Valores y prototipos personales

Actualmente, un metro se define como la longitud del trayecto recorrido por la luz en el vacío durante un intervalo de tiempo de 1/299,792,458 segundos. Esto significa que si necesitan saber cuánto mide un metro (por ejemplo, si quieren comenzar a fabricar reglas), les bastará con medir el trayecto que recorre un haz de luz en el vacío durante 1/299,792,458 segundos (un tiempo bastante breve, convengamos). Sencillísimo.

Sin embargo, no ha sido siempre tan fácil. Durante una buena parte de la relativamente breve historia del sistema métrico decimal, para determinar correctamente la extensión de un metro era necesario compararlo físicamente con la extensión de un metro patrón, una barra de iridio y platino cuya extensión había sido cuidadosamente calculada de acuerdo a la medición de un meridiano del planeta.

Esa barra de iridio y platino era lo que se denomina un prototipo. Solemos pensar que un prototipo es la primera encarnación de algún objeto, un boceto preliminar, pero el término también se utiliza para referirse a un objeto que funciona como estándar de referencia, como es el caso del metro patrón y el kilogramo patrón. Esos objetos fueron durante muchos años los prototipos del metro y del kilo. En esta acepción un prototipo es una muestra típica, algo que encarna las características distintivas de un concepto.

Quizá a estas alturas del texto se estén preguntando si no me habré golpeado la cabeza con un kilogramo prototípico, ya que no es de los temas que solemos abordar aquí. Tiene relación, les prometo, solo ténganme paciencia.

De abstracciones clínicas

En la clínica, una buena parte del tiempo lidiamos con abstracciones, esto es, con conceptos que designan alguna característica compartida por diversos eventos. La evitación experiencial, por ejemplo, es una abstracción, una clase de eventos conductuales que tienen en común el estar constituidos por conductas tendientes a prevenir o controlar ciertas experiencias internas displacenteras. No se trata de un evento, sino de un conjunto o clase de eventos que tienen en común esa función.

A grandes rasgos, toda abstracción se construye dejando fuera características del evento que nos resultan irrelevantes y destacando otras que sí son relevantes para nuestro análisis (“abstraer” proviene etimológicamente de apartar, separar, extraer). Por ejemplo, cuando realizamos una formulación de caso, estamos intentando abstraer de entre la multiplicidad de datos que nos presenta la paciente la información relevante para proceder clínicamente.

Una fortaleza de la abstracción es que nos permite poner un rango amplio de eventos bajo un denominador común. Por ejemplo, el concepto abstracto de “trabajo” nos permite englobar todo tipo de actividades productivas que pueden ser, sin embargo, muy diferentes entre sí –digamos, hacer cestos de mimbre y realizar estados contables. Cuanto más abstracto sea un concepto, más generalizable es.

Como contracara, cuanto más generalizable es un concepto más se distancia de los eventos. Cuando en el lenguaje cotidiano nos quejamos de que tal o cual concepto es demasiado abstracto, lo que estamos señalando es que nos resulta difícil establecer una conexión entre ese concepto con eventos concretos. Digamos, es relativamente sencillo entender lo que un periódico es, pero el concepto abstracto de “periodismo” resulta un poco más difícil de captar y definir.

Una abstracción, en rigor de verdad, es sólo una construcción verbal, no un evento palpable. Como señaló Hayakawa, es imposible filmar el “trabajo”: podemos filmar a una persona haciendo cestos de mimbre, realizando estados contables, o escribiendo un ensayo, pero nunca “trabajando”, a secas, porque “trabajo” es un concepto que designa una característica compartida por esas y otras actividades. Similarmente, no podemos ver a una persona “evitando”: la podemos ver yéndose de un lugar abierto, abriendo una botella de vino, o desviando la mirada, pero no podemos verla “evitando”, a secas.

El vínculo entre una abstracción y cualquier evento particular es más bien tenue, y por eso suelen percibirse como “frías” o poco emotivas. A fin de cuentas, son los eventos concretos los que generan las respuestas más viscerales. Por ejemplo, comparen la reacción que tienen al pensar el concepto abstracto “violencia”, con la reacción que tienen al imaginar una persona pateando a otra que está en el piso. El concepto abstracto sirve mejor para pensar, porque permite señalar algo compartido en diversos eventos (por ejemplo, identificando distintos tipos de violencia), pero ocasiona respuestas más bien débiles. La presentación o representación del evento, en cambio, puede generar respuestas emocionales intensas, aunque menos generalizables.

Estas características de las abstracciones juegan un papel destacado en la conversación clínica. Dicho de manera sencilla, cuanto más abstracto sea un concepto o idea clínicamente relevante, más ampliamente aplicable será, pero también tendrá menor impacto emocional. En contrapartida, cuanto más concreto sea, tendrá menor aplicabilidad, pero mayor impacto emocional. Una formulación de caso, por ejemplo, no entusiasma mucho a nadie, pero es útil para unir eventos dispares. En contraste, el relato de episodio de autolesiones puede ser muy emotivo, pero en sí no nos proporciona información clínicamente útil, a menos que realicemos una abstracción de sus características relevantes.

Veamos cómo se vincula esto con valores.

Prototipos personales

Los valores son el caso por excelencia de conceptos altamente abstractos, en los cuales las características de la abstracción que acabamos de señalar cobran una importancia clínica central. Por una parte, conceptos como “compasión”, “autenticidad”, “vulnerabilidad”, son aplicables a casi cualquier situación humana. Dado que se refieren a ciertas cualidades de la experiencia, pueden encarnarse de múltiples maneras, y funcionar como guía para diversas acciones en todo tipo de ámbitos.

Pero los valores nos muestran también la otra cara de la moneda de la abstracción. Suele suceder que el trabajo con valores se siente algo frío y apagado. Frente a indagaciones sobre qué consideran importante o valioso para sus vidas las personas dejan caer palabras como “responsabilidad”, “amistad”, “intimidad”, pero con el entusiasmo de quien se sienta a ver crecer la hierba. El problema es justamente el carácter abstracto de los valores. Se trata de construcciones verbales impersonales, muy distantes de cualquier experiencia concreta particular, por lo que rara vez evocan por sí mismas las respuestas intensas y emotivas que querríamos para un apetitivo.

Esto nos presenta un rompecabezas clínico: los valores tienen el enorme potencial de servir como guía para un amplio espectro de acciones, pero en sí mismos generan respuestas más bien débiles, poco adecuadas cuando de lo que se trata es de guiar conductas que con frecuencia requieren atravesar malestares intensos.

Una solución posible para encarar este problema es lo que Douglas Hofstadter, en Godel, Escher, Bach, llamó el principio del prototipo, y que se enuncia de esta manera:

“El evento más específico puede servir como ejemplo general de una clase de eventos”

Añade Hofstadter: “los eventos específicos tienen una vividez que los imprime fuertemente en la memoria, lo que permite usarlos luego como modelos para otros eventos que son como ellos de alguna manera. Por lo tanto, en cada evento específico está el germen de toda una clase de eventos similares.” (p.352).

Es decir, al lidiar con conceptos que designan clases de eventos, podemos utilizar eventos particulares que sirvan como ejemplo vívido, como prototipo de esos conceptos. Esto puede ser trasladado al ámbito de valores y de los conceptos clínicos abstractos en general: un evento específico puede servir como el prototipo personal de un valor o un concepto clínico abstracto, y ese prototipo puede usarse como patrón de otras experiencias.

Suena más complicado de lo que realmente es, de manera que pongámoslo en acción para mostrar cómo funciona. En primer lugar, evoquen algún valor importante para ustedes, uno que cumpla las características típicas de los valores (cualidades de acción deseadas, inagotable, etc.). A continuación, identifiquen un evento (o eventos) de sus vidas que sería el mejor ejemplo de ese valor, un evento del cual puedan decir que mejor encarna lo que para ustedes es ese valor.

Por ejemplo, supongamos que eligen un valor como “conexión”: ¿Qué evento particular de sus vidas, antiguo o reciente, es un buen ejemplo de lo que significa “conexión” para ustedes? ¿Qué características de ese evento hacen que sea un caso de ese valor? Quizá encuentren así que la conexión está mejor encarnada en una tarde que pasaron tomando una cerveza con una amiga, cenando con la familia, mirando televisión en la cama con su gato en los pies, o cualquier otro evento (por supuesto, también se puede proceder a la inversa, comenzando por evocar un evento vivido como significativo para a continuación identificar el o los valores que mejor estarían representados en esa situación).

Ese evento particular es su prototipo personal para ese valor, encarnando sus aspectos centrales e insuflándole vida a lo que de otra manera sería un concepto vacío. El concepto abstracto es anclado, por así decir, a un evento concreto de la historia personal. Aun cuando otra persona suscribiese al mismo concepto, su prototipo personal para ese valor será necesariamente un evento personal diferente, lo cual hace que el valor sea único en cada caso. Aun cuando dos personas señalen “conexión” con un valor, los prototipos personales pueden darle a ese concepto compartido un matiz muy diferente en cada caso.

Cuando identificamos y vinculamos ambos aspectos de un valor (es decir, el concepto y el prototipo personal) obtenemos lo mejor de cada uno: la amplia aplicabilidad del concepto, y el impacto emocional de un prototipo anclado en la historia personal. La generalidad de lo abstracto y la fuerza de lo concreto. Tenemos de esa manera un término que puede ser utilizado para generar y guiar acciones comprometidas en ámbitos muy diversos, pero que gracias al prototipo personal nunca resulta confuso ni vacío, ya que siempre podemos evocar ese evento y lo que de él querríamos extender al resto de nuestras vidas.

El prototipo vuelve personal lo universal. Quizá quieran tenerlo en cuenta la siguiente vez que estén trabajando con valores.

Espero que estas líneas les hayan sido útiles. Nos leemos la próxima.