El malentendido en la perspectiva contextual

El malentendido es un tema predilecto en la psicología, y particularmente en la reflexión clínica. Ríos de tinta y pixeles han surgido desde múltiples corrientes psicológicas, intentando dar cuenta de sus causas, funcionamiento y consecuencias. El tema es ciertamente fascinante: ¿qué está sucediendo cuando lo que el hablante “quiere decir” y lo que el oyente “entiende” (ambos términos deben entenderse como provisorios) no coinciden? Esta pregunta no es de interés meramente teórico, sino extremadamente práctico, por ejemplo: ¿qué sucede cuando un paciente entiende algo distinto de lo que quisimos decir? De manera que querría aportar mi grano de arena al montón, contrastando la perspectiva más tradicional con la mirada conductual para ilustrar algunas de sus diferencias.

Entender y malentender

Quizá la forma más extendida, casi de sentido común, de abordar el malentendido es en términos de comunicación. Digamos, de manera muy burda: el emisor codifica un mensaje, que se transmite por un medio hasta llegar a un receptor que debe decodificarlo para entenderlo. El malentendido involucraría una corrupción de algún tipo en algún punto de esa cadena: el emisor no codifica bien el mensaje, el medio lo distorsiona, el receptor emplea un código inadecuado para codificar, etc.

Este esquema supone que hay un significado a compartir por emisor y receptor, un significado o sentido puesto en común (de aquí la etimología de comunicación). Esto se ajusta a la noción de sentido común del lenguaje: cada palabra tiene un significado, de manera que al hablar expresamos ese significado y al escuchar recibimos ese significado.

Pero si adoptamos una forma distinta de conceptualizar el lenguaje, el malentendido puede verse bajo una nueva luz, y así brindarnos obtener nuevas comprensiones.

Para esto, un camino es abordar el lenguaje tal como se nos presenta. Conceptos tales como significados, mensajes, códigos, información, y demás conceptos son construcciones que intentan dar cuenta del funcionamiento de esa experiencia. Pero también es lícito y fructífero considerarla tal como se presenta: como acción en contexto, una praxis, una conducta de tipo verbal.

Es decir, el lenguaje consiste en un cierto tipo de acciones que las personas realizan en ciertas situaciones y que tienen ciertos efectos sobre los demás y eventualmente sobre ellas mismas. Este ha sido el camino que siguieron, entre otros, pensadores como Skinner y Wittgenstein: “en ambas perspectivas el lenguaje es visto como algo natural, con un énfasis en los efectos de la conducta verbal y la situación en la cual la conducta verbal ocurre. El énfasis de Wittgenstein en los efectos es análogo al énfasis de Skinner en el reforzamiento” (Day, 1969, p. 496). Recordemos cómo aborda Skinner a la conducta verbal:

Al lidiar con términos, conceptos, constructos y demás, se gana una ventaja considerable si se los aborda en la forma en que son observados –literalmente, como respuestas verbales. En ese caso no hay peligro en incluir en el concepto aquel aspecto o parte de la naturaleza que incluye. (…). El sentido, los contenidos y las referencias se encuentran entre los determinantes, y no entre las propiedades de la respuesta. La pregunta “¿qué es la longitud?” podría ser satisfactoriamente contestada por medio de listar las circunstancias bajo las cuales la respuesta “longitud” es emitida (o, mejor aún, proporcionando una descripción general de tales circunstancias).(Skinner, 1984, p. 548)

Una conducta verbal (digamos, una palabra), es una conducta operante (esto es, sensible a consecuencias), que es emitida bajo ciertas circunstancias y es reforzada por la acción de otras personas que forman parte de una comunidad verbal (Skinner, 1957). Una persona emite la palabra “longitud” ante ciertas constelaciones de estímulos, y otras personas (la comunidad verbal) responden a ello según las prácticas de la comunidad, reforzando o castigando esa respuesta.

La conducta del hablante es estímulo para el oyente, la conducta del oyente es estímulo para el hablante: “En la práctica del uso del lenguaje, una parte grita las palabras, la otra actúa de acuerdo con ellas”(Wittgenstein, 1953, p. 23). El lenguaje es un juego de influencias sociales (incluso cuando los roles de hablante y oyente coinciden en una misma persona, como en el pensamiento verbal).

Significado y función

En rigor de verdad, y de acuerdo con esta perspectiva, una palabra no tiene algo así como un significado intrínseco –aunque quizá sería más acertado decir que el concepto tradicional de significado no aplica aquí. La palabra perro no “significa” un perro, sino que es una respuesta que se emite bajo ciertas circunstancias, algunas de las cuales pueden incluir un perro, y que produce ciertas consecuencias socialmente mediadas que sostienen o no su emisión en ese clase de circunstancias.

De todos modos, podemos retener el concepto de significado, en tanto no entendamos por él lo que quiere decir una palabra, sino más bien el contexto que controla su emisión. Como escribe Wittgenstein, “el significado de una palabra es su uso” (1953, p. 57), algo muy similar a lo que afirma Skinner: “el significado y las referencias no se hallan en las palabras sino en las circunstancias bajo las cuales las palabras son usadas por hablantes y entendidas por oyentes” (Skinner, 1974, p. 103). Esto equivale a decir que el significado de una palabra es su función, por lo que determinar el sentido de un término requiere realizar un análisis funcional de su emisión –esto es, no un análisis lógico, sino psicológico.

Este giro conceptual tiene varias consecuencias interesantes, de las cuales señalaré sólo un par. En primer lugar, esto implica que el significado de un término o expresión es inherentemente dinámico, porque depende de las prácticas de reforzamiento de una comunidad verbal, y en tanto esas prácticas no son otra cosa que conductas, son dinámicas y variables. Lo que refleja un diccionario no es el significado intrínseco de las palabras, sino las prácticas verbales más frecuentes de una comunidad en un cierto momento histórico. La etimología es la historia social de un término.

En segundo lugar (y esto es particularmente importante para el tema de este artículo), esto también implica también que no hay ningún significado a “transmitir” o “poner en común”. Como vimos, el significado de un término está en sus circunstancias, su contexto (que abarca tanto el ambiente actual como la historia de aprendizaje particular involucrada), pero el contexto no se transmite, ni tampoco es el mismo para el hablante que para el oyente.

Supongamos dos personas cazando en una laguna. La primera ve un pato entre la hierba, y le susurra “pato” a la otra persona, que aún no puede verlo, pero responde cambiando de posición y preparándose para disparar. Para la primera (el hablante), el contexto de la respuesta “pato” incluye, entre otras cosas, su historia de aprendizaje y un pato visible entre la hierba. Pero ese no es el contexto de la segunda persona (el oyente), que está respondiendo de acuerdo a su propia historia de aprendizaje y al estímulo de la primera persona diciendo “pato”. Hablando mal y pronto, la primera persona responde al pato, pero la segunda persona responde a la primera. La respuesta “pato” por tanto tiene en esa situación dos significados diferentes, dos funciones diferentes.

El malentendido en contexto

Armados de estos conceptos podemos volver al tema del malentendido para examinar las comprensiones que este cambio de perspectiva nos ofrece. La explicación usual del malentendido es que hay un mensaje o significado que se distorsiona en la transmisión entre emisor y receptor.

Pero como hemos visto, desde una perspectiva conductual no hay nada que se transmita, no hay un intangible significado oculto en las palabras que viaje entre hablante y oyente. Más aún, el significado es irremediablemente diferente para el hablante que para el oyente, no sólo porque la historia de aprendizaje es necesariamente diferente (en rigor de verdad, cada historia de aprendizaje es única), sino porque las circunstancias actuales son diferentes, cada uno está respondiendo a distintos estímulos:

“Una de las desafortunadas implicaciones de la teoría de la comunicación es que los significados para el hablante y el oyente son los mismos, que algo se vuelve común para ambos, que el hablante transmite una idea o un significado, transmite información o imparte conocimiento, como si sus posesiones mentales se convirtieran entonces en las posesiones mentales del oyente. No hay significados que sean los mismos en el hablante y el oyente. Los significados no son entidades independientes” (Skinner, 1974, pp. 102–103)

El malentendido, desde un punto de vista conductual, es intrínseco al lenguaje.

Esto no es un obstáculo absoluto, sino más bien relativo –las personas pueden responder efectivamente aun con comprensiones ligeramente diferentes, y ciertas prácticas pueden aumentar la precisión y efectividad del lenguaje, por ejemplo especificando sus determinantes. Pero en última instancia el malentendido es inextirpable. Nos podemos entender hasta cierto punto, pero a fin de cuentas esto que escribo tiene para mí un significado (una función) necesariamente diferente al que tendrá para quien lea estas líneas.

La conclusión suena pesimista, pero yo creo que es instructiva. Asumir que los significados son dinámicos y que el malentendido es inexpulsable nos demanda una cierta atención y cuidado para con nuestras palabras y actos de lenguaje. Si el lenguaje no es transmisión de significados, no basta con meramente enunciar algo con claridad para que otra persona actúe correspondientemente, sino que es necesario que esa persona cuente con una historia de aprendizaje que le permita responder a ello de cierta manera –es decir, entenderlo. Por eso a menudo la mera psicoeducación directa es inefectiva cuando la persona carece del trasfondo (la historia de aprendizaje) que se requiere para responder de la manera buscada, por lo que parte del trabajo clínico requiere establecer previamente ese trasfondo compartido.

Conocer los límites y grietas de una herramienta permite emplearla mejor, y creo que lo mismo aplica a nuestra principal herramienta clínica.

Espero que les hayan servido estas líneas, nos leemos la próxima.

Referencias

Day, W. F. (1969). On certain similarities between the Philosophical investigations of Ludwig Wittgenstein and the operationism of B. F. Skinner. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 12(3), 489–506.

Skinner, B. F. (1957). Verbal Behavior. Prentice-Hall.

Skinner, B. F. (1974). About Behaviorism. Random House.

Skinner, B. F. (1984). The operational analysis of psychological terms. Behavioral and Brain Sciences, 7(4), 547–553.

Wittgenstein, L. (1953). Investigaciones filosóficas. Gredos.