El proceso de Contacto con el Momento Presente del modelo de flexibilidad psicológica –el corazón conceptual de Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT)– suele confundirse con mindfulness. Esta confusión incluso se extiende hacia el resto del modelo, sosteniendo que ACT es una terapia basada en mindfulness.
Esto no es completamente infundado: en los talleres de entrenamiento y en las intervenciones clínicas predominan ejercicios meditativos y cuasi-meditativos, e incluso con el paso del tiempo el término ha ido apareciendo con mayor frecuencia en la literatura de ACT. Un ejercicio ilustrativo a este respecto es comparar las ediciones del libro de ACT de Hayes, Strosahl, y Wilson: en la edición de 1999 (que se reeditó digitalmente en 2003), la palabra “mindfulness” aparece siete veces; tres de esas menciones están fuera del cuerpo principal del libro, en las dedicatorias y referencias. En contraste, en la segunda edición, publicada en 2012, el término aparece ciento doce veces en total, lo cual refleja la penetración creciente del término en la literatura especializada durante esa década. Más aún, en la traducción al castellano, publicada en 2014, el término se introdujo sin traducción en el subtítulo del libro; mientras que en inglés el subtítulo reza “The Process and Practice of Mindful Change”, la traducción al castellano, inexplicablemente, dice “Proceso y práctica del cambio consciente (mindfulness)”. No sólo añade una redundancia innecesaria (ya que dos palabras antes “mindful” fue traducido como “consciente”), sino que convierte lo que era un adjetivo (“mindful”) en un sustantivo (“mindfulness”).
Por todo esto, quizá valga la aclaración: ACT no es una terapia basada en mindfulness. Esto es, mindfulness no es una práctica obligada en el repertorio de intervenciones ni tampoco forma parte central del modelo como concepto. ACT emplea intervenciones de mindfulness como herramienta para trabajar los procesos de flexibilidad psicológica, pero es reconceptualizada en términos de procesos psicológicos básicos. Más concretamente mindfulness se entiende como una práctica que moviliza tanto repertorios de momento presente, pero también aceptación, defusión, y self como contexto (Hayes et al., 2012, p. 91; Hayes & Shenk, 2004). Es una manera de entrenar esos procesos, pero no la única. Momento presente puede trabajarse con mindfulness, pero también pueden emplearse otros recursos.
Eso es precisamente lo que quiero hacer en estas líneas: compartir algunas ideas y sugerencias que pueden resultarles útiles para abordar el proceso de momento presente en el trabajo clínico con ACT. Para ello, primero repasaremos algunos aspectos conceptuales clave del proceso.
Momento presente, el cuerpo, y la comunidad
En términos comunes puede decirse que contacto con el momento presente involucra prestar atención al ambiente actual externo e interno, momento a momento, con las cualidades de foco y flexibilidad (Maero, 2022, p. 334; Wilson, 2015, p. 72). En otras palabras, ser consciente de lo que está pasando dentro y fuera del cuerpo en cada momento, pudiendo tanto estrechar la atención sobre algún aspecto particular de la experiencia (foco) como desplazarla a otro aspecto (flexibilidad) según sea necesario.
Dicho de otra manera, a cada momento respondemos a estimulación que llega por tres vías principales: exteroceptiva (a grandes rasgos, los cinco sentidos), interoceptiva (la percepción de los estados internos del cuerpo), y propioceptiva (relacionada con el equilibrio y la posición del cuerpo). Momento presente involucra ser consciente de la estimulación que llega por esas tres vías (para una definición conductual de lo que significa consciencia en este contexto véase Skinner, 1974, p. 24 y sigs.), con un énfasis particular en los estímulos que resultan de la actividad del propio organismo: estímulos y conductas privadas tales como sensaciones físicas, sentimientos, pensamientos, etc.
El beneficio de hacer esto es que la persona que puede identificar sus eventos privados está en mejor situación tanto de manejar su propia conducta como de aprender de su experiencia. Por ejemplo, la persona que en una situación identifica un sentimiento creciente de enojo, puede tomar medidas externas para prevenir respuestas problemáticas (el proverbial “agarrame porque lo mato”). Por otra parte, registrar los estímulos interoceptivos y propioceptivos más sutiles involucrados en la ejecución de conductas complejas, tales como bailar o practicar yoga, permite refinar la precisión y efectividad de los movimientos involucrados, lo que se suele llamar percepción o consciencia corporal. Si consideramos que en términos conductuales no somos “un cuerpo con una persona adentro, sino un cuerpo que es una persona” (Skinner, 1971, p. 195), se desprende que ser conscientes de al menos una parte del funcionamiento íntimo de nuestro cuerpo es una forma notable de autoconocimiento.
Sin embargo, esta consciencia de sí no surge de manera espontánea, sino que tiene que ser entrenada por una comunidad verbal (esto es, a grandes rasgos, el entorno sociocultural): “sólo cuando el mundo privado de una persona se vuelve importante para otros es que se vuelve importante para ella misma” (Skinner, 1974, p. 35). La comunidad verbal se interesa en lo que la persona está experimentando porque ello permite predecir mejor sus acciones (la respuesta a “¿qué estás sintiendo” brinda información sobre las acciones futuras de la persona), y en ese proceso la persona aprende a discriminar para sí misma sus propios eventos privados, lo cual a su vez le permite identificar y controlar en grado variable sus respuestas subsiguientes.
Sin este entrenamiento social los eventos privados resultan más bien opacos para la propia persona. Aprendemos a identificar y distinguir, digamos, la culpa de la vergüenza, sólo si la comunidad verbal indica un vocabulario y las circunstancias en que aplica cada término. Por esto es que adquirir un vocabulario emocional preciso y matizado (la “granularidad emocional”) permite distinguir más finamente las propias tendencias de respuesta y proporciona un mejor funcionamiento psicosocial (Smidt & Suvak, 2015).
Esto nos permite conjeturar una explicación del efecto de lo que Terapia Dialéctico Conductual denomina un ambiente social invalidante, es decir, uno que “trivializa, ignora o castiga la expresión de la experiencia interna de un niño” (McMain et al., 2001, p. 186). A grandes rasgos, un ambiente invalidante constituye una comunidad verbal que no entrena –o lo hace erráticamente– la discriminación e identificación de las experiencias internas de una persona, haciéndole más difícil identificar sus propias respuestas emocionales para predecir y controlar su conducta, y volviéndola así más propensa a respuestas impulsivas (Lee et al., 2022; Smidt & Suvak, 2015). La validación, el comunicar que las respuestas emocionales tienen sentido y son dignas de atención, sería entonces un paso indispensable no sólo para reducir la función aversiva de dichas respuestas (es decir, que las emociones dolorosas no sean evitadas), sino para mejor identificarlas, responder a ellas, y reducir así la impulsividad.
De manera que la consciencia de los eventos privados depende de las prácticas culturales, una comunidad verbal que inquiera con frecuencia por la experiencia privada de sus miembros y que desarrolle un vocabulario subjetivo amplio facilitará un grado de contacto con los eventos privados diferente que una comunidad sin esas prácticas. Esto implica que “diferentes comunidades verbales generan distintos tipos y grados de consciencia” (Skinner, 1974, p. 243).
Esto es de particular interés en términos clínicos. En términos generales una psicoterapia involucra la constitución de una pequeña comunidad verbal, una microcultura, un contexto que modela y moldea prácticas alternativas a las habituales para el paciente, alterando su repertorio en ámbitos clínicamente relevantes. Entre esas prácticas están las que tienen como efecto dirigir la atención y afinar la discriminación de las experiencias privadas efectivamente presentes (por ejemplo sentimientos y pensamientos).
Resulta particularmente deseable incorporar momento presente al trabajo clínico de manera fluida e integrándolo con otros procesos. Por ejemplo, al trabajar con exposición o aceptación se intenta que el paciente tenga un registro frecuente y detallado de su experiencia privada, reconociendo las emociones y sensaciones físicas que surgen, sus matices y sus cambios. Lo mismo sucede con el trabajo experiencial de valores: si no se perciben los cambios sutiles del cuerpo que suceden al evocar experiencias significativas, puede ser difícil distinguir valores de pliance, por ejemplo –los valores se sienten, en el sentido que el reforzamiento involucra a todo el cuerpo.
El objetivo final de este aspecto de contacto con el presente es que la atención a los eventos somáticos sea más frecuente y más fina, es decir, que la persona pueda distinguir los matices más tenues de esa experiencia. Por ejemplo, discriminar las más sutiles características posturales y tensionales que están involucradas en una respuesta de evitación frente a una situación indeseada –quizá notar los hombros ligeramente levantados y encogidos, el torso rígido y tenso, las mandíbulas apretadas o cualquier otro tipo de correlato somático que pudiera estar señalando una respuesta evitativa emitida de manera inadvertida. También puede ser deseable distinguir las respuestas somáticas asociadas a una respuesta de aceptación frente al malestar –quizá el plexo solar un poco más abierto, una expresión facial más bien neutra, una tonicidad muscular más laxa en general. Experimentar las diferencias entre ambos tipos de respuestas puede ser un aprendizaje muy efectivo a fines clínicos.
Como acotación marginal querría aclarar que esto no equivale a afirmar que una emoción sea solamente un conjunto de respuestas somáticas. Creo más adecuado afirmar que una emoción es una situación, una forma de acción en contexto que incluye las respuestas respondientes, operantes y verbales de un organismo, en relación con una cierta constelación de estímulos con las que hay una historia. Con esto quiero decir que es imposible caracterizar el miedo, por ejemplo, sólo por las respuestas musculares o glandulares que entraña sino que es necesario conocer el contexto, la situación en que suceden esas respuestas –no es lo mismo sudar frente a un estímulo físicamente amenazante que durante una relación sexual. Pero para la propia persona el aspecto somático puede ser el más saliente de la situación, por lo que amplificar y refinar la consciencia corporal puede ser útil en términos de afrontamiento.
Las prácticas de mindfulness, que involucran atender a la experiencia en curso, son una forma particularmente efectiva de entrenar el repertorio de momento presente, pero como mencioné, no son la única vía, y tampoco están exenta de problemas. Uno de ellos es que resulta difícil entretejerlas con el resto de las interacciones clínicas. Las prácticas de mindfulness usualmente son situaciones artificiales, que no suelen formar parte de las actividades habituales de los pacientes, como por ejemplo mantenerse inmóvil durante quince minutos prestando atención a la respiración. Son actividades discretas, contenidas en sí mismas, que suelen requerir una interrupción de otras actividades o conversaciones clínicas (aunque por supuesto, la intención es que el repertorio así entrenado se “desborde” al resto del trabajo clínico y de la vida del paciente en general). Por esto suelen realizarse al inicio o al final de cada sesión, para facilitar pero no interrumpir el resto del trabajo clínico. Por esto es deseable que, además de mindfulness, el trabajo con contacto con el presente pueda servirse de otras herramientas que permitan integrar más fluidamente ese proceso en la interacción clínica.
Lo que quiero sugerir a continuación es una serie de principios prácticos con este fin que provienen del lugar menos esperado para algo así: la filosofía.
El cuerpo filosofado
La filosofía no se nos ocurre como el ámbito más aparente para buscar intervenciones clínicas conductuales –menos aún las vinculadas al cuerpo y el contacto con el presente. En los no muy abundantes casos en que un sistema filosófico se ocupa específicamente del cuerpo, como en el caso de la fenomenología, el enfoque suele ser descriptivo más que práctico, interesado más en analizar o conceptualizar que en facilitar cambios en la experiencia.
Una notable excepción a esto es la somaestética, un campo o disciplina filosófica que, desde un punto de vista pragmático deweyano, investiga la relación entre el cuerpo (soma, no meramente el cuerpo como estructura biológica mecanicista, sino el cuerpo vivido, situado) y la experiencia, con fines no sólo teóricos sino también prácticos. Su creador, Richard Shusterman, la describe de esta manera:
Involucrando una amplia variedad de formas del conocimiento y disciplinas que estructuran nuestra experiencia somática o pueden mejorarla, la somaestética es un marco de trabajo para promover e integrar el diverso rango de teorizaciones, investigaciones empíricas, y disciplinas prácticas meliorativas que se ocupa de la percepción, desempeño y presentación corporal (…) No es una única teoría o método llevado a cabo por un filósofo particular, sino más bien un campo abierto para investigación colaborativa, interdisciplinaria y transcultural.(Shusterman, 2012, p. 8)
La somaestética abarcar teorizaciones sobre el cuerpo, investigaciones empíricas, y prácticas orientadas a mejorar la experiencia vivida. No busca solo el análisis sino también el desarrollo de mejores prácticas somáticas que hagan el cuerpo más sensible a la experiencia. Una vía propuesta para esto es el cultivo y mejoramiento de la percepción somática, de la consciencia del cuerpo, y aquí es donde la somaestética se vuelve particularmente interesante a fines clínicos: “la somaestética, en su modo experiencial, se enfoca en los poderes, sentimientos y placeres de la percepción somática interna y en las formas de incrementar la cualidad y agudeza de tal percepción” (Shusterman, 2012, p. 113).
Como observación al margen: Shusterman señala que “la consciencia somática está siempre moldeada por la cultura y por tanto admite diferentes formas en diferentes culturas (o en diferentes posiciones del sujeto en la misma cultura)” (op. cit., p. 4). Noten la similitud con la afirmación skinneriana de que “diferentes comunidades verbales generan distintos tipos y grados de consciencia” (Skinner, 1974, p. 243). Ambos coinciden en un punto: es posible alterar el tipo y grado de consciencia del mundo bajo la piel alterando las prácticas culturales relacionadas.
Retorna entonces la pregunta que hicimos antes: ¿qué clase de prácticas culturales pueden ayudar a incrementar la sensibilidad de la percepción somática, es decir, la consciencia del cuerpo en el momento presente’.
El cuerpo escaneado
Shusterman ilustra el cultivo de la percepción somática con una práctica que quizá les resulte familiar: el escaneo corporal (body scan)
En caso de que no lo conozcan, es una actividad que usualmente dura entre diez minutos y media hora, que consiste en “escanear o examinar sistemáticamente el propio cuerpo, no observándolo ni tocándolo desde afuera, sino sintiéndonos a nosotros mismos introspectiva y propioceptivamente mientras permanecemos inmóviles” (Shusterman, 2012, p.115). En otras palabras, consiste en prestar atención a las sensaciones corporales de manera minuciosa, para agudizar la atención y aumentar la consciencia somática.
Sin embargo, lo que me interesa explorar aquí no es tanto el ejercicio en sí. Después de todo, se trata de una actividad bastante conocida y muy frecuentemente empleada en los entrenamientos en mindfulness. Lo interesante es el análisis que Shusterman hace del ejercicio, donde identifica y describe las estrategias de introspección somática que involucra.
Comprender esas estrategias permite no sólo mejorar el escaneo corporal, sino también emplearlas para facilitar la consciencia somática fuera de una práctica formal, sea en el resto del trabajo clínico o en la vida cotidiana. Son los “principios activos” de escaneo corporal que pueden ser trasladados a otros contextos. Esas son esas estrategias que quiero explorar aquí, porque creo que pueden servir para el trabajo con el proceso de momento presente.
Comencemos entonces con un guion de escaneo corporal suministrado por Shusterman (2012, pp. 115-117), que servirá para ilustrar de qué manera esos principios aplican en un ejemplo práctico. La traducción es mía, por lo que si están fuera de Argentina sabrán disculpar la conjugación rioplatense.
Les sugiero que se tomen un tiempo para realizar el ejercicio, leyendo un párrafo por vez y deteniéndose para seguir las instrucciones antes de continuar. También, si prefieren, pueden encontrar el audio de un ejercicio guiado de escaneo corporal entre los recursos de la página (clic aquí). El guion de ese audio difiere de éste, pero las diferencias son menores y se pueden pasar por alto.
Escaneo Corporal
Sacate el calzado y sentate hacia el borde delantero de la silla, con los pies apoyados en el suelo. Colocá tus manos sobre tus muslos donde te sientas cómoda. Si lo deseás, cerrá los ojos, ya que puede ayudarte a hacer lo siguiente.
Comenzando con el pie izquierdo, observá cómo el talón hace contacto con el suelo. ¿La mayor parte del peso va al centro del talón o a la derecha o izquierda del talón? No queremos cambiar nada ni juzgar cómo debería ser; simplemente queremos sentir dónde el talón hace contacto con el suelo.
¿Tu pie izquierdo lleva la mayor parte del peso sobre el talón o sobre la punta del pie? ¿Hay más peso en el interior del pie o en el exterior? ¿Todos los dedos de tus pies hacen contacto con el suelo? ¿Cuáles de los dedos hacen contacto claro con el suelo y cuáles no? Notá si tu pie izquierdo rota hacia adentro o hacia afuera, o si apunta recto hacia adelante.
Ahora subí tu atención desde el pie izquierdo, pasando por la parte inferior de la pierna y llegando a la rodilla izquierda. ¿Dónde está tu rodilla izquierda en relación con el talón? ¿Está delante, detrás o justo encima del talón?
A medida que continuás moviendo tu atención hacia arriba de tu pierna izquierda, observá el ángulo en el que tu pierna izquierda está ubicada hacia afuera o hacia adentro respecto al torso. Si dibujaras una línea desde tu ombligo directamente hacia adelante, ¿a qué distancia estaría tu rodilla de esa línea central?
Ahora notá tu pie derecho. ¿Cómo hace contacto el talón derecho con el suelo? ¿En qué parte del talón, en el centro, hacia la derecha o hacia la izquierda del talón? ¿Cómo se compara con el talón izquierdo? ¿Qué talón parece tener más contacto con el suelo?
¿Dónde deposita el pie derecho la mayor parte del peso, en el talón o en la punta del pie? ¿Hace más contacto con el suelo por la cara externa o interna del pie? ¿Qué dedos están en contacto con el suelo y cuáles no? ¿Cómo se compara en esto el pie derecho con el pie izquierdo? ¿Cuánto rota el pie derecho hacia adentro o hacia afuera? ¿Cómo se compara con el pie izquierdo en términos de esta posición?
Subí tu atención por la pierna derecha y notá la relación entre tu rodilla derecha y tu talón derecho. ¿La rodilla está sobre el talón, o está más adelante o detrás?
A medida que llevás tu atención hacia arriba por tu pierna derecha, observá el ángulo en el que está tu pierna. ¿A qué distancia está tu rodilla derecha de la línea central que trazaste directamente desde tu ombligo? ¿Qué rodilla está más alejada de esta línea central, la derecha o la izquierda?
Ahora observá tu pelvis y cómo se apoya en la silla. ¿Se siente más pesado el lado derecho o el izquierdo? ¿Qué lado se siente que hace más contacto con la silla? ¿Sentís que tus nalgas están completamente apoyadas sobre la silla? ¿Se siente más presión en la izquierda o en la derecha? ¿Notas el contacto también en la parte superior de tus muslos? ¿Cuál de tus muslos tiene más contacto? ¿Sentís algún cambio en la presión sobre la silla si tu atención se dirige a la nalga izquierda o derecha, al muslo izquierdo o derecho?
Ahora llevá tu atención a la parte baja de la espalda. ¿Qué lado se siente más largo, el derecho o el izquierdo? ¿Qué lado se siente más ancho?
Si ahora llevás la atención a la parte media de tu espalda, ¿se percibe tan claramente como la parte baja de la espalda? ¿Qué lado se siente más largo, el derecho o el izquierdo? ¿Cuál se siente más ancho?
Ahora notá el ancho de la parte superior de la espalda. ¿Qué lado parece que ocupa más espacio? ¿Qué lado se siente más largo? ¿Qué lado se siente más ancho?
Llevá tu atención a tu cuello. ¿Se siente más largo el lado derecho o el izquierdo del cuello? ¿Tu cabeza se siente como si estuviera justo encima del cuello, o está más hacia adelante o hacia atrás? ¿Hay alguna tensión en el cuello por sostener la cabeza? Notá si tu cabeza se siente como inclinada hacia la derecha o hacia la izquierda. Nota el espacio entre el mentón y la garganta.
Notá tu boca. ¿Está abierta o cerrada? ¿Qué tan abierta o qué tan apretada está?
Sentí tus hombros. ¿Cuál parece más alto, el izquierdo o el derecho? Si trazaras una línea entre tu hombro derecho y tu oreja derecha, y otra línea entre tu hombro izquierdo y tu oreja izquierda, ¿qué línea sería más larga?
Ahora llevá tu atención a tus brazos. ¿Cuál se siente más largo? ¿Cuál se siente más pesado? Observá qué tan lejos del torso está el brazo derecho. Luego observá qué tan lejos del torso está el brazo izquierdo. ¿Están tus manos apoyadas sobre las piernas con las palmas hacia arriba o hacia abajo?
Notá cómo te sentís en general. ¿Se siente que un costado de tu cuerpo es más liviano que el otro? ¿O uno es más ancho que el otro? ¿Más alto? Ponete de pie durante uno o dos minutos para tener una idea de cómo te sentís al estar de pie. ¿Aún se nota alguna diferencia entre los dos costados? ¿Se siente diferente de lo que recordás haber sentido al estar de pie el resto del día? ¿Si es así, de qué manera se siente distinto?
Estrategias de introspección somática
Habrán notado que el escaneo corporal, en líneas generales, consiste en dirigir sostenidamente la atención a la experiencia somática, empleando preguntas e indicaciones que realcen los aspectos más sutiles de la experiencia, invitando a una observación más fina y cargada de detalles.
Ahora bien, si examinamos en detalle las instrucciones del guion podremos encontrar que las preguntas e indicaciones siguen una cierta lógica, podemos identificar algunas estrategias que permiten mejorar la apreciación de la experiencia somática, y que, una vez identificadas, pueden ser empleadas en otros ejercicios o en el curso de la práctica clínica.
En el escaneo corporal todas las instrucciones tienen como objetivo mantener y profundizar la atención en el cuerpo. Hay dos factores clave relacionados con la atención que deben tenerse en cuenta: el cambio y el interés. Respecto al primero, “no es posible prestar atención continuamente a un objeto que no cambia, lo que sugiere el paradójico argumento de que para mantener la atención inmutablemente fija sobre el mismo objeto de pensamiento, es necesario asegurarse de que algún cambio es introducido en él, aunque solo sea una diferencia en la perspectiva desde la cual es examinado” (Shusterman, 2012, p.117, el énfasis es mío). Respecto al segundo, “no podemos enfocarnos por un largo rato en cosas que no nos interesan, e incluso nuestro interés en algo que nos importa puede ser rápidamente agotado a menos que encontremos una forma de revivir ese interés” (Shusterman, 2012, p.118). De manera que un escaneo corporal requiere estimular la atención introduciendo novedades y variaciones en la observación, fomentando la curiosidad hacia lo observado y haciendo que continúe siendo interesante.
Esto guarda una cierta similitud con el encantamiento de serpientes, por más curiosa que sea la analogía. En efecto, la práctica india de encantar serpientes con una flauta no tiene nada que ver con la música: las serpientes no tienen oído externo, y solo responden a vibraciones terrestres o a sonidos de muy baja frecuencia. La serpiente responde a los movimientos de la flauta y del encantador como si fuera una potencial amenaza, irguiéndose en su cesta y abriendo su capucha (famosamente se emplean cobras). La serpiente no baila ni está hipnotizada, sino que está atenta a la flauta y al encantador, preparándose para defenderse. El arte del encantamiento de serpientes consiste en que, si los movimientos del encantador son demasiado agresivos, la serpiente puede atacar (aunque usualmente se le suelen quitar los colmillos), pero si son demasiado monótonos la serpiente puede “aburrirse” y recogerse en su cesta. El encantador necesita mantener el interés de la serpiente, con movimientos continuamente variables pero no caóticos. Por esto mismo, suele ser más fácil prestarle atención durante largo rato a experiencias que presentan una variabilidad regular, como las olas en el mar o el vaivén de la respiración, con rasgos generales reconocibles a pesar de la variación constante de sus características. En contraste, es mucho más difícil prestar atención a una experiencia estática, como un punto en la pared o una sensación física con pocos cambios.
Similarmente, necesitamos reorientar permanentemente la atención hacia la experiencia somática, y esto puede lograrse mediante ciertas estrategias que mantienen vivo el interés introduciendo algunos cambios y movimientos. Shusterman señala seis de estas estrategias, las cuales examinaremos a continuación.
Preguntas
Una forma de sostener la atención y evitar la monotonía es mediante preguntas que inviten a “considerar diferentes aspectos y relaciones [de lo observado]” (Shusterman, 2012, p. 118). En otras palabras, se trata de formular interrogantes cuya respuesta requiera llevar la atención sobre las características particulares de la experiencia.
Así, por ejemplo, se puede facilitar mantener la atención sobre la respiración invitando a observar sus cualidades: “¿la respiración es profunda o superficial? ¿rápida o lenta? ¿Se siente más en el pecho o en el diafragma? ¿Cómo se siente en la boca o en la nariz? ¿Se siente más larga la inhalación o la exhalación?” (Shusterman, 2012, p.118). Si lo que se está observando es una experiencia emocional, esto puede empezar etiquetando lo experimentado, convirtiendo, por ejemplo, una evaluación como “me siento mal” en una descripción como “estoy sintiendo frustración”. Este aprendizaje, en apariencia simple, para muchas personas significa un cambio notable respecto a la posibilidad de anticiparse y manejar mejor sus propias acciones. Por supuesto, se trata de un primer paso, que puede extenderse con una exploración más detallada de la experiencia. Para una emoción, podemos indagar en aspectos tales como:
- ¿En qué zona/s del cuerpo se siente?
- ¿Qué tamaño tiene?
- ¿Cuál es la forma que dibuja en el cuerpo?
- ¿Qué tan profundo se siente? ¿sobre la piel? ¿un poco más abajo?
- ¿Tiene bordes claramente definidos o más bien difusos?
- ¿Qué temperatura tiene? ¿Es homogénea en toda la sensación?
- ¿Qué textura tendría si pudieras pasar la mano sobre esa experiencia?
- ¿Cómo notas que responde el resto de tu cuerpo a la presencia de esa emoción que tiene esa forma, tamaño, y ubicación? ¿Hay tensión a su alrededor? ¿Incomodidad?
El mismo principio puede aplicarse a la observación de los propios pensamientos, aunque en este caso es necesario tener un cuidado adicional, ya que no se trata de observar el contenido del flujo de pensamientos (lo que los pensamientos dicen), sino más bien de observar sus características presentadas (lo que son). Por ejemplo:
- ¿Desde qué lugar parecen surgir los pensamientos?
- ¿Qué volumen parecen tener?
- ¿Con qué velocidad aparecen?
- ¿Cómo suenan? ¿Con qué voz?
- ¿Cómo son las pausas entre pensamientos?
El objeto de estas preguntas es “renovar el interés en el objeto, invitándonos a reconsiderarlo para responder a ellas. Más aún, el mismo esfuerzo de considerar las preguntas efectivamente cambia la forma o el aspecto bajo el cual el objeto es percibido” (Shusterman, 2012, p.118). Es decir, las preguntas guían a la persona a examinar más cercanamente los diferentes aspectos del objeto de la atención.
Dividir y conquistar
La observación también puede refinarse por medio de desmenuzar la experiencia en partes y considerarlas separadamente, lo cual revela matices que resultan invisibles en una mirada general, y de esa manera ayuda a sostener el interés y a enriquecer la observación: “esta transición del foco no sólo proporciona el sentido de cambio que requiere la atención sostenida, sino que proporciona un interés renovado cuando el examen de una nueva parte presenta un nuevo desafío” (Shusterman, 2012, p.118). Para decirlo con una analogía: nos invita a explorar cada uno de los árboles de un bosque, para tener una imagen más detallada del conjunto.
Así, en lugar de simplemente observar la respiración como una acción global es posible dividirla en partes y examinar experiencialmente cada una de ellas: la inhalación, la exhalación, las pausas entre ambas, el leve cambio de tensión corporal entre una y otra; las sensaciones de la respiración en las fosas nasales, en el interior de la nariz, en la parte superior de la garganta; el movimiento del pecho, de los hombros, del abdomen, el roce de la ropa, etcétera. Al llevar la atención a cada uno de esos aspectos la observación se vuelve más detallada y aparecen detalles que antes estaban ocultos en el conjunto.
Uno de mis ejercicios favoritos a este respecto lo he tomado de Harris (2009), y consiste en observar la propia mano derecha durante cinco minutos. Inicialmente la propuesta suele parecer tan estimulante como ver crecer el pasto, pero por medio de dividir la mano en partes (el dorso, la palma, cada falange, los nudillos, las líneas, la textura, etc.) y prestar atención a cada una de ellas por separado, los cinco minutos pasan velozmente, mientras la persona descubre aspectos de sus manos que quizá no había notado nunca en la vida.
Contrastes
Otro recurso clave para refinar la observación consiste en contrastar o comparar las cualidades de diferentes partes o aspectos de la experiencia:
Si se nos pide que notemos la pesadez de uno de nuestros hombros al estar apoyados en el piso probablemente no tengamos una impresión muy clara de este sentimiento. Pero si nos enfocamos primero en un hombro y luego en el otro, podremos tener más fácilmente una impresión más clara de cada uno, notando cuál se siente más pesado y se apoya más firmemente en el piso. El contraste hace que discriminar sentimientos sea más fácil (p.119).
Contrastar diferentes experiencias o diferentes aspectos de una experiencia permite captar más claramente sus similitudes y sus diferencias, notando lo que tienen de particular.
Como ejemplo: durante unos diez segundos tan solo noten la temperatura de su mano derecha. (esto sería la primera estrategia, preguntas para identificar cualidades). A continuación repitan la observación, pero esta vez noten las diferencias de temperatura entre el dorso de la mano y la palma: ¿cuál resulta más cálida? ¿perciben diferencias de temperatura entre la palma de la mano y la punta de los dedos? (combinando la estrategia de dividir con la de contrastar).
Es posible que hayan notado una diferencia apreciable entre ambas observaciones, siendo la segunda más detallada, no sólo por considerar partes, sino por contrastarlas entre sí. Existen distintos tipos de contraste que pueden emplearse en la exploración:
Contraste existencial: consiste en solo notar la presencia o ausencia de un sentimiento o sensación. Por ejemplo, al observar una emoción podemos notar dónde se siente, pero también donde no se siente. A este respecto suelo bromear con mis pacientes que, a pesar de que a veces parece que las emociones invaden el cuerpo, nunca nadie me ha referido sentir angustia detrás de las rodillas o en el tobillo derecho. Identificar el límite percibido de una sensación ayuda a discriminarla mejor y a notar sus relaciones con el resto del cuerpo y la experiencia general.
Contraste diferencial: consiste en contrastar “la naturaleza o cualidad de sentimientos existentes” (Shusterman, 2012, p. 119). Por ejemplo, intenten observar de qué manera en este momento las sensaciones de la planta de su pie izquierdo se diferencian de las de la planta de su pie derecho, o cuál de sus hombros se siente más tenso en este momento, o cómo se diferencian las sensaciones de la inhalación de las de la exhalación. Una pregunta clave aquí es ¿de qué manera es esta sensación (o esta parte de la sensación) diferente de esta otra?.
La práctica de relajación muscular progresiva, por ejemplo, no es tanto un ejercicio de relajación sino más bien uno de contraste diferencial. Su objetivo no es que la persona se relaje, sino que aprenda a discriminar experiencialmente la diferencia de sensaciones entre la tensión y la relajación, para así identificar más rápidamente tensiones innecesarias en la vida cotidiana (pueden encontrar un audio de relajación muscular progresiva en la sección de Recursos de esta web).
Además, tanto el contraste existencial como diferencial pueden hacerse con de manera simultánea o sucesiva. Por ejemplo, podemos notar simultáneamente la temperatura del dorso y la palma de la mano, o detenernos de manera sucesiva unos segundos en el dorso y luego dedicarle unos segundos de atención a la palma. No hay una regla clara respecto a cuándo conviene usar cada tipo de contraste. Algunas experiencias quizá se perciban más finamente empleando contrastes diferenciales simultáneos y otras con contrastes existenciales sucesivos. Mi sugerencia es que experimenten con diferentes aproximaciones y estén atentos a lo que funciona mejor en cada caso.
Interés asociativo
Otra estrategia para ayudar a sostener la atención en la experiencia es relacionarla con algo importante para la persona: “Así como el débil golpe en la puerta que anuncia la visita de un amante es escuchado por sobre otros sonidos simultáneos en el ambiente, simplemente porque el oyente está muy interesado en escuchar el sonido que señala esa visita, podemos también estimular la atención a un sentimiento corporal por medio de hacer que su reconocimiento sea clave para algo que nos importa” (Shusterman, 2012, p.120).
Quizá esto resulte más fácilmente traducible a términos ACT, ya que a fin de cuentas, consiste en relacionar la conducta de prestar atención al momento presente con algún objetivo o cualidad valiosa. Es más probable que se sostenga el contacto con el presente si la persona tiene un porqué, algo por lo cual hacerlo.
En líneas generales podría señalar dos motivos posibles para sostener la atención sobre la experiencia somática. En primer lugar, esto puede ayudar a controlar mejor la propia conducta en situaciones desafiantes. Por ejemplo, escanear el cuerpo por señales de tensión o defensividad para prevenir respuestas impulsivas puede volverse más deseable si se lo reencuadra como una acción al servicio del valor de presencia en las relaciones amorosas. En segundo lugar, la atención a la experiencia puede amplificar la conexión y el disfrute con experiencias agradables o valiosas. Notar el calor del abrazo con que nos recibe un amigo puede aumentar el impacto de ese evento.
En suma, relacionar la atención al cuerpo como algo valioso, como atravesar situaciones difíciles o conectar mejor con las placenteras, es una forma de volverla más deseable y más probable. Cabe aquí una aclaración: no se trata tanto de que el terapeuta informe por qué es valioso, sino más bien de generar un contexto en el cual sea el paciente quien realice esa relación.
Evitar distracciones
La quinta estrategia sugerida por Shusterman probablemente les resulte familiar. Se trata de eliminar distracciones o intereses que compitan con la observación. Por este motivo los ejercicios meditativos suelen hacerse en silencio, con los ojos cerrados, y en quietud, para reducir al máximo los estímulos que pudieran distraer de la observación. Por supuesto, es deseable que eventualmente la observación pueda realizarse aun estando en ambientes “ruidosos”, pero es más fácil aprender a discriminar los matices más tenues de la experiencia somática si se lo realiza primero en entornos controlados.
Anticipar
La sexta estrategia consiste en anticipar las sensaciones por venir, en una suerte de pre-percepción: “uno puede prepararse para discriminar un sentimiento por medio de conceptualizar dónde buscarlo en el propio cuerpo o imaginando cómo será inducido y cómo se sentirá allí” (Shusterman, 2012, p.121).
Por ejemplo: empezando con la mano izquierda abierta, formen un puño y noten las sensaciones que se producen al hacer eso. A continuación, con la mano derecha abierta, intenten primero imaginar las sensaciones que se generarán al cerrarla para formar un puño: cómo se sentirán los músculos de los dedos, el pliegue de la piel en la palma, la tensión en la piel del dorso, etc. A continuación, lentamente, cierren el puño tal como se lo imaginaron y noten las sensaciones que efectivamente se generan. Con un poco de suerte, la anticipación imaginada habrá ayudado a realzar las sensaciones efectivamente experimentadas.
En un sentido, esta estrategia también involucra un contraste, pero esta vez entre lo anticipado y lo que efectivamente sucede –en términos vulgares, un contraste entre mente y experiencia. Esto implica que puede ser útil, antes de alguna práctica formal de atención a la experiencia privada, preparar a las personas respecto al ejercicio en sí y a lo que probablemente vayan a sentir, de manera de orientar más efectivamente la atención, en lugar de llevar a cabo la actividad sin ninguna preparación.
Las estrategias en la clínica
Las seis estrategias descriptas pueden emplearse por separado o en conjunto, en ejercicios discretos o entretejidas con la actividad de la sesión. Las estrategias expuestas pueden resumirse en los siguientes puntos a tener en cuenta al trabajar clínicamente con la observación del cuerpo:
- Reducir distracciones.
- Relacionar la observación del cuerpo con algún objetivo o cualidad valiosa deseada.
- Brindar instrucciones preparatorias y anticipar aspectos de la experiencia.
- Enfocar la atención en cualidades generales de la experiencia.
- Dividir la experiencia en partes y observar cada parte por vez.
- Emplear contrastes, existenciales y diferenciales, sucesivos y simultáneos, entre los diferentes aspectos de la experiencia para afinar la observación.
Si bien hemos recorrido estas estrategias como una forma de mejorar la observación del cuerpo, creo que también sirven para mejorar la atención de eventos externos. Así presentadas, por ejemplo, no son muy diferentes a lo que involucra un ejercicio de audioperceptiva o de apreciación artística. Por ejemplo, al visitar un museo para apreciar su cuadro favorito, puede ser deseable organizar una visita reduciendo distracciones y preparándonos para pasar algún tiempo contemplando la obra, informarnos previamente sobre su importancia artística e histórica, y anticipar las características formales (trazo, color, composición, etc.) a las que prestarles particular atención, notar sus cualidades generales, apreciar sus diferentes partes, en sí mismas y en relación al todo, y contrastarlas entre sí y con otras obras.
Cerrando
Contacto con el momento presente puede considerarse como un repertorio funcionalmente definido, el aprendizaje de una forma particular de prestar atención, más atenta al detalle y a los matices.
Somos un organismo actuando en un ambiente, pero una parte no despreciable de esas acciones y ese ambiente residen en “el mundo bajo la piel”, oculta a las miradas ajenas, pero con frecuencia también a la propia. Aumentar el registro de lo que sucede allí puede enriquecer la mirada y ayudar a involucrarnos más efectiva y completamente con la experiencia.
Espero que estas líneas les hayan servido, o al menos entretenido un poco.
Nos leemos la próxima.
Referencias
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