Soy multitudes

Quizá el pasaje más recordado del extenso Song of myself de Whitman sea aquél que cerca del final del poema reza:

Do I contradict myself?
Very well then I contradict myself,
(I am large, I contain multitudes.)

[¿Me contradigo?
Pues bien, me contradigo
(Soy enorme, contengo multitudes)]

Hay algo de esas líneas que nos resulta intuitivamente verdadero: sea cual fuere nuestra naturaleza última, la sentimos plural. Albergamos múltiples tendencias y apetitos que suelen interferir entre sí, resultar divergentes o mutuamente excluyentes. El personaje Whitman que narra el poema –que es distinto del Whitman autor– vive todas las vidas, conoce todos los destinos. Borges, comentando el poema dice que “Whitman ya era plural, el autor resolvió que fuera infinito”.

Encontramos una rima que resuena con esta idea en el lugar más inesperado. En Sobre el Conductismo (1974), B.F. Skinner escribe:

“Una persona es un organismo, un miembro de la especie humana, que ha adquirido un repertorio de conductas (…) Contingencias complejas de reforzamiento crean repertorios complejos y, como hemos visto, diferentes contingencias crean diferentes personas en la misma piel.”

Y en otro lugar:

“Un self es un repertorio de conducta apropiado a un set de contingencias. Dos o más repertorios generados por diferentes contingencias componen dos o más selves. Una persona posee un repertorio apropiado para su vida con sus amigos y otro apropiado para su vida con su familia, y un amigo puede encontrarse con una persona muy distinta si lo ve con su familia, o su familia si lo ve con sus amigos. La imagen que surge no es la de un cuerpo con una persona adentro, sino la de un cuerpo que es una persona, en el sentido que exhibe un repertorio complejo de conducta. (Más Allá de la Libertad y la Dignidad, 1971, p.195).

Esto es, desde una mirada conductual no somos otra cosa, psicológicamente hablando, que una multitud de respuestas, un complejo repertorio conductual con una precaria unidad funcional, pero sin ningún tipo de estructura central. No hay un “self” interno, único y estable que determine nuestros pasos. A cada momento en cada uno compiten respuestas diversas que obedecen a tramos distintos de nuestra historia y a diferentes aspectos de la situación.

La contradicción es inevitable porque somos una pluralidad, una población de respuestas constantemente en pugna. Hablar o callar, aproximarse o huir, tomar el teléfono o un libro, responder con amabilidad o un insulto, son algunas posibles respuestas de nuestro repertorio cuya emisión cada vez depende de la configuración particular de cada situación. En ese sentido no somos nada, si entendemos por eso una personalidad o entidad central con una forma de actuar. Nuestra personalidad no es sino una precaria estabilidad en las respuestas debida a un ambiente que permanece más o menos estable. Pero justamente por eso podemos ser todo, ya que múltiples caminos de acción se nos abren a cada paso. Puedo ser amable, cretino, cobarde, abnegado, melancólico, exaltado, etcétera. Nuestros valores, normas, metas e ideales operan como criterios de selección para esa población de respuestas (a fin de cuentas no son otra cosa que una parte del repertorio influyendo sobre el resto), pero esa subterránea y potencial pluralidad mantiene siempre su efervescencia y plasticidad.

No es del todo un desatino sostener que cada yo es un nosotros, una nación de acciones, apetitos y aversiones, que no están contenidas en un self, sino que son ese self. No hay un centro que aloje a las multitudes, las multitudes son el centro. Somos una conversación dinámica entre muchas voces que pugnan por expresarse, y nuestro self no es sino un acuerdo momentáneo en esa disputa, una tregua precaria.

Si se nos perdona el atrevimiento, querríamos reformular la línea de Whitman: esas multitudes no están contenidas en nuestro interior, sino que son aquello que nos constituye.

No contenemos multitudes: somos multitudes.