Si han leído algo sobre conductismo radical o contextualismo funcional quizá les haya llamado la atención algo que en su momento me llamó la atención a mí: al contrario de lo se suele transmitir en las facultades de psicología en Argentina, el conductismo (como filosofía de la ciencia) no se parece mucho al positivismo –y menos aún a la caricatura del positivismo que suele circular por algunos foros.
Esta modesta perplejidad tiene una explicación bastante sencilla: el conductismo no es un positivismo, a pesar de los alaridos proferidos por hordas de docentes universitarios. En cambio, las que hoy son las variantes más conocidas del conductismo (el conductismo radical de Skinner, el contextualismo funcional de Hayes) encarnan, más o menos explícitamente, versiones del movimiento filosófico conocido como pragmatismo.
Confundir pragmatismo y positivismo es un error comprensible: ambos tienen raíces en el empirismo inglés, lo cual les brinda un cierto aire de familia y algunos puntos en común. Pero, aun cuando sea comprensible, sigue siendo una confusión. Ambos movimientos se mueven en direcciones divergentes, y hay diferencias importantes en la ontología que manejan, en la forma de pensar a la verdad, el conocimiento, la ética, entre otros temas.
Querría entonces en estas líneas ocuparme acerca de algunos de los temas pragmáticos que conciernen al conductismo, en particular su forma de abordar la verdad y su relación con los abordajes conductuales sobre el lenguaje. Creo que esto puede servir para entender un poco mejor de qué hablamos cuando hablamos de verdad en la ciencia conductual, y para aclarar un poco más en donde estamos parados, filosóficamente hablando. Me veo obligado a avisar, sin embargo, que no deberían tomarme con demasiada seriedad. No soy un filósofo profesional, de manera que mi experiencia y entrenamiento van por otro lado. Soy un desorganizado curioso profesional (pueden poner el énfasis en cualquiera de los tres términos), por lo cual todo lo dicho aquí debería tomarse con una pizca de sal. Dos o tres kilos.
Pero creo que la perspectiva de un clínico sobre estos asuntos puede ayudar a tender al menos una parte de un puente. Espero que les sea lo menos tedioso posible y que lleguemos al final de esta cosa con el menor daño posible. La próxima vez escribiré algo más apto para postearse en las redes sociales, que es en definitiva lo que todos queremos.
Pragmáticos
Dar una definición única del pragmatismo es notablemente difícil (Giovanni Papini opinaba que es una tarea lisa y llanamente imposible), ya que no es una corriente filosófica unificada ni que siga a un único autor, sino que más bien se parece a una extensa y multitudinaria conversación con algunos temas centrales y posiciones afines, pero con una extraordinaria variedad de interpretaciones y posiciones. Imagínense una conversación de sobremesa integrada por filósofos, psicólogos, científicos, y un par de extraviados –la mayoría de ellos borrachos– y tendrán una buena imagen de la situación. El estado de cosas es que hay casi tantas definiciones del pragmatismo como pragmatistas, y cada uno con una forma ligeramente distinta de interpretar puntos centrales. Pero, arriesgando un rudimento de definición que más o menos se ajuste a la mayoría de las diferentes posiciones, diría, de manera muy general y tentativa, que se trata de una variante del empirismo en la cual ocupa un papel central la acción humana situada (la raíz griega pragma significa de hecho acto o acción).
El pragmatismo surgió hacia finales del siglo XIX de la mano de Charles Sanders Peirce, William James, y John Dewey (hay otras figuras importantes, pero estas son las más conocidas), y en las primeras décadas del siglo XX gozó de un fuerte protagonismo no sólo en foros filosóficos sino también en ámbitos más populares. Los pragmatistas clásicos escribieron no sólo sobre filosofía, sino sobre arte, ciencia, espiritualidad, política, educación, y una multitud de temas concernientes a la experiencia de la acción humana.
Al respecto, hay una narrativa recurrente que sostiene que luego de esa popularidad inicial el pragmatismo desapareció, absorbido y superado por otras corrientes filosóficas: “se desarrolló un mito (que desafortunadamente se enquistó), de que el pragmatismo fue mayormente una anticipación del positivismo lógico” (Bernstein, 2010, p. 12). Esa narrativa es errónea, o por lo menos miope. Las ideas surgidas del pragmatismo no sólo no desaparecieron, sino que permanecieron vigentes durante todo el siglo XX, influenciando a conocidos filósofos como Wittgenstein, Quine, Sellars, Davison, entre otros (para un resumen de figuras asociadas al pragmatismo pueden revisar el excelente texto de Bacon, 2012). Hacia finales del siglo XX, figuras como Richard Rorty y Hilary Putnam rescataron contribuciones clave de los pragmatistas clásicos y el movimiento se revitalizó, abordando nuevos temas y sumando nuevas contribuciones, pero no se trató de resucitar a una filosofía muerta, porque ese no era el caso, sino más bien de revisitarla y darle un nuevo impulso, que continúa hasta nuestros días. El pragmatismo es una filosofía viva, y como tal, no está carente de contradicciones y diversas voces –lo cual es un síntoma de buena salud para toda tradición.
El pragmatismo surgió ante todo como un método para esclarecer enunciados, no como un sistema filosófico. Fue de a poco, en parte a través del intercambio y colaboración de un grupo de personas que se autodenominaron El Club Metafísico (Menand, 2003), que de a poco ese método se espesó en una doctrina, una forma de entender la verdad y de allí a una forma de ver el mundo –una hipótesis del mundo, usando la expresión de Pepper (1942).
En el pragmatismo juega un papel particularmente destacado la noción de verdad, que ha sido uno de los puntos centrales que fueron adoptados por el conductismo, por lo que querría ocuparme un poco más detenidamente sobre el tema.
Whatever works
Empecemos haciendo unas precisiones sobre el concepto de verdad desde un punto de vista pragmático, ya que su uso cotidiano no coincide del todo con su uso más riguroso y puede por ello llevar a confusiones.
Cuando usamos el término “pragmático” solemos referirnos al sentido político del término, refiriéndonos a alguna decisión o acción que está orientada exclusivamente hacia obtener resultados, eludiendo consideraciones éticas o ideológicas que se juzgan superfluas. Decimos entonces que un político ha actuado de manera pragmática cuando ha realizado tal o cual concesión ideológica o partidaria para lograr algún objetivo[3]. La idea detrás de este uso del término “pragmático” es que lo único que importa son los resultados: lo que sea que funcione es válido.
Esto suele derivar en un criterio para la verdad que quizá hayan oído en relación con el pragmatismo, aquél que postula, más o menos, que es verdadero lo que funciona. Esto es interpretado como que cualquier acción que arroje algún resultado deseable es por ello verdadera. Esto podría llevar a pensar –y de hecho suele interpretarse así– que, si mentirle a un paciente conduce a una mejoría clínica, esa mentira es por tanto verdadera. Suena un tanto maquiavélica la cosa: los resultados obrarían una suerte de alquimia retroactiva sobre la acción. Por mi parte, creo que esta forma de interpretar el criterio de verdad es a todas luces no sólo problemática, sino también poco consistente con la perspectiva pragmática adoptada por el conductismo radical y contextualismo funcional. Permítanme explayarme.
Lo primero que podríamos objetar es que la verdad es una propiedad de una proposición, enunciado, hipótesis, o creencia, pero no una propiedad de una acción, por lo cual adjudicarle a una acción el carácter de “verdadera” parece fuera de lugar. Stephen Pepper, en su libro World Hypotheses, lo expresó en los siguientes términos: “[esta definición] no define verdad y error; meramente señala hechos existentes. Algunas acciones son exitosas y alcanzan sus metas, y otras no” (Pepper, en Maero, 2022, p. 47). Esto es, de una acción podemos decir que ha sido exitosa o fallida, pero no verdadera o falsa. Cuando una flecha da en el blanco podemos hablar de que el disparo fue acertado, pero no que fue “verdadero” (salvo que tomemos el término en sentido muy amplio). Si ese fuese el caso “exitoso” sería sinónimo de “verdadero”, con lo cual tendríamos dos términos para un mismo concepto y podríamos ahorrarnos uno. Entonces “verdadero” no es algo que podamos decir de una acción, sino del enunciado que guía una acción. Podríamos reformularlo como “cualquier enunciado que funcione es verdadero”. Esta objeción es un poco mejor, pero aún sigue siendo problemática, pero necesitamos avanzar un poco más para explicar por qué.
La verdad os hará libres
Digamos, de manera provisional y general, que un enunciado es verdadero cuando guarda alguna relación con los hechos. Esto no es en sí demasiado polémico –lo que es objeto de arduas discusiones filosóficas es cuál es la naturaleza de esa relación, de qué hechos se trata, e incluso qué demonios es un hecho. El diablo está en los detalles. Cuando decimos, por ejemplo, que un enunciado es verdadero porque corresponde a la realidad, el verdadero desafío es definir qué demonios quiere decir ese “corresponde”. Así que, como siempre, aclaramos un punto y oscurecemos diez. Veamos qué es lo que tiene para decir sobre este punto el pragmatismo –o más bien algunos de sus proponentes (o más bien lo que yo entiendo que dicen algunos de sus proponentes).
Los inicios del pragmatismo suelen ubicarse en los escritos de Charles Sanders Peirce, cuya conocida “máxima pragmática”, formulada en el artículo de 1878 How to make our ideas clear, suele citarse como una de las piedras fundacionales del pragmatismo:
“Consideremos qué efectos, que puedan tener concebiblemente repercusiones prácticas, concebimos que tenga el objeto de nuestra concepción. Entonces, nuestra concepción de esos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto.”
Esto, siguiendo a Talisse y Aikin (2008, p. 10), puede entenderse como “si fuéramos a realizar la acción A, observaríamos el resultado B”. Esto es, afirmar que “el diamante es el material más duro que existe” significa –entre otras cosas– que, si fuéramos a frotar un diamante contra un trozo de metal, se rayaría el metal y no el diamante. Desde esta perspectiva el enunciado “un diamante es duro” especifica las consecuencias de las acciones guiadas por el mismo. La máxima pragmática indica que el sentido de toda proposición o enunciado puede aclararse especificando las consecuencias de las acciones que por ella se guían. Por ejemplo, esta es la definición que Peirce (que además de ser uno de los originadores del pragmatismo y fundador de la semiótica, era un matemático y científico) proporciona sobre el concepto del metal litio en su escrito Diversas concepciones lógicas, de 1903:
“Si miras en un libro de texto de química la definición de litio, te puede decir que es un elemento cuyo peso atómico es cercano a 7. Pero si el autor tiene una mente más lógica te dirá que si buscas entre los minerales vítreos, translúcidos, grises o blancos, muy duros, quebradizos e insolubles, uno que le dé un matiz carmesí a una llama sin luz, triturando este mineral con cal o con veneno para ratas y fundiéndola, puede disolverse en parte en ácido muriático; y si esta solución se evapora, y se extrae el residuo con ácido sulfúrico, y se purifica debidamente, puede transformarse, por medio de métodos ordinarios, en un cloruro, que al ser obtenido en estado sólido, fundido y electrolizado con media docena de células energéticas, producirá un glóbulo de un metal plateado de color rosáceo que flotará en gasolina; y el material de eso es un espécimen de litio. La peculiaridad de esta definición material de eso es un espécimen de litio. La peculiaridad de esta definición –o más bien este precepto, que es más útil que una definición– es que te dice qué denota la palabra litio al prescribir lo que has de hacer para obtener una familiaridad perceptual con el objeto de la palabra”
En este fragmento podemos apreciar claramente cómo el sentido del concepto “litio” es definido por Peirce según los resultados que podemos esperar al realizar ciertas acciones. Es por esto que anteriormente describimos al pragmatismo como una variedad de empirismo inextricablemente vinculada a la acción humana. Pero debemos tener en cuenta que Peirce introduce la máxima como una forma de clarificar el sentido de una proposición, no como un criterio de verdad (Bernstein, 2010, p. 35). Se trata ante todo una forma de organizar y esclarecer el sentido de un concepto, no un criterio para determinar si es verdadero o no.
Si traemos nuevamente aquella idea de “lo que funciona es verdadero”, y la examinamos a la luz de la máxima peirceana, está claro que tendríamos que decirlo exactamente al revés: no sería correcto afirmar que un enunciado o proposición es verdadero porque funciona, sino que funciona porque es verdadero. Esto no es un mero juego de palabras: cuando una proposición es verdadera las acciones guiadas por ellas producen confiablemente ciertas consecuencias, que no suceden siguiendo una proposición falsa.
Fue William James, no Peirce, quien adoptó la máxima pragmática como un criterio para determinar lo que es verdadero. James, amigo de Peirce y el acuñador del término “pragmatismo”, adoptó la máxima pragmática como un criterio para la verdad. Un buen resumen de la forma en que James lleva a cabo esta extensión lo proporciona John Dewey:
“’Verdad’ significa, eso está claro, acuerdo, correspondencia entre la idea y el hecho, mas, ¿qué significan, a su vez, “correspondencia”, “acuerdo”? En el racionalismo significan “una relación inerte, estática” que de tan última nada más puede decirse sobre ella. En el pragmatismo significan el poder directivo o conductor que tienen las ideas, en virtud del cual “nos sumergimos de nuevo en los particulares de la experiencia” y, si con su ayuda establecemos aquella disposición y conexión entre objetos experimentados que la idea pretende, ésta queda verificada; es decir, se corresponde con las cosas con las que pretende cuadrar. Verdadera es la idea que funciona a la hora de conducirnos a lo que se intenta decir. O también: “cualquier idea que nos transporte felizmente desde cualquier parte de nuestra experiencia a cualquier otra, vinculando entre sí cosas satisfactoriamente, operando de modo seguro, simplificando, ahorrando trabajo, es verdadera justamente por eso, verdadera en esa medida” (Dewey, 1908/2000, p. 82, el énfasis es mío).
Enfatizo este punto que me parece extraordinario: una idea es verdadera cuando nos lleva satisfactoria y eficientemente de una experiencia a otra. La verdad es un medio de transporte, describiendo enunciados que nos permiten pasar de una situación actual a una situación futura.
Podríamos describir esta forma particular de pensar a la verdad más o menos así: al lidiar con nuestra experiencia actual nos encontramos (ya sea que formulemos o recibamos) con algún enunciado o proposición cuyo seguimiento entraña ciertas consecuencias concretas (ya que si el enunciado no tuviese efectos prácticos entonces carecería de sentido), si al seguir ese enunciado nos topamos con las consecuencias prometidas, entonces ese enunciado es verdadero; caso contrario es falso.
Como notarán, esto es bastante más sutil y preciso que “es verdadero lo que funciona”. Notemos, en primer lugar, que esto implica que para el pragmatismo las proposiciones y conceptos están indisolublemente ligados a la acción humana. No hay verdades y conceptos que estén flotando en algún vacío eterno ajeno a la esfera humana, sino que siempre nos encontramos en el medio de las cosas, en el vértigo de la acción y sus circunstancias.
Desde esta perspectiva una idea o creencia no es verdadera porque se corresponda con una realidad preexistente, sino más bien porque nos lleva hacia una experiencia futura. La verdad pragmática apunta hacia el futuro. Se trata de un acento muy sutil pero importante: tradicionalmente consideramos que “el agua hierve a 100°” es un enunciado verdadero porque se corresponde con cómo son las cosas, o más bien, con cómo han sido en el pasado hasta ahora. En cambio, desde un punto de vista pragmático, “el agua hierve a 100°” señala más bien una experiencia futura que podemos encontrar (“si calentamos agua, hervirá al llegar a 100°”). Creo que esto permite mejor comprender la plasticidad y relativa indeterminación del universo pragmático: dado que la verdad (y todo el universo conceptual pragmático) descansa en el futuro, resulta probabilística y dependiente del contexto en que sucede la acción –siempre las cosas podrían resultar de otra manera. De esta manera, un enunciado o concepto encarna una suerte de promesa de ciertas experiencias a futuro.
Para el pragmatismo el valor de los conceptos y el lenguaje en general radica ante todo en su efectividad para lidiar con el mundo tal como se nos presenta en este momento histórico particular. Rorty lo formula de una manera muy interesante:
“En lugar de brindarnos representaciones de los objetos, el lenguaje nos proporciona herramientas para hacerles frente, así como distintos juegos de herramientas para satisfacer diferentes fines [lo cual] hace que sea difícil ser un esencialista … La relación entre las herramientas y lo que éstas manipulan es simplemente un asunto de utilidad para un fin determinado, no de una cuestión de correspondencia” (Rorty, 2019, p. 162).
El lenguaje es una herramienta que sirve para lidiar con el mundo y alcanzar algunos fines, no para representar la realidad –digamos, se parece menos a un espejo que a un destornillador. Por lo tanto, el desarrollo de una ciencia consiste en última instancia en inventar y refinar un lenguaje. Como señala Baum: “El conductismo radical, en (..) lugar de enfocarse en métodos, se enfoca en conceptos y términos. Así como la física avanzó con la invención del término “aire”, así una ciencia de la conducta avanza con la invención de sus términos” (Baum, 2017, p. 29). Cuando acuñamos un concepto no estamos descubriendo como “es” el mundo, sino más bien creando una herramienta para lidiar con una parte del mismo.
La tarea del análisis de la conducta, entonces, consiste en desarrollar un lenguaje que nos permita lidiar mejor con todo lo relevante a la conducta de los organismos en general y los seres humanos en particular. No estamos tratando de describir cómo son las cosas, como quien describe la estructura inmutable del mundo, sino intentando llegar a alguna parte con ellas, alcanzar predicción e influencia. Son formas de hablar que nos resultan útiles para nuestros fines. Correspondientemente, la principal tarea de la filosofía de la ciencia que encarna el conductismo radical podría describirse como “mediar entre las viejas formas de hablar, desarrolladas para cumplir con ciertas tareas de entonces, y las nuevas formas de hablar, desarrolladas en respuesta a las nuevas demandas” (Rorty, 2019, p. 163). Por eso la ciencia conductual pone tanto énfasis en la filosofía: su tarea consiste en mediar entre las antiguas y actuales formas de hablar sobre los eventos psicológicos –de interpretar el vocabulario de las emociones, las conductas probables, los instintos, pasiones, y otros términos heredados de otras épocas y que servían para lidiar con otros problemas.
Todo esto puede servir para entender por qué desde sus inicios el pragmatismo ha estado ligado a una amplia gama de problemas humanos. Nunca ha sido una filosofía que se mire el ombligo, sino una que se ha ocupado de una amplia gama de asuntos humanos prácticos: James famosamente escribió sobre psicología, religión, sentido; Dewey escribió sobre educación, arte, psicología, democracia; Peirce escribió sobre… bueno, sobre casi todo lo que un ser humano puede escribir (casi que sería más breve la lista de lo que no escribió). Y en la actualidad hay diálogos activos entre pragmatismo y feminismo (véase por ejemplo Miller, 2013), ética, democracia (véase por ejemplo Bernstein, 2010), etc. El pragmatismo se ha ocupado de fines diversos, de diversas maneras. Por esto es que Giovanni Papini llamó al pragmatismo una “teoría-pasillo”:
“[El pragmatismo es como] un pasillo de un gran hotel, donde hay cien puertas que se abren sobre cien habitaciones. En una hay un reclinatorio y un hombre que quiere reconquistar la fe; en otra un escritorio y un hombre que quiere acabar con toda la metafísica; en una tercera un laboratorio y un hombre que quiere encontrar nuevos “puntos de agarre” sobre el futuro… Pero el pasillo les pertenece a todos y todos lo transitan: y si en alguna oportunidad suceden conversaciones entre los distintos huéspedes, ningún camarero es tan villano como para impedirlas” (Papini, 1905/2011, p. 90)
Como verán, estamos bastante lejos aquí de la caricatura del conductismo/pragmatismo que suele cundir en las aulas de psicología.
Después de este breve recorrido por algunos aspectos del pragmatismo podemos regresar a aquella idea de “es verdadero lo que funciona”, ya que quizá su sentido resulte ahora más claro: la idea no debe entenderse como significando que cualquier acción que haya sido útil se convierte por tanto en verdadera, sino que más bien quiere decir que un enunciado o concepto implica una suerte de promesa de ciertas consecuencias específicas para las acciones que por él se guían. Un enunciado, cuando es verdadero, nos lleva de una parte de nuestra experiencia a otra: funciona.
Pero esa experiencia futura no puede ser asignada de manera arbitraria, sino que ya está contenida en las relaciones del concepto mismo. “El agua hierve a 100°” ya promete ciertas experiencias y no otras. Esto excluye que una mentira pueda ser considerada verdadera sólo porque alcance algún objetivo ajeno al enunciado. Si, estando yo dentro de una piscina e intentando incentivar a un amigo para que entre al agua, le digo “el agua está tibia, entra con confianza”, y mi amigo se tira al agua para descubrir inmediatamente que está a temperaturas glaciales, ese enunciado no se convierte en verdadero porque haya logrado mi objetivo de inducir a mi amigo a entrar al agua. Las relaciones del enunciado implicaban una promesa (de experimentar alguna tibieza al entrar al agua), que fue fríamente rota. Fue efectivo para mi objetivo de engañar a mi amigo, mas no por ello verdadero.
De manera que, por ejemplo, si mentimos sobre los efectos secundarios de aumento de peso de una medicación para que una paciente la acepte, esa mentira no se vuelve verdadera por ser eficaz, aun cuando la medicación resulte en general beneficiosa para la paciente. En el mejor de los casos, podríamos decir que se cumplió un objetivo clínico, pero este era ajeno a la experiencia prometida por el enunciado (i.e., que no habría aumento de peso). Que algo sea útil en última instancia no lo hace verdadero.
La verdad desde una perspectiva conductual
Si aún no me han abandonado, intentemos rizar el rizo (y si ya me abandonaron, entonces no leerán esto, así que revienten nomás). La perspectiva sobre la verdad que hemos estado explorando hasta ahora es más bien filosófica, un torpe intento de efectuar un análisis del concepto y sus implicaciones. Lo que querría intentar a continuación, en cambio, es un abordaje psicológico del término, es decir, ¿Cómo podríamos dar cuenta del concepto de verdad en términos conductuales? ¿Qué conductas podría abarcar? ¿Qué principios conductuales bien establecidos podrían arrojar alguna luz sobre las conductas y circunstancias bajo las cuales usamos el término?
Vimos que para el pragmatismo la verdad es una propiedad de los enunciados (no de las acciones), y que involucra actuar siguiendo una hipótesis o enunciado hasta verificar sus consecuencias: si las consecuencias esperadas suceden, si tiene lugar la experiencia prometida por el enunciado, decimos entonces que el enunciado es verdadero, si no, que es falso. La operación descripta involucra: (A) una formulación verbal que opera como guía para (B) una conducta o serie de conductas, especificando (C) las consecuencias esperables. Ahora bien, si traducimos esto a términos conductuales, está claro que se trata de una contingencia típica que incluye: (A) un estímulo discriminativo, (B) una respuesta bajo control de ese estímulo, y (C) las consecuencias de ese estímulo. Y más precisamente, dado que el estímulo discriminativo es verbal, se trataría de un caso de lo que en el análisis de la conducta se denomina conducta gobernada por reglas o conducta gobernada verbalmente (Skinner, 1984).
Conducta Gobernada por Reglas (CGR, para abreviar) es un término que utilizamos para designar a toda conducta bajo la influencia de antecedentes verbales (reglas, instrucciones, órdenes, etc.), formulados por la propia persona o por el entorno sociocultural: seguir una receta de cocina, actuar según las instrucciones de un supervisor, ofrecerle un sacrificio a Zeus, buscar un paraguas cuando el noticiero dice que va a llover, y un interminable etcétera. Se la suele contrastar con la conducta moldeada por contingencias, que se refiere a aquellas conductas que están controladas por el contacto directo con las contingencias del ambiente –por ensayo y error, digamos. Si una persona aprende a evitar los enchufes luego de recibir una descarga eléctrica, se trata de una instancia de conducta moldeada por las contingencias, es decir, las consecuencias naturales de sus acciones influyeron su conducta futura. Si, en cambio, evita los enchufes porque le dijeron “tocar un enchufe puede ser fatal”, estaríamos hablamos de una CGR, ya que no hubo una experiencia directa con los enchufes, sino sólo una descripción verbal de las consecuencias. Dicho a lo bestia, la CGR consiste en acciones guiadas por palabras o enunciados que describen contingencias.
Las CGR son una prerrogativa exclusivamente humana (hasta donde sabemos, al menos), y constituyen la base de nuestros intercambios sociales y culturales. Nos permiten ir más allá de las contingencias inmediatamente presentes, aprovechando la experiencia de otras personas, y permitiéndonos transmitir conocimientos y prácticas a través de las generaciones.
Entonces, en primera instancia podríamos señalar que “verdadero” involucra a la CGR, pero todavía podemos avanzar un poco más. Para eso tenemos que recurrir a RFT, una teoría conductual sobre el lenguaje y la cognición (Hayes et al., 2001), que distingue tres tipos de CGR con diferentes características: pliance, tracking, y augmenting.
Pliance es como se denomina a la conducta de seguir reglas cuando ésta se basa en una historia de reforzamiento social. En otras palabras, es lo que sucede cuando seguimos una regla a causa de una historia de aprendizaje en la cual otras personas nos han reforzado por hacerlo (o castigado por no hacerlo). Dicho mal y pronto, se trata de seguir una determinada regla meramente porque alguien así lo dijo. Si una niña obedece la indicación “abrigate que vamos a salir” que ha sido proporcionada por su madre, y lo hace a causa de una historia de reforzamiento social (es decir, una historia en la cual las conductas de obedecer a su madre han sido reforzadas), estaríamos hablando de un caso de pliance. Es la forma inicial en la cual aprendemos a seguir reglas los seres humanos –si una madre tuviese que explicarle a su hijo: “oh, pequeño retoño, retírate de la calle porque está viniendo el colectivo 59 y si permaneces en esa ubicación geográfica te va a dejar como cien gramos de queso en fetas”, el niño tendría pocas chances de supervivencia. “Salí de la calle (porque te lo digo yo)” es más económico y expeditivo, al menos inicialmente. Cabe señalar que se denomina pliance a la conducta que está gobernada por esa regla, mientras que a la regla en sí (el “abrigate que vamos a salir”), se la denomina ply.
Tracking, por su parte, es la conducta de seguir reglas que está basada en una historia que involucra las consecuencias naturales que ha tenido el seguir reglas en el pasado. Si en el ejemplo mencionado, la niña sigue la instrucción “abrigate que vamos a salir” basada en una historia en la cual seguir esas instrucciones llevó a consecuencias naturales reforzantes (esto es, estar abrigada en un día frío), entonces estaríamos hablando de un caso de tracking. En ese caso se llama tracking a esa CGR, mientras que la regla en sí se denomina un track. Es decir, la diferencia entre pliance y tracking radica en la historia de aprendizaje que está involucrada cuando se sigue una regla: en el primer caso la niña sigue la regla porque alguien se lo dice, se trata de un reforzamiento social; en el segundo caso la regla se sigue porque en el pasado seguir reglas ha dado buenos resultados.
Augmenting, a su vez, se refiere a un tipo de CGR en las cuales las reglas alteran el valor de reforzamiento o castigo de un estímulo –una suerte de operación estableciente, pero de naturaleza verbal. El augmenting funciona modificando el valor de una regla de tipo track o ply. Cuando una regla altera el impacto de las consecuencias de una conducta, es vista como un augmental. Si, por ejemplo, le decimos a la niña algo como “abrígate y así podrás experimentar las maravillas de sentir tibieza en el medio de una noche gélida gracias a la industria humana y burlarte de la madre naturaleza en un gesto de cósmico desprecio”, la situación y la instrucción dada siguen siendo las mismas (abrigarse), pero probablemente hemos aumentado el valor de las consecuencias de abrigarse (e inculcado en la niña un saludable sentido de lo dramático).
Armados con la noción de CGR y sus tres variantes, regresemos ahora al tema de la verdad. Mencionamos que, para el pragmatismo, la verdad involucra actuar siguiendo una proposición; si las consecuencias prometidas por el enunciado suceden, decimos entonces que el enunciado es verdadero. Para mejor ilustrar todo esto, consideremos un ejemplo que proporciona Pepper de un cazador que emplea una hipótesis para lidiar con un problema:
“un cazador sale de su cabaña hasta una pradera en la cual cree que hay ciervos. Su camino es obstruido por un arroyo [que bloquea] su camino hacia la pradera. Observa la situación, trae sus recuerdos y conceptos para afrontarla, y formula una hipótesis verbal o un equivalente, que consiste en (…) una sucesión de actividades[:] recoger una pértiga, subirse a un tronco, empujarse con la pértiga, lo cual lo lleva a la otra orilla, donde prosigue su camino” (Pepper, en Maero, 2022, p. 42)
Si vemos el ejemplo a la luz de las CGR, está claro que lo que Pepper está describiendo allí es básicamente una instancia de tracking: para resolver el obstáculo, el cazador formula una regla bajo la forma de una hipótesis (aproximadamente “si me subo al tronco y me empujo con la pértiga puedo cruzar el arroyo”); a continuación utiliza esa hipótesis para gobernar una secuencia de acciones (recoger la pértiga, subirse a un tronco, empujarse), que produce la consecuencia deseada de llegar a la otra orilla, resolviendo así el problema. Decimos entonces que su hipótesis fue verdadera (funcionó porque era verdadera), y podemos denominar al evento completo como una instancia efectiva de tracking.
Podemos señalar entonces que, al menos en este caso “verdadero” es algo que decimos de una regla (track) que participa en una instancia de tracking en la cual han sucedido las consecuencias esperadas. En este sentido, “verdad” se refiere a un track efectivo, un enunciado que al ser puesto en acciones lleva confiablemente a ciertas experiencias. Decir que es verdadero un enunciado como “la tierra es redonda” significa que si fuéramos actuar guiándonos por ese enunciado hay ciertas cosas que sucederían –por ejemplo, que podríamos llegar a las Indias desde España yendo hacia el occidente. Por eso mencioné antes que no se trata de “cualquier cosa que funcione es verdadera”. Que una acción tenga algún efecto deseable no la hace verdadera: tiene que suceder la consecuencia específica implicada por el track, no cualquier experiencia por deseable que fuese.
La función social de la verdad
Según lo expuesto hasta ahora, podríamos decir un criterio posible para la verdad en términos conductuales es que se designa en última instancia un track efectivo. Sin embargo, creo que este no es su única utilidad–en el lenguaje cotidiano hay varias otras funciones que le asignamos al concepto de verdad.
Ante todo, podemos notar que afirmar que algo es verdadero entraña asumir algunos compromisos. Como escribe Misak:
“Consideren la diferencia entre las frases ‘sospecho que p’ o ‘me parece que p’, por un lado, y ‘afirmo que p’ o ‘creo que p’ por otro. Lo que hago cuando uso las primeras dos es distanciarme de las obligaciones que vienen con la afirmación. Esas obligaciones incluyen comprometerme a predecir que la experiencia se alineará con la creencia […] También me comprometo a defender p, a argumentar que yo y otros estamos justificados al afirmarlo y creerlo […] Afirmar nos compromete, cuando así se nos requiere, a involucrarnos en la actividad de justificación. No ver que uno incurre en un compromiso, no ver que uno debe ofrecer razones para la propia creencia, resultad en la degradación de la creencia en algo más parecido al prejuicio y la terquedad” (Misak, 2007, p. 71, el destacado es mío)
Esto es, cuando afirmamos ante otras personas que un enunciado es verdadero, estamos asumiendo un cierto compromiso conductual para con ese enunciado, estamos anunciando que algunas de nuestras conductas serán más probables en relación con él –que estaremos dispuesto a sostenerlo, explicarlo, justificarlo, o de alguna manera actuar en consecuencia.
De esta manera, el concepto sirve para socialmente enfatizar una afirmación, aumentando su valor. “Verdadero” funciona como una suerte de respaldo social proporcionado a un enunciado. Cuando le digo a una persona que padece de fobia “es verdad que la terapia de exposición funciona para fobias” estoy señalando mi grado de compromiso con ese enunciado y en cierta manera lo estoy sosteniendo como deseable. Diciéndolo en términos publicitarios, estaría actuando como un sponsor del enunciado ante otra persona, transmitiendo un mensaje implícito de “esto es así, créame”.
Ahora bien, estas funciones se pueden entender mejor a la luz de las CGR de pliance y augmenting. Como vimos antes, pliance se relaciona con las reglas que se siguen por mandato social (en lugar de por sus consecuencias intrínsecas), mientras que augmenting se relaciona con hacer más apetecible el seguimiento de una regla.
Cuando etiquetamos a un enunciado como “verdadero” podemos entonces involucrar a varios procesos conductuales. Como ya mencionamos, se relaciona con tracking vinculado a las consecuencias intrínsecas de seguir el enunciado, pero también puede involucrar pliance, ya que se implica una aprobación social, y augmenting ya que el calificativo de “verdadero” en nuestra cultura tiende a aumentar el valor de cualquier enunciado. Llamamos verdadero a un track exitoso, sí, pero también usamos el término para señalar nuestro apoyo a un enunciado y para aumentar su deseabilidad.
Hablar de “verdad” entonces no atañe a una cuestión puramente lógica, sino que tiene múltiples funciones psicológicas vinculadas a la conducta verbal en general, y a la conducta gobernada por reglas en particular. Hablar de verdad es un acto en contexto.
Cerrando
De acuerdo a lo que hemos visto hasta aquí, “verdadero” es algo que decimos de un track efectivo, uno que ha funcionado en una determinada instancia, en el sentido de ocasionar las consecuencias prometidas (y que esperamos que funcionará en otras). Parafraseando a James, un track verdadero es un medio de transporte que permite llegar a las experiencias que promete.
Pero llegar a esos tracks suele requerir en primera instancia algo de pliance y augmenting, es decir, guiarnos por enunciados socialmente respaldados que nos señalan los tracks que otras personas han encontrado efectivos: es el proceso de transmisión del conocimiento en la sociedad que nos permite aprovechar la experiencia de quienes vinieron antes que nosotros (caso contrario cada quien tendría que volver a inventar la rueda). En esos casos, “verdad” es utilizado como una brújula que señala dónde podemos encontrar las consecuencias concretas. Los procesos de pliance y augmenting pueden resultar útiles como una forma de conducirnos a la verdad, pero en última instancia ésta radica en el track efectivo señalado.
Vista de esta manera, la verdad es un concepto con múltiples funciones psicológicas, que encontramos indisolublemente ligado a la acción humana situada en su contexto sociohistórico particular. Analizarlo puramente en sus aspectos lógicos es empobrecerlo y volvernos ciegos a una parte sustancial de sus posibilidades, a su compleja participación en la trama incesante de la vida humana.
Referencias
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