Sobre la salud mental y la salud psicológica

Hoy, diez de octubre, es el Día Mundial de la Salud Mental, y yo no querría dejar pasar la oportunidad de ponerme alusivo y protestar un poco, como para no perder la costumbre.

La fecha en cuestión pretende visibilizar el tema en cuestión y señalar su importancia, lo cual termina siendo una suerte de premio consuelo ante la generalizada falta de inversiones sustantivas en el sector de la salud –no tendremos presupuesto suficiente, pero al menos una vez por año el tema sale en los medios. Consolaciones del capitalismo tardío.

Al margen de eso, la cuestión que quiero señalar hoy gira en torno al término utilizado: día de la salud mental. Quizá hayan notado que hay una tendencia creciente en los últimos años a evitar la expresión “salud mental” a favor de “salud psicológica” –tendencia a la cual suscribo calurosamente, claro está.

No soy un fanático del uso estricto de las palabras, debo aclarar. Me gustan y soy sensible a sus connotaciones, pero no creo que el mundo se vaya a arreglar por cambiar un término por otro. Ojalá fuera tan simple. Lo que sí creo es que las palabras sirven para anclar y resaltar aspectos de la realidad, y de esa manera orientan nuestra atención y nuestros actos hacia ciertos factores y no otros. Y en ese sentido, creo que la expresión “salud mental” nos orienta en una dirección problemática.

En primer lugar, la misma categoría de “mental” es difícil de definir. Supone una suerte de realidad paralela inmaterial que de alguna manera misteriosa interactúa con la realidad física. Pero incluso si asumimos que mental se refiere a procesos cognitivos materiales, el concepto de salud mental es problemático. Lleva nuestra atención ante todo a lo que pasa dentro de la persona, sus pensamientos, creencias y sentimientos, de suerte que la salud mental termina siendo equivalente a la experiencia subjetiva de bienestar.

Pero el verdadero problema es lo que “salud mental” deja afuera. Hablar de una salud ligada sólo a lo mental tiende a dejar por fuera los factores sociales, económicos, ecológicos, culturales, que afectan la vida cotidiana de las personas. Por ejemplo, se suele hablar de una epidemia de depresión, como si fuera una suerte de virus que afecta el funcionamiento mental de las personas, cuando lo que hay es una epidemia de aspectos contextuales que vuelven muy difícil conectar con un futuro deseable: crisis económicas generalizadas, el auge de polarizaciones de todo tipo que destruyen el tejido social, una desigualdad económica galopante, el cambio climático, y la exclusión respecto a la posibilidad de generar un cambio en esos aspectos, sostenidos por las clases políticas y económicas dominantes. Hablar de salud mental pone el énfasis en el lado incorrecto de la cuestión (también lo es hablar de salud emocional, por los mismos motivos), y corre el riesgo de convertirla en una cuestión exclusivamente interna e individual, como si fuese posible separarla de sus determinantes contextuales.

En contraste, salud psicológica es una expresión un poco más amplia. No es perfecta, ni por asomo, pero es menos reduccionista que hablar de salud mental. Lo psicológico no concierne solo a los procesos cognitivos o emocionales –no es como se sienten o piensan las personas el foco del problema, es la interacción en y con su ambiente. Ese es el nivel propiamente psicológico, el que se ocupa de las personas actuando en y con un contexto social e histórico con determinadas características, cuyo análisis es ineludible para lograr una comprensión cabal de las formas que adopta el sufrimiento humano.

Por todo esto: que tengan un buen día mundial de la salud psicológica.