Hace algún tiempo escribí una nota respecto a la relación funcional entre estímulo, respuesta y refuerzo, señalando que los términos no designan entidades sino relaciones funcionales con los otros elementos. Hoy quisiera detenerme en un par de confusiones comunes respecto a la definición y uso de esos términos.
El término “castigo” en particular, ha entrado con el pie izquierdo al vocabulario técnico. Dado que en lenguaje común “castigo” se usa para designar acciones poco… empáticas, digamos (un golpe, por ejemplo), ha arrastrado esa connotación al entrar en el lenguaje técnico del análisis de la conducta, y ello ha contribuido a generar cierto aire siniestro en torno a los conceptos (y por extensión, a quienes los usan)
En ese lenguaje técnico, “castigo” designa toda consecuencia de una conducta que tiene como efecto hacer que esa conducta disminuya en frecuencia o cese. “Castigar” entonces, es presentar una consecuencia que tiene como efecto disminuir una conducta dada. Refuerzo y la actividad de reforzar, se refieren a presentar una consecuencia que hace que la conducta aumente. Los términos “positivo” y “negativo” sólo se refieren a si dicha consecuencia involucra presentar o retirar un estímulo respectivamente, no tienen relación alguna con las bondades del estímulo en cuestión. Quizá este gráfico ayude a aclarar la diferencia:
Un latigazo, por ejemplo, no es un castigo en sí mismo. Para algunas personas, con ciertas historias de aprendizaje, recibir un latigazo puede ser un castigo para ciertas conductas, es decir, tendría como efecto que determinada conducta cesara. Pero para otras personas, con distintas historias de aprendizaje, en ciertos contextos, un latigazo puede ser de hecho un refuerzo para ciertas conductas(por ejemplo, personas con afición al sadomasoquismo). Lo mismo sucede, punto por punto, con el refuerzo.
Vida cotidiana
El refuerzo y el castigo están sucediendo todo el tiempo en nuestra vida. En parte están representados por efectos directos del ambiente sobre la conducta. Por ejemplo, podría hablar de refuerzo en estos casos:
- Siento calor, prendo el aire acondicionado, dejo de sentir calor.
- Salgo a correr, el efecto que tiene en mí hace que vuelva a correr dentro de un par de días.
- Toco el piano, cierta secuencia de notas suena agradable, la repito y varío sobre ellas.
En otros casos, los refuerzos y castigos están encarnados en las acciones de las personas a nuestro alrededor. Por ejemplo, quizá podríamos hablar de refuerzo en estos casos:
- Un hombre se acerca a hablar a una mujer en un bar; la mujer sonríe y se muestra interesada.
- Un niño le lleva un dibujo a su madre; la madre dice “qué buen dibujo, ¡gracias mi amor!”.
- Una persona publica en su muro de facebook una reflexión; cincuenta personas ponen “me gusta”; esta persona vuelve a publicar
(vale aclarar, para poder hablar cabalmente de refuerzo necesitaríamos saber si la conducta en cuestión se sostuvo o aumentó luego de esas consecuencias, estos ejemplos se refieren solo a secuencias que podrían ser conductas reforzadas)
El punto es, cada interacción que tenemos, cada acción, tiene consecuencias; y nuestras acciones, a su vez, son refuerzos o castigos para otros, a veces, de manera muy sutil e inadvertida.
En terapia también está presente todo el tiempo:
- Cuando un paciente dice “me estuve sintiendo mal esta semana”, y el terapeuta frunce el ceño, cambia de tema, endurece el tono de voz, bosteza, posiblemente se esté castigando la conducta de decirlo.
- Cuando un paciente dice “soñé algo curioso ayer”, y escucha un “ahá…” con tono interesado por parte del terapeuta, posiblemente se refuerce el relatar el sueño.
- Cuando un paciente dice “soñé algo curioso ayer”, y escucha un “ahá…” con tono monocorde y frío por parte del terapeuta, posiblemente funcione como un castigo para la conducta de relatar el sueño.
- Cuando un paciente dice “cuando era chico mi papá abusó de mí”, y el terapeuta carraspea incómodo o cambia de tema, posiblemente tenga como efecto reducir esas expresiones, es decir, castigarlas.
Cada tanto me topo con expresiones del estilo “los métodos conductistas convierten a los chicos en robots”, por parte de personas que, acto seguido, felicitan a sus hijos cuando se lavan las manos antes de cenar, los reprenden cuando le pegan a un compañerito, prestan atención cuando su hijo dice “mirá como bailo”. Esas mismas personas se refieren a un niño ajeno como “malcriado”, cuando tiene un berrinche porque no le regalaron un ipad para navidad, o dicen que el ADHD es porque los padres no saben poner límites. Es decir, reconocen la influencia del ambiente -y en el ambiente de un niño una parte destacada son los adultos a su alrededor.
No podemos escapar de esto, pero sí podemos saberlo y ejercerlo en consecuencia. El análisis de la conducta tiene más de medio siglo investigando sobre los efectos del ambiente y las interacciones sobre la conducta. Es por ello que, por ejemplo, dentro del análisis de la conducta el castigo prácticamente no se utiliza, sino que se utiliza extinción y refuerzo diferencial positivo.
Esto escribía Skinner en el 68, en Walden Dos:
las primitivas formas de gobierno estaban naturalmente basadas en el castigo. Es la técnica obvia cuando el físicamente fuerte controla al débil. Pero nos encontramos en los dolores que preceden a un gran cambio hacia el refuerzo positivo. De una sociedad competitiva marchamos hacia una
sociedad solidaria, en la que nadie se favorecerá a expensas de nadie. El cambio es lento y doloroso, porque el efecto inmediato y pasajero del castigo eclipsa las ventajas posibles del refuerzo positivo.
En este fragmento se señala lo ineficaz y pernicioso del castigo, ya no sólo en el nivel del individuo, sino a nivel de la sociedad. Más adelante en el texto, uno de los personajes dice:
—¿Qué es el amor —dijo encogiéndose de hombros— sino un sinónimo del refuerzo positivo?
Y ahí está condensada la idea completa. La forma definitiva de “control” para el conductismo es el amor.