Acerca de las diferencias entre aceptación y resignación

Una de las distinciones más difíciles de aprehender en ACT es la que existe entre aceptación y resignación. La distinción suele ser más bien difusa, del estilo “la aceptación es buena, la resignación es mala”, o apoyándose en alguna definición ingeniosa de esas que no definen demasiado. Ahora bien, creo que distinguir con un poco más de precisión entre ambos conceptos puede resultar de utilidad, no sólo para presumir de solvencia conceptual en reuniones vecinales, sino también para mejorar la práctica clínica, y en particular el uso de procedimientos de terapia de exposición.

Evitación experiencial y función

Hablamos de evitación experiencial cuando “una persona no está dispuesta a permanecer en contacto con experiencias privadas (sensaciones corporales, emociones, pensamientos, recuerdos, predisposiciones conductuales), y toma medidas para alterar la forma o la frecuencia de estos eventos y/o los contextos que los ocasionan, aun cuando esto no sea inmediatamente necesario” (Hayes et al., 2014).

Notarán que así definida, evitación experiencial no se refiere a una estrategia específica, sino que describe una relación funcional entre ciertos estímulos y ciertas conductas: cuando surgen ciertos estímulos, se emiten ciertas conductas. Dicho de otro modo, hablamos de evitación experiencial cuando las experiencias internas exhiben funciones discriminativas para conductas de evitación, cuando actúan como señales de que es un buen momento para hacer algo que prevenga o controle el malestar o aquello que lo ocasiona.

Pero la función psicológica de cualquier estímulo no es intrínseca sino relativa al contexto en que ocurre: un vaso de agua puede tener funciones apetitivas si me lo ofrecen cuando estoy atravesando un desierto y aversivas si me lo ofrecen en lugar de la cerveza que me acabo de pedir en un bar. Lo mismo aplica a las respuestas, ninguna es de evitación experiencial per se, sino que se la denomina así cuando está al servicio de la reducción de malestar. Puedo beber la cerveza para reducir mi ansiedad social o para apreciar su sabor, y sólo en el primer caso estaríamos hablando de evitación experiencial.

Estas funciones psicológicas de estímulos y respuestas no son intrínsecas, sino adquiridas y situadas, contextuales si prefieren. El impacto sensorial intrínseco de un estímulo usualmente no basta para que tenga funciones aversivas o apetitivas –basta notar que lo amargo de la cerveza o lo picante del ají no los vuelve intrínsecamente aversivos, sino más bien lo contrario, y lo mismo sucede con ciertas prácticas sexuales intrínsecamente dolorosas pero entusiastamente practicadas.

Lo mismo pasa con las experiencias internas: en ciertos contextos socioverbales –que no vamos a explicitar aquí por razones de espacio– las mismas suelen adquirir funciones discriminativas para conductas dirigidas a controlar la forma o la frecuencia de esos eventos (véase Friman, Hayes, & Wilson, 1998). Pero las experiencias internas, aún cuando fueran displacenteras, no son intrínsecamente aversivas, no son peligrosas, no son nocivas, no son tóxicas: son parte de la experiencia humana normal. Lo verdaderamente problemático son los intentos de controlarlas, resolverlas, prevenirlas. Lo problemático no es la vergüenza, la tristeza, o la ansiedad, sino las acciones que llevamos a cabo para intentar remediarlas: escondernos, borrarnos, ceder espacios de la propia vida.

 

Evitación, aceptación, resignación, y otras palabras que riman.

Hablamos de evitación experiencial, entonces cuando las experiencias internas adquieren funciones de evitación, funciones aversivas, de manera generalizada y contraproducente.

Armados de esta idea podemos intentar una definición de aceptación: hablamos de aceptación de experiencias internas cuando, al estar en contacto con ellas, no predominan sus funciones de evitación, sino funciones apetitivas o de aproximación como por ejemplo interés, atención, compasión, o curiosidad. Las experiencias internas tienen lugar de la misma manera, pero se responde a ellas con respuestas que más bien tienden a observar o contemplar el malestar sin llevar a cabo acciones de control. Es decir, la aceptación implica funciones diferentes a las evitativas para las experiencias internas, una modificación de la relación funcional entre las experiencias internas y las conductas.

Ahora bien, la definición de evitación experiencial señala dos aspectos ligeramente diferentes para el fenómeno. La definición canónica que ofrecí en la sección anterior postula que evitación experiencial es lo que sucede cuando (a) una persona no está dispuesta a permanecer en contacto con experiencias privadas (sensaciones corporales, emociones, pensamientos, recuerdos, predisposiciones conductuales), y (b) toma medidas para alterar la forma o la frecuencia de estos eventos y/o los contextos que los ocasionan, aun cuando esto no sea inmediatamente necesario. Llamemos a estos dos aspectos de la evitación experiencial (a) rechazo y (b) lucha, correspondientemente; el rechazo sería la actitud general hacia las experiencias internas, y la lucha sería el despliegue de respuestas activas de control o evitación. Se trata de aspectos complementarios pero distinguibles en las respuestas.

Ver la cuestión de esta manera quizá arroje algo de luz sobre la idea de resignación: podemos llamar así a la situación de estar en contacto con una experiencia interna cuando la misma exhibe funciones aversivas, pero sin emitir esfuerzos activos de control o evitación. Es decir, la resignación es rechazo sin lucha. Me resigno cuando dejo de luchar contra algo, pero aún prefería que no pasara[1].

Decimos que una persona está resignada a la ansiedad cuando no lucha con ella, cuando no emite respuestas activas de control, pero aún querría, desesperadamente, dejar de sentirla. La experiencia interna de la ansiedad sigue siendo aversiva, pero se responde a ella de manera más bien pasiva, sin conductas manifiestas de evitación o control. Aceptar la ansiedad, en cambio, involucra experimentarla sin rechazo, con interés y curiosidad, como una experiencia a tener en lugar de un problema a resolver.

Por eso la resignación suele asociarse a la pasividad: no hay lucha visible contra el malestar. La procesión va por dentro, como dice el refrán. Pero creo también que es esto lo que la vuelve superficialmente similar a la aceptación; entre alguien resignado a caminar bajo la lluvia y alguien aceptando caminar bajo la lluvia las diferencias observables son menores, quizá sólo notables en algunos gestos o en la posición general del cuerpo. Pero psicológicamente la experiencia es completamente diferente, porque las funciones psicológicas involucradas son diferentes.

La aceptación, a diferencia de la resignación, entraña un cambio en las funciones de las experiencias internas respecto a la evitación. Hayes y colaboradores lo dicen mejor: Aceptación no es tolerancia pasiva o resignación sino una conducta intencional que altera la función de las experiencias internas, de eventos a ser evitados a focos de interés, curiosidad y observación como parte de vivir una vida valiosa (Hayes et al., 2013).

Podríamos ilustrar las diferencias entre evitación, resignación, y aceptación con un cuadro:

  Funciones de las experiencias internas Afrontamiento
Evitación experiencial Aversivas Rechazo y lucha: el malestar es rechazado, hay intentos activos de control.
Resignación Aversivas Rechazo sin lucha: el malestar es rechazado, sin intentos activos de control.
Aceptación Apetitivas/neutras El malestar no es rechazado sino observado. Respuestas de apreciación, observación, interés, curiosidad, normalización.

 

Quizá esto permita comprender un poco mejor por qué las terapias contextuales insisten tanto en aquello de “modificar la función” de las experiencias internas. No se trata de modificar su intensidad o frecuencia, sino de modificar cómo se responde a ellas. No es sentir menos ansiedad o un pánico más suave, sino de recibirlos, como sea que se presentaran, sin esfuerzos por controlarlos y sin revolverse contra ellos, sino con cierta indiferente gentileza, como si fueran parte del paisaje.

Exposición y aceptación

Creo que estas distinciones entre nos pueden ayudar a comprender algunas sutilezas del trabajo clínico con exposición.

Sea cual sea su formato (exposición prolongada, interoceptiva, escritura expresiva, exposición emocional, etcétera), la exposición intenta contrarrestar la evitación de ciertos estímulos o clases de estímulos.

Pero aquí está el nudo del asunto: para que sea exposición (o al menos para que sea una buena exposición), tiene que existir un cambio en la función del estímulo evitado, no una mera proximidad física con el mismo. Esto es algo que a menudo es fuente de confusión para terapeutas de otras orientaciones teóricas: no es exposición arrojar al agua sin más a una persona que le tiene miedo a nadar. Más allá de las consideraciones éticas de hacer algo así, hay una cuestión práctica: no hay un cambio en la función del estímulo. El agua sigue teniendo funciones aversivas, sólo he reducido la distancia entre el agua y la persona.

Una buena terapeuta de exposición no es la que arroja al paciente al agua, sino el que crea un contexto que favorezca otras funciones para el estímulo evitado, informando y ayudando a explorar los efectos de la evitación, aclarando confusiones comunes, guiando exposiciones preliminares, modelando y fomentando atención, humor, interés, curiosidad, contemplación hacia lo evitado, acompañando durante el proceso y potenciando aprendizajes con conversaciones posteriores a la exposición. Un buen procedimiento de exposición no se enfoca en la reducción del malestar (hay buena evidencia de que es mala idea hacer exposición con foco en la reducción de ansiedad, véase Craske et al., 2014), sino en cambiar las funciones de lo evitado.

La exposición es un procedimiento psicológico, no geográfico. Requiere interacción más que la mera cercanía con un estímulo. Lo que creo que tiende a confundir las cosas es que la cercanía suele ser necesaria para cambiar la interacción con un estímulo, e incluso en algunos casos puede ser suficiente: si tengo miedo a los gatos y me encierran con uno durante un tiempo prolongado quizá eventualmente le pierda el miedo. Pero confundir cercanía con interacción es como pensar que basta la proximidad física con una persona para entablar una amistad.

Similarmente, la resignación puede ser en algunos casos un primer paso hacia la aceptación, ya que ambas implican una suerte de “cercanía” sin lucha con el malestar, pero van por vías distintas. La aceptación implica un cambio en la función del malestar, implica poder verlo como algo normal, que no necesita ser controlado sino más bien experimentado, una más de las experiencias que la vida nos brinda.

Por todo esto, una recomendación al abordar tanto exposición como aceptación es ir más allá de tomar contacto con el estímulo y esperar que el malestar baje, sino más bien en crear clínicamente, con palabras y acciones, un contexto que establezca a los estímulos en cuestión como algo a contemplar, como algo normal, y favorecer conductas de acercamiento e interacción. Un contexto en el cual se reduzcan los prejuicios y se dirija la atención, el interés, la curiosidad, hacia lo evitado.

Un contexto que ayude a no a solo tolerar, sino a cambiar la función, la forma de interacción con lo evitado. En otras palabras, amigarnos con la experiencia.

Espero que les haya resultado útil, nos leemos la próxima.

[1] Un buen ejemplo de esto podría ser la desesperanza aprendida, en la cual la situación sigue siendo aversiva, pero ya no se emiten respuestas activas de evitación.

 

 

Referencias

Craske, M. G., Treanor, M., Conway, C. C., Zbozinek, T., & Vervliet, B. (2014). Maximizing exposure therapy: An inhibitory learning approach. Behaviour Research and Therapy, 58, 10–23. http://doi.org/10.1016/j.brat.2014.04.006

Friman, P. C., Hayes, S. C., & Wilson, K. G. (1998). Why behavior analysts should study emotion: the example of anxiety. Journal of Applied Behavior Analysis, 31(1), 137–156. http://doi.org/10.1901/jaba.1998.31-137

Hayes, S. C., Levin, M. E., Plumb-Vilardaga, J., Villatte, J. L., & Pistorello, J. (2013). Acceptance and Commitment Therapy and Contextual Behavioral Science: Examining the Progress of a Distinctive Model of Behavioral and Cognitive Therapy. Behavior Therapy, 44(2), 180–198. http://doi.org/10.1016/j.beth.2009.08.002

 

8 comentarios

  1. Gracias por procesar los conceptos y herramientas con el notable don de pedagogía que aprovechas afortunadamente para nosotros, para compartir e intercambiar.
    Pensaba en relación a la función aversiva y apetitiva, en el comer hedónico y la obesidad. La aceptación ahí también iría por el lado de cambiar la función del estímulo interno? Quiero decir, si la persona disfruta comer pero eso determina un daño en su salud. Tengo claro que actuar conforme a objetivos terapéuticos de mejora de la salud implicaría abandonar algo de ese placer que se vuelve demasiado determinante de las conductas, pero no me queda claro si podemos pensar en aceptación de estímulos con funciones apetitivas.
    Gracias!

    • Buenas, como va? Hay más tela para cortar y bastante para discutir con esos objetivos terapéuticos, pero respondiendo de manera general diría que no es necesario practicar aceptación de sensaciones placenteras, porque no hay evitación de ellas. Es lo mismo que pasa con el tabaquismo o abuso de sustancias, sobre lo que se busca generar aceptación es para las experiencias internas cuya evitación es un obstáculo para actuar al servicio de valores. En el caso que describís, la aceptación probablemente se dirigiría al malestar derivado de abstenerse de comer, de la misma manera que en el caso de tabaquismo se dirigiría al impulso de fumar y a la ansiedad y sensaciones físicas relacionadas con no fumar. Saludos!

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