¡Volvimos con el favorito de toda la familia, las citas ilustradas!
Hoy hablaremos de alguien que afiló la Navaja de Occam para usarla en psicología.
Como quizá sepan, la navaja de Occam (también conocida como principio de parsimonia), es un principio heurístico que establece que ante varias hipótesis igualmente válidas para explicar un fenómeno debe elegirse la que implique menos supuestos.
Esto suele traducirse como “la explicación más simple” pero lo que la formulación canónica establece es que no deben multiplicarse innecesariamente las entidades hipotéticas (yo prefiero su formulación en lunfardo: “no hay que conjeturar al pedo”, pero es cuestión de gustos). Puedo explicar que los neurotransmisores en mi cerebro son transportados por ángeles diminutos, invisibles, intangibles e indetectables de cualquier forma, pero es un supuesto innecesario del cual puedo prescindir (como le respondió el científico Laplace a Napoleón Bonaparte cuando éste le preguntó sobre el lugar de Dios en su modelo del sistema solar: “Señor, no necesito esa hipótesis”).
En psicología, curiosamente, ejercemos una suerte de anti-occamismo, ya que en igualdad de condiciones solemos preferir la hipótesis con mayor número de supuestos. Mas que una navaja para podar hipótesis innecesarias, lo que tenemos en psicología es la regadera de Occam, que las riega y multiplica (“cuanto más complicada sea una teoría, mejor”).
La cita de hoy se refiere a una aplicación especial del principio de parsimonia en psicología. Conwy Lloyd Morgan fue un etólogo y psicólogo que trabajó en el área de psicología animal comparada entre finales de siglo XIX y principios del XX, y acuñó el canon de Morgan, que prescribe una forma de aplicación del principio de parsimonia al estudiar la conducta animal:
En ningún caso debe interpretarse una actividad animal en términos de procesos psicológicos superiores si puede ser igualmente interpretada en términos de procesos inferiores en la escala de evolución y desarrollo psicológico (Morgan, 1903)
Creo que el canon de Morgan sigue siendo una buena prescripción no sólo para psicología comparada, sino para la psicología en general: si algo se puede explicar en términos de procesos más básicos, es mala práctica apelar a procesos más complejos (salvo, cuando esto brinde mayor poder explicativo). Al examinar una explicación psicológica, vale la pena detenerse y hacerse esta pregunta: ¿podría explicarse igualmente con procesos más básicos?
Creo que el canon de Morgan sigue siendo una buena prescripción no sólo para psicología comparada, sino para la psicología en general: si algo se puede explicar en términos de procesos más básicos, es mala práctica apelar a procesos más complejos (salvo, cuando esto brinde mayor poder explicativo). Al examinar una explicación psicológica, vale la pena detenerse y hacerse esta pregunta: ¿podría explicarse igualmente con procesos más básicos?
No otro ha sido el método del conductismo radical: abordar fenómenos complejos, como el lenguaje o la afectividad, a partir de procesos más simples como el condicionamiento clásico y operante, sin apelar a entidades hipotéticas o procesos especiales. No explicar con más lo que se puede explicar con menos.
Nos leemos la próxima!
Referencias
Morgan, Conwy Lloyd (1903). “Chapter 3. Other minds than ours”. An Introduction to Comparative Psychology (2nd ed.).
1 comentario
Muy bueno! Me.vino justo hoy para revisar algunos procesos. Gracias