El malentendido en la perspectiva contextual

El malentendido es un tema predilecto en la psicología, y particularmente en la reflexión clínica. Ríos de tinta y pixeles han brotado desde múltiples corrientes filosóficas y psicológicas intentando dar cuenta de sus causas, funcionamiento y consecuencias. El tema es ciertamente fascinante: ¿qué está sucediendo cuando lo que el hablante quiere decir y lo que el oyente entiende no coinciden?

La pregunta no es de interés meramente teórico, sino que tiene un aspecto extremadamente práctico: ¿qué sucede cuando un paciente entiende algo distinto de lo que quisimos decir? De manera que querría aportar mi grano de arena al montón, contrastando la perspectiva tradicional con la conductual para apreciar algunas de sus diferencias.

Entender y malentender

La forma más común de entender el malentendido sigue la noción que el sentido común tiene sobre el lenguaje, según la cual cada uno de sus elementos posee un aspecto expresivo o significante (el sonido o imagen correspondiente a cada palabra), y un aspecto conceptual, es decir, su significado. Una persona codifica el significado que quiere transmitir en un mensaje, que viaja por un medio hasta alcanzar a otra persona, que decodifica el mensaje y se apropia de su significado. El sonido “perro” tiene el significado perro, que es lo que se transmite o es puesto en común (de aquí el término comunicar) entre emisor y receptor.

Desde esta perspectiva el malentendido se trataría de una corrupción en algún punto de esa cadena, una falla o anomalía en un proceso que de otra manera funcionaría normalmente –más precisamente, un proceso que, al menos en principio, podría funcionar normalmente. El malentendido sería resultado de una interferencia externa en la comunicación y por tanto, al menos en principio, algo que podría prevenirse o extirparse usando las palabras con precisión, formulando correctamente el mensaje, etcétera.

Esa comprensión del malentendido depende de abordar al lenguaje tomando como dato primario los signos y símbolos y su estructura de relaciones lógicas y gramaticales, de manera más afín a análisis lógicos, semióticos y lingüísticos. El lenguaje desde esa mirada sería lo que muestran los diccionarios y libros de gramática, por así decir. Pero no es difícil notar que signos, símbolos, reglas y otros conceptos similares no son sino abstracciones y generalizaciones a partir de la experiencia primera que el lenguaje nos ofrece: hablar y escuchar (con sus análogos leer y escribir).

Es decir, podemos cambiar de perspectiva y abordar al lenguaje como una clase particular de acciones que realizan los seres humanos, y dado que esta perspectiva considera al lenguaje antes como una praxis que como un sistema de signos, podemos llamar a esta la perspectiva pragmática sobre el lenguaje. El argumento que quiero exponer aquí es que este cambio de conceptualización nos conduce a una forma diferente de pensar el malentendido.

Esta ha sido la perspectiva adoptada, entre otros, por B.F. Skinner, que abordó al lenguaje como una conducta: conducta verbal (Skinner, 1957). Se trata de un caso especial de conducta operante –esto es, afectada por consecuencias– cuya particularidad consiste en que en lugar de ser reforzada por sus consecuencias directas es reforzada por mediación de otra persona que sigue las prácticas convencionales de una comunidad verbal[1].

En un hecho lingüístico típico una persona emite una palabra o frase bajo ciertas circunstancias, y esa emisión bajo esas circunstancias es reforzada (o no) por la acción de otras personas que forman parte de una comunidad verbal, incorporándose así al repertorio. La conducta del hablante es estímulo para que el oyente actúe de ciertas maneras reforzando así la conducta del hablante. Puedo correr para detener la puerta del ascensor que se está cerrando o puedo pedirle a otra persona que lo haga por mí; ambas son conductas operantes, acciones deliberadas, pero sólo la segunda es verbal porque es una acción mediada, es decir, obtiene su reforzamiento a través de otra persona[2].

Esa mediación a su vez requiere que las personas involucradas atraviesen un extenso y complejo entrenamiento social. Una vez que el repertorio relevante es adquirido puede usarse para influenciarse a sí mismo, tal como sucede con el pensamiento verbal, pero el ancla permanente del lenguaje es ese juego de influencias sociales. El lenguaje es una forma avanzada de cooperación (Hayes & Sanford, 2014).

Lo central para la presente discusión es que esto cambia la forma de entender en qué consiste el significado de una palabra o frase. De acuerdo con la perspectiva tradicional a cada un término le corresponde un significado, que usualmente se entiende como aquello a lo cual el término se refiere –digamos, el significado de la palabra “perro” es un perro. La efectividad de un hecho lingüístico depende de que ese significado sea transmitido de emisor a receptor sin distorsiones o confusiones, por lo que se suele asumir que muchas de las confusiones y ambigüedades en la comunicación y en el pensamiento podrían resolverse por medio de establecer el significado “correcto” de los términos.

Pero la perspectiva pragmática prescinde de la noción de significado –o quizá podríamos decir que la noción tradicional de significado no aplica aquí. Las palabras son vistas como instrumentos de influencia, no transportadoras de significados. En esta misma línea el filósofo Ludwig Wittgenstein  sostuvo que “en la práctica del uso del lenguaje, una parte grita las palabras, la otra actúa de acuerdo con ellas”(1953, p. 23)[3], y para la perspectiva pragmática eso es todo lo que hay en el hecho lingüístico. Se puede decir que para esta perspectiva las palabras no dicen sino que hacen.

Podemos retener el concepto de significado, en tanto no entendamos por él una propiedad intrínseca de los términos sino una forma de hablar sobre su uso. Skinner señaló esto ya en 1945:

Al lidiar con términos, conceptos, constructos y demás, se gana una ventaja considerable si se los aborda en la forma en que son observados –literalmente, como respuestas verbales. En ese caso no hay peligro en incluir en el concepto aquel aspecto o parte de la naturaleza que incluye. (…). Los significados, contenidos y referencias se encuentran entre los determinantes, no entre las propiedades de la respuesta. La pregunta “¿qué es la longitud?” podría ser satisfactoriamente contestada por medio de listar las circunstancias bajo las cuales la respuesta “longitud” es emitida (o, mejor aún, proporcionando una descripción general de tales circunstancias).(Skinner, 1945/1984, p. 548, el destacado es mío).

O, como resumió años más tarde:

“El significado y las referencias no se hallan en las palabras sino en las circunstancias bajo las cuales las palabras son usadas por hablantes y entendidas por oyentes” (Skinner, 1974b, p. 103).

Se trata de la misma idea sostenida por Wittgenstein:

“El significado de una palabra es su uso” (1953, p. 57).

En otras palabras, el significado no es una propiedad de una respuesta verbal. No es algo que podamos encontrar en las palabras sino que consiste en el uso que le damos en distintos contextos. La palabra “perro” no significa ni se refiere a un perro, sino que es una acción de un hablante que ejerce un efecto sobre un oyente y que se lleva a cabo bajo ciertas circunstancias, algunas de las cuales pueden incluir un perro y otras no.

Desde esta perspectiva el significado de un término es como el significado de patear una pelota en un deporte. En ambos casos se trata de acciones cuyo sentido depende enteramente de las convenciones adoptadas por la comunidad. Para saber qué “significa” patear la pelota necesitamos saber qué juego se está jugando, porque esa acción tendrá distintos efectos en un partido de fútbol que en uno de tenis –o incluso en distintas situaciones del mismo juego. Creer que existe un sentido intrínseco para la acción “patear la pelota” es como creer que existe un sentido intrínseco para la acción de decir “perro”.

Hay varios factores que nos pueden inducir a pensar que existen significados intrínsecos para los términos. Una palabra es una respuesta con una topografía estable, una misma forma, es decir, “perro” se dice o escribe siempre de la misma manera. Además, dado que son convencionales, solemos usar las palabras bajo circunstancias típicas: solemos decir “perro” cuando hay un perro. Todo esto puede llevarnos a pensar que a cada topografía verbal (palabra o frase) le correspondería una función, es decir, que a cada palabra tiene un significado propio. Pero sería un error. La forma de una acción no nos asegura su función. Para decirlo con una analogía, la acción de consumir alcohol puede y suele tener funciones de evitación de malestar, pero esto no quiere decir que esa sea su función verdadera, sino solamente la más común, ya que puede tener muchas otras.

Todo decir es un hacer, de manera que establecer el significado de un término requiere establecer qué es lo que se hace con él, qué juego se está jugando, y para esto es necesario establecer cuándo se emplea y qué efectos tiene, es decir, cuál es su contexto. Analizar el significado de un término no es una tarea lógica sino psicológica, ya que requiere de un análisis contextual-funcional de esa conducta. Conocemos el significado de un término explorando las formas en que ese término funciona en una cierta comunidad verbal.

Este giro conceptual tiene una consecuencia muy interesante respecto al tema del malentendido que podemos explorar a continuación.

El malentendido en contexto

La explicación usual del malentendido es que se trata de una falla o error en la comunicación. El hablante tiene una idea o significado en su mente, lo pone en palabras, el receptor lo escucha y decodifica esa idea. La comunicación es un transporte de significados, y el malentendido sucedería cuando ocurre una distorsión o corrupción en algún punto de esa cadena que hace que el significado del hablante no alcance correctamente al oyente. El malentendido es una falla que impide que ambos accedan al mismo significado.

Pero, como hemos visto, para la perspectiva pragmática el significado no es intrínseco a las palabras sino que consiste en el contexto en el que se usan. La cuestión crucial aquí es que el contexto nunca es el mismo para el hablante que para el oyente, por lo que el significado no puede ser el mismo para el hablante que para el oyente. Supongamos un episodio verbal sencillo entre dos personas cazando en una laguna. La primera ve un pato entre la hierba, y le susurra “pato” a la otra, que aún no puede verlo pero que responde cambiando de posición y preparándose para disparar. Para el hablante el contexto de la respuesta “pato” incluye, entre otras cosas, su historia de aprendizaje y un pato visible entre la hierba. Pero ese no es el contexto del oyente, que está respondiendo al estímulo de la primera persona diciendo “pato” de acuerdo con su propia historia de aprendizaje. Hablando mal y pronto, la primera persona responde al pato, pero la segunda persona responde a la primera. Cada una está respondiendo a distintos estímulos. La respuesta “pato” no tiene la misma función en ambos casos, lo cual es lo mismo que decir que no tiene el mismo significado. Esto fue señalado hace tiempo ya por el propio Skinner:

Una de las desafortunadas implicaciones de la teoría de la comunicación es que los significados para el hablante y el oyente son los mismos, que algo se vuelve común para ambos, que el hablante transmite una idea o un significado, transmite información o imparte conocimiento, como si sus posesiones mentales se convirtieran entonces en las posesiones mentales del oyente. No hay significados que sean los mismos en el hablante y el oyente. Los significados no son entidades independientes (Skinner, 1974b, pp. 102–103)

El malentendido, desde este punto de vista, no es un error sino una inevitabilidad. Aquello a lo que el hablante está respondiendo nunca es lo mismo que aquello a lo cual el oyente está respondiendo. Claro está, si sus historias de aprendizaje son similares, si pertenecen a una misma comunidad verbal, si comparten algo del mismo contexto es posible que sus respuestas puedan coordinarse de manera más o menos efectiva y que cuando uno diga “pato” el otro actúe apropiadamente. Pero es imposible transmitir un significado, sea porque no hay tal cosa o porque consiste en el contexto, que no se puede transmitir y que no se puede compartir completamente.

Para la perspectiva tradicional sobre la comunicación lo normal es entenderse, salvo que se produzca algún error o distorsión en el proceso, de manera que si controlamos o eliminamos esos errores la comunicación sería posible. En cambio, la perspectiva pragmática asume que lo normal es el malentendido, que el lenguaje solo puede brindarnos entendimientos parciales y provisorios por muchos recaudos y controles que tomemos. La comunicación es un milagro.

El malentendido, desde un punto de vista conductual, es intrínseco al lenguaje. Nos podemos entender hasta cierto punto, pero en última instancia esto que escribo tiene para mí un significado irremediablemente diferente al que tendrá para ustedes –e incluso del que tendrá para mí cuando lo vuelva a leer para corregirlo.

La conclusión suena pesimista, pero yo creo que es instructiva. Asumir que los significados son contextuales y que el malentendido es inevitable nos demanda una cierta atención y cuidado al hablar y escuchar. La comunicación no consiste en la transmisión de ideas o significados estáticos entre mentes desencarnadas, sino en una actividad social y holística en la cual el lenguaje adquiere sentido por su función y contexto. Esto implica que no podemos pensar al lenguaje y la comunicación por fuera del entramado de prácticas socioculturales en las cuales ocurren las respuestas verbales, por fuera del contexto del hablante y el del oyente. El malentendido no puede extirparse, pero puede remediarse parcialmente, negociando los significados, explicitando las expectativas y permaneciendo sensibles al contexto de las palabras.

Así, por ejemplo, cuando un paciente dice algo como “me quiero morir”, en lugar de asumir o interpretar unilateralmente lo que significa, un clínico trabajando desde una perspectiva pragmática puede indagar cooperativamente cuál es la función de esa expresión, qué es lo que el paciente está haciendo con eso, si está informando ideación suicida, expresando vergüenza, asumiendo culpa, pidiendo ayuda, o cualquier otra cosa[4]. Paralelamente, al hablar podemos volvernos más efectivos explicitando nuestras expectativas y ajustando nuestro discurso a la realidad del oyente.

Cerrando

La perspectiva pragmática despega el significado de las palabras y lo lleva al contexto, y en esa operación lo vuelve dinámico y social. El lenguaje deja de verse como un código limpio y puro para abordarse como una práctica situada, aproximativa, variable y no pocas veces confusa, asociada a los modos de vida de las personas. El malentendido se vuelve entonces algo inevitable, aunque no completamente irremediable. El lenguaje es una práctica en contexto, y el malentendido no es un error, sino una característica.

 

 

[1] De esta manera el lenguaje no involucraría un repertorio especial (una facultad de lenguaje) sino que más bien sería de un repertorio operante cuyas particularidades surgen de la situación en la que es empleado.

[2] La atención de otras personas se convierte así en un reforzador condicionado generalizado, un medio para un fin (como el dinero), ya que es la condición para que respondan a nuestras palabras, por lo que a menudo “llamar la atención” se vuelve un poderoso reforzador en sí mismo.

[3] Sobre las similitudes entre la posición de Skinner y Wittgenstein: “en ambas perspectivas el lenguaje es visto como algo natural, con un énfasis en los efectos de la conducta verbal y la situación en la cual la conducta verbal ocurre. El énfasis de Wittgenstein en los efectos es análogo al énfasis de Skinner en el reforzamiento” (Day, 1969, p. 496).

[4] En términos wittgensteinianos sería establecer cuál es el juego de lenguaje que está jugando.

Referencias

Day, W. F. (1969). On certain similarities between the Philosophical investigations of Ludwig Wittgenstein and the operationism of B. F. Skinner. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 12(3), 489–506.

Skinner, B. F. (1957). Verbal Behavior. Prentice-Hall.

Skinner, B. F. (1974). About Behaviorism. Random House.

Skinner, B. F. (1984). The operational analysis of psychological terms. Behavioral and Brain Sciences, 7(4), 547–553.

Wittgenstein, L. (1953). Investigaciones filosóficas. Gredos.