Compartir problemas

Hace varios años (demasiados ya), durante un verano ayudé a una amiga a hacer más habitable una vieja casa a la que quería mudarse. Me doy algo de maña con herramientas y me divierte usarlas, así que le di una mano para reparar las paredes, pintar, arreglar puertas, cambiar las lámparas, entre otras. Las tareas se extendieron durante algunos días, en el transcurso de los cuales tuve que visitar en repetidas ocasiones una ferretería cercana para procurarnos los materiales necesarios.

Una mañana, mientras intentaba instalar una lámpara de pared, me encontré con un problema, tenía que atornillar el soporte de la lámpara, pero el lugar en donde debían ir los tornillos resultaba demasiado profundo y la lámpara no quedaba firme. Los detalles no importan, la cuestión es que no era una situación común sino una para la cual se debía improvisar alguna solución no ortodoxa. Se me ocurrió que si conseguía unos tubitos de plástico con ciertas características podían cortarlos y adaptarlos para la instalación, de manera que, una vez más, me fui a la ferretería.

Una vez allí procedí a explicarle al ferretero lo que estaba buscando: un tubito de tal tamaño y tal forma, como los que se usan en tal aparato, pero que se pueda cortar, pero que sea firme… es decir, la típica situación ferretera de alguien que va a buscar “el coso que va en el cosito alrededor del otro coso”, e intenta imprecisa y extensamente explicar las cualidades deseadas del coso en cuestión. El ferretero escuchaba mi pedido con una creciente expresión de perplejidad y confusión, hasta que en un momento, quizá intentando preservar nuestras respectivas corduras, me interrumpió acompañándose con un gesto de la mano –Pará, pará, pará, ¿qué es lo que querés hacer?

Detuve entonces mi engorrosa exposición para responderle:  –Quiero instalar una lámpara, pero los tornillos… y procedí a explicarle mi problema. ¡Ah! Tengo algo que creo que te puede servir –exclamó, y acto seguido se sumergió entre los pasillos de la ferretería, de donde emergió al rato, sonriente y con una cajita de cartón que contenía unas pequeñas piezas de plástico. Me explicó el uso tradicional de esas piezas, explicación que hoy ya no recuerdo, indicando que aunque no estaban diseñadas específicamente para lo que yo necesitaba, podían serme de utilidad. Era una solución diferente, pero mejor que la mía, ya que no necesitaba cortar las piezas para adaptarlas. Me las llevé por poco dinero, y en efecto, sirvieron perfectamente para instalar la lámpara –supongo que aún deben estar allí.

He pensado a menudo en ese episodio, intentando comprender lo sucedido, porque allí aprendí algo que me ha servido en más de una ocasión. Podría decirse así: lo que yo le presenté al ferretero era la solución que a mí se me había ocurrido –o mejor dicho, la forma general de una solución. Lo que me pidió el ferretero, en cambio, fue que le compartiera el problema con el que estaba lidiando. La diferencia no es menor: al pedirle la solución, su colaboración se limitaba a venderme alguna pieza que se pareciese lo más posible a mi descripción. Al compartirle el problema, en cambio, pudo usar su vasta experiencia con la ferretería para encontrar una solución diferente y más elegante.

La cuestión es que a menudo obramos de un modo muy similar. Frente a un problema que involucra a otras personas (sea que se trate de un problema con esas personas o un problema cuya solución requiere la participación de otras personas) algo que solemos hacer es transmitir las soluciones que se nos han ocurrido: tendrías que hacer esto, tendríamos que proceder de tal y tal manera. Esto no es necesariamente indeseable –suele ser más expeditivo, por lo que en algunas situaciones puede ser preferible proceder de esa manera.

Pero al obrar así nos estamos perdiendo de algo. Cuando abordamos un problema lo hacemos con nuestro propio repertorio de respuestas posibles, con nuestros conocimientos y destrezas, con nuestra experiencia, lo que implica que las soluciones posibles surgirán siempre dentro de los confines de ese repertorio. Pero cuando compartimos el problema con otra persona, estamos añadiendo su repertorio, y de esa manera estamos ampliando el universo de soluciones posibles. Nunca hubiese surgido esa solución si el ferretero no me hubiese invitado a compartirle el problema en lugar de la solución.

Incluso cuando se trata de una situación que involucra a otra persona, como por ejemplo en las dificultades de una relación, compartir el problema en lugar de indicar una solución suele conducir a mejores soluciones: estoy teniendo tal dificultad, ¿qué se te ocurre que podríamos hacer? Esto no debe entenderse como solamente pedir consejo, sino más bien abordar la situación construyendo un punto de vista compartido.

Indicar una solución limita a la otra persona a asentir o disentir, pero compartir el problema recluta sus recursos, su experiencia. Invita a pensar cooperativamente, y la inteligencia cooperativa siempre es superior a la individual al lidiar con situaciones complejas específicas: “para resolver problemas contextualizados no basta con el conocimiento experto por sí solo, sino que se requiere un conocimiento basado en la experiencia de todos. En el mejor de los escenarios, los participantes con diferentes experiencias pueden formar una comunidad de investigación en la que la inteligencia social crezca mediante la experimentación colaborativa” (Kauppi et al., 2019). Por eso el filósofo John Dewey veía a la democracia no como un conjunto de instituciones sino más bien como un método de abordar colectivamente los problemas de una época, método para el cual la diversidad de voces no es una debilidad sino una fortaleza (Stuhr, 2023).

En otras palabras, actuamos más inteligentemente cuando pensamos con otros.

 

Referencias

Kauppi, V.-M., Holma, K., & Kontinen, T. (2019). John Dewey’s notion of social intelligence. In Practices of Citizenship in East Africa (pp. 44–54). Routledge. https://doi.org/10.4324/9780429279171-4

Stuhr, J. (2023). Dewey’s pragmatic politics. In S. Fesmire (Ed.), The Oxford Handbook of Dewey (pp. 291–312). Oxford University Press.