¿Por qué somos así?
No me refiero a la pregunta recriminatoria que nos hacemos al día siguiente de una resaca, sino a la consideración de cuáles son los factores que nos hacen lo que somos. La pregunta, como un helado en cono, puede y debe abordarse desde múltiples ángulos, y algo de ello querría intentar aquí.
Una parte muy significativa de lo que somos depende del presente con el que interactuamos y en el que nos toca vivir. Es en esa dimensión en la cual opera principalmente el análisis de la conducta y la psicología en general: el organismo actuando en y con su contexto. En un sentido, podría decir que soy el fruto de mi historia de aprendizaje, que incluye una plétora de factores contextuales que directa o indirectamente han moldeado lo que soy hoy: factores geográficos, políticos, económicos, culturales, de género, etcétera.
Pero se trata solo de la punta del iceberg: lo que somos depende también en gran medida de quienes nos precedieron. Somos el resultado de la información transmitida durante millones de años de procesos evolutivos. De ello querría ocuparme hoy, de los procesos por los cuales una generación pasa información a la siguiente, los procesos de herencia.
El motivo principal para esto es que, incluso en el seno de perspectivas más bien contextuales, la herencia y los procesos evolutivos en general suelen abordarse de maneras bastante mecanicistas, como si la evolución fuese algo reducido a procesos bioquímicos. Creo que es posible tomar un punto de vista diferente sobre este tema, creo que podemos considerar una perspectiva contextual sobre los procesos de herencia, aunque más no sea para jugar con algunas ideas y tener un tema de conversación adecuado para cuando los inviten a hablar en televisión sobre el auge del conductismo.
La perspectiva tradicional sobre la herencia.
Como podrán imaginarse, no existe una única forma de pensar la herencia –la biología no está exenta de controversias y disputas, en contraste con la armonía y calma imperante en la psicología– pero sí hay algunas formas más ampliamente aceptadas de hablar al respecto, que surgen en torno a ciertas interpretaciones de la teoría de la evolución.
Empecemos diciendo que Darwin describió la evolución de las especies por medio de la selección natural. La evolución abarca tres grandes procesos que actúan sobre una población de individuos: variación, selección, y retención. En resumidas cuentas: las variaciones en ciertos rasgos del organismo son seleccionadas por el ambiente en tanto confieren alguna ventaja, y esas variaciones se retienen y pasan a la siguiente generación. O dicho más técnicamente “en un mundo en el cual hay entidades interactuantes, con las propiedades de multiplicación, herencia, y variación transmisible que afectan a las chances de multiplicación, necesariamente ocurrirá una selección natural, que será seguida a largo plazo por una evolución adaptativa” (Jablonka, 2011, p.99).
Por ejemplo, la polilla moteada de Inglaterra es de color claro con algunas manchas más oscuras, lo cual le proporciona un camuflaje efectivo contra los depredadores al posarse sobre los troncos de los árboles. Ahora bien, cuando durante la revolución industrial en Gran Bretaña los árboles se ennegrecieron por el hollín, el color claro de las alas destacaba sobre el oscuro de la corteza, haciéndolas blanco fácil de depredadores. Como resultado de este nuevo ambiente, aquellos individuos con alas de color más oscuro tuvieron una ventaja sobre el resto, y ese rasgo fue retenido en la población, transmitiéndose a las siguientes generaciones. El ambiente seleccionó las variaciones más oscuras, que resultaban más efectivas para la supervivencia, y esas variaciones se retuvieron, siendo heredadas la siguiente generación.
Esta es a grandes rasgos la teoría darwiniana. Sin embargo, Darwin postuló los principios generales de la evolución, mas no los mecanismos específicos involucrados en cada proceso. Esto dejó un enigma respecto al funcionamiento de la herencia: una cosa es saber que los rasgos se transmiten a la siguiente generación, y otra cosa es descifrar cómo. En El origen de las especies Darwin no proporcionó una teoría sólida sobre cuál podría ser el mecanismo por el cual un determinado rasgo llega a la siguiente generación (Charlesworth & Charlesworth, 2009)[1].
Señalemos, de paso, que Darwin desconocía prolijamente la existencia del ADN y de los genes, ya que pasó casi un siglo entre la publicación de El origen de las especies y el descubrimiento del ADN. Quien sí propuso y demostró un mecanismo viable de herencia fue Gregor Mendel, quien tampoco supo nada del ADN, pero sí pudo, a través de observaciones controladas, formular las leyes que rigen la transmisión de rasgos, las leyes de la herencia. Darwin y Mendel fueron contemporáneos, pero durante su vida Mendel fue un desconocido en los círculos científicos, y sus descubrimientos no fueron ampliamente reconocidos durante su vida. La integración entre ambas perspectivas eventualmente sucedería, pero aún tendría que pasar bastante tiempo para ello. Más concretamente, tenemos que adelantarnos al siglo XX para encontrarnos en la interpretación más conocida de la teoría de la evolución, la “síntesis moderna”, un marco teórico que integra las ideas de Darwin con las leyes de la herencia de Mendel, y que posteriormente incorporó los modernos descubrimientos sobre el ADN y la biología molecular (Jablonka & Lamb, 2007).
Simplificando las cosas (algún día llegaremos al punto de este artículo, lo prometo) la síntesis moderna sostiene que la herencia es un proceso que atañe principalmente a lo que Mendel llamó factores y que hoy llamamos genes –es decir, un fragmento funcional de ADN. Al conjunto de los genes de un individuo se lo llama su genotipo, y la posición más conocida es la que sostiene que ese genotipo, en interacción con el ambiente, da lugar a las características observables de cada organismo particular, su fenotipo, sin modificar directamente el plano de construcción proporcionado por los genes, que será pasado a la siguiente generación[2].
Entonces, por decirlo mal y pronto, la síntesis moderna es la que identifica a la evolución y a la herencia como algo que atañe esencialmente a los genes: lo que se transmite y lo que heredamos son genes. Esta es la forma en la cual usualmente aprendemos la teoría de la evolución. Si ilustrásemos este punto de vista con una analogía, sería equivalente a decir que lo único que importa de una obra musical son las notas escritas en el pentagrama, mientras que lo demás es secundario. Esta es una perspectiva bastante exitosa sobre la naturaleza de la herencia, que ha originado muchísima investigación y se ha vuelto extremadamente popular durante el siglo XX. Pero, como a todo, se le puede dar una vuelta de tuerca.
Gen o centrismo
Esta forma de entender a la evolución, como un proceso que está fundamentalmente centrado en torno a la molécula de ADN, ha sido denominada genocentrismo:
“El genocentrismo siempre ha significado más que simplemente la doctrina de que el ADN es el único contenedor de información para la herencia. El genocentrismo sostiene que el gen es la unidad fundamental de la vida y la unidad primaria de selección en la evolución” (Thompson, 2007, p.183).
En otras palabras, el genocentrismo aborda a la evolución como algo que atañe fundamentalmente a los genes, excluyendo otras formas de entender el fenómeno. Desde esta perspectiva lo único relevante que un organismo hereda de sus ancestros es su genotipo, un particular conjunto de genes –por esto es que el conocido biólogo Richard Dawkins afirmó que el gen sería la unidad de herencia (Dawkins, 2006, p.11), es decir, lo que se transmite a través de las generaciones son genes. Desde esta perspectiva el resto del organismo es meramente un vehículo para la supervivencia y replicación del gen, por lo que la evolución, y en particular la herencia, son considerados como fenómenos principalmente genéticos. Digamos, si habláramos de caramelos el organismo sería sólo el envoltorio[3].
Ahora bien, aunque esta es la perspectiva más ampliamente aceptada sobre la evolución y en particular la herencia, no es la única. Existen otras teorías que cuestionan el genocentrismo de la síntesis moderna, ese énfasis sobre los genes como único nivel válido de análisis, descartando otros factores. En particular me quiero detener en la propuesta de Eva Jablonka, quien ha postulado que, en lugar de hablar de una unidad singular de herencia es preferible considerar una pluralidad de sistemas de herencia:
“Existen múltiples sistemas de herencia, con varios modos de transmisión para cada sistema, que pueden tener diferentes propiedades y que interactúan entre sí. Estos incluyen el sistema de herencia genética, los sistemas de herencia celular o epigenética, los sistemas que subyacen la transmisión de patrones conductuales en sociedades animales a través de aprendizaje social, y el sistema de comunicación que emplea lenguajes simbólicos. Estos sistemas acarrean información, que definiré aquí como la organización transmisible de un estado concreto o potencial de un sistema” (Jablonka, 2001, p.100)
La idea aquí es que herencia no es sinónimo de genes. La herencia, definida como “la conservación transgeneracional de los recursos necesarios para el desarrollo en un linaje de unidades históricamente conectadas” (Thompson, 2007, p.176), no se agota en el ADN. Jablonka propone que el genético es meramente uno de los sistemas que transmiten información de generación en generación –importante, pero no el único (véase Jablonka, 2005). Los sistemas de herencia propuestos serían:
- El sistema genético
- El sistema epigenético
- El sistema conductual
- El sistema simbólico
Jablonka postula que cada uno de ellos es un vehículo transgeneracional de información que contribuye de diferente manera al desarrollo del organismo y de la especie, diferentes niveles a través de los cuales opera la evolución.
Esto equivale a expandir la perspectiva usual sobre la evolución y –lo que a mi juicio es más interesante– sugerir una vía de integración con otros ámbitos del conocimiento, como los que se ocupan de la conducta y las prácticas culturales. Veamos de que se tratan entonces esos otros sistemas de herencia.
Sistema epigenético
El primer sistema que Jablonka propone añadir como vehículo de herencia es el sistema epigenético. La epigenética se refiere a los cambios de expresión de los genes que usualmente sucede como respuesta a condiciones ambientales, sin modificar el ADN. Dicho mal y pronto: frente a ciertas circunstancias ambientales específicas un gen determinado puede “encenderse” o “apagarse”, o ver modificado su volumen de producción de ARN, sin que esto implique modificaciones en el ADN que lo constituye[4].
Por ejemplo, algunas variedades de plantas cuentan con un gen cuyo efecto es suprimir la floración –cuando ese gen funciona normalmente, esas plantas no florecen[5]. Pero en varias especies la expresión de ese gen se puede “apagar” exponiéndolas de manera prolongada al frío. De esta manera puede inducirse la floración cuando se lo desea, en un proceso que se denomina vernalización (Song, Angel, Howard, & Dean, 2012). También hay amplia evidencia de procesos epigenéticos en seres humanos. La NASA, por ejemplo, comparando a un par de gemelos idénticos, uno de los cuales es astronauta y el otro no, encontró cambios en la expresión genética en el gemelo que estuvo en el espacio. El ADN de los gemelos es por supuesto idéntico, pero sus genes se expresaron de manera diferente a causa de la exposición a distintas condiciones ambientales. Quizá el ejemplo más dramático de cambios en la expresión genética que la historia nos proporciona sea el de la “Hambruna Holandesa”. En 1944, los nazis bloquearon el suministro de alimentos de Holanda durante todo el invierno, sumiendo al país en una hambruna terrible que se cobró la vida de unas veinte mil personas. Lo notable es que la hambruna tuvo efectos incluso sobre los fetos que estaban en gestación durante su transcurso. Las condiciones adversas gatillaron en ellos cambios en la expresión de ciertos genes, lo cual en la edad adulta se manifestó como una propensión aumentada a la obesidad, alto colesterol, diabetes y esquizofrenia (Heijmans et al., 2008).
Como notarán, estos ejemplos no involucran propiamente a la herencia, sino que se trata de fenómenos que afectan a un organismo durante su propio ciclo vital. Tradicionalmente se consideró que las modificaciones epigenéticas se “resetean” en cada generación, es decir, que no se transmiten sino que afectan sólo al individuo. Una planta vernalizada por exposición al frío, por ejemplo, no va a dar descendencia vernalizada, sino que es necesario repetir la exposición al frío con los descendientes para favorecer su floración.
Pero lo que ha hecho tambalear los cimientos del pensamiento genocentrista es el descubrimiento relativamente reciente de que en algunos casos las modificaciones epigenéticas pueden transmitirse generacionalmente, es decir, que algunos cambios en la expresión genética pueden ser transmitidos a las generaciones siguientes. El fenómeno parece ser más común en plantas, pero ha sido encontrado también en animales. Por ejemplo, se ha encontrado en ratones que ciertos tipos de mala alimentación (dietas altas en grasas, bajas en proteínas, desnutrición) afectan el funcionamiento metabólico de la siguiente generación (Carone et al., 2010; Ferguson-Smith & Patti, 2011). En otra investigación los ratones sanos y bien alimentados que eran nietos de ratones desnutridos, exhibieron dificultades para procesar la glucosa, en lo que constituiría una forma de herencia no genética extendida durante dos generaciones (Benyshek, Johnston, & Martin, 2006).
Con humanos el panorama no es tan claro porque es más difícil llevar a cabo investigaciones de este tipo, pero existe evidencia que apoya la hipótesis de la transmisión generacional de modificaciones epigenéticas (véase por ejemplo Horsthemke, 2018; Soubry et al., 2015). Por ejemplo, en un estudio realizado en Suecia se encontró que las hijas de los hijos de mujeres que sufrieron períodos de hambruna[6] tuvieron un riesgo aumentado de mortalidad cardiovascular (Bygren et al., 2014). En otra investigación realizada con la misma población, se encontró que la edad a la cual los padres empezaron a fumar afectó el índice de masa corporal de los hijos –pero no el de las hijas (Pembrey, Saffery, & Bygren, 2014).
La transmisión epigenética transgeneracional es un fenómeno aun relativamente poco conocido cuya investigación aún está en estado naciente, pero que probablemente no se trate de un fenómeno simple y mecánico –aclaro esto para que no corran a postear en las redes sociales que si una persona cría pollos sus nietos van a nacer con plumas. Se trata de fenómenos complejos que aún se siguen investigando para determinar su funcionamiento y alcance.
Lo que sí podemos decir es que hoy conocemos mecanismos de transmisión de la información que son moleculares, pero no genéticos. Evolutivamente tiene sentido: los cambios genéticos son más bien lentos, por lo cual frente a un cambio ambiental súbito una especie que dependa sólo de ellos puede extinguirse antes de tener tiempo de adaptarse. En cambio una especie que contara con mecanismos de adaptación rápidos y parcialmente transmisibles a la siguiente generación, como los epigenéticos, podría sobrevivir mejor a cambios ambientales bruscos tales como una hambruna o un cambio climático rápido.
Sistema conductual
El siguiente sistema de herencia que postula Jablonka es el conductual. Más precisamente diríamos que se ocupa de la cultura, entendida como “un sistema de patrones conductuales, preferencias, y productos de actividades animales, socialmente transmitidos, que caracterizan a un grupo de animales sociales” (Jablonka, 2005, p. 160). Es la conducta vista desde un punto de vista social, digamos.
La cultura es una de las formas en las cuales se puede transmitir información evolutivamente relevante a través de las generaciones. La idea parece simple, pero involucra romper con la mirada tradicional que postula a la evolución como algo que atañe exclusivamente a moléculas o células. La idea es que bajo ciertas condiciones la evolución puede ser afectada por procesos conductuales y culturales.
La forma más conocida de transmisión generacional de conductas está dada por el aprendizaje social. Los pájaros, por ejemplo, no nacen sabiendo el canto de su especie, sino que deben aprenderlo escuchando a otros miembros de su especie, proceso del cual surgen incluso “dialectos” regionales en una misma especie (en algunos casos, como sucede con los estorninos, incluso pueden aprender el canto de otras especies). Ahora bien, esto puede hacer más probable que los pájaros se apareen en mayor medida con quienes comparten sus dialectos, generando así un aislamiento reproductivo que sería un primer paso para la especiación, el surgimiento de una nueva especie (Jablonka, 2005, p.185). De esa manera, una característica cultural puede afectar el proceso evolutivo.
Otro ejemplo similar y muy conocido de estos fenómenos es el de los macacos de la isla de Koshima. En 1953 se observó por primera vez a una hembra, Imo, lavando batatas en el agua de mar antes de comerlas –probablemente al principio esto servía para quitarles la arena, pero al parecer luego adquirieron un gusto por la sal que de esa manera quedaba sobre la comida. Esa conducta pronto fue imitada por otros macacos de su grupo, y fue transmitida de generación en generación. Hasta tal punto esto fue así que en 1999, a pesar de que Imo y todos los macacos originales habían muerto ya, la conducta de lavar las batatas en el agua continuaba realizándose en esa comunidad de macacos (Hirata, Watanabe, & Masao, 2001). No se trata tampoco de un caso aislado, se han registrado numerosas instancias de conductas transmitidas de generación en generación en chimpancés (véase por ejemplo Whiten et al., 1999) y en otras especies.
Otra forma posible de transmisión transgeneracional de este tipo es la herencia de conductas de aversión o preferencia alimentaria mediadas por la placenta o la leche materna. Por ejemplo, en ratas, la exposición al alcohol durante la gestación llevó a un aumento en la preferencia por el alcohol hasta en tres generaciones posteriores (Nizhnikov, Popoola, & Cameron, 2016).
Las conductas y prácticas culturales alimentarias transmitidas pueden tener un impacto sobre los genes: “La selección natural puede llevar a la estabilización genética de rasgos que inicialmente fueron puramente culturales. (…) Por ejemplo, si hay una preferencia alimentaria aprendida tempranamente, y tal alimento es absolutamente vital, puede haber una ventaja en tener una base genéticamente sesgada a su favor. Habrá una selección de genes que estabilicen la preferencia aprendida” (Jablonka, 2005, p.184). Un ejemplo de esto es la capacidad de digerir leche en seres humanos. En los mamíferos la digestión de la leche depende de una enzima (lactasa) que habitualmente deja de producirse luego del destete, por lo cual la leche es difícil de digerir para un animal adulto. Para los seres humanos, que hemos adoptado la conducta de beber leche animal y sus derivados mucho tiempo después del período de lactancia, que esa enzima siga produciéndose proporciona una ventaja adaptativa –básicamente, nos brinda una fuente de alimento que puede ser salvadora en ciertos contextos. Ese es un buen ejemplo de una práctica cultural influenciando un proceso evolutivo (Gerbault et al., 2011)[7].
Otro interesante ejemplo humano está dado por la diseminación de la lengua de señas: “Hasta la invención y uso del lenguaje de señas, las personas sordas estaban cognitiva, social, y económicamente en desventaja, y rara vez tenían hijos, pero una vez que el lenguaje de señas comenzó a ser utilizado (…) muchas de sus desventajas sociales desaparecieron. Naturalmente, tendieron a casarse con personas con las cuales pudieran comunicarse. Como resultado del matrimonio entre personas sordas y el aumento de probabilidades de sobrevivir y tener hijos, en los Estados Unidos el número de personas con el tipo más frecuente de sordera se ha duplicado en los últimos 200 años” (Jablonka & Lamb, 2007).
Lo que ilustran estos ejemplos es que la evolución no sólo opera por medio de los genes, sino que hay una compleja interacción entre genes, mecanismos epigenéticos, y prácticas culturales, que tiene la potencialidad de moldear la dirección que sigue el proceso evolutivo en una especie determinada.
El sistema simbólico
El cuarto sistema de herencia es, hasta donde sabemos, dominio exclusivo de los seres humanos. Se trata del ámbito de las palabras, imágenes, iconos, y otras modalidades de la conducta simbólica, lo que en términos conductuales denominaríamos conducta verbal. Se trata, por supuesto, de una variedad de conducta, por lo cual podríamos incluirla junto al sistema conductual de herencia, pero sus efectos son tan marcados y localizados que parece prudente considerarla por separado. En palabras de Cassirer:
El hombre, por así decirlo, ha descubierto un nuevo método de adaptación a su entorno. Entre el sistema receptor y el sistema efector que se encuentran en todas las especies animales, encontramos en el hombre un tercer eslabón que podemos describir como el sistema simbólico. Esta nueva adquisición transforma toda la vida humana. En comparación con los demás animales, el hombre no vive simplemente en una realidad más amplia; vive, por así decirlo, en una nueva dimensión de la realidad. (Cassirer, en Jablonka, 2005, p. 194)
La forma en la cual la transmisión simbólica de información impacta sobre los procesos de desarrollo es evidente y no necesita demasiado desarrollo: las artes, la ciencia, el pensamiento, han cambiado dramáticamente la forma en la que la evolución opera sobre los seres humanos –e incidentalmente afectado los procesos evolutivos de otros organismos a través de fenómenos como la modificación de ecosistemas y el cambio climático.
El quinto sistema de herencia
Creo que llegados a este punto hay un sistema que Jablonka ubica en una categoría separada pero creo que podríamos considerarlo como otro sistema más que proporciona información al organismo en desarrollo y que en cierto sentido es algo heredado. Podríamos decirlo así: el desarrollo de un organismo y sus características no sólo depende de las moléculas y conductas pasadas de generación en generación – también hay información que contribuye al desarrollo del organismo pero que no está dentro del organismo (ni en sus ancestros) sino fuera, en el ambiente. Citemos a Louise Barret para esto:
“Para que un individuo produzca conductas típicas de la especie es necesario que herede un ambiente similar al de las generaciones previas (…) un ambiente anormal puede alterar el desarrollo normal tanto (o más) como lo haría un gen mutante, con consecuencias mayúsculas para la conducta. (…) Los procesos evolucionarios dependen de la herencia de un complejo de recursos de desarrollo confiablemente recurrentes –esto es, todos los recursos que un organismo necesita para desarrollar los rasgos que le permiten sobrevivir y reproducirse- tanto como de los genes.” (Barrett, 2011, p.77)
Destaco ese “recursos de desarrollo confiablemente recurrentes” porque creo que allí está el corazón de cómo podemos pensar el fenómeno de la herencia y los muy diferentes mecanismos que involucra. Digámoslo así: parte del desarrollo de un individuo se apoya en información implícita que proporciona el ambiente. Un organismo tiene que heredar, junto con la información genética, epigenética, conductual, y simbólica (cuando aplica), información ambiental.
Un ejemplo muy simple de esto es la gravedad. Muchos organismos dependen de ella para desarrollarse exitosamente: las plantas, por ejemplo, necesitan enviar sus raíces hacia abajo, por lo cual desarrollan sistemas sensibles a la gravedad, tomando información que por lo general está confiablemente presente. Pero si alteramos la gravedad, aún cuando el resto de los sistemas de herencia estén intactos, alteramos el desarrollo de los organismos y el curso de la evolución. Actualmente, con el auge de los viajes espaciales y la promesa cada vez más cercana de establecer un asentamiento humano fuera de la tierra, la investigación en los efectos de la modificación de esa constante en organismos está creciendo a pasos acelerados (véase por ejemplo Bizzarri, Monici, & Loon, 2015).
Pero no sólo las constantes planetarias (tales como el nivel de oxígeno del aire, la radiación, etc.), afectan el desarrollo de los organismos, sino que también las modificaciones deliberadas del ambiente realizadas por una especie (lo que técnicamente se denomina construcción de nichos) afectan enormemente el desarrollo evolutivo de los organismos que involucran.
Entonces, rizando un poco el rizo, y desbarrancando definitivamente en los conceptos, diríamos que no sólo heredamos recursos biológicos (genes, epigenes), y recursos conductuales (tradiciones, conductas, símbolos), sino también recursos físicos, un cierto ambiente.
Resumiendo
Lo que he intentado torpemente señalar en estas líneas es que una mirada contextual sobre los fenómenos evolutivos en general, y de la herencia en particular, puede ayudarnos a ganar una comprensión más amplia sobre ellos. Compartimos una forma de mirar con ciertas tradiciones de la ciencia evolutiva, consistente en abordar los fenómenos como acciones situadas. Misma mirada, pero distinta escala: la evolución misma como un acto en contexto, un evento influido probabilísticamente por una miríada de factores que actúan de diversas maneras.
Un organismo en desarrollo utiliza un complejo entramado de recursos de desarrollo confiablemente ocurrentes: sus genes, sus herencias epigenéticas, las conductas aprendidas, lo simbólico, las particularidades ambientales y planetarias en las que se encuentra. Cada mecanismo contribuye a la herencia de distinta manera, con diferente extensión. El desarrollo de un organismo es entonces la convergencia de ciertas particularidades del universo en un momento determinado, en un lugar determinado, con una historia determinada.
En cierto modo, cada vez heredamos un mundo.
Referencias
Barrett, L. (2011). Beyond the brain: how body and environment shape animal and human minds. Princeton: Princeton University Press.
Benyshek, D. C., Johnston, C. S., & Martin, J. F. (2006). Glucose metabolism is altered in the adequately-nourished grand-offspring (F3 generation) of rats malnourished during gestation and perinatal life. Diabetologia, 49(5), 1117–1119. https://doi.org/10.1007/s00125-006-0196-5
Bizzarri, M., Monici, M., & Loon, J. J. W. A. van. (2015). How Microgravity Affects the Biology of Living Systems. BioMed Research International, 2015, 1–4. https://doi.org/10.1155/2015/863075
Bygren, L., Tinghög, P., Carstensen, J., Edvinsson, S., Kaati, G., Pembrey, M. E., & Sjöström, M. (2014). Change in paternal grandmothers´ early food supply influenced cardiovascular mortality of the female grandchildren. BMC Genetics, 15(1), 12. https://doi.org/10.1186/1471-2156-15-12
Carone, B. R., Fauquier, L., Habib, N., Shea, J. M., Hart, C. E., Li, R., … Rando, O. J. (2010). Paternally Induced Transgenerational Environmental Reprogramming of Metabolic Gene Expression in Mammals. Cell, 143(7), 1084–1096. https://doi.org/10.1016/j.cell.2010.12.008
Charlesworth, B., & Charlesworth, D. (2009). Darwin and Genetics. Genetics, 183(3), 757–766. https://doi.org/10.1534/genetics.109.109991
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[1] Algunos años después de la publicación del El origen de las especies Darwin propuso su propio mecanismo para la herencia, la pangénesis, una teoría hoy desacreditada, según la cual cada parte y órgano del cuerpo emite sus propias partículas orgánicas específicas (a diferencia del ADN, que no codifica la información de un órgano particular sino de todo el organismo), que se integrarían en las gónadas, pasando así a la descendencia.
[2] Probablemente si los biólogos leyesen estas descripciones me correrían con un hacha, pero con un poco de suerte no se van a enterar; como sucede frecuentemente, la irrelevancia es un factor de supervivencia.
[3] La calidad de mis metáforas es digna de un Pulitzer.
[4] Curiosamente, en programación se utiliza un recurso parecido: una línea o sección de código puede “apagarse” marcándola como comentario (comment out), para que deje de funcionar sin eliminarla.
[5] El gen se denomina “represor floral”, lo cual nos proporciona una imagen mental de lo más curiosa.
[6] Es decir, las nietas de la abuela paterna. Podría poner directamente “nietas”, pero por algún motivo, este efecto no se observó en la descendencia del abuelo paterno ni en la de ambos abuelos maternos, lo cual señala que hay varias preguntas aún por contestar en todo esto.
[7] Es interesante imaginar cuál habrá sido la curiosa cadena de pensamientos del primer homínido que bebió leche de animales. Quizá el descubrimiento del queso haya sido una consecuencia indirecta del bestialismo.