Hace algunos años Paula publicó aquí un lindo artículo sobre el autoconocimiento y sus muchos sentidos (en este link),y quisiera hoy rizar el rizo y agregar algunas ideas, como para arruinar la cosa.
La historia vulgar del autoconocimiento es la siguiente: se trata de descubrir lo que uno es, esencialmente. La descripción de algún tipo de sustancia caracterizadora, un ímpetu en el sentido escolástico del término. En efecto, los pensadores escolásticos, siguiendo a Aristóteles, pensaban que los movimientos de un cuerpo cualquiera (una piedra cayendo, el humo elevándose), se debían a una potencia que estaba contenida dentro del cuerpo mismo. La piedra cae porque dentro de sí tiene una potencia que la impulsa hacia abajo, digamos. De manera similar, las formas del autoconocimiento se suelen circunscribir a una suerte de auto-descripción de ciertas características esenciales de la persona, que se manifiestan o no de diversas maneras: “soy una persona apasionada y melancólica”, etcétera. El autoconocimiento, visto de esa forma, consiste en la construcción de una narrativa (generalmente halagüeña) que señala rasgos positivos y rasgos negativos –a los que se les da un giro para hacerlos parecer positivos de todos modos, como cuando la violencia es descripta como “apasionamiento”. El autoconocimiento como retahíla de autodefiniciones.
Esto ha sido bastante cultivado por ciertas vertientes psicológicas que han postulado que hay que buscar las explicaciones profundamente en la persona, con una metáfora de profundidad que por habitual se ha convertido en invisible (¿por qué no, en lugar de psicología profunda, hablar de psicología oblonga, gruesa, o extensa?). Por supuesto, también ha sido abonado por la astrología y áreas afines, que con frecuencia se dedican a la postulación fervorosa de características de personalidad. Hay varios problemas con esta forma de abordar el autoconocimiento. Por un lado, estas definiciones suelen describir lo que una persona querría creer de sí misma, o lo que querría que otras personas creyeran. Pero peor aún, estas descripciones suelen guardar poca relación con lo que la persona efectivamente hace.
Aquí es donde me remito a Spotify.
Me gusta la música, y toco con cierta torpeza algunos instrumentos –no es mucha novedad eso si leen las estupideces que aquí publico de tanto en tanto. Y cada tanto, cuando menciono esa afición con personas que me conocen poco, sucede el siguiente diálogo:
(persona imaginaria a fines de ilustración narrativa) -¡Ah! ¡A mí también me gusta la música!
(yo, levemente incrédulo): ¿Sí? ¡Qué bueno! ¿Qué te gusta?
(persona imaginaria a fines de ilustración narrativa): Ah, escucho de todo, me gusta todo
(yo, descorazonado): Ah…
Ese aire de decepción mío viene de cierta experiencia con lo siguiente: el “me gusta de todo” suele reflejar, o bien un cierto desconocimiento del universo musical (como creer que toda la música se resume en los fabulosos cumbiones de Los Palmeras), o bien cierta inclinación a una autodefinición halagueña. Por eso, me gusta reemplazar la pregunta. No “¿qué música te gusta?”, sino “¿qué has estado escuchando en las últimas semanas?”. El cambio parece menor, pero tiene su sentido y cambia completamente la respuesta.
No sólo es más fácil de responder –en efecto, es más fácil responder a la pregunta “qué has estado escuchando” que a la pregunta “¿cuál es tu artista favorito?”.
Preguntar por la música que le gusta es preguntar por las preferencias, por cierta autodefinición construida. Preguntar por la música que ha estado escuchando es preguntar por acciones. Y las acciones son bastante más reveladoras. Si alguien me dice que le gusta todo pero en los últimos meses, buchonea Spotify, sólo ha escuchado a Nicolino Roche y sus Pasteros Verdes, tenderé a creerle al registro de sus acciones, más que a sus palabras.
Esto nos lleva, en un tercer y final giro, a activación conductual. Una de las cosas que hacemos cuando buscamos un cambio conductual es enseñarle a una persona a registrar lo efectivamente hace. No lo que dice que hace, no lo que querría hacer. Lo que hace: ¿qué demonios estabas haciendo a las tres de la tarde del viernes? Es una forma de autoconocimiento. Pero no el autoconocimiento de las definiciones de uno mismo, sino el autoconocimiento de las acciones de uno mismo. Un autoconocimiento que no es profundo, enterrado dentro de la persona, sino extenso, en las acciones que la persona lleva a cabo a lo largo del tiempo. La pregunta por quién soy, pero respondida a lo largo del tiempo por las acciones, no por las definiciones.
Espero que les haya gustado el texto. Pueden dejar comentarios y demás al pie del artículo (y también sugerencias para próximos artículos).
Nos leemos la próxima!
4 comentarios
Excelente metáfora para permitir centrar la acción y el rol del terapeuta.
Esta puede ser una forma también de conocerlos valores o cuál es el mejor camino que has elegido,?
Gracias Fabián
Podría ser, aunque no creo que tenga tanto vuelo mi analogía. Saludos!
Como desde que te vengo leyendo, es una maravilla reflexionar contigo.
oh, gracias por decir eso 🙂