La situación de la psicología clínica en Argentina es menos que deseable, para decirlo de la manera más gentil posible. Hay problemas graves tanto en la formación como en la práctica profesional, problemas de los cuales querría hacer un breve resumen aquí.
Formación
Hablemos primero de la formación profesional de los psicólogos. Puedo usar mi propia experiencia como ejemplo, señalando que mi situación no es la excepción sino la regla.
Terminé mi carrera hace poco más de 15 años en una universidad pública nacional (no importa demasiado cuál, porque la situación es similar en la mayoría de ellas). Apenas hube recibido el título y realizados los trámites burocráticos de rigor estuve habilitado para atender personas en consulta. El problema es que, si bien contaba con un documento que acreditaba mi capacidad profesional, durante la carrera ni a mí ni a mis compañeros se nos había enseñado absolutamente nada sobre temas tales como:
- Cómo hacer un diagnóstico (por ejemplo, cuáles son los criterios para realizar un diagnóstico de trastorno de pánico y cómo evaluarlos en la clínica, descartando otros).
- Cómo distinguir un diagnóstico de otro (por ejemplo, distinguir entre depresión y bipolaridad), y cómo identificar comorbilidades.
- Qué información recabar en una primera entrevista, qué es útil preguntar y que no.
- Condiciones no psicológicas a evaluar (por ejemplo, hipotiroidismo y depresión).
- Qué conductas son éticas y cuáles no, qué derechos tienen los pacientes y cómo efectivizarlos (por ejemplo, cómo hacer un consentimiento informado).
- Cómo realizar y administrar una historia clínica, como así también manejar certificados u otros documentos legales.
- Cómo actuar frente a un paciente con riesgo de vida (a quién puedo llamar, qué conductas son indicadoras de riesgo inminente, cuando sugerir internación y cuándo no, etc.)
- Cómo actuar frente a un paciente que es un riesgo para terceros.
- Cómo manejar situaciones reportadas de violencia o de abuso (con quién debería comunicarme, en qué casos, de qué manera).
- Cómo conceptualizar y planificar un tratamiento.
- Cómo realizar intervenciones apropiadas para los tipos de consulta más comunes (qué hacer frente a un caso de fobia, cómo actuar frente a un diagnóstico de depresión)
- Qué intervenciones y formas de actuar están contraindicadas en qué casos: por qué es mala idea, por ejemplo, trabajar técnicas relajación con un paciente con pánico (aunque, para paliar esto, mi Facultad se ocupó de no enseñarnos técnicas de relajación, ni otras).
- Cómo comunicar información relevante a factores psicológicos comunes en la práctica, como emociones, diagnósticos, y creencias (me enteré de la existencia del término “psicoeducación” tres años después de terminada la carrera).
A pesar de ignorar rigurosamente todos estos puntos, yo estaba en condiciones legales de ocuparme del bienestar psicológico de otras personas. Y el mío no ha sido un caso aislado, sino que se trata de la norma. Por supuesto, hay algunas Facultades de Psicología que son un poco mejores con respecto a los contenidos, pero les resultará difícil encontrar a una persona recién egresada que pueda dar cuenta de todos los puntos enumerados, que como notarán, no son conocimientos hiperespecializados, sino cosas bastante más básicas y cruciales, como por ejemplo qué demonios hacer cuando tenemos en el consultorio a un paciente que se quiere quitar la vida.
Que un profesional sepa manejar estos ítems es cuestión de elección y responsabilidad personal, no algo que sea condición indispensable para recibir el título habilitante. Y hablando de eso…
Regulación profesional
La formación profesional es deficiente, pero el marco legal regulatorio de la profesión es directamente una desgracia.
Para comenzar a atender de manera privada en un consultorio no es necesario realizar ninguna práctica profesional previa (algunas Facultades ofrecen un rudimento de práctica durante la formación, pero no todas), ni hay ninguna evaluación de la idoneidad profesional o psicológica para tramitar la matrícula. No es obligación supervisar, ni hay que rendir cuentas de la actividad profesional de ninguna manera.
Tampoco hay obligación legal alguna de actualizarse continuamente. En una buena parte de los países es necesario cumplir con una determinada cantidad de horas de formación anual para sostener la habilitación profesional, pero no es el caso en Argentina. Salvo que personalmente decida hacerlo, puedo pasarme el resto de mi vida profesional atendiendo sin leer ni aprender nada más que lo que leí en la facultad, sin hacer ningún curso o formación complementaria ni supervisar con alguien de más experiencia. Es perfectamente posible aterrizar en el consultorio de una persona cuya última actividad de actualización profesional sucedió antes de que hubiese Internet.
Puedo encerrarme en un consultorio y trabajar de manera privada con un niño, un adulto, una pareja, y dar toda clase de consejos e indicaciones, porque no hay controles de ninguna clase sobre la práctica profesional privada. En teoría debería abstenerme de intervenciones que son excesivamente no científicas –digamos, no debería hacer una carta astral (aunque tampoco hay controles para prevenir eso), pero fuera de esos extremos, puedo usar cualquier intervención que me plazca.
Tenemos una ley de salud mental que especifica que la atención psicológica debe ajustarse a criterios científicos, pero como no está reglamentado qué sería un criterio científico (qué evidencia tiene que tener una psicoterapia para ser considerada viable para utilizarse con población general), cualquier intervención puede ser utilizada. Si, digamos, pergeño una teoría que atribuye los problemas psicológicos al color de pelo de una persona y como intervención se indica teñirlo de determinados colores, no tendría mayores obstáculos legales para llevar una práctica profesional basada en ella, ni en entrenar a otros profesionales.
Ni el Ministerio de Salud ni los colegios profesionales controlan que los profesionales trabajen con terapias con fundamento científico (probablemente si lo hicieran tendrían que suspenderle la matrícula a la mitad de sus afiliados). Tampoco controlan que los profesionales estén psicológicamente aptos para ejercer, ni tampoco controlan el cumplimiento del consentimiento informado u otros derechos de los pacientes.
Por todo esto, en Argentina ir a terapia, sin conocer al profesional, es una lotería. Por norma, un profesional no necesita actualizarse ni dar cuenta de sus prácticas. En líneas generales, hay más controles para manejar una motoneta que para ocuparse del bienestar psicológico de otra persona.
Un rayo de esperanza
Por suerte, no todo está perdido. Han surgido en los últimos años agrupaciones, usualmente informales, que bogan por un cambio. Notablemente, hay cada vez más agrupaciones de estudiantes de psicología que se organizan para suplir los conocimientos que la Facultad no brinda, y para pedir por un cambio en los vetustos programas de estudio.
Cada vez más estudiantes se interesan por psicología basada en ciencia, psicología con sensibilidades humanas que no vaya en desmedro del rigor científico. Cada vez es más frecuente que los propios pacientes soliciten específicamente profesionales que trabajen con terapias efectivas. Cada vez más profesionales se interesan por terapias con soporte empírico. De manera dispersa y subterránea, las cosas están cambiando.
Hay varias formas de apoyar este cambio de aire, como, por ejemplo:
- Informar activamente a las personas que buscan terapia de sus derechos como pacientes, hablar de consentimiento informado, del manejo de la información clínica, del derecho a recibir un trato respetuoso y una ayuda psicológica basada en ciencia.
- Diseminar activamente intervenciones y conocimientos psicológicos basados en ciencia.
- Pedir a los colegios profesionales que hagan un poco más que protestar por el intrusismo profesional. Solicitar que ofrezcan formaciones basadas en evidencia, que actualicen sus bibliotecas profesionales, que hagan campañas para que sus afiliados trabajen con normas basadas en evidencia.
- Presionar a las universidades para que actualicen los programas y formatos de formación, y apoyar a quienes están intentando cambiar las cosas.
- Exigir a los hospitales públicos una atención basada en ciencia.
- Exigir mejores y más claros marcos regulatorios de la actividad profesional, y no meros biensonantes cambios cosméticos.
Personalmente, no creo que las cosas vayan a cambiar de la noche a la mañana, y creo que varios de los problemas que aquí he señalado van a durar más que yo mismo. Pero, al mismo tiempo, cada aporte cuenta. Cada persona que, después de años de terapias que no respetan sus derechos, recibe finalmente una ayuda profesional adecuada, cuenta como una victoria. Quizá sea una victoria pequeña en el panorama general, pero enorme en la vida de esa persona.
Cada vez son más las voces que se alzan pidiendo un cambio de aire en la disciplina. Sumemos las nuestras, y que el viento se transforme en huracán.