En la enseñanza de la psicología el análisis de la conducta, o mejor digamos el conductismo en general, suele presentarse como un modelo cuya utilidad, en el mejor de los casos, está confinada a territorios bastante modestos, como si fuera apenas un poco más que un método para penetrar en la vida y obra de palomas y ratones, mientras que el examen de los fenómenos psicológicos más complejos e interesantes se reservaría para otras teorías y abordajes.
Esa actitud siempre me ha parecido un desperdicio. El abordaje conductual entraña ante todo una forma bastante única de observar los eventos psicológicos, diferente a la que ofrecen el resto de los abordajes en psicología. Tanto es así que el nombre por el cual comúnmente se lo conoce (conductismo), designa en rigor de verdad no a la ciencia de la conducta sino a la filosofía que subyace a esa ciencia. Esto es, no es mera experimentación ni aplicaciones, sino que se trata de una forma general de interrogar a las cosas.
El conductismo me resulta un andamio extremadamente eficaz para pensar. Esto se debe en parte a que desde su concepción se ocupó no sólo de su objeto de estudio, sino de manera muy explícita de las herramientas conceptuales a usar para ese estudio: el lenguaje a usar, la función de los términos psicológicos, los objetivos del análisis, la actividad de quienes realizan la investigación, el papel del entorno social y cultural, y un interminable etcétera. El conductismo en sí no proporciona respuestas, sino que nos guía para formular buenas preguntas.
Por supuesto, un aparato conceptual tan sofisticado tienta a hacer mal uso de él. Y, dado que si hay algo que no puedo resistir es la tentación, eso es exactamente lo que haré hoy.
En particular, hoy querría pensar un poco sobre la felicidad, abordándola desprolijamente desde una perspectiva conductual. Ya saben, para mejor entender esta sensación constante de celebración con la que nos confronta la situación global actual (pandemia, desastre climático, desigualdad sin precedentes, tik-tok, etc.).
Hechas estas aclaraciones iniciales, intentemos una perspectiva contextual sobre la felicidad.
De términos y definiciones
Es necesaria una aclaración preliminar: no me interesa intentar una definición lingüística ni etimológica de la felicidad, no me interesa definir lo que la felicidad sea, sino más bien considerar cuándo es que hablamos de felicidad. No quiero intentar una definición de la felicidad al estilo “para mí la felicidad es X” (no estamos, después de todo, posteando frases motivacionales en redes sociales sino tratando de pensar, actividades bastante excluyentes por cierto).
Esto quizá requiera alguna explicación. Para el conductismo radical definir un término no consiste en definir la cosa a la cual se refiere, sino en describir las circunstancias bajo las cuales el término es utilizado. Emitir un término es ante todo una actividad, una instancia de conducta verbal, que puede ser abordada como el resto de las conductas: señalando el contexto del cual esa conducta es función.
En otro artículo lo he abordado más extensamente, aquí bastará con repetir este fragmento del conocido artículo El análisis operacional de los términos psicológicos de Skinner: “Al lidiar con términos, conceptos, constructos y demás, se gana una ventaja considerable si se los aborda en la forma en que son observados –literalmente, como respuestas verbales. En ese caso no hay peligro en incluir en el concepto aquel aspecto o parte de la naturaleza que incluye. (…). El sentido, los contenidos y las referencias se encuentran entre los determinantes, y no entre las propiedades de la respuesta. La pregunta “¿qué es la longitud?” podría ser satisfactoriamente contestada por medio de listar las circunstancias bajo las cuales la respuesta “longitud” es emitida” (pp. 272).
Por lo tanto si quisiéramos definir a la ansiedad, por ejemplo, nuestra definición no consistirá en definir qué es, sino en señalar las circunstancias, históricas y actuales, en las cuales las personas dicen estar ansiosas.
De la misma manera, al preguntarnos sobre la felicidad no estaremos buscando una definición de lo que la felicidad sea (si existe o no como algo en el mundo será algo sobre lo cual nada podría decir), sino considerando las circunstancias en las cuales utilizamos ese término, es decir, los contextos en los que se emite esa conducta verbal específica, señalando las circunstancias, históricas y actuales, en las cuales se habla de felicidad.
Este giro aparentemente menor en la forma de abordar las definiciones es lo que posibilita el análisis de términos psicológicos complejos sin correr el riesgo de reificar el objeto de análisis. Formulemos la pregunta desde esa perspectiva entonces, y veremos por dónde nos lleva.
Felizmente conductual
Señalemos para empezar que “felicidad” es un concepto precientífico, un término que tiene cientos de años de historia y múltiples sentidos. No es un término técnico sino uno de uso común, y por tanto impreciso y equívoco, imponerle una definición sería tan fructífero como intentar embolsar el viento.
Como mencioné, no me interesa definir lo que la felicidad sea, sino examinar las circunstancias habituales en las que se usa el término en nuestros días. Una primera aproximación nos permite notar que en el lenguaje cotidiano solemos hablar de felicidad en tres sentidos. En primer lugar, se habla de felicidad como sinónimo de buena suerte o éxito en algún objetivo –es por este sentido que la pócima que proporciona buena suerte en las historias de Harry Potter se llama Félix Felicis. Este uso, que ya de por sí es infrecuente, es más bien un sinónimo de “éxito”, por lo cual podemos ignorarlo aquí. En segundo lugar, felicidad se utiliza para designar a una vida virtuosa o vivida de acuerdo a ciertos preceptos éticos y morales, un uso más cercano al ideal griego de eudaimonía. Este sentido, un poco más antiguo, también es bastante infrecuente hoy en el lenguaje cotidiano. En tercer lugar, se utiliza para designar un sentimiento placentero o de bienestar en alguna circunstancia favorable, como cuando decimos que nos sentimos felices de estar en cierta situación o con cierta persona. Este último sentido es probablemente el más habitual hoy en el lenguaje cotidiano.
Por supuesto la literatura conductual también se ha ocupado, aunque de manera algo lateral, de la felicidad. El uso más frecuente del término “felicidad” que podemos encontrar en la literatura conductual es más cercano a este tercer sentido, la felicidad como un sentimiento positivo o placentero. Por ejemplo Skinner, en Sobre el conductismo escribe que “La felicidad es un sentimiento, un subproducto del reforzamiento operante. Las cosas que nos hacen felices son las cosas que nos refuerzan”.
Es decir, la felicidad sería la experiencia emocional que acompaña a ciertas instancias de reforzamiento positivo. Sin embargo, este uso del término, que se repite con cierta frecuencia en la literatura, me resulta un tanto insatisfactorio desde una óptica puramente conductual y querría explicar por qué.
En primer lugar, esta definición, la felicidad como sentimiento, está más cercana a un abordaje topográfico que funcional de la conducta. En caso de que necesiten una aclaración, un análisis topográfico es el que describe la forma de una conducta, sus características, mientras que un análisis funcional es aquel que especifica su función, a través de describir las relaciones entre conducta y contexto y es el que nos permite atisbar las causas de dicha conducta. En un análisis topográfico de la acción de beber agua podríamos decir que la conducta consistió en ingerir medio litro de agua en veinte segundos, por ejemplo. Un análisis funcional, en cambio, señalaría las circunstancias sucedió, o mejor dicho el contexto de esa acción, sus antecedentes y consecuencias. Eso nos permitiría saber si, por ejemplo, el vaso de agua fue ingerido para apagar el fuego de un chile habanero, si se usó para lavar la boca antes de cambiar de vino en una cata, o para mejor ingerir una pastilla difícil de tragar. En líneas generales, nos suele interesar más la función que la forma de una conducta.
Ahora bien, la definición skinnereana sobre la felicidad es más bien pobre desde un punto de vista funcional, ya que se limita a señalarla como resultado del reforzamiento positivo de alguna conducta, pero es fácil señalar instancias de reforzamiento positivo en las cuales difícilmente hablaríamos de felicidad –que se encienda la luz de la habitación cuando presiono el interruptor no parece algo que habitualmente asociaríamos con felicidad, salvo en situaciones muy excepcionales. En Más allá de la libertad y la dignidad, Skinner amplía y señala que la felicidad se refiere a los reforzadores que tienen valor de supervivencia, pero esto no soluciona el problema que acabamos de señalar, por lo cual la aclaración nos sabe a poco. E incluso como aproximación topográfica la idea de la felicidad como sentimiento resulta insatisfactoria, ya que no se especifica claramente en qué consiste ese sentimiento, sus cualidades, ni cómo diferenciarlo de otros sentimientos.
Sin embargo, aunque no constituya una buena definición es un buen punto de partida, ya que efectivamente las personas suelen hablar de felicidad involucrando sentimientos placenteros en situaciones que involucran reforzamiento positivo. Lo que podemos hacer es intentar especificar un poco más la clase de contextos de los cuales esos sentimientos son función, para así diferenciarlos de otros contextos que ocasionan otros sentimientos placenteros que llamamos de otras maneras.
William Baum, en la tercera edición de Understanding Behaviorism mantiene la idea de la felicidad como un sentimiento, pero señala un par de aspectos muy interesantes. Baum señala dos aspectos del contexto que serían esenciales para hablar de felicidad: estar libre de consecuencias aversivas y tener la posibilidad de realizar elecciones que sean reforzadas positivamente.
Éste es un abordaje más prometedor del concepto, al menos desde un punto de vista conductual, ya que no sólo se refiere a un sentimiento positivo, sino que también indica bajo qué condiciones contextuales hablamos de felicidad: involucra no estar bajo control aversivo (esto es, no estar bajo coerción ni amenaza), y disponer de libertad de llevar a cabo acciones reforzadas positivamente. Este abordaje es más compatible con una mirada funcional, así que podemos explorar un poco más lo que involucra.
La felicidad como contexto
Como observamos al principio, el término felicidad es más bien equívoco, pero creo que podemos destilar algunas características típicas de las circunstancias en las cuales hablamos de felicidad siguiendo lo propuesto por Baum.
La tesis central podría enunciarse así: hablar de felicidad involucra una situación en la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique, que nada sea distinto de lo que es. Es una aproximación burda y poco pulida, pero nos puede servir para avanzar, refinándola un poco.
Antes de glosar esa primera aproximación quizá sirva realizar un par de precisiones conceptuales. Una forma de hablar útil con respecto a la conducta es distinguir el control aversivo y el apetitivo. Decimos que una conducta está bajo control aversivo cuando está orientada a eliminar o poner distancia con algún estímulo, lo que básicamente llamamos evitación y escape. Por otra parte, decimos que una conducta está bajo control apetitivo cuando está orientada a aproximarse o a producir algún estímulo. De los estímulos involucrados podemos decir entonces que tienen funciones aversivas o apetitivas, respectivamente. Y podemos hablar de grados en el control aversivo o apetitivo, pudiendo ser más o menos intenso: no es lo mismo remover una piedrita en el zapato que huir de una jauría de cobayos enfurecidos –si bien en ambos casos se trataría de conductas bajo control aversivo, ese control sería menos intenso en el primer caso que en el segundo.
Volvamos entonces: hablamos de felicidad refiriéndonos a una situación en la cual no necesitamos ni deseamos que nada se modifique. En primer lugar, esta definición implica una situación en la cual no haya nada que resolver, eliminar o de lo cual huir. Esto es, se refiere a un contexto en el cual las conductas están libres de control aversivo.
Esto es trivial si bien se mira: sería improbable hablar de felicidad refiriéndonos a una persona que está muriendo de sed en el desierto o recuperándose de una resaca (excepto algunas salvedades que haremos más adelante). En términos conductuales, acordaríamos entonces con Baum en que hablar de felicidad requiere ante todo no estar bajo control aversivo.
Pero esta definición involucra también que en la situación no haya tampoco nada que conseguir, nada hacia lo que dirigirse intensamente. Los momentos de felicidad son aquellos en los cuales nada más es sensiblemente necesario ni deseable más allá de lo inmediatamente disponible. Si en una situación deseamos fuertemente que algo ocurra, es menos probable que hablemos de felicidad, o al menos, hablaríamos de una forma incompleta o menor de felicidad. Diría que soy feliz leyendo un libro y escuchando música si no hay nada que agregaría a esa situación, pero probablemente usaría otros términos para describir mi estado emocional si en ese momento estoy esperando que suceda algo que deseo fuertemente, por ejemplo, esperando que llegue mi cita.
No pareciera tampoco adecuado hablar de felicidad en cualquier instancia en la cual la estemos pasando bien, por ejemplo refiriéndonos a la persona que está participando furiosamente de una orgía o a la adolescente que grita completamente fuera de sí mientras asiste a un recital de su banda de K-Pop favorita (ciertamente es difícil hablar de felicidad en relación con tales bandas). En esos casos tendemos a usar otros términos, generalmente positivos, y reservamos el término felicidad para cuando las pasiones se han sosegado un poco.
Si las delimitaciones que he ofrecido son aceptadas, entonces podríamos decirlo así: hablamos de felicidad en un contexto en el cual el control aversivo es nulo y el control apetitivo es débil, o también nulo–ya que un control apetitivo intenso parecería incompatible con el uso habitual del término. Insisto, no estoy diciendo que eso sea la felicidad, sólo que parecen las circunstancias más típicas para hablar de ella.
Consideren cualquier instancia de felicidad en su vida y probablemente encuentren ambos factores: por un lado, estar libre de amenaza o daño directo del cual huir y, por otro lado, que en ese momento no haya otra cosa hacia la cual orientarse fuertemente –un contexto en el cual hay bajo o nulo control aversivo y apetitivo.
Solemos hablar de grados de intensidad de felicidad, lo cual pareciera correlacionar con la cercanía con las circunstancias descriptas: cuanto más se parece el contexto actual a ese contexto ideal más probablemente hablamos de felicidad.
Ficciones de la felicidad
Podemos apreciar que los dos aspectos de esta interpretación están presentes en la mayoría de las representaciones de la felicidad absoluta que han sido tema favorito de las religiones. Cada vez que los seres humanos hemos imaginado la felicidad suprema la hemos representado bajo la forma de una situación en la cual no es necesario ni deseable que nada cambie, una situación en la cual no hay peligros de los que huir ni objetivos que alcanzar.
En el Valhalla nórdico, por ejemplo, los guerreros disfrutan de una eternidad en la cual están presentes sus actividades favoritas: el combate y el festín, sin que esas actividades tengan consecuencias negativas y sin que haya objetivos a alcanzar más que practicar la batalla y el festín: por las noches todas las heridas mágicamente se curan y el suministro de carne para el festín es mágicamente inagotable. Si, en cambio, nos detenemos en la mitología judeocristiana podemos notar una tendencia similar, el perdido Edén, el paraíso terrenal, es un territorio en el cual todas las necesidades están cubiertas y en el cual no es necesario modificar nada: construirse un chalecito en el Edén para una estadía celestial más cómoda sería tarea absurda por innecesaria (de hecho la Caída sucede cuando se introduce un estímulo a evitar, el fruto del Edén).
Además de lugares, las representaciones de la felicidad suelen tomar la forma de estados de existencia o espirituales. Por ejemplo, Santo Tomás, hablando de la vida después de la muerte, señala que los bienaventurados son perfectamente felices en la mera contemplación de la divinidad, un estado en el cual no hay nada que resolver ni nada que alcanzar. De manera similar, en el hinduismo y en el budismo la felicidad absoluta se suele identificar con el Nirvana, un estado en el cual la persona está libre de toda necesidad y todo deseo.
Contradicciones de la felicidad
Podemos notar inmediatamente algunas peculiaridades inherentes a esta idea de la felicidad. En primer lugar, la mayoría de las religiones y tradiciones coinciden en que la felicidad completa es imposible –al menos en este mundo o bajo condiciones normales, ya que la felicidad completa siempre requiere alguna alteración sobrenatural: es necesario estar en alguna suerte de lugar mágico (como en el Edén o Valhalla), o alcanzar algún estado espiritual trascendente (como en la beatitud o el nirvana).
La interpretación conductual que hemos arriesgado nos da una pista de a qué podría deberse esto: en este mundo es imposible concebir un organismo libre de control aversivo y apetitivo de manera sostenida. Por esto es necesario imaginar un mundo o situación de naturaleza radicalmente distinta a la actual para pensar en una felicidad sostenida. Digamos, podemos intuir cuál sería el contexto necesario para la felicidad definitiva, pero también podemos intuir que ese contexto no existe normalmente.
La felicidad así concebida tiene que ser irremediablemente estática: es el estado de un contexto que puede ser interrumpido por cualquier cambio o modificación. Más tarde o más temprano una situación así se ve alterada por alguna necesidad, por algún nuevo deseo, por alguna molestia, o incluso por mero hastío.
Este es uno de los problemas de la felicidad-sentimiento como objetivo de vida o de terapia. Todo contexto, incluyendo aquel al cual nos referimos al hablar de felicidad, es tan dinámico e inestable como la llama de un fósforo. No podríamos jamás asegurar que una persona que dice ser feliz seguirá siéndolo dentro de una hora, un día, un mes, un año. Por ello Montaigne, en sus Ensayos, glosa a Solón afirmando “‘cualquiera que sea la buena fortuna de los hombres, éstos no pueden llamarse dichosos hasta que hayan traspuesto el último día de su vida’, por la variedad e incertidumbre de las cosas humanas, que merced al accidente más ligero cambian del modo más radical”. Un contexto estático es una contradicción en los términos. Es la naturaleza de todo contexto el cambio. Es posible, en principio, alcanzar un estado de bajo control aversivo y apetitivo –lo imposible es sostenerlo indefinidamente.
Pero hay otro obstáculo bastante más serio que se deriva de esta forma de pensar a la felicidad y que podríamos bosquejar así: toda conducta orientada hacia la búsqueda de la felicidad está por definición bajo control apetitivo –pero aquí hemos tentativamente definido a la felicidad como un contexto de bajo o nulo control aversivo y apetitivo. Es decir, la felicidad es incompatible con su búsqueda. El contexto de buscar felicidad (al menos, si la búsqueda es intensa) y el contexto de felicidad son mutuamente excluyentes. Más aún, si la felicidad es un estado a alcanzar, todo aquello que la amenace será algo a evitar, es decir, introducirá un control aversivo que, nuevamente, es incompatible con el contexto que hemos postulado.
Entonces se da la paradoja de que tanto buscar fuertemente la felicidad como intentar retenerla cuando sucede son incompatibles con ella. En términos coloquiales: una persona que está desesperada por ser feliz o que tiene terror a dejar de serlo, difícilmente lo sea.
Este creo que es el problema central con la búsqueda de la felicidad. Es posible experimentar formas relativas de felicidad, pero en cuanto introducimos a la felicidad como objetivo a alcanzar, introducimos control apetitivo y aversivo, lo cual es por definición incompatible con ella. La felicidad no puede ser cabalmente producida, sino que sucede por sí misma.
RFT y la búsqueda de la felicidad
Para los seres humanos verbalmente competentes, la situación es aún más frágil. Traigamos a colación lo que establecen los desarrollos contemporáneos sobre conducta verbal, como por ejemplo los aportes de la teoría de marco relacional (RFT). Uno de sus corolarios es que nuestro repertorio verbal nos permite, a través de las funciones estimulares derivadas, tomar contacto psicológico con eventos que no están presentes y transformar las funciones de los eventos que experimentamos. Dicho en términos coloquiales, podemos imaginar, anticipar, comparar y evaluar.
Pero este repertorio es fatal para la felicidad. Incluso si alcanzáramos un estado temporal de felicidad tenemos la capacidad de preocuparnos por un desenlace negativo que podría suceder en el futuro o porque el estado de felicidad se termine, lo cual introduciría un control aversivo que terminaría con la situación. O podríamos imaginar una situación mejor, compararla con la situación actual e intentar alcanzarla, lo cual introduciría control apetitivo que llevaría al mismo desenlace. Esto arroja nueva luz sobre la expresión de Séneca “el espíritu a quien lo porvenir preocupa es siempre desdichado”.
Todo esto no ha desalentado jamás a las personas de buscar a la felicidad por distintos caminos, y puede resultar interesante examinar la búsqueda un poco más de cerca a la luz de la definición tentativa que he propuesto: un contexto de bajo o nulo control aversivo y apetitivo. La búsqueda de la felicidad es en última instancia la búsqueda de un contexto en el cual ya no estemos bajo control aversivo ni apetitivo, o al menos que ambos sean de baja intensidad.
Ahora bien, para la mayoría de los organismos, este control depende del ambiente: hay control aversivo cuando hay una amenaza, hay control apetitivo cuando hay algo que buscar. Por ello es que con frecuencia adjudicamos felicidad a los animales. Nos parece que un contexto así es posible para un animal: basta con observar nuestras mascotas que gozan, gracias a nosotros, de una relativa ausencia de amenazas y necesidades que saciar. Mi gata Matilda durmiendo al sol, sin nada de lo que protegerse ni nada que conseguir, representa para mí la imagen más acabada de la felicidad.
En cambio, para los seres humanos el control aversivo y el apetitivo no dependen sólo de las propiedades directas de los estímulos, sino que están mediados además por el repertorio verbal. Un ser humano que esté en una situación que intrínsecamente está libre de aversivos puede aún estar bajo control aversivo verbalmente mediado. Puedo estar en mi casa, perfectamente cómodo y sin necesidades ni peligros inmediatos, y aun así preocuparme por algo que podría pasar o soñando con alguna meta. El control aversivo y apetitivo para los seres humanos depende mayormente de nuestro repertorio verbal.
De manera que aún cuando el ambiente físico inmediato sea perfectamente compatible con un contexto de felicidad, difícilmente pueda serlo para un ser humano verbalmente competente. He citado varias veces el siguiente pasaje de Wilson en Mindfulness for Two que ilustra bien esta idea: Los seres humanos no sólo sufren. El sufrimiento, para nosotros, es ubicuo -es algo de todo el día, todos los días, y en todos los lugares. Sufrimos haber sufrido en el pasado y sufrimos que podríamos sufrir en el futuro. Sin importar dónde estamos, hay otro lugar que es mejor. Hay un momento anterior al que desearíamos regresar o uno posterior al cual querríamos adelantarnos. Y, si ahora mismo es perfecto, nos preocupamos de que no durará.
Ser feliz, para un ser humano, parece tarea vana.
Los dos caminos
Lo que se acaba de señalar no ha sido obstáculo para que los seres humanos intentemos alcanzar la felicidad, sin embargo.
Podemos distinguir dos grandes vías en las que hemos intentado producir contextos de felicidad. La primera vía es el control del ambiente, la que podríamos llamar la vía ecológica de búsqueda de la felicidad, y que consiste en controlar nuestro ambiente inmediato para reducir el contacto con los estímulos intrínsecamente aversivos y aumentar el contacto con los apetitivos. Cambiar el mundo, digamos.
En esto hemos sido bastante exitosos como especie: en líneas generales nuestras condiciones de vida son bastante más amables que las de cualquier animal salvaje. Esta vía ha resultado bastante eficaz para liberarnos de estímulos que son intrínsecamente aversivos, tales como depredadores, la intemperie, el hambre, enfermedades, etc. Podemos añorar la simpleza de un estilo de vida paleolítico, pero lo cierto es que la mayoría de los seres humanos contemporáneos no tienen que preocuparse por ser devorados por una manada de hienas en su vida cotidiana.
Pero aun así es imposible remover completamente el control aversivo. La vida siempre duele, más tarde o más temprano. Como escribe Lucrecio: “Ni al día siguió noche alguna ni a la noche aurora que no escucharan, mezclado con lastimeros vagidos, el llanto, compañero de la muerte y del luto funeral”. En la historia de la humanidad ningún día ha estado ausente de dolor.
Como mencionamos antes, esto es peor aún para los seres humanos y nuestro repertorio verbal, ya que estamos controlados no solo por estímulos que son intrínsecamente aversivos sino también por estímulos que son verbalmente aversivos. De la misma manera, no sólo estamos controlados por estímulos intrínsecamente apetitivos sino por estímulos verbalmente apetitivos. Huimos y buscamos estímulos por sus funciones verbales.
Aquí es donde se vuelve interesante la segunda gran vía, la que podríamos llamar la vía psicológica de la búsqueda de la felicidad: controlar lo aversivo y apetitivo que es establecido por mediación verbal.
Nuestros repertorios verbales son conductas, y en tanto tales son moldeables relativamente. Esto implica que es posible en principio reducir la influencia perniciosa que nuestro repertorio verbal ejerce sobre nosotros. Podemos aprender a reducir la tendencia a compararnos, a juzgar, a perseguir objetivos frívolos, etc. Por esto numerosas tradiciones culturales, filosóficas, y religiosas promueven como cuestión vital central el control de nuestras pasiones y deseos.
Podría decirlo de otra manera. Necesitar o desear algo tiene dos caras: aquello que es necesitado o deseado y la necesidad o deseo en sí como actividad humana. La primera vía que examinamos intenta acceder a la felicidad por medio de conseguir todo lo que necesitamos y deseamos. La segunda vía sugiere que para que ese control apetitivo se debilite, tiene que cesar el deseo. Dicho con un ejemplo: si deseo intensamente tener una nueva cafetera estoy introduciendo un control apetitivo intenso que es incompatible con un contexto de felicidad, por lo cual tengo dos vías para resolver esa tensión: conseguir la cafetera o no desearla en primer lugar. Satisfacer el deseo o abandonarlo.
La segunda vía sostiene que es posible reconocer el control aversivo y apetitivo de origen puramente verbal, y que por diversos caminos podemos aprender a reducir o eliminar su influencia. Este control del repertorio verbal ha aparecido en tradiciones y culturas muy diversas: los epicúreos hablaban de la ataraxia, los estoicos de la apatía, y varias religiones orientales, desde el jainismo al budismo, predican la importancia de alcanzar un estado de desapego con respecto al mundo y los deseos, del cual el nirvana sería el ejemplo más conocido.
La psicoterapia y la felicidad
Creo que llegado este punto podemos recapitular un poco lo expuesto. En lo que hemos visto la felicidad no se considera como un sentimiento, o al menos no sólo un sentimiento, sino más bien un contexto en el cual el control aversivo es nulo o muy débil y lo mismo con respecto al control apetitivo. Los sentimientos placenteros serían más bien el resultado de un contexto así, pero no aquello que lo define.
Así descripta, dijimos que es problemático establecer a la felicidad como algo normativo, como algo que las personas deberían de poder alcanzar. Hay varias razones para esto. En primer lugar, por definición se trata de un estado temporario y por tanto fugaz, ya que todo contexto es dinámico por definición. En segundo lugar, es imposible remover definitivamente el control aversivo de la conducta. Por último, buscar con empeño ser feliz es garantía de no serlo, porque introduce un control apetitivo que es incompatible con el contexto que hemos planteado. Desde esta perspectiva, la felicidad es más bien algo a aprovechar cuando llega, pero no algo a lo cual aferrarse.
La felicidad, como estado sostenido y objeto de deseo, es mala idea. Pero desmenuzar el contexto de felicidad nos permite entrever algunos caminos por los cuales algunos de sus elementos pueden ayudarnos a vivir mejor. Creo que, en este sentido, una psicoterapia puede hacer algunos aportes que van por los caminos de las dos vías señaladas.
En primer lugar, puede ayudar a reducir el control aversivo que no es verbalmente mediado. Esto es, puede ayudar a que una persona lleve a cabo acciones que hagan que su vida sea un poco menos hostil, a través de distintas estrategias de resolución de problemas, habilidades interpersonales, activación conductual, etc. Si ayudamos a una persona a conseguir trabajo, a cuidar su salud, limpiar su casa, etc., estamos ayudando a reducir el control aversivo directo, más en la línea de la primera vía que vimos.
En segundo lugar, puede ayudar a reducir el control aversivo que es generado verbalmente. Esto es, por una parte puede ayudar a reducir la influencia de juicios, comparaciones, y creencias que establecen control aversivo y reducir el control aversivo que está relacionado con sentimientos y pensamientos difíciles por medio de aprender a sostenerlos sin defensa. Aceptación, contacto con el presente, self como contexto y defusión son así formas de reducir lo verbalmente aversivo del mundo.
Finalmente, puede ayudar estableciendo un control apetitivo más compatible con el contexto que señalamos, un control apetitivo que no requiera nada fuera de lo inmediatamente disponible. Esto es: orientarse por valores en lugar de metas. Los valores se refieren a las cualidades encarnadas en la acción en curso, por lo cual su satisfacción está siempre orientada al momento presente, a diferencia de las metas cuya satisfacción está necesariamente en el futuro o en el pasado –se trata de algo a lograr o algo ya logrado.
No podemos generar felicidad –pero sí podemos identificar y propiciar algunos elementos del contexto del que depende para mejor vivir.
Gracias por acompañarme hasta aquí. Nos leemos la próxima.