforzamiento: una rata en una caja operante en la cual al presionar una palanca recibe comida. Accionar la palanca es la conducta clave, pero eso puede ser realizado de distintas maneras cada vez: con una pata, con la otra, con ambas, con la nariz, con más o menos fuerza, etcétera. Cada respuesta puede tener una topografía diferente, pero en tanto todas tienen la misma relación con la consecuencia (es decir, comparten la misma función), constituyen una clase que podríamos describir genéricamente como “accionar la palanca”–así como la clase “evitación experiencial” puede incluir respuestas topográficamente tan diferentes entre sí como consumir alcohol, meditar o ir a terapia, en tanto compartan la misma función de controlar el malestar.
Reforzar una de las respuestas hace que toda la clase (incluyendo respuestas con diferente topografía) sea más probable.[4] Establecer una contingencia de reforzamiento permite predecir e influenciar la clase, pero no controla cuál de las respuestas individuales se emitirá cada vez. Es decir, sabemos que la rata presionará la palanca si reforzamos esa conducta, pero no podemos predecir de qué manera lo hará cada vez[5].
Esto es lo que se denomina la variabilidad conductual, y juega un papel importante en varios procesos conductuales. Por ejemplo, para moldear nuevas conductas es necesario que las respuestas presenten variaciones que puedan amplificarse para llegar a la conducta deseada. Si se desean fomentar conductas asertivas en una paciente se le puede prestar especial atención a aquellas respuestas que se aproximen a la asertividad, aun cuando no lo sean del todo. Algo similar ocurre con la creatividad y la resolución de problemas, que requieren emitir respuestas variadas y heterogéneas para seleccionar las más efectivas (como en una tormenta de ideas).
Esto se asemeja a lo que sucede con la evolución por selección natural, ya que una especie también es una clase está integrada por individuos con ligeras variaciones entre sí (distinto tamaño, un cuello más largo, un pelaje ligeramente más oscuro), de manera que aquellas variaciones que confieren alguna ventaja adaptativa en un ambiente en particular tienen más probabilidades de retenerse en su descendencia y eventualmente dar lugar a una nueva especie. La variabilidad de la especie le permite ajustarse a la variabilidad del ambiente.
Ciertas situaciones pueden requerir mayor o menor variabilidad en las conductas. Por ejemplo, la anotación rubato en una partitura musical indica que la sección así señalada puede tocarse con flexibilidad rítmica, acelerando o retardando la velocidad a gusto, mientras que la anotación contraria senza rubato señala que debe respetarse a rajatabla el tempo especificado en la partitura. La variabilidad de la ejecución está controlada por la anotación correspondiente, es decir, por el contexto.
Este ejemplo también nos permite apreciar que la variabilidad puede concernir no sólo a las respuestas sino también a sus dimensiones: una pianista puede mantener un tempo estable mientras varía el volumen de las notas, mientras que un baterista puede mantener un volumen parejo en sus golpes mientras varía ligeramente el tempo para darle más vivacidad a un patrón rítmico. En el primer caso varía la intensidad, en el segundo varía la velocidad, de manera que se controla la variabilidad de distintos parámetros o dimensiones de las respuestas.
Durante mucho tiempo se consideró que la variabilidad era meramente “ruido” conductual, pero posteriormente hemos aprendido que puede controlarse (aumentarse o reducirse) empleando procedimientos operantes.
De hecho, es sabido que ciertas contingencias que pueden afectar la variabilidad conductual. El ejemplo más conocido es la “explosión conductual” que sucede cuando una conducta previamente reforzada se pone en programa de extinción, lo cual produce un aumento en la variedad e intensidad de las respuestas. Si al tocar el timbre en la casa de una amiga no obtengo respuesta (es decir, no se produce el reforzamiento usual), es probable que haga sonar el timbre varias veces y con toques más largos, que la llame o envíe un mensaje antes de darme por vencido e irme.
Ahora bien, en ese caso la variedad de respuestas es un efecto secundario de la extinción más que algo controlable con precisión. No hay forma de controlar cuáles y cuántas respuestas alternativas emitiré antes de darme por vencido. Lo que nos interesa en términos prácticos es si por medio de procedimientos operantes podemos controlar con precisión la variabilidad de las respuestas, es decir, si podemos reforzar distintos grados de variabilidad.
Aquí se nos presenta inmediatamente una paradoja: usualmente el reforzamiento reduce la variabilidad conductual. Una rata en una caja operante tenderá progresivamente a responder de manera más uniforme emitiendo sólo aquellas respuestas que accionen la palanca. Es esperable que el animal repita las respuestas más similares a las que han sido efectivas. Esto ha sido interpretado como que el reforzamiento tiende a reducir la variabilidad de las respuestas, pero la cuestión abierta es si también podemos usar procedimientos de reforzamiento para incrementar la variabilidad.
Investigando la variabilidad
Algo que me agrada del análisis experimental de la conducta es que si uno se topa con un fenómeno interesante es seguro que hay alguna oscura línea de investigación que se ha ocupado del tema hace décadas –pienso en temas como farmacología conductual, economía conductual, equivalencia de estímulos, y un larguísimo etcétera. Y como no podía ser de otra manera, hay una línea de investigación sostenida durante los últimos 40 años que se ha ocupado extensamente de la variabilidad conductual (Abreu-Rodrigues et al., 2005; Hopkinson & Neuringer, 2003; Neuringer, 1993, 2002, 2004, 2009; Neuringer et al., 2000, 2007; Page & Neuringer, 1985).
Para describirles un experimento típico de estas investigaciones, imaginen un diseño experimental en el cual se emplea una caja de condicionamiento con dos teclas, I(zquierda), y D(erecha), que la rata debe presionar ocho veces en cualquier orden para recibir comida. Con ese diseño rata puede simplemente pulsar cualquiera de las teclas ocho veces seguidas (por ejemplo I-I-I-I-I-I-I-I), como en un programa típico de reforzamiento de razón fija. Bajo esas condiciones obtendremos una variabilidad de respuesta relativamente baja, ya que a pesar de que cualquier combinación de ocho pulsaciones podría ser reforzada con comida, a la larga la rata tenderá a repetir unas pocas secuencias de respuesta (digamos, I-I-I-I-I-I-I-I y D-D-D-D-D-D-D-D).
Ahora bien, se puede modificar el diseño de manera de reforzar sólo aquellas secuencias que no hayan sido emitidas previamente, de manera que cuando la rata repita la secuencia I-I-I-I-I-I-I-I no recibirá comida y ocurrirá un time-out de un minuto durante el cual no se reforzará ninguna respuesta. Un diseño así obliga a variar las respuestas para obtener comida, fomentando la emisión de secuencias novedosas. El número de respuestas previas que no pueden repetirse es lo que se llama el Lag del diseño. En el ejemplo descrito tendríamos un Lag 1, es decir que se reforzará una secuencia en tanto difiera de la última emitida; Lag 2 significa que se reforzará una secuencia en tanto difiera de las últimas dos secuencias emitidas, etcétera. Utilizando este procedimiento con ratas y palomas se han realizado investigaciones de hasta Lag 50 (Neuringer, 1993; Page & Neuringer, 1985), es decir, diseños en los que se reforzó la emisión de secuencias que fuesen diferentes a las últimas 50 secuencias emitidas, y lo notable es que después de un tiempo de entrenamiento los animales lograron hacerlo.
Los diseños de este tipo permiten controlar con mucha precisión el nivel de variabilidad de las respuestas: un Lag 1 refuerza un nivel de variabilidad bajo, ya que la clase tiende a estabilizarse alternando dos combinaciones (por ejemplo, I-I-I-I-I-I-I-I/D-D-D-D-D-D-D-D). Si, en cambio, se pasa a un Lag50, se estabilizará una clase integrada por un mínimo de cincuenta combinaciones diferentes. Una vez entrenados, ambos patrones de respuesta pueden ponerse bajo control discriminativo, por ejemplo, con diferentes luces señalando el tipo de programa activo. Vale la pena observar también que a mayor tamaño de la clase (mayor variabilidad), más difícil se vuelve predecir la forma particular que adoptará la siguiente respuesta.
Este diseño, que es un lindo ejemplo de la creatividad que a veces involucra la investigación básica, es solo uno de los varios que han sido empleados en esta línea de investigación, cuyos resultados, en conjunto, sugieren que la variabilidad puede controlarse con precisión empleando procedimientos operantes:
Cuando los reforzadores dependen de la variabilidad, o más precisamente de un nivel de variabilidad en la respuesta operante (con niveles que van desde una respuesta fácilmente predecible hasta una respuesta aleatoria), se generará y mantendrá el nivel especificado. Es decir que se puede reforzar la impredecibilidad de la respuesta. En otras palabras, la variabilidad es una dimensión operante de la conducta (Neuringer & Jensen, 2012a, p. 513).[6]
Volviendo a los conceptos del inicio de esta sección, una operante es una abstracción, una clase integrada por respuestas particulares que pueden ser diferentes entre sí pero comparten una misma función. Lo que la línea de investigación que acabamos de revisar sugiere es que la variación de las respuestas, la variabilidad de una clase, es una dimensión conductual que puede ser controlada con un contexto adecuado.
Esto no es una curiosidad de laboratorio sino un aspecto de la conducta extremadamente relevante en la vida real. En algunos contextos puede ser deseable que la conducta tenga mayor variabilidad. Un conejo tendrá mayores chances de escapar de un zorro si zigzaguea impredeciblemente, así como las gambetas y los tiros al arco de Messi dependen de su variabilidad e impredecibilidad para no ser interceptadas por los rivales. En otros contextos, en cambio, puede ser preferible que la clase sea más homogénea –por ejemplo, que al patear un penal un jugador apunte mayormente al arco. [7]
Aplicaciones
El control operante de la variabilidad tiene interesantes aplicaciones prácticas. Por ejemplo, aumentar la variabilidad puede potenciar el aprendizaje. Un procedimiento de moldeamiento puede facilitarse si en primer lugar se refuerza mayor variabilidad, ya que así habrá más chances de que se emitan respuestas que se aproximen a la deseada (véase por ejemplo Neuringer, 1993; Neuringer et al., 2000).[8]
También puede usarse para reducir la frecuencia de conductas problemáticas. En estos casos se suelen utilizar procedimientos de reforzamiento no contingente, en los cuales se identifica cuál es el reforzador para la conducta problema y se lo suministra de manera no contingente a la conducta. Por ejemplo, si las conductas agresivas de un niño son reforzadas por la atención de sus padres, se puede disponer la situación de manera tal de que el niño reciba más atención indiscriminadamente el resto del tiempo para luego hacerla contingente sólo con las conductas deseadas (en otras palabras, hacer primero la agresión no sea “necesaria” para recibir atención, brindando atención libremente, para a continuación empezar a brindar atención de manera más selectiva con las conductas deseadas). El problema es que estos procedimientos, si bien suelen ser efectivos, en ocasiones tienen algunos efectos indeseables tales como la aparición de conductas supersticiosas, pasividad y un aumento de agresividad asociado a la extinción de la conducta blanco. Los principios de variabilidad sugieren que este mismo fin puede alcanzarse por medio de reforzar la variación de respuestas, es decir, de reforzar mayor variabilidad. De esta manera la conducta problema disminuirá relativamente su frecuencia, ya que habrá un mayor abanico de respuestas para reforzar, sin pasar por los problemas de la extinción y el reforzamiento no contingente(véase Neuringer et al., 2000, p. 110).
Los procedimientos de variabilidad también pueden ser de interés clínico. Una investigación mostró que las personas deprimidas tienden a responder con menor variabilidad en un entorno experimental, pero que es posible aumentar esa variabilidad reforzándola de manera apropiada (Hopkinson & Neuringer, 2003), e investigaciones similares se han realizado con resultados alentadores en personas con diagnóstico de trastorno por déficit atención e hiperactividad y autismo (Neuringer, 2004).
Por supuesto, aún quedan muchos aspectos del fenómeno por explorar. Algunas investigaciones han arrojado resultados negativos respecto a la facilitación del aprendizaje por estos medios (Maes & van der Goot, 2006), aunque es posible que se trate de una cuestión de diseños de investigación (Hansson & Neuringer, 2018). De todos modos, en líneas generales la evidencia disponible pareciera indicar que se trata de un camino interesante para explorar aplicaciones prácticas.
Variabilidad y flexibilidad
Habiendo examinado algunos aspectos claves de la variabilidad como fenómeno operante podemos volver al tema principal de estas líneas.
Creo que la flexibilidad psicológica puede interpretarse –al menos parcialmente– en términos de variabilidad conductual. Mas específicamente, creo que la flexibilidad psicológica involucra variabilidad contextualmente controlada, de manera que las conductas al servicio de valores desplieguen mayor o menor variabilidad según sea necesario, es decir, intentando distintas respuestas o persistiendo en alguna según lo que cada situación requiera para actuar de manera consistente con los propios valores.
Esto no quiere decir que sean conceptos sinónimos: flexibilidad es un término clínico de nivel medio que no se puede analizar con un solo proceso conductual. Por ejemplo, la variabilidad no cubre el aspecto de valores o de contacto con el presente que deberían incluirse para un análisis más exhaustivo de la flexibilidad psicológica. Pero creo que es una pieza clave del rompecabezas y que nos permite tender un puente entre el laboratorio y la clínica.
Por supuesto, este no ha sido un descubrimiento mío, sino que el puente entre dichos ámbitos ha sido cruzado desde ambas direcciones. Por ejemplo, Hansson y Neuringer, que han investigado extensamente sobre la variabilidad han señalado su vínculo con la flexibilidad psicológica:
Varias terapias psicológicas/conductuales incluyen instrucciones o refuerzos para aumentar la variabilidad cognitiva o conductual. Por ejemplo, los comportamientos estereotipados caracterizan a las personas con trastorno del espectro autista y el refuerzo directo de la variabilidad es eficaz para acabar con algunos de los estereotipos (Rodríguez y Thompson, 2015). La ansiedad y la depresión también se correlacionan con estereotipias, tanto conductuales (como en la agorafobia) como cognitivas (como en el pensamiento depresivo persistente). Las terapias cognitivo-conductuales, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), incluyen, como parte de sus regímenes de tratamiento, la instrucción y el refuerzo de las variaciones conductuales y cognitivas, o lo que a veces se denomina “flexibilidad”(2018, p. 13).
Desde el otro lado del puente la misma persona responsable de acuñar el concepto de flexibilidad psicológica la ha descripto como una forma de variabilidad conductual:
La flexibilidad psicológica es una forma de hablar sobre la variabilidad conductual que es sensible al control contextual, no excesivamente limitada por reglas cognitivas y guiada por lo que más le importa a una persona (Jeffcoat & Hayes, 2013, p. 73).
Esto nos permite conectar en este aspecto las esferas experimentales y aplicadas del análisis de la conducta, lo cual siempre es una buena idea: el trabajo en el ámbito de aplicación (clínica o análisis conductual aplicado, por ejemplo) puede proporcionar nuevas formas de influenciar el proceso deseado, mientras que el trabajo en el ámbito experimental proporciona precisión, la posibilidad de generalizar los conceptos, y señala sus límites.
De manera que ahora sí, habiéndonos ocupado de vincular estos diferentes niveles conceptuales, podemos dar por terminado este segundo tiempo y dejar descansar este artículo de una vez.
Pero… ¿Vieron esos momentos, tanto en la universidad como en congresos en que los que justo al final de una ponencia una persona levanta la mano proclamando el temido “yo tengo una pregunta”, que ni es una pregunta ni es una, e implica no menos de un cuarto de hora de soliloquio? Les pido mil disculpas, pero hoy voy a ser esa persona. Sucede que hay otro aspecto interesante que se deriva de lo que hemos visto aquí, y creo que vale la pena incluirlo en estas líneas. Así que este artículo, ya de por sí extenso, se nos va a un agónico tiempo suplementario, al alargue, a una dramática definición por penales.
Poniéndole voluntad
El título de esta sección no es sólo un intento de aliento, sino que ilustra el último tema que vamos a tocar: las conductas voluntarias, la voluntad, o lo que de manera general se podría llamar el libre albedrío.
Este ha sido siempre un tema delicado para el análisis de la conducta. Se trata de una idea antigua y de amplia circulación y adherencia tanto en lo cotidiano como en todos los ámbitos del pensamiento, por lo que merece ser tenida en consideración, y el mero intento de cuestionar el libre albedrío suele generar violentos rechazos. Pero al mismo tiempo es un concepto notablemente problemático desde un punto de vista científico. Es el equivalente a la teoría de la generación espontánea en biología,[9] ya que si lo consideramos seriamente, sostener que una conducta es voluntaria implica creer que es posible una conducta no determinada por el contexto.
Puedo decir que mi elección entre tomar mate o café a la mañana es voluntaria o libre en sentido vulgar, pero desde un punto de vista conductual es una acción que sucede en y con un contexto. Por supuesto, no está controlada por un único factor inmediato, tal como sucede con muchas conductas reflejas, sino más bien por una constelación de factores próximos y distantes, pero aún así se trata de control por el contexto. Esa elección está determinada por factores tales como la historia de reforzamiento con ambas bebidas, el estado particular de mi cuerpo en ese día, y lo que la situación general presenta en ese momento. Una elección así puede ser muy difícil de predecir e influenciar a causa de la complejidad e interacción de los factores involucrados, pero eso no significa que no esté determinada –caso contrario tendríamos que aceptar que un fluido turbulento actúa voluntariamente sólo porque no podemos predecir su comportamiento.
En cambio, el conductismo radical adopta una posición determinista, asumiendo que todas las respuestas del organismo están determinadas por el ambiente. Esto no quiere decir que esa determinación sea mecánica, en el sentido de que cada respuesta sea causada por solo un estímulo, sino que cada respuesta del organismo es resultado de una extremadamente compleja interacción entre toda su biología, toda su historia de aprendizaje, y la constelación de estímulos presentes en el momento en que se emite.[10]
Pese a esto, ignorar o descartar el concepto de acción voluntaria como un mero error no es una actitud científica, porque sería darle la espalda a un fenómeno que tiene relevancia cultural y consecuencias concretas (por ejemplo, en el ámbito jurídico hace toda la diferencia que una conducta ilícita haya sido realizada de manera voluntaria e involuntaria). Es posible examinar la función de las conductas religiosas sin adherir a su contenido literal, y lo mismo aplica en este caso. A fin de cuentas, si damos la espalda a las cuestiones respecto a las cuales la sociedad espera una respuesta de la psicología, lo que pasará es que será otra disciplina la que se hará cargo de la respuesta, y nuestro campo daría un paso hacia la irrelevancia.
La cuestión que se nos presenta entonces es cómo abordar la conducta voluntaria[11] desde un punto de vista conductual.
Libre albedrío y conducta
Como sabrán, el análisis de la conducta tiene una tradición de abordar términos pre-científicos no intentando definir su esencia, sino describiendo las situaciones en las cuales se emite el término y los efectos tiene. Dicho de otra forma: el significado de un término puede describiendo las condiciones bajo las cuales se usa (Skinner, 1984). Planteada de esta manera, la cuestión no es tanto qué es el libre albedrío sino más bien bajo qué condiciones decimos que sucede, bajo qué condiciones juzgamos que la acción es voluntaria.
Desde hace tiempo se han postulado diversas interpretaciones de la volición que giran en torno al control operante de la conducta. Efectivamente, hay más chances de que sea juzgada como voluntaria una conducta operante (sensible a sus consecuencias) que una conducta respondiente –difícilmente diríamos que salivar ante un plato de ravioles sea una conducta voluntaria, pero sí el engullirlos. Pero aunque parece necesario, no es suficiente con que una conducta esté bajo control operante para que sea descripta como voluntaria. No lo diría de cada pulsación en mi teclado, y lo mismo aplica a otras conductas operantes que realizamos de manera inadvertida: no las consideramos voluntarias. De manera que si bien hablar de volición pareciera involucrar conductas bajo control operante, no alcanza para explicar el fenómeno.
Una inconsistencia que presentan las conductas voluntarias es que, por un lado, en tanto son intencionales, dirigidas a un objetivo, pueden ser bastante predecibles. Pero al mismo tiempo, la conducta voluntaria puede resultar impredecible, una persona puede actuar de maneras inesperadas –arrepentirse de camino al altar o abandonar su trabajo e irse a vivir al monte. Esta modesta perplejidad señala un posible camino a seguir.
Una interpretación que se ha propuesto para las conductas voluntarias proviene del área de investigación sobre variabilidad conductual, y está condensada en una teoría que se denomina Variabilidad Operante y Acción Voluntaria (OVVA, por las siglas en inglés; Neuringer, 2014, 2016, 2023; Neuringer & Jensen, 2010, 2012b).
Dicho de manera muy resumida lo que la teoría OVVA propone es que llamamos voluntarios a patrones de acción que exhiben diferentes niveles de variabilidad según el contexto:
“Los niveles de variabilidad que se adaptaban más fácilmente a las condiciones ambientales y que abarcan un rango desde repeticiones hasta respuestas aleatorias tienen más probabilidades de ser juzgados como voluntarios. El comportamiento voluntario se caracteriza por niveles de variabilidad funcionalmente cambiantes.”(Neuringer & Jensen, 2010, p. 992).
Vimos anteriormente que una conducta operante puede tener diversos grados de variabilidad en las respuestas, pudiendo ser mayor o menor (como en un diseño de Lag50 versus uno de Lag1), y el nivel de variabilidad puede cambiar y ponerse bajo control del contexto (por ejemplo por medio de una luz que señale si está en vigencia uno u otro programa de reforzamiento). La teoría OVVA sostiene que juzgamos que una conducta es voluntaria cuando observamos conductas operantes cuyo nivel de variabilidad cambia de acuerdo al reforzamiento disponible en el ambiente, ampliándose o reduciéndose según sea necesario.
De esta manera, la impredecibilidad de la conducta voluntaria se explicaría por la variabilidad operante que, cuando es amplia, hace difícil predecir qué respuesta particular se emitirá a continuación. A su vez, la otra característica de las conductas voluntarias, su funcionalidad o intencionalidad, queda explicada por el hecho de que la variabilidad se reduce cuando así lo requieren las condiciones de reforzamiento.
Algo interesante de esta teoría es que ha sido investigada experimentalmente, cosa no muy frecuente en estos temas. Neuringer y colaboradores (2007) diseñaron una serie de experimentos con un software que mostraba “actores” (un círculo moviéndose por una pantalla), respondiendo y recibiendo “reforzamientos” de acuerdo con diferentes criterios. Si les sirve la analogía, el software es muy parecido a aquel viejo juego de celular en el cual una suerte de pequeña víbora “come” puntos en la pantalla, el reforzador siendo el punto que tiene que desplazarse para comer.
Para resumirles un poco la cuestión, en una de ellas los participantes de la investigación debían hacer era “adivinar” qué actor era controlado por un humano, es decir, cuál parecía exhibir conducta voluntaria. Se programaron tres actores, en pantallas diferentes, cada uno exhibiendo distintos patrones de respuesta –respuestas que consistían en moverse en una u otra dirección, pudiendo alcanzar puntos en la pantalla que equivalían a un reforzamiento. El primer actor mostró alta variabilidad independiente al reforzamiento –es decir, el círculo se movía de maneras impredecibles sin importar en qué lugar de la pantalla había más puntos reforzadores. El segundo mostró baja variabilidad, respondiendo siempre de manera de obtener mayor reforzamiento –es decir, el círculo se movía de maneras más dirigidas. El tercero exhibió distintos grados de variabilidad según el reforzamiento, mostrándose más impredecible cuando sus distintas respuestas eran reforzadas igualmente, y más predecible cuando alguna de sus respuestas obtenía sistemáticamente mayor reforzamiento.
Los sujetos de investigación debían juzgar cuál de los actores era un ser humano actuando voluntariamente y cuál era una máquina programada (como si fuera una suerte de test de Turing conductual). La trampa es que ningún actor era humano sino que todos fueron generados por software ajustando su variabilidad siguiendo una ecuación de igualación (Baum, 1974). Lo interesante es que los participantes juzgaron que sólo el tercer actor, el que exhibía un patrón de respuestas de variabilidad cambiante según el reforzamiento disponible, era un ser humano actuando voluntariamente.
Lo interesante de estas investigaciones es que proporcionan una base experimental para explicar, sin adoptar supuestos problemáticos, las características que tiene la conducta a la que llamamos voluntaria: conducta que puede ser más o menos predecible según lo que la situación requiera. El libre albedrío involucra caos variable.
Flexibilidad y libertad
Para ir terminando con el texto, ricemos el rizo una última vez. Conceptualizar a la conducta voluntaria, lo que en esencia es el libre albedrío, en términos de patrones de acción que ajustan su variabilidad según lo que requiera el contexto, coincide casi a la letra con la definición de flexibilidad psicológica: variabilidad conductual que es sensible al control contextual, como afirman Jeffcoat y Hayes.
Esto implica que la flexibilidad psicológica está estrechamente vinculada con la noción del libre albedrío, de la acción voluntaria. Esto es interesante si consideramos que a menudo los problemas psicológicos se viven como una pérdida de la libertad de acción que es proporcional a su severidad. Los pacientes suelen referir la sensación de perder el control voluntario sobre sus acciones: no pueden dejar de consumir alcohol, no pueden dejar de rumiar, no pueden ser asertivos, etc. El sufrimiento psicológico severo se vive ante todo como una pérdida de la libertad.
Si la flexibilidad psicológica está vinculada al libre albedrío, la rigidez psicológica asociada al sufrimiento severo equivale a su pérdida. Fomentar flexibilidad psicológica, por tanto, equivale a fomentar la sensación de libre albedrío, de control voluntario sobre las acciones. El trabajo clínico con aceptación, valores, momento presente, y demás procesos empíricamente asociados con la flexibilidad psicológica sería una forma de restablecer la sensación de libertad de elección en la vida de las personas. Cultivar flexibilidad es cultivar libertad.
Cerrando
Este artículo ha sido la persecución encarnizada de una idea a través de distintos niveles conceptuales. Hemos visto cómo un término clínico como flexibilidad psicológica puede vincularse con términos básicos como el de variabilidad operante, como así también con un término de nivel alto como libre albedrío.
Variabilidad, flexibilidad, libre albedrío, se nos presentan entonces como distintas formas de construir el fenómeno, distintas formas de hablarlo con más o menos precisión y amplitud. Creo que estas conexiones son importantes. Creo que la construcción de nuestra ciencia involucra ocuparnos de lo experimental, pero también de cómo aplicarlo y de su inserción en la cultura ampliada. Queremos mantener abiertas las rutas que unen la ciencia básica, sus aplicaciones, y el contexto cultural en el cual tienen lugar.
Y ahora sí, hemos terminado el artículo. Espero hayan sufrido lo menos posible, y que algo de esto les resulte de algún provecho. Gracias por la paciencia.
Nos leemos la próxima.
[1] La perenne profesión de desfacedor de entuertos.
[3] Esto, claro está, implica que hay más de una interpretación posible.
[4] Incluso pertenecen a la clase aquellas respuestas que aunque no llegan a ejercer fuerza suficiente como para activar la palanca están de todos modos controladas por las mismas consecuencias (es decir, una operante de acuerdo con un criterio funcional, véase Catania, 1972).
[5] Salvo que hayamos moldeado específicamente una topografía particular, por ejemplo, sólo reforzando las respuestas realizadas con la pata derecha, pero aun así es de esperarse un grado de variabilidad en las características de esas respuestas.
[6] “Dimensión operante” se refiere a cualquier aspecto o característica de la conducta que pueda ser controlado manipulando consecuencias, como por ejemplo tasa, duración, fuerza, topografía, etc.
[7] Me disculparán el ejemplo futbolístico pero creo que, primero, es una buena ilustración del fenómeno, y segundo, Francia.
[8] Quizá sea la principal función de los ejercicios para romper el hielo o entrada en calor que suelen emplearse en los entrenamientos de artes escénicas: propiciar una gama más amplia y flexible de respuestas.
[9] Aquella teoría según la cual un ser vivo puede surgir de la materia inerte, por ejemplo, que los gusanos son creados por la carne en descomposición.
[10] Siguiendo la imagen de Peirce podríamos decir que la causalidad que involucra no es la de eslabones en una cadena, una causalidad mecánica, sino la de una multitud de hebras que se unen para formar una cuerda.
[11] En sentido estricto conducta voluntaria y libre albedrío no son sinónimos, pero se acercan lo suficiente.
Referencias
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1 comentario
Gracias , he disfrutado mucho el artículo, he aprendido y me voy reflexionando mucho sobre lo que significa esto en mi trabajo como clínico y docente… mas contenido así siempre será bienvenido; nuevamente gracias