Cada tradición psicológica suele acostumbrarse a un determinado vocabulario, un conjunto de palabras de uso esperable que es ligeramente diferente al resto y que funciona como una suerte de santo y seña teórico, cosa que es muy útil para identificar espíritus afines en las fiestas que se llevan a cabo en los congresos de psicología –no vaya a ser cosa que en la confusión etílica periacadémica vaya uno a cometer el horror de entablar conversación con una persona de otra corriente teórica[1].
Ese vocabulario no sólo incluye, como podríamos esperar, los conceptos teóricos y neologismos específicos de cada teoría, sino también términos de uso corriente que forman parte del folclore de cada tradición. Digamos, a pesar de que no hay nada teóricamente específico en los términos, varios de mis conocidos se alarmarían notablemente si dictara yo una clase con el título “La dirección de la cura”.
Señalo esto porque hace un tiempo una colega me dijo que le llamaba la atención el uso que yo hacía del término “interpretación” al hablar de conducta y temas relacionados. La extrañeza de mi colega es comprensible, y apuesto a que sería compartida por una buena parte de quienes me están leyendo –después de todo, no es de las palabras que, en Argentina, resulten de lo más esperables en boca de un psicólogo de orientación conductual, no parece pertenecer al léxico. Contribuyendo a la confusión, en más de una ocasión he explícitamente defenestrado la práctica de la interpretación en la clínica, entendida como atribución intempestiva de intenciones y significados ocultos a las acciones.
Para tranquilizar a mi colega que ya sospechaba que estaba yo bajo el efecto de estupefacientes, le expliqué que “interpretación” es un término que forma parte del léxico conductual de manera oficial –quiero decir, tiene su propia conceptualización y ocupa un lugar importante en el aparato conceptual del análisis de la conducta y el conductismo radical.
El lugar que ocupa la interpretación es, en efecto, muy interesante y se vincula no sólo con aspectos teóricos sino también con las prácticas cotidianas en ámbitos clínicos. Querría entonces compartirles la explicación sobre el concepto que, de manera no solicitada, le propiné a mi colega durante un descuido. Así que, si no tienen nada que hacer, avanti al artículo (sempre avanti).
Entre la ciencia y la filosofía
Siguiendo las prácticas de los malos ensayos (los únicos que me salen, por otra parte), empecemos definiendo el término. La mejor definición de interpretación que conozco es la proporcionada por el propio Skinner como respuesta a un comentario de Stalker y Ziff (Skinner, 1984, p. 578):
Stalker & Ziff han asumido que más allá de la ciencia y la tecnología solo existe la filosofía. Yo he encontrado algo más: la interpretación. La definiría como el uso de términos y principios científicos para hablar de hechos sobre los que sabemos poco, para hacer posible la predicción y el control.
El destacado es mío, y el alcance de la definición de Skinner es bastante claro: hay eventos que nos resultan de interés, pero sobre los cuales carecemos del nivel de predicción y control (o predicción e influencia, si usamos terminología más contemporánea) que sólo es posible en ámbitos experimentales. Es decir, conocemos poco sobre ellos[2]. Sin embargo, esto no implica permanecer en silencio al lidiar con hechos de esa naturaleza. Skinner sugiere que podemos utilizar principios conductuales que han sido sólidamente establecidos en ámbitos experimentales para arriesgar una explicación que nos proporcione algún grado de manipulación y predicción sobre el fenómeno en cuestión. La actividad de emitir conjeturas de ese tipo es lo que llamamos interpretación.
Puede resultar ilustrativo revisar lo que David Palmer escribe al respecto en el prólogo a la edición digital de Contingencies of Reinforcement: “La interpretación (…) tiene un significado técnico para Skinner. El laboratorio es la herrería en la que se forjan las herramientas de la ciencia y de la que emergen sus principios, pero muchos fenómenos naturales no son susceptibles de control experimental. Para Skinner, interpretar los datos fragmentarios e incontrolados de la experiencia cotidiana es mostrar cómo esos datos pueden surgir apelando a principios que han surgido de un análisis experimental y nada más. Una interpretación, entonces, difiere de la mera especulación en que se basa en un conjunto de principios que han sido validados en el laboratorio.” (Skinner, 2013, p. 7). Algo muy similar sostiene Donahoe: “la interpretación ocurre cuando algún fenómeno es observado bajo condiciones que no permiten un análisis experimental pero sobre el cual pueden aplicarse los frutos de análisis experimentales previos para explicar el fenómeno.”(Donahoe, 2004, p. 83).
Digámoslo así: abordar experimentalmente un fenómeno conductual requiere identificar y manipular las variables ambientales de las cuales es función. Por ejemplo, para determinar de qué manera un programa de reforzamiento de razón variable afecta el patrón de respuestas en ratas, es necesario establecer una situación experimental de la cual podamos manipular los aspectos ambientales clave y observar sus efectos: controlar la historia de aprendizaje, manipular la administración de reforzadores, los estímulos discriminativos, las operaciones establecientes, etc. Sólo bajo esas condiciones podemos conocer con alta precisión los factores en juego para esas conductas, identificando experimentalmente los procesos conductuales básicos que luego traduciremos en principios conductuales generales (por ejemplo, que las conductas reforzadas bajo un programa de razón variable son particularmente resistentes a la extinción).
El problema es que un buen número de fenómenos conductuales en la vida cotidiana no se prestan a esa clase de análisis. Por ejemplo, es difícil abordar experimentalmente las conductas suicidas, por motivos obvios, pero es posible interpretarlas de acuerdo a principios conductuales, formulando algunas conjeturas informadas sobre la historia y circunstancias de dichas conductas (conducta gobernada verbalmente, reforzamiento negativo, ciertas características de la comunidad verbal, etc.), y obtener así un grado de conocimiento sobre ellas que nos permitan identificar los factores involucrados y así prevenirlas dentro de lo posible.
El meollo de la cuestión aquí es que si asumimos que toda la conducta sigue las mismas leyes generales (y no hay motivo para no hacerlo), entonces podemos utilizar el conocimiento acumulado durante más de un siglo de investigaciones y desarrollos conceptuales para interpretar qué combinación de principios podrían dar cuenta del fenómeno que nos interesa
Esta forma de proceder, interpretando los fenómenos que son inaccesibles a la experimentación, es una práctica común en las ciencias. Entre otros ejemplos, Skinner menciona el caso de la teoría de la tectónica de placas, señalando que “[se trata de] una interpretación del estado actual de la corteza terrestre, usando principios físicos que gobiernan el comportamiento del material bajo altas temperaturas y presiones establecidas bajo las condiciones del laboratorio, donde la predicción y el control son posibles.” (Skinner, 1984, p. 578). Es decir, el fenómeno no ha sido abordado experimentalmente de manera directa (es difícil meter a todo un planeta en un laboratorio, especialmente si el laboratorio es de tamaño reducido), sino que ha sido interpretado siguiendo la evidencia disponible de principios básicos. Otras ciencias proceden de la misma manera –las hipótesis cosmológicas y la teoría de la evolución son ejemplos ilustres– y también se trata de una práctica rutinaria en los ámbitos de intervención: construir un puente o tratar una enfermedad son actividades en las cuales los hechos con los que lidiar son interpretados según principios bien establecidos en la ingeniería o la medicina, respectivamente.
¿Qué interpretar?
La interpretación, insisto, consiste en aplicar principios bien establecidos a fenómenos que no se acomodan fácilmente a un análisis experimental. En el análisis de la conducta, tales fenómenos son aquellos que tienen las características de complejidad e inaccesibilidad –y ambas características aplican a la mayoría de la conducta humana.
La conducta es un tema de estudio agobiantemente complejo, y lo es por partida doble. No sólo la conducta actual depende de múltiples factores contextuales inmediatamente presente (véase Michael et al., 2011), sino además de la historia de aprendizaje involucrada: “los organismos son sistemas históricos cuyos estados futuros son dependientes no sólo de su estado presente, sino también de su historia de estados pasados (…) Organismos que se comportan de manera idéntica en una situación dada pueden reaccionar de manera diferente a un mismo evento ambiental posterior dependiendo de sus experiencias únicas. Por ejemplo, el fracaso puede tener poco efecto en el comportamiento de alguien cuyo comportamiento anterior ha sido en gran medida exitoso, pero un efecto devastador en alguien cuyo comportamiento anterior ha sido en gran parte infructuoso.” (Donahoe, 2004, p. 84).
Es decir, la comprensión experimental rigurosa de cualquier fenómeno conductual requiere conocer además de todos los factores actuales de los que depende, toda la historia conductual relevante, algo que no siempre es posible por motivos éticos y/o prácticos, especialmente en el caso de la conducta humana compleja (digamos que, salvo que consideremos a la película The Truman Show como un procedimiento experimental válido, es difícil conocer la historia de aprendizaje completa de una persona).
La complejidad de la conducta puede resolverse experimentalmente abordando conductas simples o de manera aislada, para las cuales podemos establecer una historia particular y controlar las variables relevantes. Pero cuando se trata de patrones complejos de conducta un abordaje experimental se vuelve más difícil. Por ejemplo, es prácticamente imposible realizar un abordaje experimental del patrón conductual de la depresión: es difícil acceder a toda la historia de aprendizaje de la persona deprimida, como así también a las variables que efectivamente influencian esas conductas en la vida cotidiana (ya que poner a la persona en un laboratorio sería efectivamente cambiar el contexto).
Para sumarle dificultad a la cosa, aún si de alguna manera pudiéramos montar un entorno experimental en cual tuviéramos registro de todas las conductas observables, se nos sumaría el problema de los estímulos y conductas encubiertos (emociones, pensamientos, sensaciones físicas, etc.), esto es, el mundo interno de una persona, al cual es difícil acceder de manera experimental en tiempo real pero que forma parte importante de los patrones conductuales complejos.
Permítanme de paso señalar que el mundo interno es efectivamente relevante e interesante para el conductismo, pero abordarlo experimentalmente es extraordinariamente difícil, ya que implica conocer con precisión no sólo los estímulos y respuestas encubiertas, sino también la historia de interacción con la sociedad y cultura que controlan las funciones para esos estímulos y respuestas. En la práctica, el mundo interno involucrado en patrones complejos de conducta es inaccesible experimentalmente. Pero aun así “los principios conductuales se aplican a todo el comportamiento, público y privado, observado y no observado. El análisis experimental debe limitarse a eventos observables y manipulables, pero el alcance de los principios derivados de un análisis experimental incluye todos los eventos de comportamiento.” (Palmer, en Skinner, 2013, p.13). Es decir, a menudo es difícil abordar experimentalmente los eventos privados, pero eso no nos impide abordarlos de manera interpretativa.
La interpretación es además la principal actividad disponible cuando sólo tenemos un acceso parcial o indirecto a los fenómenos –como sucede notablemente en los ámbitos clínicos. En rigor de verdad, el trabajo clínico mayormente se guía por interpretaciones de los fenómenos en cuestión, más que por análisis funcionales propiamente dichos[3].
Resumiendo, factores como la complejidad, la inaccesibilidad, y las restricciones prácticas de algunos fenómenos conductuales de interés hacen que sea impracticable abordarlos experimentalmente. En esos casos es un camino lícito interpretarlos utilizando principios bien establecidos en entornos experimentales, y de esta manera lograr algún grado de predicción e influencia sobre ellos, o abrir el camino para futuras investigaciones.
Las variedades de la interpretación
Ahora bien, como señalé al principio, la interpretación no es un término exclusivo del análisis de la conducta –hay otras tradiciones psicológicas que apelan a esa práctica, pero con variaciones clave respecto a la interpretación conductual.
En primer lugar, la interpretación conductual cumple un papel en la construcción del conocimiento que es diferente al que desempeña en otras tradiciones psicológicas. Aproximadamente podríamos decir que la producción de saber en el análisis de la conducta sigue este camino (Donahoe, 2004, p. 84):
- Se investigan conductas simples por medio de análisis experimental para identificar y describir procesos básicos.
- Se formulan principios que resuman esos procesos y métodos basados en ellos.
- Se interpretan conductas complejas aplicando esos principios y métodos. Las interpretaciones se consideran válidas cuando los procesos y principios empleados resultan suficientes para dar cuenta de lo observado.
Es decir, se parte del análisis experimental de fenómenos simples para formular principios que se aplican para interpretar fenómenos complejos. La interpretación es una actividad posterior al análisis experimental, que lo extiende y complementa sin reemplazarlo. Por ejemplo, el libro Conducta Verbal de Skinner es una larga interpretación de la conducta verbal utilizando principios que fueron establecidos experimentalmente a lo largo de décadas de investigación conductual, procedimiento que se repite a lo largo de su producción con todo tipo de términos psicológicos de uso cotidiano.
En contraste, la construcción de conocimiento en el grueso de la psicología sigue un camino diferente, que puede bosquejarse aproximadamente así:
- Se interpretan conductas complejas.
- Dichas interpretaciones se utilizan para formular inferencias (que son luego investigadas)
- Esas inferencias se aplican a la interpretación de otras conductas complejas.
Es decir, en este caso la interpretación está en el punto de partida y en el de llegada. Un caso paradigmático de este camino sería el uso de la interpretación por parte de Freud: en La interpretación de los sueños, por ejemplo, se parte de la interpretación de conductas complejas (los sueños y sus relatos), se formulan inferencias para explicarlas, y se considera que el fenómeno ha sido explicado cuando alcanzan para dar cuenta del mismo, tras lo cual esas mismas inferencias se aplican para la interpretación de a otras conductas.
Podemos señalar algunos problemas con este uso de la interpretación (que no es exclusivo de Freud, sino que está extendido en la psicología hegemónica). En primer lugar, usada de esa manera, la interpretación carece de una base firme. Dado que las conjeturas no tienen un fundamento experimental cuidadoso, se incrementa el riesgo de que se vean afectadas por toda clase de sesgos y prejuicios difíciles de detectar. La interpretación de Galeno de la melancolía como un exceso de bilis negra, o los sesgos de género asociados a los diagnósticos de histeria (Ussher, 2013) son buenos ejemplos de esto.
Otro potencial problema de este tipo de interpretación es la circularidad: los principios que fueron inferidos a partir de un fenómeno se usan como explicación suficiente del mismo fenómeno del cual fueron inferidos. Puesto de manera esquemática:
- Se interpreta que la conducta compleja A está causada por los fenómenos inobservables B y C (por ejemplo, dicho de manera simplificada: “los sueños son un cumplimiento de deseos”).
- Los fenómenos inobservables B y C se usan para dar cuenta de la conducta compleja A. (por ejemplo, se describen casos de cumplimiento de deseos en sueños).
- Se asume como demostrado que la conducta A está causada por los fenómenos inobservables B y C.
Esto involucra una petición de principio: la inferencia que se debía demostrar (1) se toma como premisa verdadera y se sacan conclusiones de ella (2), que son tomadas como confirmación de la inferencia (3), pero la premisa inicial nunca fue realmente demostrada. Lo que era una hipótesis provisional no se demuestra, sino que se toma como una verdad de la cual sacar conclusiones, que a su vez son las que se utilizan como prueba de la hipótesis. Es darse a uno mismo una palmada en la espalda.
Entonces, una diferencia central en la interpretación en el análisis de la conducta con respecto a otras tradiciones es la forma en que se la utiliza en la construcción de conocimiento.
Otra diferencia en la interpretación conductual con respecto a otras variedades es sobre qué aspectos de los fenómenos se enfoca. El análisis de la conducta asume que la conducta es función en última instancia del contexto, no de eventos o mecanismos internos, por lo cual las interpretaciones conductuales de las conductas complejas conjeturan sobre qué factores ambientales e históricos podrían estar en juego, en lugar de enfocarse en mecanismos hipotéticos internos que podrían ser sus causas.
Esto no implica que el mundo interno (pensamientos, sentimientos) quede excluido de las interpretaciones conductuales, sino más bien que su papel es desplazado. “Un análisis conductual no rechaza la utiliza de los reportes del mundo interno que es sentido e introspectivamente observado. Constituyen pistas sobre (1) la conducta pasada y las condiciones que la afectaron, (2) la conducta actual y las condiciones que la afectan, y (3) las condiciones relacionadas con conductas futuras” (Skinner, 1974, p. 35). Digamos, podemos obtener información contextual de los reportes de sentimientos y pensamientos, y es legítimo hipotetizar formas en las cuales dichas experiencias privadas podrían participar en fenómenos conductuales complejos, pero no es legítimo conjeturar que dichas experiencias sean las causas de esos fenómenos. Todo evento interno que se postule debe ser referido en última instancia a factores contextuales.
La evitación experiencial es un buen ejemplo. Se trata de una interpretación que intenta dar cuenta de un fenómeno complejo como es la psicopatología, postulando que una parte significativa de lo que observamos en diversos cuadros clínicos puede entenderse como el abanico de consecuencias que surgen de la evitación/escape de experiencias privadas (sensaciones físicas, emociones, pensamientos, recuerdos, predisposiciones conductuales).
Es una respuesta que está parcialmente controlada por una estimulación interna (como el hambre, por ejemplo). Pero la explicación de la causas de la evitación experiencial no es brindada en términos internalistas, sino en términos de los efectos contextuales de fenómenos conductuales conocidos: “desde nuestra propia perspectiva conductual contextual (…) hay varios factores que contribuyen [a la evitación experiencial], incluyendo la naturaleza bidireccional del lenguaje humano, la generalización inapropiada de reglas de control, el apoyo social para las emociones y cogniciones como causas de la conducta, apoyo social, y el modelado de evitación experiencial, entre otros.”(Hayes et al., 1996, p. 1155). Son esas condiciones contextuales las que llevan a que ciertas experiencias privadas tengan esas funciones. Cada uno de esos factores involucra principios básicos que han sido establecidos experimentalmente con conductas simples, y son esos principios la causa propiamente dicha de la evitación experiencial.
De esta manera, un fenómeno complejo y del cual conocemos relativamente poco (ciertos aspectos de la psicopatología) puede comprenderse satisfactoriamente (esto es, lograr cierto grado de influencia y predicción), en términos de procesos básicos investigados experimentalmente. Dicho de manera simplificada: la interacción de ciertos procesos conductuales elementales contribuye a establecer a las experiencias internas como estímulos discriminativos para conductas de evitación, lo cual conlleva determinadas consecuencias problemáticas. Y dado que las causas se establecen en términos de un determinado contexto, las intervenciones posibles consistirán en la alteración de dicho contexto.
Que las interpretaciones conductuales se enfoquen en el contexto tiene dos características deseables. En primer lugar, a diferencia de mecanismo hipotéticos internos los factores contextuales son en principio directamente observables y modificables. Como mínimo, una interpretación conductual debe señalar los aspectos del contexto cuya alteración influiría sobre el fenómeno en cuestión: los aspectos del ambiente físico, biológico, o social, o la historia de aprendizaje necesaria. De manera que una interpretación conductual es ante todo práctica –proporciona una guía para predecir e influenciar un aspecto del mundo (esto, por supuesto, no quiere decir que siempre sea posible hacerlo).
La segunda ventaja que ofrece el enfocarse en el contexto es que suele resultar en conjeturas más compasivas que aquellas basadas en factores internos (Regan & Totten, 1975; Stewart et al., 2010). Es la diferencia entre “el deprimido es un quejoso” versus “el deprimido emite verbalizaciones que en el pasado han resultado en contención y apoyo social, pero que en el ambiente actual resultan aversivas para otras personas”. He citado varias veces la expresión de Skinner, “la rata siempre tiene razón”, como ilustración de esta característica: en un entorno experimental todas las acciones de una rata son respuestas adecuadas a su ambiente, aún aquellas que nos parezcan erróneas. Similarmente, asumir que las acciones de una persona son siempre respuestas perfectamente adecuadas a sus condiciones de vida, y que cualquier persona con esa historia de aprendizaje y en esa situación respondería de la misma manera, nos ayuda a desculpabilizar y orientar la atención hacia los aspectos del contexto responsables por tales respuestas.
Cerrando
La interpretación constituye un camino que puede ocupar un lugar válido en la producción de conocimiento, si la utilizamos con ciertas precauciones. A este respecto, podemos volver a revisar la primera parte de la definición de Skinner anteriormente citada:
Stalker & Ziff han asumido que más allá de la ciencia y la tecnología solo existe la filosofía. Yo he encontrado algo más: la interpretación
Si me permiten jugar un poco, llevando la frase más allá de su sentido original y forzando los términos, diría que esa enumeración de ciencia, filosofía, e interpretación, condensa las tres vías principales de construcción del conocimiento: la inducción, la deducción, y la abducción. El razonamiento inductivo es aquel que a partir de la observación de los casos particulares formula principios generales, y es el proceder que más claramente representa a la ciencia experimental. El razonamiento deductivo, por su parte, es aquella forma del razonamiento en la cual partimos de premisas para llegar a sus conclusiones lógicas necesarias (el consabido “todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre; por lo tanto, Sócrates es mortal”), y está más claramente representado en la labor de la filosofía.
Por su parte, el razonamiento abductivo, dicho a lo bruto, es aquel en el que se formula la explicación más probable para un conjunto de observaciones a partir de una regla. Es enunciar una conjetura plausible para un determinado fenómeno. Esta tipo de razonamiento fue identificado y desarrollado por C.S. Peirce, que señaló que la conjetura así formulada no sólo debe explicar los hechos sino también ser susceptible a verificación experimental, algo completamente compatible con lo que vimos sobre la interpretación conductual. De manera que en el corazón de la interpretación conductual encontramos a la abducción complementando elegantemente otras vías del conocimiento.
La interpretación conductual, resumiendo entonces lo dicho hasta aquí, consiste en el uso de términos y principios científicos para hablar de fenómenos que no son actualmente accesibles a un abordaje más riguroso. Nos permite lograr un cierto grado de predicción e influencia sobre esos fenómenos, e identificar posibles vías para un análisis experimental más riguroso. Las siguientes son algunas de las características centrales en una interpretación conductual:
- Se basa en principios conductuales bien establecidos experimentalmente.
- Complementa y extiende el análisis experimental, pero no lo reemplaza.
- Se enfoca principalmente en el contexto de los fenómenos psicológicos.
Si han llegado hasta aquí, gracias por la compañía. Espero que el tema les haya interesado tanto como a mí, o al menos, que haya contribuido a despejar ciertas confusiones.
Nos leemos la próxima.
Referencias
Donahoe, J. W. (2004). Interpretation and Experimental-analysis: An Underappreciated Distinction. European Journal of Behavior Analysis, 5(2), 83–89. https://doi.org/10.1080/15021149.2004.10446387
Hayes, S. C., Wilson, K. G., Gifford, E. V., Follette, V. M., & Strosahl, K. (1996). Experiential avoidance and behavioral disorders: A functional dimensional approach to diagnosis and treatment. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 64(6), 1152–1168. https://doi.org/10.1037/0022-006X.64.6.1152
Michael, J., Palmer, D. C., & Sundberg, M. L. (2011). The Multiple Control of Verbal Behavior. The Analysis of Verbal Behavior, 27(1), 3–22. https://doi.org/10.1007/BF03393089
Regan, D. T., & Totten, J. (1975). Empathy and attribution: Turning observers into actors. Journal of Personality and Social Psychology, 32(5), 850–856. https://doi.org/10.1037/0022-3514.32.5.850
Skinner, B. F. (1974). About Behaviorism. Random House.
Skinner, B. F. (1976). What Is Psychotic Behavior? In H. Rachlin (Ed.), Behavior and Learning (pp. 88–101). W.H. Freeman and Company. https://doi.org/10.1037/11324-015
Skinner, B. F. (1984). The operational analysis of psychological terms. Behavioral and Brain Sciences, 7(4), 547–553. https://doi.org/10.1017/S0140525X00027187
Skinner, B. F. (2013). Contingencies of Reinforcement. Appleton-Century-Crofts.
Stewart, T. L., Latu, I. M., Kawakami, K., & Myers, A. C. (2010). Consider the situation: Reducing automatic stereotyping through Situational Attribution Training. Journal of Experimental Social Psychology, 46(1), 221–225. https://doi.org/10.1016/j.jesp.2009.09.004
Ussher, J. M. (2013). Diagnosing difficult women and pathologising femininity: Gender bias in psychiatric nosology. Feminism & Psychology, 23(1), 63–69. https://doi.org/10.1177/0959353512467968
[1] Lo mejor es no ir.
[2] Recordemos que para Skinner el conocimiento “no debe ser identificado con lo que vemos de las cosas, sino con lo que podemos hacer con ellas. El conocimiento es poder porque es acción”(Skinner, 1976). Conocer poco significa que aún tenemos poco control sobre los hechos en cuestión.
[3] En efecto, si bien hay múltiples y conflictivas definiciones de lo que un análisis funcional es (Haynes & O’Brien, 1990), en sentido restringido un análisis funcional está ligado a la observación directa y a la manipulación controlada de los fenómenos de interés. La metodología básica del análisis funcional puede describirse como la “observación y medición directas de la conducta problema bajo condiciones de evaluación y control en las cuales alguna variable ambiental es manipulada”(Hanley et al., 2003, p. 149). Notarán que esto no es posible para la enorme mayoría de los fenómenos clínicos. En el ámbito clínico usualmente no lidiamos con la conducta blanco y sus variables antecedentes y consecuentes, sino con el relato que hace de ellas una persona. No sólo no podemos manipular directamente las variables reportadas, sino que el reporte mismo depende en gran medida de la atención y memoria de la persona. Por ejemplo, cuando analizamos en sesión un episodio de autolesiones, el grueso del material que analizamos no es la conducta blanco en sí sino un relato de la conducta y sus circunstancias de emisión. Ese relato habitualmente es: a) emitido varios días después del evento en sí, b) por parte de una persona que usualmente no está profesionalmente entrenada para identificar contingencias, c) y además las contingencias a identificar sucedieron mientras estaba experimentando un estado emocional intenso. En ese sentido, un paciente es literalmente la peor fuente de información disponible . Esto no quiere decir que sean inválidas la información que obtenemos del relato y las intervenciones que de ella se desprenden, claro está. La evidencia señala que un proceder clínico guiado por una interpretación conductual del relato, utilizando fuentes suplementarias de información como registros y evaluaciones, y apelando al conocimiento acumulado de nuestra disciplina sobre las posibles variables para esas conductas, lleva a intervenciones clínicas útiles. Pero en cualquier caso estamos lejos del análisis funcional entendido en su sentido estricto de observación directa y manipulación de variables. Por supuesto, podemos ampliar el sentido del término “análisis funcional” para aplicarlo también a los procedimientos que se basan en indagación indirecta. Tendríamos entonces análisis funcional en sentido experimental, en sentido observacional, y en sentido clínico. Sería una distinción lícita –después de todo, podemos hacer con las palabras lo que queramos, y en tanto las usemos con claridad no debería haber mayor riesgo de confusión. De todos modos, creo que como recordatorio de humildad y prudencia con las conclusiones que así extraemos vale la pena tener en cuenta que la variedad de análisis funcional que utilizamos en la clínica hace un uso extenso de la interpretación conductual del relato, es decir del “uso de términos y principios científicos para hablar de hechos sobre los que sabemos poco, para hacer posible la predicción y el control”.