Una madre refiere que está algo cansada de tener que juntar la ropa de su hija adolescente del suelo y colocarla en el cesto de ropa sucia. Se queja cada día, a la par que repite la conducta de ordenar la ropa de su hija. Refiere que ha hablado con ella muchas veces sobre la importancia del orden en la casa y de la colaboración en el hogar por parte de todos los integrantes de la familia. Ha repetido estos contenidos a su hija infinidad de veces, confiando en que la palabra logrará cambiar algo de la situación que le genera tanta incomodidad. Pero nada cambia. La madre refiere entonces que su hija “no aprende” lo que ella intenta enseñarle.
Pero curiosamente esta madre está, sin ser conciente de ello, “enseñándole” a su hija. Lo que le enseña es probablemente lo opuesto a lo que sus palabras intentan conseguir. Le enseña con sus conductas. Le enseña, podríamos arriesgar, que no es necesario que haga nada diferente, ya que su ropa estará siempre ordenada y limpia. A lo sumo la adolescente tendrá que tolerar escuchar a su madre quejándose, pero eso no parece ser tan molesto comparado con el beneficio de tener su ropa lista sin mover un dedo.
Estamos enseñando con nuestras conductas todo el tiempo. Quizá hasta enseñemos a nuestros hijos conductas que no deseamos de su parte.
Pensemos otra vez. Un padre refiere que ya no sabe cómo lograr que su hijo deje de golpear a sus amigos. Su hijo tiene 6 años y cuando se encuentra con amigos en reuniones o cumpleaños su papá refiere que no puede estar tranquilo hablando con los otros padres ya que con frecuencia ocurre un episodio en el que su hijo golpea a un amiguito cuando no obtiene lo que quiere. El papá le ha explicado muchas veces lo que suelen explicar los papás en esas situaciones “que pegar está mal, que hay que pedir bien las cosas, que hay que respetar los turnos, etc”. También intentó hablar sobre lo que le pasa en esos momentos a su hijo preguntando “¿por qué hiciste eso?”. Este papá confía tanto en la palabra como la madre del ejemplo anterior, y es capaz de repetir el argumento acercándose al niño con calidez cada vez que un nuevo episodio ocurre. Este argumento repetido, que el niño a esta altura ya conoce de memoria, es seguido la mayoría de las veces por un aviso que dice más o menos así: “si ocurre de nuevo, nos iremos de la fiesta”. Curiosamente, cuando vuelve a ocurrir el padre vuelve a repetirle al hijo que no debe hacer esas cosas. Pero nunca ha llegado a cumplir con el aviso; nunca se han ido de la fiesta efectivamente.
De nuevo, el padre está enseñando con conductas probablemente algo diferente a lo que quiere en realidad trasmitir. Está enseñando, quizá, que la conducta de pegar no tiene más consecuencia que hacer hablar un poco al padre, lo cual, debido a la reiteración de la conducta, no parece ser tan molesto para el niño.
Estamos enseñando con nuestras conductas todo el tiempo. Nuestras conductas son, en el ámbito de crianza, parte del contexto de la conducta de nuestros hijos. Nuestras respuestas son una parte de las consecuencias de la conducta del niño.
¿Cómo cambiar conductas?
Asumimos que las conductas se repiten (las de los hijos y las de todos) debido a que tienen una función particular en un contexto dado (una función deseable) y esa función es definida por aquello que antecede a la conducta (lo que ocurrió antes) y aquello que es su consecuencia (lo que ocurrió después). Lo que ocurrió antes de la conducta recibe el nombre de antecedente y lo que ocurrió después el de consecuencia. Los antecedentes y las consecuencias no son la conducta en sí, sino su contexto. El conductismo propone que para poder cambiar las conductas, lo único que podemos cambiar de manera directa es el contexto de las mismas. Es decir: para que una conducta cambie, es necesario cambiar sus antecedentes o sus consecuencias – a veces ambos.
Ninguno de los padres de los ejemplos es conductista. Jamás leyeron nada sobre la técnica de manejo de contingencias. De hecho quizá hasta les genere rechazo la idea de combinar crianza y conductismo. Sin embargo, ambos están utilizando refuerzos para comportamientos que no desean ver en sus hijos. Sus respuestas están cumpliendo una función, lo sepan o no. Y la propuesta es entonces, ya que es inevitable aplicar contingencias, aplicarlas de manera que logren aumentar las conductas que quieren ver en sus hijos: pueden ser conductas de respeto hacia otras personas, o de colaboración en casa, de amistad, de inclusión de personas diferentes, etc.
La clave estaría entonces en aumentar la efectividad en la crianza y la definición de efectividad va a ser particular en cada familia, con su cultura y sus valores. La propuesta es lograr aportar consecuencias reforzantes para las conductas que queremos aumentar y no aportarlas para las conductas que queremos disminuir.
Detengámonos de nuevo. Notemos que cuando hablamos de crianza no estamos mencionando el castigo como la clave. Estamos hablando de reforzar conductas deseadas y no reforzar las no deseadas. ¿Por qué? Porque es el método que probó ser más efectivo. Si bien en la crianza de los hijos a veces se utiliza el castigo, las investigaciones reportan que es menos efectivo que la utilización de refuerzos ya que no enseña conductas nuevas –aspecto fundamental- sino que sólo marca “lo que no”, con altas chances de dañar la relación, de ser utilizado de manera abusiva. Sí, pese a todos los mitos entorno al conductismo, desde allí no se recomienda la utilización de castigos. Para algunos puede ser una sorpresa.
Pero venimos mencionando refuerzos y castigos y es necesario definirlos brevemente para asegurarnos de estar hablando de lo mismo.
El reforzamiento es el proceso de fortalecer (o aumentar) una conducta a través de sus consecuencias (funcionalmente llamadas aquí “reforzadores”). Como notarán, un estímulo sólo puede considerarse un refuerzo si logra mantener o aumentar la conducta que lo antecede. De modo que refuerzo no es equivalente a premio. Un premio puede aumentar o no la conducta que lo antecede. También notarán entonces que un estímulo puede ser reforzador de una conducta para una persona y no para otra. Por eso si queremos aumentar una conducta en nuestros hijos, tendremos que saber qué estímulos pueden funcionar como reforzadores y cuáles no para ellos. Hay una manera bastante sencilla de saberlo y es probando. Si doy una consecuencia que aumenta la conducta que deseo aumentar –si felicito a mi hijo porque lo veo estudiando y eso genera que mi hijo continúe estudiando o estudie con más frecuencia- entonces puedo asumir que, en parte, mi felicitación funciona como un reforzador de la conducta de estudiar. En cambio si mi felicitación no genera ningún impacto o bien hace que conducta de estudiar disminuya, puedo decir que no está funcionando como reforzador. Esto explica en parte porque algunos padres refieren que “con sus hijos estas cosas no funcionan”. Probablemente no están encontrando los reforzadores adecuados para esa persona en particular. La madre del ejemplo inicial intenta disminuir la conducta de su hija de dejar la ropa tirada en el suelo, pero lo que logra al levantarla ella y lavarla es reforzar dicha conducta. Y asumimos que la está reforzando porque la conducta de su hija se mantiene.
El castigo es un método para disminuir una conducta a través de sus consecuencias. De la misma manera que ocurre con los refuerzos, un castigo puede llamarse castigo sólo si logra disminuir la conducta que lo antecede. Si la conducta no cambia, entonces no hubo castigo ahí. De allí que cuando un padre dice “lo castigo pero no le importa”, en realidad no está castigando la conducta; su intención no produce el efecto deseado.
Castigos y refuerzos se definen por el efecto que producen, no por la intención de quienes los aplican. Y es de fundamental importancia comprender que no se está reforzando o castigando a los hijos (a las personas en sí) sino que se está reforzando o castigando conductas.
Cambiamos conductas cambiando sus consecuencias. La propuesta es, como mencionamos, reforzar las conductas deseadas y no reforzar las no deseadas. ¿Cómo aplicaría esto a los ejemplos dados al comienzo? Quizá la madre de la hija adolescente podría probar dejando de reforzar la conducta de su hija de dejar todo tirado, quizá probar con no juntar la ropa ni lavarla hasta tanto ella la coloque en el cesto de ropa sucia. Quizá el padre del niño de 6 años podría probar dejando de hablar amablemente con su hijo explicándole por vez número cien qué eso está mal y retirándolo de la fiesta cuando aparece una conducta indeseada como pegar a un amigo. Como ven, esto no es una propuesta teórica sino práctica. Se trata de probar qué cambios generan cambios en las conductas de nuestros hijos y cómo impactan para acercarnos más a lo que queremos lograr.
Amigándonos con los refuerzos: qué son, qué no son y cómo administrarlos
- Refuerzos no significa figuritas, golosinas o una estrella dorada en un cuaderno: de hecho las figuritas, las golosinas o las felicitaciones pueden resultar en refuerzos o no dependiendo del niño y del contexto. De modo que si no te gusta usar esas cosas con tus hijos, podés dejarlas de lado sin problemas.
- Los refuerzos se definen por sus efectos: un estímulo particular puede ser un reforzador para una conducta particular en un contexto particular, si fortalece el comportamiento que lo precede. Así de simple. No es necesario que se vea como un premio o que sea placentero o tenga mucho sentido para un observador externo.
- Reforzamiento implica cambio: puede ocurrir que una conducta aumente porque se presente un estímulo apetitivo (reforzamiento positivo) o porque disminuya un estímulo aversivo (reforzamiento negativo). Estas definiciones pueden sonar algo tediosas, pero sea el refuerzo positivo o negativo siempre involucra un cambio y es este cambio lo que es reforzante.
- Algunos reforzadores son más naturales que otros: Cuando se trata de reforzar conductas muchas personas recurren a reforzadores artificiales (como dar dinero, por ejemplo). Pero de hecho, muchos reforzadores naturales son más poderosos. Los reforzadores naturales en este sentido son aspectos que provoca la conducta en una situación, la conducta los hace aparecer naturalmente. Por ejemplo, si disfrutás leer, entonces leerás más a menudo. El refuerzo (el placer al leer) ocurre naturalmente cuando lees. Algunos expertos en crianza están preocupados por la proliferación del uso de refuerzos artificiales con los niños. Se recomienda preferir siempre la utilización de refuerzos naturales. De hecho los comportamientos mantenidos por reforzadores naturales son más propensos a persistir o aumentar y a ser experimentados como libremente elegidos.
- El reforzamiento sucede, estés planificándolo o no: Justamente como existen los reforzadores naturales, probablemente estés reforzando conductas particulares de tus hijos, quieras o no.
- Determinados estímulos son reforzantes en determinados contextos: Los estímulos no son esencialmente refuerzos o no lo son. Son refuerzos en determinado contexto. De esta manera un plato lleno de tu comida favorita es probablemente altamente reforzante cuando tenés hambre, ¿pero luego de que terminaste de comer el plato? Probablemente no.
- Como padres, podemos aprender a encontrar estímulos específicos reforzantes: Muchos reforzadores son aprendidos. Cualquier cosa que pase al mismo tiempo que el reforzamiento puede convertirse en un reforzador por sí mismo, por ejemplo, los niños pueden encontrar que algunas frases sin sentido o algunos apodos que les dan sus padres son reforzantes si sus padres usualmente los usan mientras les dan afecto.
Si practicas estar presente para tu hijo con toda tu atención, ser amoroso y amable con él; si practicás ser sincero y respetuoso de sus necesidades y de las tuyas; si con frecuencia lográs tomar su punto de vista y ponerte en su lugar y validar sus emociones y deseos, entonces tendrás montones de reforzadores naturales aumentando las conductas que querés fortalecer en tus hijos. Eso no significa que no enfrentarás desafíos en la crianza; todos los tenemos. Significa quizá que habrá menos frustración en la relación con ellos y más deseos de compartir tiempo y actividades juntos en el marco de un vínculo confiable y seguro.
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