La clínica como familia

Hace un tiempo, durante una conversación sobre cuestiones conceptuales de la psicología, un amigo y colega empleó una definición sobre la tarea clínica –los detalles se me escapan, pero iba en la línea de que el fin de la clínica era fomentar flexibilidad psicológica. Una definición que me parece completamente correcta, claro está, y eso le dije a mi amigo, aunque me apresuré a añadir que, por supuesto, era inadecuada para describir la clínica. La mirada de extrañeza de mi amigo me hizo sospechar que mi observación no era tan obvia y que quizá requería una aclaración, que quisiera compartir con ustedes porque puede resultarles interesante.

Verán, hay un concepto clave en el pensamiento tardío del filósofo Ludwig Wittgenstein, y es el concepto de parecido de familia para caracterizar los juegos. Esto es, a menudo los miembros de una familia se parecen entre sí sin que sea posible señalar un único rasgo fisonómico compartido por todos: algunos tienen ojos similares, otros comparten la forma de los labios, otros se parecen en la forma de la cabeza, pero no hay un rasgo común sino más bien una red de rasgos compartidos, como un diagrama de Venn sin ningún elemento común a todos los conjuntos.

Algunas actividades, como los juegos, sólo pueden ser caracterizadas de esta manera. Como escribe Eco retomando la idea de Wittgenstein: “Un juego puede ser competitivo o no, puede interesar a una o más personas, puede requerir alguna habilidad particular o ninguna, puede admitir apuestas o no. Los juegos son una serie de actividades diferentes que muestran solo cierto ‘parecido de familia’” (Contra el fascismo, Lumen, p.31). Si definimos a un juego como una actividad que involucra una pelota, alguien invocará el ajedrez; si decimos que es una actividad social, alguien invocará el solitario; si sostenemos que es algo que se hace por placer, alguien invocará el juego competitivo, y así. Cualquier intento de definir con precisión la esencia de un concepto así resultará inevitablemente inadecuado. Wittgenstein emplea esta idea para señalar que el lenguaje no es una actividad sino un conjunto de actividades diferentes que sólo guardan entre sí un cierto “parecido de familia”.[1]

Ahora bien, creo que lo mismo puede sostenerse respecto a la clínica: no se trata de una actividad sino más bien de una familia de actividades con un parecido difuso entre sí. Dicho más sencillamente, la práctica clínica son muchas cosas. No es lo mismo, digamos, entrenar habilidades sociales que sostener durante un duelo.

Frecuentemente la tarea clínica implica lidiar con alguna forma de psicopatología, pero también escuchar, acompañar, validar, informar, aconsejar, sostener hábitos, aprender habilidades, etcétera. No hay un rasgo común –a lo sumo podríamos decir que en general están a favor del paciente, pero eso no es decir mucho (y tampoco estoy del todo seguro de que sea una caracterización adecuada de todas las actividades clínicas). Quizá esto explique por qué cada tanto sentimos que nuestro abordaje psicoterapéutico se queda corto, sea cual fuere y sin importar qué tan sofisticado o empíricamente sustentado sea: nos dice cómo abordar algunas actividades clínicas, pero no todas.

Por eso es que objeté la definición de mi amigo. No es que la definición me haya parecido incorrecta, sino más bien incompleta. Mi objeción no fue a esa definición en particular, si hubiese dicho que la tarea clínica consiste en hacer consciente lo inconsciente o promover el florecimiento humano habría dicho lo mismo. “Fomentar la flexibilidad psicológica” describe la finalidad de una actividad clínica. Por supuesto, yo no tengo una definición mejor. No creo que sea posible, pero quizá tampoco sea necesaria. Quizá baste tratarla como una familia difusa de actividades con diferentes objetivos.

Creo que lo que la práctica clínica requiere, además de modelos psicoterapéuticos, es un lenguaje para describir y conceptualizar sus diversas actividades, y creo que el conductismo cumple ese papel estupendamente.

A diferencia de los abordajes clínicos más populares como el psicoanálisis o la terapia cognitiva, el conductismo desde su inicio ha buscado comprender la conducta en general, no sólo la conducta clínicamente relevante. Es una forma de hablar respecto a la conducta que produce enunciados útiles para predecir e influenciar la acción. El análisis posibilitado por ese lenguaje ha dado lugar a un rango de aplicaciones que no ha sido superado por ningún otro modelo, desde el entrenamiento de animales hasta el análisis de prácticas culturales, pasando por aplicaciones clínicas, educativas, laborales, informáticas, etcétera. Aunque es difícil de aprender, es un lenguaje mínimo, que supone poco, holístico, y extraordinariamente flexible.

En cualquier caso, creo que pensar a la clínica como una familia de actividades explica algunas de sus complejidades: su indeterminación, su permanente novedad. Pensarla así la mantiene viva y abierta, y nos invita a seguir considerando mejores formas de responder a lo que nos pide.

Nos leemos la próxima.

 

 

[1] Idea que en cierto sentido comparte con Skinner: mandos, tactos, autoclíticos, etc., son a fin de cuentas distintos repertorios que sólo tienen en común el ser verbales.