En una entrevista que di hace unos días compartí una observación que creo puede resonar con otras personas. En resumidas cuentas, creo que la práctica de la psicoterapia –esta actividad que si bien se mira es bastante extraña– proporciona algo parecido a un modesto superpoder, una sensibilidad que sólo brinda la práctica de la psicoterapia: la habilidad de ver el mundo de diferentes maneras.
Quiero decir: si se dedican a la psicoterapia, consideren la cantidad de perspectivas sobre los varios eventos del mundo que han escuchado de parte de sus pacientes. La cantidad de diferentes puntos de vista sobre cuestiones tales como las relaciones humanas, el dinero, los sueños y proyectos, la vida, la muerte, el dolor, el amor.
Gozamos del raro privilegio de escuchar a personas que nos comparten sus formas particulares de vivir y atravesar sus circunstancias, y lo hacen de manera no defensiva y sin un excesivo interés en convencernos (dado que el vínculo clínico no funciona como otros, convencer al terapeuta de algo no resulta de mucho provecho), más bien meramente testimoniando sus experiencias. El entorno clínico permite que las personas digan cosas que no dicen en otros lugares, con una intensidad y apertura que rara vez surge en otras interacciones.
No hay ninguna otra actividad que proporcione una mirada tan íntima y profunda sobre las diferentes formas en que las personas ven el mundo. Quien se ha dedicado a la clínica durante un tiempo suficiente ha escuchado tanto a víctimas como victimarios, a quienes ha sido engañados y a quienes han cometido engaños, a quienes temen lo que otros en cambio disfrutan, miserias, obsesiones, desengaños, y así. Y cada vez la actividad clínica nos obliga a escuchar sus razones y a intentar, al menos, empatizar con actitudes y opiniones que pueden ser muy diferentes de las propias –ya que difícilmente podríamos vivir de esto si nos dedicáramos a trabajar sólo con aquellas personas que nos caen bien o con las que estamos de acuerdo. La actividad fomenta y requiere, al menos de manera temporal, sopesar otras perspectivas.
Y mal que bien, esa pluralidad de cosmovisiones tiende a hacerse hábito en nosotros. Cuando lidiamos con situaciones difíciles que son de alguna manera similares a aquellas que han atravesado nuestros pacientes, es inevitable no sólo recordar sus dificultades y obstáculos, sino también saber que no hay una única forma de vivirlas. Por eso decía que se trata de algo parecido a un superpoder: la caleidoscópica percepción de que la realidad puede ser experimentada de múltiples formas, con matices a veces sutiles pero importantes.
Tendemos a olvidar que gozamos de este inusual privilegio, esta suerte de habilidad atípica de considerar múltiples perspectivas frente a una situación –incluso si se trata de perspectivas con las cuales no comulgamos, meramente saber de primera mano que existen y que hasta podría haber buenas razones para adoptarlas basta para ampliar y matizar nuestra mirada. Las multitudes que contenemos son voces que nos susurran en el hombro cada vez que aparece una decisión importante.
Para dar un ejemplo: los problemas de pareja son un tema de conversación frecuente en terapia, y cuando mis pacientes traen este tipo de temas a consulta suelo bromear al respecto diciendo que curiosamente nunca, en todos mis años de terapeuta, me ha tocado el integrante “malo” de una relación de pareja. A causa de algún milagro estadístico, siempre me han tocado los “buenos”, los que actúan de manera razonable y justificada en las situaciones de pareja, mientras que los “malos” irán a consultar a otros terapeutas, supongo. Es un fenómeno estadístico muy curioso, que a un psicólogo argentino durante años y años de profesión sólo le hayan tocado los buenos de las relaciones. Es un chiste que le hago a mis pacientes, pero en mi vida personal, cada vez que he tenido que lidiar con los normales conflictos de pareja, no puedo dejar de recordar, gracias a esa experiencia, que las situaciones con frecuencia resultan más matizadas y complejas de lo que uno asume. No puedo asumir que en una situación de ese tipo simplemente “tengo razón”, sin que me resuenen las voces de mis pacientes que han dicho cosas similares en similares circunstancias, adoptando posiciones casi opuestas, lo cual me hace sospechar que probablemente las cosas sean un poco más matizadas de lo que estoy asumiendo en ese momento.
La psicoterapia me ha hecho perder esa ingenuidad, y con ello he ganado flexibilidad y matices. Y creo que de entre todos los vicios profesionales que uno pudiera tener, se trata de uno que resulta siempre bienvenido.
Nos leemos la próxima.