Metáforas y analogías en ACT

Con una colega solíamos quejarnos un poco de que muchas de las que se proponían como “metáforas” en ACT son en realidad analogías o alegorías. Se trata de una distinción conceptual relativamente menor, uno de esos ejercicios de pensamiento y queja inútil sobre los cuales más de uno hemos hecho carrera.

Pero creo que esta vez distinguir unas de otras es un ejercicio que tiene alguna utilidad, por lo cual querría compartir algunas observaciones al respecto.

Metáforas, analogías, y otras formas del chamuyo

Cuando hablamos de metáforas, alegorías, comparaciones y analogías estamos hablando de recursos retóricos, formas de construir el discurso que no se limitan a la literatura sino que atraviesan nuestro decir de todos los días.

La metáfora, como ya sabrán, es la sustitución directa de un término por otro, como cuando decimos de alguien que está “en el ocaso de su vida”, en donde “ocaso” viene a sustituir “final”, o cuando decimos que alguien “es un adoquín”. A su vez, la alegoría es una suerte de metáfora extendida, una serie de metáforas enlazadas a un mismo tema central. El ejemplo más conocido quizá sea la alegoría de la caverna de Platón, cuyos varios aspectos ilustran los conceptos de la teoría platónica (los objetos que percibimos son sombras de los reales, el filósofo es quien se libera y busca la luz de la verdad, etcétera).

De allí la observación de que muchas de las que llamamos metáforas en ACT son en realidad alegorías, metáforas extendidas. La conocida historia de la persona cavando para salir de un pozo sería un buen ejemplo, ya que abarca varios elementos que pueden ser leídos en clave simbólica: caminar por un terreno con los ojos vendados como símbolo de lo invisible de la situación que lleva al sufrimiento, cavar en el pozo como expresión de usar el lenguaje para salir de una situación creada por el lenguaje, soltar la pala como sustituto de abandonar la evitación experiencial, etc.

Más allá de esta distinción, ambas funcionan de manera similar. La operación de las metáforas y alegorías es más bien subrepticia, la metáfora invita pero no indica qué entender de ella –nos muestra una cara de la moneda y nos invita a imaginar la otra. De allí que la metáfora siempre sea potencialmente polisémica: “nadie se baña dos veces en un mismo río” puede entenderse en relación con el cambio, el paso del tiempo, o con las costumbres higiénicas heracliteanas.

En cambio la comparación o símil involucra señalar explícitamente la relación entre los términos: “Esteban es peligroso como muleta con rueditas”. De la misma forma, la analogía funciona como una forma avanzada de la comparación, pero no entre términos sino entre relaciones (A es a C como B es a D), como en “la justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música”. Y si una buena parte de las que en ACT se denominan metáforas son más bien alegorías, también abundan las que en realidad son comparaciones o analogías: “la mente es como una fábrica de pensamientos”.

Por supuesto, las distinciones entre metáforas y analogías no son tan tajantes –además hay analogías metafóricas y metáforas analógicas. Para simplificar un poco en lo que sigue usaré solo los términos metáfora y analogía, incluyendo en la primera las alegorías y en la segunda las comparaciones.

La tercera rueda del triciclo

Tanto la metáfora como la analogía involucran tres elementos:

  1. Aquello de lo cual se está hablando
  2. Aquello con lo que se lo compara
  3. El tertium comparationis, que es la cualidad que se lleva de B a A

Tenemos así la remanida “las perlas de tu boca”, haciendo referencia a la blancura de los dientes de la persona amada (o a la esfericidad de las piezas dentarias). Para un ejemplo más diestro, tomemos el notable comienzo del Poema de los Dones de Jorge Luis Borges, en el cual el uso metafórico de “noche” para referirse a su ceguera le brinda otra eficacia a la estrofa:

Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche

Una diferencia central entre metáfora y analogía consiste en cómo se presenta el tertium, la cualidad común. La analogía es explícita al respecto: “fulanito es pesado como collar de bochas”, o “está desorientado como chancho en departamento”. La metáfora, en cambio, usualmente lo sugiere pero sin señalarlo abiertamente. En Romeo y Julieta, por ejemplo, leemos este fragmento:

“Romeo: – ¡Se burla de las llagas el que nunca recibió una herida! (Julieta aparece arriba, en una ventana). Pero, ¡silencio!, ¿qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y Julieta el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura!”

En este caso podemos encontrar el término del cual se habla (Julieta) y el término con el cual se la compara (el sol), pero Romeo no señala explícitamente de qué manera Julieta es el sol –podemos suponer que no es que Julieta sea una estrella enana amarilla, que ejerza atracción gravitatoria sobre otros cuerpos celestes, ni que Julieta esté muy “hot” (no suena muy shakespeariano). La frase invita al oyente a evocar la experiencia del sol, sin indicar explícitamente qué aspectos de esa experiencia. Este carácter implícito o encubierto del tertium hace que la metáfora tenga una parte de ambigüedad: “la metáfora, por más clara que sea la semejanza desde la que se construye, conserva un elemento que Aristóteles denomina [con un término que se traduce como] ‘ser dicho oscura o enigmáticamente’ [o con el sustantivo que significa] ‘enigma, adivinanza’” (Vázquez, 2010).

Dirán ustedes, “Maero, esto es más aburrido que escuchar un partido de ajedrez por la radio ¿por qué nos hacés esto?”. En primer lugar, yo no les hago nada, están leyendo esto por propia voluntad. En segundo lugar, porque creo que esto puede ayudar a pensar cómo usamos el lenguaje en la clínica de ACT.

Metáforas y analogías en la conversación clínica

Con frecuencia el trabajo clínico requiere discutir mensajes terapéuticos importantes, por ejemplo, que los pensamientos pueden tomarse como hipótesis, que evitar experiencias privadas de manera generalizada puede ser contraproducente, que orientar la vida hacia valores puede ser más funcional que hacerlo hacia metas rígidas, etcétera. Las metáforas y analogías son algunas de las herramientas que permiten traer ideas de este tipo al diálogo clínico, facilitando su comprensión e incorporación al repertorio de las pacientes. Aquí es donde creo que las características que acabamos de describir respecto a metáforas y analogías pueden ser de utilidad.

Una analogía es más bien explícita respecto a sus elementos, dejando relativamente poco lugar para malentendidos. Por este motivo se la suele utilizar para explicar conceptos científicos (Brown & Salter, 2010): “la mente es como una computadora”, “el átomo es como un sistema solar en miniatura”, “la célula es como una fábrica diminuta”[1]. En cierto modo su sentido está más cerrado.

El sentido de una metáfora, en cambio, suele tener un grado mayor de apertura, de indeterminación. Nunca es del todo claro cómo debería entenderse realmente una metáfora. Esta ambigüedad de la metáfora, su enigma, requiere que sea el oyente quien termine de construirla. Creo que esto es lo que permite que algunas de ellas sean reapropiadas una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad: lo que evocan es siempre nuevo porque cada público debe volver a interpretarlo. La metáfora funciona como una obra abierta –en el sentido del concepto de Eco–, una obra en la que el oyente o espectador debe reconstruir activamente su sentido cada vez. En la construcción del sentido de la metáfora “es el interlocutor o el auditorio quien lleva a cabo esta labor, en la que algunos aciertan y otros no. En ese aspecto, quien dice la metáfora, deja la responsabilidad de captar la semejanza al otro. El que dice metáforas oculta algo, hace una adivinanza a su interlocutor.” (Vázquez, 2010).

Dicho de manera más sencilla: la metáfora requiere ser interpretada, la analogía no (o lo requiere en grado menor). La analogía es una exposición, la metáfora es un diálogo. El oyente debe interpretar su sentido, y como toda interpretación, puede tomar direcciones inesperadas o indeseadas por quien la formula –por este motivo este recurso suele evitarse cuando se aspira a la precisión y claridad en la comunicación.

Pero creo que en esto radica precisamente la fuerza de la metáfora: el oyente no es un receptor pasivo sino que forma parte activa en la determinación de su sentido[2]. Como oyentes completamos su ambigüedad con nuestra propia experiencia, y en ese movimiento nos la apropiamos. Cuando un paciente “entiende” una metáfora, interpreta su ambigüedad en términos de su propia experiencia y puebla ese enigma con sus propias referencias y comprensiones.

Creo que en ello radica lo experiencial de la metáfora: no meramente en la vividez y familiaridad de las imágenes utilizadas, sino en que invita a hacer algo bastante más activo que la mera recepción de información. A menudo nos resulta más memorable lo que hacemos o decimos que aquello que se nos dice; por ejemplo, solemos recordar mejor un tema sobre el cual hemos escrito una tesis o trabajo práctico, que uno que sólo estudiamos o escuchamos.

Las analogías pueden ser muy útiles para ilustrar ideas, pero la metáfora, como procedimiento, permite que el oyente se apropie de una idea. Por esto la metáfora requiere tiempo, requiere ambigüedad, requiere trabajo.

Podemos pensar entonces más allá del mero contenido de las metáforas y analogías y considerarlas como una suerte de actitud o procedimiento para trabajar con ideas clínicamente relevantes. Tendríamos entonces:

1) Una actitud analógica o explicativa, que es lo que sucede cuando indicamos un sentido.

2) Una actitud metafórica o evocativa, que es lo que sucede cuando invitamos al oyente a encontrar o producir un sentido.

Creo que el error en que solemos caer es confundir ambas actitudes, explicando las metáforas en lugar de proponerlas; indicamos cómo se deben entender, en lugar de proponer un contexto en el cual nuestro consultante “descubra” ese sentido.

Tomemos el caso de la conocida historia de El invitado indeseado. El mensaje terapéutico que se intenta transmitir es, aproximadamente, que luchar contra experiencias internas desagradables es inútil y puede hacernos perder cosas importantes de nuestra vida. Ensayemos presentar esta historia con una aproximación analógica:

“Cuando luchas con ese pensamiento es como si trataras de echar a un invitado de una fiesta en la cual has invitado a todo el mundo. Ese invitado, como el pensamiento, no se va, y estás todo el tiempo pendiente de eso en lugar de estar conectado con la fiesta, que vendría a ser tu vida”

y con una aproximación más metafórica:

“Me gustaría proponerte algo: imaginá que has decidido dar una fiesta en tu casa e invitar a todos tus vecinos. El día de la fiesta empiezan a llegar los invitados, pero también uno de los vecinos a quien no invitaste. Le pedís que se vaya, pero al rato vuelve y entra por el patio sin pedir permiso, lo echás otra vez y para que no vuelva decidís quedarte en la puerta de casa. Pero al hacer eso, te perdés la fiesta: ves de lejos como la gente se divierte y la pasa bien mientras vos estás haciendo guardia para que no entre ese invitado indeseado. ¿Notás alguna similitud entre esta historia y lo que te está pasando?”

La historia es un poco más larga, pero creo que con este recorte alcanzará para ilustrar el punto. En la primera versión, estamos ilustrando la idea con una analogía, mientras que en la segunda estamos proporcionando una historia e invitando a la paciente a emitir las relaciones pertinentes. La respuesta a la primera versión sólo puede ser de asentimiento o rechazo, mientras que la segunda versión invita a hacer algo, a completar la indeterminación de la metáfora con la propia historia. La segunda requiere más tiempo y más esfuerzo que la primera, hay más chances de que no sea interpretada como querríamos, pero también es la que ofrece mayor potencial clínico.

No estoy diciendo que la aproximación analógica sea mala y la metafórica buena. Cada una tiene su lugar y su efecto. Una aproximación analógica es más breve y clara y puede ser más útil para comunicar contenidos que requieren una comprensión cabal. Una aproximación metafórica es más extensa, más ambigua, y puede resultar más útil para apropiarse personalmente de ciertas ideas. Creo que lo importante es saber qué es lo que queremos hacer en la situación clínica, y elegir la aproximación que resultare más relevante para ese objetivo.

La aproximación metafórica es un poco más desafiante porque involucra un grado de incertidumbre. Al igual que cuando proponemos una adivinanza, la otra persona puede no entenderla, o proponer una respuesta que no es la que queríamos obtener. Creo que por eso inicialmente tendemos a convertir a las metáforas en analogías y explicaciones: hay menos riesgo de malentendido. Pero, siendo más riesgosa, la aproximación metafórica tiene más probabilidad de generar un cambio, porque es la propia persona quien la conecta con su propia experiencia –por este motivo los profetas tienden a utilizar parábolas y lenguaje alusivo en lugar de explicaciones[3].

Algunas sugerencias generales para intentar una aproximación metafórica podrían ser las siguientes:

  • Piensen a la metáfora que vayan a proponer como una adivinanza que el paciente debe resolver y eviten apresurarse a explicarla. Abórdenla como diálogo guiado más que como una exposición.
  • Hablen en tiempo presente (presente histórico), evitando otros tiempos como el condicional o subjuntivo: “supongamos que has caído en arenas movedizas” en lugar de “si hubieras caído en arenas movedizas y trataras de salir”.
  • Si la historia lo permite, sitúen a la paciente como protagonista: “Me gustaría que imaginaras que en este momento estás en…” o “supongamos que has recibido cien millones de dólares”.
  • Hagan espacio e inviten a la paciente a interpretar la metáfora en relación con su propia vida. No hablen sólo ustedes. Hagan preguntas abiertas: “¿hay algo de esto que te resulte similar a tu experiencia?”, “¿crees que algo de la historia aplica a tu propia vida?”.
  • Refuercen las interpretaciones que se aproximen al mensaje terapéutico que están intentando transmitir, pasen por alto las que no o corríjanlas (intentando no explicar de más).

Estas no son más que algunas sugerencias generales, pero que quizá les sirvan al momento de trabajar clínicamente con una metáfora o historia. Encararlas, no como una explicación impartida, sino como un juego compartido.

Nos leemos la próxima!

 

 

[1] Otra característica interesante señalada por Törneke (2017, p. 50), es que la analogía, a diferencia de la metáfora, suele funcionar de manera bidireccional: “el átomo es como el sistema solar” puede invertirse y seguir siendo útil: “el sistema solar es como un átomo”. En cambio, si invertimos los términos para decir “El sol es Julieta” encontramos que la metáfora ha perdido eficacia. La dirección de la relación importa.

[2] Claro está, esto aplica a todo enunciado o término. La diferencia central, sospecho, es que la metáfora carece de referencias convencionales para su interpretación. Cuando una metáfora se interpreta siempre de una misma manera, cuando se convierte en una equivalencia convencional, su polisemia se reduce y se transforma en una metáfora muerta o congelada, como es el caso de términos como “depresión” o “resiliencia”, o las kenningar nórdicas. La modesta paradoja aquí es que cuando la comunidad verbal se pone de acuerdo respecto a cómo interpretar una metáfora, ésta pierde eficacia como tal.

[3] También por ello el arte tiende a volverse más metafórico cuando hay censura y represión, como sucedió con las letras del rock durante la última dictadura en Argentina, porque la metáfora permite decir sin decir del todo, permitiendo que sea el oyente complete el sentido. El verso de Charly García “los dinosaurios van a desaparecer” resulta en su indeterminación más seguro para el artista, pero también más eficaz y memorable.

 

Referencias

Brown, S., & Salter, S. (2010). Analogies in science and science teaching. American Journal of Physiology – Advances in Physiology Education, 34(4), 167–169. https://doi.org/10.1152/advan.00022.2010

Törneke, N. (2017). Metaphor in Practice. Context Press.

Vázquez, D. (2010). Metáfora y analogía en Aristóteles: Su distinción y uso en la ciencia y la filosofía. Tópicos (México), 38.

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