El chiste y su relación con la conducta

Este texto tiene un punto de partida abrumadoramente italiano. Estaba yo leyendo un ensayo de Umberto Eco (2012), en el que relata al pasar una polémica entre otros dos italianos. Sucede que en 1908 Luigi Pirandello escribió un ensayo en el cual se propuso definir la naturaleza de lo cómico y del humor. No le faltaba experiencia en el tema –Pirandello fue un dramaturgo consumado que en sus obras de teatro maneja el humor con exquisita destreza– pero no era un filósofo profesional. Las contradicciones y limitaciones de su ensayo fueron duramente criticadas por su contemporáneo Benedetto Croce, filósofo e historiador, famoso por sus escritos de estética e historia y por tener notoriamente a Pirandello entre ceja y ceja (entre otras razones, eran adversarios políticos). Eco escribió sobre este choque intelectual en estos términos: “Croce había liquidado fácilmente el intento de Pirandello, porque ya había definido de una vez por todas lo cómico y lo humorístico: se trata de una noción psicológica que sirve para definir ciertas situaciones y no de una situación estética que deba definirse”.

Ese párrafo picó mi curiosidad –hablar del humor como “noción psicológica” sonaba demasiado familiar como para dejarlo pasar, de manera que me puse a investigar. Eco no proporciona más datos sobre la polémica, pero encontré un texto escrito por Pirandello, inédito hasta el año 2002, en el cual cita extensamente la crítica de Croce, por lo que pude reconstruir indirectamente algunos de sus argumentos (Pirandello, 2002). Croce señala que es un error intentar definir el humor en su esencia última, porque en su opinión “el humorismo es indefinible, como todos los estados psicológicos” (Pirandello, 2002, p.99, el destacado es mío). Los hechos a los cuales nos referimos como lo cómico, lo sublime, lo trágico, lo humorístico, y lo gracioso constituyen para Croce hechos mixtos, eventos complejos que se componen de “sentimientos orgánicos de placer o disgusto (o incluso sentimientos espiritualesorgánicos) y circunstancias exteriores dadas que procuran a aquellos sentimientos meramente orgánicos o espiritualesorgánicos un determinado contenido”. Esto es, el humor, para Croce, no tendría una única naturaleza, sino que se trataría de un evento en el cual se entremezclan sentimientos y circunstancias. Ese tipo de eventos, digo yo siguiendo a Croce, no puede ser delimitados en una definición de diccionario, una definición lógica, sino que “el modo de definición de estos conceptos es el genético: puesto el organismo en la situación a, al sobrevenir la circunstancia b, tenemos el hecho c” (op.cit.).

En otras palabras –unas que suenen un poco más familiares a oídos conductuales–, lo que Croce está proponiendo es lo siguiente: el humorismo es un evento psicológico, un “hecho mixto” que aúna sentimientos y circunstancias –es decir, una respuesta y un determinado ambiente, o si prefieren, un acto en contexto. Se trata de una forma esencialmente conductual (o contextual, si prefieren) de abordar el humor, algo refrendado por el método genético que propone para definirlo: “puesto el organismo en la situación a, al sobrevenir la circunstancia b, tenemos el hecho c”, lo cual señala que el camino es un análisis de contingencias, más que un análisis lógico. De esta manera Croce abre la puerta a que interpretemos lo cómico y lo humorístico como un evento psicológico, como una acción ocurriendo en un contexto particular. Eso es precisamente lo que intentaremos hacer en este artículo: un abordaje contextual del humor.

Dejemos entonces descansar a Pirandello y Croce, y veamos de qué manera podemos embarrar la cancha.

¿Qué es una definición?

Si lo cómico (usemos ese término por ahora para evitar internarnos en laberintos de distinciones entre comicidad, humor, y otros términos relacionados) puede ser considerado como una respuesta a una situación estamos en terreno conocido, en el cual quizá podamos pensar conductualmente el hecho cómico. Ahora bien, ¿qué significa abordar conductualmente un fenómeno y de qué manera se diferencia de una definición lógica? Se trata de diferentes modos de proceder que necesitamos dejar en claro antes de proseguir con el texto.

Como quizá hayan notado si revisaron la literatura especializada, el conductismo no rechaza los términos ambiguos o los que provienen del lenguaje cotidiano (como cuando hablamos de emociones, amor, intimidad, etc.), sino que trata de dar cuenta de ellos a su manera. El recurso principal que utiliza para lidiar con tales conceptos puede resumirse en la pregunta “¿bajo qué condiciones se utiliza el término x?” Es decir, en lugar de intentar definiciones esencialistas (“¿qué es la ansiedad?”), la definición conductual apunta a identificar el contexto que regula el uso del término en cuestión (“¿bajo qué condiciones dice una persona ‘estoy ansiosa’?”).

Esto no es nada nuevo en el conductismo, sino que se trata del procedimiento típicamente adoptado por Skinner, que podría resumirse así: “Para Skinner, el sentido de un término (e.g. ansiedad), reside en la relación funcional entre su uso y los estímulos que son antecedentes y consecuentes a ese uso. En otras palabras, comprender el sentido de la afirmación ‘Estoy ansiosa’, requiere el conocimiento del contexto, tanto actual como histórico, que ocasionó esa afirmación” (Friman, Hayes, & Wilson, 1998). El procedimiento conductual consiste en considerar el término “ansiedad” como una conducta verbal, y en lugar de intentar develar su sentido último y definitivo lo tratará como a cualquier otra conducta: hallar las circunstancias ambientales (ambiente presente e historia) que controlan su emisión: qué estímulos controlan que las personas hablen de ansiedad en una situación dada. Esta es una característica central del funcionamiento conceptual del conductismo, que lo diferencia de una buena parte de los modelos psicológicos comunes.

Ahora bien, si lo cómico se refiere a la respuesta en una determinada situación, podemos preguntarnos, ¿qué tipo de contexto es el que está involucrado al decir que algo nos resulta cómico? ¿bajo qué condiciones decimos que algo es cómico o humorístico?

En verdad ha habido varios intentos de dar cuenta de la comicidad y el humor desde el análisis conductual (más notablemente Epstein & Joker, 2007)[1], que tomaremos como base, pero lo que me interesa en particular es explorar el papel de la conducta verbal en el fenómeno, y para esto apelaré a algunos conceptos de la Teoría de Marco Relacional (RFT, por sus siglas en inglés). Creo que pensar el tópico desde RFT puede ser una divertida y ñoña forma de perder el tiempo (lo cual constituye mi especialidad).

Intentaré entonces usar algunos conceptos de RFT para describir las condiciones bajo las cuales decimos que hay un fenómeno cómico. Sin embargo, dado que el tema puede resultar demasiado amplio (y que no querría espantar a los pocos lectores que aún me quedan), voy a limitar de dos maneras este intento de interpretación. En primer lugar, no me ocuparé tanto de por qué una persona realiza una acción humorística, sino más bien de quien recibe la situación y la califica como graciosa. Esto permitirá delimitar un poco el tema, porque el contar un chiste puede tener un sinnúmero de funciones conductuales (romper la tensión, agredir, agradar, etc.) que excederían las posibilidades de este artículo. Me enfocaré entonces en cuándo decimos que algo es gracioso, no en cuándo o para qué producimos algo gracioso. En segundo lugar, me ocuparé principalmente de las situaciones verbales relacionadas con lo humorístico –no me refiere a sólo aquellas que involucren palabras, sino a las que tienen un componente simbólico tal como se define en RFT.

Lo cómico

Comencemos revisando algunas de las formas en que se ha abordado el humor. En psicología son bastante conocidas las teorías de corte internalista que describen a lo cómico como una forma de agresión enmascarada, o como surgiendo de una sensación de superioridad, o como liberación de energía superflua (Spencer, Dewey, y Freud adherían a esta teoría). Sin embargo, la hipótesis sobre el humor más conocida y aceptada académicamente es la popularizada por Schopenhauer, pero que puede rastrearse en Aristóteles, Kant, Kierkegaard y otros: la denominada teoría de la incongruencia (Morreall, 2016). Eco la resume así:

“Para Aristóteles, lo cómico es algo erróneo que se produce cuando en una serie de acontecimientos se introduce un suceso que altera el orden habitual de los hechos. Para Kant, la risa nace cuando se produce una situación absurda que acaba anulando una expectativa nuestra. Pero para reír de ese “error”, es necesario también que no nos comprometa, no nos afecte” (Eco, 2012).

Dicho de manera sencilla, la teoría de la incongruencia afirma que nos resulta cómica la percepción de algo incongruente, algo que viola nuestras expectativas –pero sin comprometernos ni afectarnos. Tenemos entonces aquí tres componentes situacionales: 1) la presencia de ciertas expectativas, cierto orden habitual de las cosas, 2) la percepción de una incongruencia, algo que está fuera de lugar en ese orden, y 3) no estar afectados o comprometidos por ella.

Lo primero y lo segundo es fácilmente reconocible en las situaciones cómicas: algo puede volverse gracioso si sucede allí donde no se lo esperaba. Como escribe Dolina “Una simple pedorreta puede ser gloriosa durante el discurso de un escribano. El mismo recurso en una cena de egresados o en un estadio de futbol resulta apenas una grosería”. Es decir, es central que haya un elemento incongruente con las expectativas de la situación: una pedorreta es bastante congruente con un estadio de fútbol, por lo cual no causa mucha gracia. Las escenas de Les Luthiers toman su fuerza de la incongruencia que surge de presenciar personajes serios y con aires académicos comportándose de manera muy poco congruente con ese papel.

Entonces, la situación humorística requiere que haya algunas expectativas establecidas y que en esa situación suceda algo que sea incongruente con dichas expectativas. Pero hay un elemento más: no tenemos que sentirnos afectados o comprometidos por esa incongruencia: rara vez nos resulta cómico un chiste del cual somos blanco o que nos afecta directa o cercanamente[2]. No bromeamos sobre una tragedia reciente (too soon), pero sí sobre una distante. Por ahora baste decir que si aparece un elemento de peligro o de compromiso personal la situación puede dejar de resultarnos cómica.

RFT y la arbitrariedad

El segundo ingrediente que agregaremos a este mejunje conceptual es RFT (Hayes et al., 2001), una teoría conductual sobre lenguaje y cognición –lo que el conductismo denomina conducta verbal.

Una explicación detallada de los postulados de RFT excede las posibilidades de este artículo, pero cabe recordar que la teoría postula que en el corazón de todas las conductas relacionadas con el lenguaje y la cognición yace lo que en última instancia es una conducta operante: aprender a responder a un estímulo A en términos de alguna relación entre ese estímulo y un estímulo B (o C, D, E, etcétera). Digamos, responder a la palabra “libro” en términos de su relación con el objeto libro. De esta manera, cuando alguien me dice “pásame ese libro”, y yo le alcanzo el libro en libro en cuestión, estoy emitiendo una respuesta relacional, ya que no estoy respondiendo a las propiedades intrínsecas del sonido “libro” (sus características sonoras), sino a la relación que hay entre la palabra y el objeto en cuestión. Ésta sería una relación de coordinación o equivalencia, ya que palabra y objeto son tratados como intercambiables hasta cierto punto. Lo que RFT sostiene es que además hay otros tipos de relaciones posibles, que vinculan a los estímulos de distintas maneras como, por ejemplo, relaciones que establecen a A como distinto de B, opuesto a B, conteniendo a B, etcétera. Estas relaciones a su vez pueden combinarse formando redes de relaciones: A es distinto de B pero es opuesto a C (digamos, Aquiles es distinto a Ulises, pero ambos son enemigos de Héctor), y a la vez es posible relacionar redes de relaciones: “la inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música”. Esas relaciones, que pueden emitirse espontáneamente o siguiendo señales sociales, tienen el efecto de transformar la función de los estímulos que involucran, de manera que un determinado estímulo puede volverse apetitivo o aversivo según su participación en una u otra de estas redes. De esta manera, la posibilidad de responder relacionalmente da origen al repertorio de habilidades simbólicas complejas que entrañan el lenguaje y la cognición.

Ahora bien, esas relaciones entre estímulos son fundamentalmente arbitrarias: no hay intrínsecamente ningún vínculo entre el sonido “libro” y el objeto en cuestión. Lo mismo podríamos relacionar a ese objeto con el sonido “book” o “axaxaxas mlö”. Por ese motivo RFT sostiene que el lenguaje y la cognición consisten en Respuestas Relacionales Arbitrariamente Aplicables:

“Decimos arbitrariamente aplicable simplemente en el sentido de que las respuestas relacionales están bajo el control de señales que pueden ser modificadas por una convención social. En las situaciones de lenguaje natural esta clase de respuestas no es generalmente aplicada de manera arbitraria, dado que el lenguaje está bastante vinculado a las características no arbitrarias del ambiente” (Hayes, Barnes-Holmes, & Roche, 2001, p.25)

Dicho de otra manera, si bien podemos usar cualquier palabra para designar un objeto, usualmente no lo hacemos: normalmente llamamos a un gato “gato”, no “Aeroparque Jorge Newbery”, caso contrario no nos entenderíamos demasiado. En la vida cotidiana las respuestas relacionales no son arbitrariamente aplicados, sino que siguen ciertas convenciones sociales, y si bien todas las convenciones sociales, por su carácter arbitrario, son modificables por la comunidad socioverbal, mientras están en vigencia esperamos que funcionen de ciertas maneras y no de otras –espero que cuando le pido un litro de leche al tendero no me entregue un litro de vino, por ejemplo.

Tengan en cuenta esto porque puede sernos útil en nuestra exploración.

RFT y lo cómico

A fuerza de convenciones y moldeamiento, la conducta verbal tiende a discurrir por ciertos caminos, las respuestas relacionales tienden a fluir con mayor probabilidad en ciertas direcciones y no en otras.

Pero esta arbitraria regularidad no solo se espera en los aspectos formales del lenguaje, sino también en su contenido. Cuando digo “en casa de herrero cuchillo de…” la mayoría de los hispanoparlantes esperará la palabra “palo”, no “obsidiana” (aun cuando muchos no sepan qué demonios es un herrero, un cuchillo, o un palo). Ahora bien, si pregunto “¿cómo se llama tu suegra?” y la respuesta es “no la llamo, viene sola”, hay una incoherencia, un ruptura de la regularidad –estaba preguntando por el nombre y me encuentro con otra cosa, o más bien, estaba esperando un tipo de relación, pero apareció otra, gracias a los múltiples usos del vocablo “llamar”.

Digamos, con cierta liviandad, que la conducta verbal tiene, por convención o hábito social, determinados “caminos” relacionales que se siguen en términos de la transformación de la función de estímulos esperada. Si le preguntasen a un técnico: “cómo hago para que mi laptop Apple vaya más rápido”, probablemente estarían esperando una respuesta en términos de configuraciones, software y memoria. Si la respuesta es, en cambio “arrójala con más fuerza”, estarían ante una respuesta que es incongruente en términos de la transformación de función de estímulos esperada convencionalmente. Las conocidas frases de Groucho Marx, “He pasado una noche maravillosa, pero no ha sido esta”, o “Nunca olvido un rostro, pero en su caso haré una excepción” son ejemplos similares. Se establece una expectativa de ciertas relaciones en la primera mitad de la frase, porque el lenguaje habitualmente se utiliza de manera convencional, pero es seguida por algo que, si bien es completamente válido, resulta incongruente.

Podríamos decir entonces: en lo cómico estamos frente a un contexto socioverbal en el cual la transformación de la función de estímulo no se corresponde con las convenciones usualmente adoptadas. Recordemos la descripción de Eco de la teoría de incongruencia: “lo cómico es algo erróneo que se produce cuando en una serie de acontecimientos se introduce un suceso que altera el orden habitual de los hechos”. Lo que RFT nos sugiere es que “el orden habitual de los hechos” puede entenderse como las respuestas relacionales que una comunidad habitualmente emplea, y que cuando se emplean, inesperada pero eficazmente, relaciones distintas, estamos ante un evento humorístico.

Por eso los chistes tienen una preparación y un remate y no se pueden invertir esos términos. La preparación sigue las convenciones socioverbales habituales, pero el remate no. Esto no se limita a los chistes o juegos de palabras, de paso. En cualquier situación en la cual operen convenciones socioverbales que puedan ser violadas puede surgir la comicidad. Por eso suelen ser mejores los chistes cuanto más específicos sean, porque señalan más claramente las relaciones esperadas, lo cual acentúa la percepción de incongruencia –me viene a la mente el célebre insulto de Johnson: “Caballero, su esposa, con la excusa de regentear un burdel, vende telas de contrabando”. Y por el mismo motivo los mejores chistes y gags son aquellos que se toman su tiempo en la preparación, en adoptar una y otra vez una determinada expectativa convencional para luego violarla. Cuanto más improbable sea el remate de acuerdo a la preparación, mejor el efecto.

Volvamos ahora a los elementos de la teoría de la incongruencia. Eco señala que la situación cómica requiere:

  1. La presencia de ciertas expectativas.
  2. La percepción de una incongruencia.
  3. No sentirnos afectados o comprometidos por ella.

Lo hasta aquí expuesto nos permite, torpemente, dar cuenta de los dos primeros puntos en términos de RFT. Las expectativas (1) son las convenciones socioverbales, establecidas por usos y costumbres, mientras que la incongruencia (2) está dada por la utilización arbitraria de una función simbólica convencionalmente inesperada en ese contexto. Nos queda un aspecto de la situación, del cual nos ocuparemos a continuación.

Seguridad y distancia

El tercer factor que Eco señala como necesario para el humor es no sentirnos afectados o comprometidos por la percepción de la incongruencia. Se trata de una estupenda observación que suele ser pasada por alto al hablar del tema. Traducido esto a términos conductuales, podríamos decir que, para que una situación resulte cómica, no debe ser aversiva.

Una incongruencia aversiva no nos divierte, sino que más bien nos pone en guardia, evocando nuestro repertorio (verbal y no verbal) de evitación y escape. Por eso la víctima de una burla no suele encontrarla graciosa –quienes se ríen suelen ser los espectadores. No he visto a ninguna mujer que se ría de los previsibles y toscos chistes machistas que aluden a permanecer en la cocina o la poca capacidad intelectual. No se trata de falta de humor, es que la presencia de estimulación aversiva (bajo la forma de una humillación verbal), suele terminar con la comicidad de la situación. Cuando un humorista se queja de que las mujeres no se ríen con sus chistes sobre violación, no está entendiendo algo elemental del fenómeno cómico: la comicidad no descansa sólo en lo ingenioso (lo incongruente) del chiste, sino en que no sea aversivo para su público. Ningún humorista ha hecho carrera solamente insultando a su público –y el buen humorista sabe que si va a burlarse de alguien, lo mejor es mirar para arriba, no para abajo, no burlarse de los más desgraciados sino de los más poderosos.

Ahora bien, se me objetará que uno puede reírse de sí mismo aún en circunstancias bastante aversivas. Efectivamente es así, pero creo que puede entenderse como resultado de otro aspecto de la conducta verbal.

Lo diría así: una forma de encontrar comicidad en una situación aversiva (supongamos, voy camino a mi propio casamiento vestido impecablemente, meto el pie en un pozo y me embarro hasta la rodilla), es poder tomar distancia de la situación y sus aspectos aversivos. Eco, glosando a Pirandello, lo explica así:

“el humorismo puede introducir de nuevo la distancia (…) haciendo que de un hecho presente, que sufrimos como trágico, se pueda hablar como si ya hubiera sucedido o estuviese aún por suceder, y en cualquier caso, como si no nos afectara (…) debo demostrar lo que me sucede como si no me sucediera a mí o como si no fuese verdad o como si sucediera a otros”

Ahora bien, como sabe cualquier psicoterapeuta con experiencia, un uso habilidoso del lenguaje puede ayudar a una persona a tomar distancia de un evento presente doloroso, como sabe cualquier psicoterapeuta con experiencia. Hay varios procesos conductuales que podríamos señalar aquí, pero querría detenerme en dos de ellos en particular: defusión y self como contexto.

Defusión consiste en debilitar las respuestas a las propiedades verbales de los eventos, aumentando en cambio las respuestas a sus propiedades físicas directas. Dicho de otra manera, consiste en no tomarse demasiado en serio a los propios juicios y evaluaciones. Esto es, en muchos casos lo aversivo de una situación es mayormente verbal –remedando el viejo juicio de Epicteto, no son las cosas las que nos perturban sino nuestra opinión sobre ellas. En el ejemplo de meter el pie en un pozo cuando estoy yendo a mi casamiento, lo aversivo de esa situación es verbal –un poco de barro en el zapato no mata a nadie, de lo que se trata es de los juicios y evaluaciones que la situación suscita sobre el propio aspecto. Si podemos tomarnos con cierta ligereza esos pensamientos, es posible encontrar lo cómico en una situación que es verbalmente aversiva.

El self como contexto (o toma flexible de perspectiva) es bastante más complicado de explicar, pero podríamos resumirlo malamente así: se trata de contactar con un sentido de la propia identidad que trasciende a las circunstancias presentes. Esto es, notar que este que soy ahora, lo que experimento, siento y pienso, es solo una instancia momentánea de lo que he sido y de lo que seré. El párrafo citado de Eco nos da una buena pista de la naturaleza de este tipo de distancia: “haciendo que de un hecho presente, que sufrimos como trágico, se pueda hablar como si ya hubiera sucedido o estuviese aún por suceder”. Se trata de algo muy similar a ciertos recursos clínicos que suelen utilizarse para trabajar self como contexto: “imaginemos que han pasado cinco años desde esta situación que estás enfrentando, ¿qué te gustaría poder decir respecto a cómo la afrontaste?”. Este tipo de intervenciones clínicas permiten que una persona pueda recibir con cierta distancia a todo tipo de circunstancias, pensamientos y sentimientos dolorosos. En otras palabras, permiten tomar distancia de una situación que puede ser tanto verbal como directamente aversiva.

Estos recursos simbólicos permiten reducir los aspectos aversivos de una situación (sean simbólicos o físicos), pero son habilidades verbales relativamente avanzadas, que requieren de cierto entrenamiento y ciertas condiciones específicas para suceder. Cuanto menos destreza verbal y cuanto más intenso sea el control aversivo menos probabilidades habrá que se puedan desplegar estas habilidades, y menos probabilidades habrá de encontrar la gracia en ella.

Lo cómico y la clínica

Desde aquí podemos examinar un fenómeno clínico frecuente: las intervenciones de defusión y de toma de perspectiva suelen resultar divertidas. Incluso me arriesgaría a decir que la marca de que una intervención de defusión está bien ejecutada es que resulta cómica en alguna medida. Para entender por qué, repasemos los términos de lo cómico, reinterpretados según lo que hemos visto hasta ahora.

Mencionamos que para que algo nos resulte cómico es necesario que haya:

  1. Expectativas según convenciones socioverbales.
  2. La aparición de una función conductual incongruente con dichas expectativas.
  3. Bajo o nulo control aversivo.

Examinados con detenimiento, se trata de los pilares de toda intervención de defusión. Las intervenciones de defusión involucran:

  1. La presencia de convenciones y expectativas socioverbales, lo que se llama un contexto de literalidad, que indica ciertas formas típicas de responder a pensamientos difíciles como por ejemplo analizarlos para encontrarles un sentido o explicación.
  2. Las intervenciones de defusión evocan funciones conductuales incongruentes con esas expectativas. Un terapeuta utilizando una intervención así, en lugar de preguntar “¿por qué piensas eso?”, ante un pensamiento difícil, puede decir algo como “si ese pensamiento fuera una canción de Enrique Iglesias, ¿cuál sería y cuánto la odiarías”, evocando así formas no convencionales de responder a ese pensamiento.
  3. Para que la intervención sea efectiva, debe suceder en un contexto interpersonal (la relación terapéutica) que asegura que no haya juicio, ridiculización, agresión, ni ningún otro tipo de aversivo para la paciente. Por ejemplo, practicando previamente recursos de self como contexto, distinguiendo entre lo formal de los pensamientos y su contenido, externalizando a la mente, etcétera.

Este último punto es crucial: no se suelen realizar intervenciones de defusión como primer recurso, ni sobre contenidos que sean muy recientes o que generen alto malestar emocional: es altamente probable que una intervención de defusión, sin un contexto interpersonal seguro y libre de aversivos, resulte invalidante o incluso agresiva.

Cerrando

Esto ha sido un ejercicio de ociosidad intelectual –los dudosos frutos del demasiado tiempo libre. Algún espíritu con más rigurosidad y paciencia que el mío podría hacer un articulación más concienzuda y publicable (siéntanse libres de armar un artículo para un journal y ponerme como cuarto autor), la idea ha sido sólo jugar un poco con las posibilidades de la teoría.

Cerremos esto con una última cita de Eco, que aplica tanto a lo cómico como a las intervenciones clínicas de distanciamiento:

“¿Qué hace el humorismo? (…) viola los códigos. Mira las formas de forma inesperada, quita la máscara de los tipos, de la lógica, y nos muestra debajo el carácter contradictorio de la vida” El humorismo, devenido en definición del Arte, es una “ruptura de las leyes habituales del lenguaje. Como ruptura de los sistemas de expectativa que, al tiempo que rompe dichos sistemas, razona por qué los rompe (por tanto, no hay un solo un efecto cómico de sorpresa por el desorden que sobreviene, sino también una reflexión crítica sobre las razones del desorden inducido).”

He ahí una estupenda forma de pensar tanto los chistes como la clínica.

Referencias

Eco, U. (2012). De los espejos y otros ensayos. Debolsillo.

Epstein, R., & Joker, V. R. (2007). A threshold theory of the humor response. Behavior Analyst, 30(1), 49–58. https://doi.org/10.1007/BF03392145

Friman, P. C., Hayes, S. C., & Wilson, K. G. (1998). Why behavior analysts should study emotion: the example of anxiety. Journal of Applied Behavior Analysis, 31(1), 137–156. https://doi.org/10.1901/jaba.1998.31-137

Hayes, S. C., Barnes-Holmes, D., & Roche, B. (2001). Relational Frame Theory: A Post-Skinnerian Account of Human Language and Cognition. Springer.

Morreall, J. (2016). Philosophy of Humor. In E. N. Zalta (Ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 201). Metaphysics Research Lab, Stanford University. Retrieved from https://plato.stanford.edu/archives/win2016/entries/humor/

Pirandello, L. (2002). Esencia, caracteres y materia del humorismo. Cuadernos de Información y Comunicación, 7(1904), 95–130.

Skinner, B. F. (1945). The operational analysis of psychological terms. Psychological Review, 52(5), 270–277. https://doi.org/10.1037/h0062535

[1] No se puede dejar pasar la relevancia del apellido del segundo autor para el tema.

[2] Salvo que uno pueda tomar cierta distancia de uno mismo, como veremos más adelante.

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