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“¿Conocerme a mí mismo? Si lo hiciera, saldría corriendo espantado”-Goethe

Aquel que se conoce a sí mismo es visto como el portador de cierta sabiduría de la que no todos gozan. Desde la época remota en que fue tallado en el frontón del templo de Delfos hasta nuestros días, el mandato ha gozado de gran popularidad, aún cuando sólo pobremente podamos definir a qué se refiere en realidad y, mucho menos, alcanzarlo sin esfuerzo.

¿Qué significa “conocerse a sí mismo”?

 “Te advierto, quien quiera que fueres, ¡Oh; tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera! Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses!”. (Inscripción en el frontispicio del Templo de Apolo en el Monte Parnaso, Grecia; 2500 a.C.).

Y, no menos importante: ¿Para qué?

La filosofía hace sus aportes. La búsqueda de la Verdad. Encontrar la virtud en el conocimiento. La medida de lo que el hombre debe hacer como norma para su conducta. Reconocer los límites de la propia naturaleza (¡y no aspirar a lo que es propio de los dioses!). Evitar la desmesura. Reconocer sus posibilidades.

¿De qué se trata entonces conocerse a sí mismo? Y, lo que es más relevante quizá: ¿por qué camino lo lograríamos? ¿Por el camino de la reflexión? ¿Se trata de un recorrido hacia las “profundidades”? ¿de un viaje interior?. Vamos a ponerlo simple: si algo te resulta fácil y sin esfuerzo es probable que sus resultados sean poco confiables. Como observó William Shaw: Conocerse a uno mismo no sólo es la cosa más difícil, sino también la más incómoda. De modo que si querés mantenerte en un plano especulativo e inútil podés seguir confiando en los resultados de ese viaje interior de reflexión la mayor parte de las veces reforzado por la impresión de “tener razón”.

Te proponemos aquí, en cambio, un “viaje exterior” para conocerte a vos mismo. Este viaje será útil con una condición: tener conciencia de la propia ignorancia. De modo que si considerás que ya te conocés bien a vos mismo, te despedimos cordialmente en esta estación, «pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar». (PlatónBanquete, 203e-204a).

Para poder extendernos, necesitamos ponernos de acuerdo en dos cosas básicas: qué es el “sí mismo” y qué es “conocer”.

Aunque no suene muy poético (aunque para algunos de nosotros lo es), proponemos que el “sí mismo” está compuesto por nuestros comportamientos, por las conductas que emitimos: nuestras conductas son aquello que hace que seamos lo que somos –no olvidemos que pensar y sentir son también conductas.

Y si acordamos en que “pensar y sentir” son verbos, acciones, entonces acordaremos en que “conocer” es comportarse.

Desde el punto de vista del conductismo contextual-funcional, el conocer no es específicamente la actividad del cerebro ni tampoco una actividad que ocurre en un “mundo mental” atemporal y a-espacial; es una actividad de un organismo completo interactuando en y con el mundo. (Hayes & Hayes, 1992). Conocer, así, es una conducta particular adecuada en presencia de unos estímulos discriminativos dados (Freixa i Baqué, 2003).

Estamos entonces ahora listos para definir qué implica “conocerse a sí mismo”: se trata de conocer las propias conductas. ¿Cómo conocemos nuestras conductas? Analizando las circunstancias que las disparan, seleccionan, mantienen o eliminan. Y esas circunstancias sólo podemos encontrarlas en su contexto y no en las conductas en sí mismas.

Si conocemos interactuando en y con el mundo y nuestras conductas son mantenidas por factores ambientales, conocerse a sí mismo no puede sino ser un “viaje exterior”. Y como lograr identificar qué mantiene nuestras conductas implica un análisis dedicado que muchas veces contraría el “sentido común”, no es tarea fácil –diría Nietzsche: El sí mismo está muy bien escondido de uno mismo.

La lección más importante: el conocimiento de sí, tal como lo hemos definido, no es un conocimiento que se alcanza de una vez y para siempre. Si somos nuestras conductas y conocer es un acto-en-contexto, conocernos a nosotros mismos es una tarea que no tiene fin. Para los curiosos esto no puede ser sino una ventaja. Es un viaje en sí –una “práctica”-, no un destino al que se llega.

 

Referencias

Freixa i Baqué, E. (2003). El conocimiento de sí mismo desde la óptica conductista. Psicothema, 15, 1–5.

Hayes, S., & Hayes, L. (1992). Some clinical implications of contextualistic behaviorism: The example of cognition. Behavior Therapy, 23, 225–249.

 

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