Hoy nos abstendremos de todo discurso cercano a la evidencia y precisión teórica para entregarnos de lleno al populoso oficio de la especulación inútil. Vamos a hablar al pedo, digamos.
-Lo de siempre, dirán; por supuesto, pero hagan de cuenta que no, diré.
Hablemos del problema. Más precisamente, hablemos de la palabra problema, y en particular de su etimología porque creo que tiene algunos aspectos que son relevantes para la clínica.
Problema es una palabra de origen griego, que según mi preciado Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española de Roberts y Pastor (sí, es uno de los mejores regalos que haya recibido), comparte la misma raíz gwelǝ (que se refiere a lanzar o arrojar), con palabras como ballesta, balística, símbolo, émbolo, parábola, hipérbole, etc.
En concreto, se trata una palabra compuesta por tres partes: pro (que significa antes o adelante, como en prólogo), el ballein griego derivado de la raíz indoeuropea (que significa arrojar), y el sufijo oma (resultado de una acción). En otras palabras, es el resultado de poner algo frente a uno (la palabra “proyecto” tiene prácticamente el mismo sentido, poner algo delante, sólo que tiene origen latino en lugar del griego,). El sentido de “dificultad” asociado a problema apareció un poco más tarde.
Disculpen la filología (chapucera y seguramente errónea) de entrecasa, lo que estoy destacando es que problema se refiere a una acción ejercida sobre algo, no a una cualidad de ese algo. Un problema es lo que ponemos frente a nosotros para resolver. Es una perogrullada señalarlo, pero nada es un problema, sino que se vuelve uno cuando lo abordamos como tal, cuando lo ponemos frente a nosotros con la finalidad de resolverlo –que viene a su vez de desatar (sí, perdón, no hay que combinar drogas recreativas pesadas con un diccionario etimológico porque pasan cosas).
¿Qué cuernos tiene esto que ver con un blog de psicología y psicoterapia? Poco, por supuesto, pero les avisé que iba a hablar al pedo. Sucede que no estoy intentando un razonamiento etimológico ni una verdad universal, sino ofreciendo un pensamiento bastante rudimentario: postular que un fenómeno es un problema es configurarlo de manera tal que una solución es algo posible respecto a ese fenómeno.
Decir “esto es un problema”, implica decir “esto es algo a solucionar”; la solución puede ser difícil, mala, o inhallable, pero existente en principio, aunque la solución sea “esto no tiene solución”. Es, a grandes rasgos, lo que sucede cuando agarramos un cubo Rubik: lo abordamos como algo a resolver, aunque probablemente no lo podamos resolver en la puta vida.
Nuestras habilidades simbólicas de resolución de problemas funcionan de maravillas con las cosas que son configuradas de esa manera –y además se siente es-tu-pendo resolver algo. Tan bien se siente que la sección de esparcimiento en diarios y revistas consiste habitualmente en una colección de problemas a resolver (hablo de sudoku, crucigramas, sopa de letras, etc.), cuya única recompensa es resolverlos. Si alguna vez les ha resultado extraño que un entretenimiento predilecto en ámbitos de ocio (viajar, estar en la playa, pasar tiempo muerto), sean revistas que ofrecen problemas que a nadie le importa que sean resueltos para que intentemos soluciones que nadie conocerá, están en buena compañía.
Lo que esto indica es que con frecuencia la mera resolución tiene valor de refuerzo para una actividad -motivo por el cual cuando trabajo con activación conductual suelo sugerir arreglos hogareños en la planificación, arreglar una canilla que pierde es más efectivo que un gramo de fluoxetina. Ahora bien, hay fenómenos que pueden ser significativamente abordados como problemas. El fucking cubo Rubik es un buen ejemplo, como así también la mayoría de nuestras dificultades cotidianas, que pueden ser tratadas de esta manera: “este es el problema, esta es la solución”.
Pero esta es la mitad de la historia. La otra mitad es que esto es tan entretenido, tan útil, tan reforzante (perdón, me sale el conductista equivocado de adentro), que a menudo abordamos como problemas -como eventos a resolver- fenómenos que no se prestan con facilidad a ser tratados de esa manera. Me refiero aquí a cuando abordamos como problemas a las emociones, sentimientos, sensaciones físicas, pensamientos, recuerdos (digamos para resumir, experiencias internas).
El tema con esos fenómenos es que cuando son configurados como problemas generan dificultades vitales. Si una emoción es tratada como un problema se impone que hay que hacer algo al respecto, que hay que resolverla, controlarla, modularla, reducirla de alguna manera, y lo mismo vale para el resto de las experiencias internas. Abordarlas como problemas es el problema.
Abordar algo como un problema involucra emplear nuestras habilidades de resolución de problemas, es equivalente a decir “esto es algo a resolver”. Pero sucede que no podemos controlar muy bien lo que sentimos, los pensamientos o recuerdos que aparecen en nuestra mente, ni las sensaciones físicas suscitadas por una situación (hablo de las sensaciones físicas relacionadas con la psicología, probablemente esa urticaria que tienen en la entrepierna requiera control médico).
Y cuando realmente lo intentamos, cuando le ponemos mucho empeño a controlar nuestras experiencias internas, sale todo mal: las emociones que queremos eliminar aumentan, los pensamientos se vuelven recurrentes y obsesivos, las sensaciones físicas controlan toda nuestra vida. En fin, toda la vasta literatura sobre procesos irónicos que tan bien investigaron Wegner y otras personas (lean esto, si les interesa un resumen).
Esto es lo que llamamos evitación experiencial: lidiar con una experiencia interna como si fuera un problema. Cuando abordamos el fenómeno así todo lo que viene a continuación, lógicamente, son soluciones (o intentos de solución). Es como decirle a nuestras habilidades de resolución de problemas “esta emoción que siento es como un cubo Rubik, hay que resolverlo para que la vida funcione”. El problema es que estas cosas no se pueden solucionar, porque no son problemas -o, mejor dicho no pueden ser bien abordadas como problemas. Es como tratar de ponerle un sombrerito a nuestro gato: parece posible y divertido, pero va a terminar mal, con el gato enojado y nosotros arañados.
Las experiencias internas son mucho más aptas para ser abordadas como experiencias a tener que como problemas a resolver. Estoy diciendo esto: ¿qué pasaría si no planteáramos a las emociones, pensamientos, sentimientos, etc., como fenómenos a resolver sino como experiencias a tener? No estoy diciendo que no duelan, ni tampoco estoy diciendo que las ignoremos. Algo puede ser doloroso o molesto sin que sea algo a resolver. Podemos pararnos frente a nuestros dolores no como cosas que necesitan ser resueltas, sino como experiencias que pueden ser atravesadas. Cuando hacemos eso, el miedo no es un problema, la vergüenza no es un problema, la tristeza no es un problema. Son parte de estar vivos.
De paso, esto nos permite entender la diferencia entre tolerar y aceptar. Tolerar (un dolor, un malestar), es abordarlo como un problema, salvo que no sabemos qué más hacer. Aceptar es abordarlo como una experiencia, como parte de la vida. Por eso tolerar está del mismo lado que evitar: se trata de abordar el malestar como un problema, sólo que cuando toleramos, admitimos que nos hemos quedado sin herramientas para resolverlo; está más cerca de la aceptación, pero no lo es, porque la aceptación implica abordar el malestar no como algo a resolver sino como algo a vivir.
Kelly Wilson utiliza una analogía muy clara, hablando de problemas de matemática versus atardeceres:
Parte de lo que sucede es que interactuamos con nuestros problemas, y en general con una buena parte de nuestras vidas, como si fuera un problema matemático a resolver. Sin embargo, no siempre es útil tratar todo en la vida como si fuera un problema matemático. Muchas cosas son como los atardeceres. No funciona bien tratar los atardeceres como problemas matemáticos. Si lo hacemos, ¿qué logramos? Obtenemos un palabrerío en la cabeza más o menos así: “Mmm, ese rojo no es tan lindo como el rojo que vi el otro día en esa pintura. Sería más lindo si fuera un poquito más claro. Y si esa nube estuviera un poquito más arriba, sería mejor”. Esa manera de relacionarnos con un atardecer no funciona muy bien. Lo que un atardecer necesita es simplemente que estemos allí, presentes, y lo contemplemos.
¿Qué pasaría si un montón de cosas con las cuales luchas en la vida no necesitan ser tratadas como si fueran un problema matemático, sino que sólo necesitan que estés allí, como harías con un atardecer?
¿Cuántas veces tratamos al malestar como a un problema de matemáticas? ¿Cuántas veces tratamos a la persona que nos cuenta algo doloroso, sea un paciente, un amigo, nuestra pareja, como si la situación fuera algo a resolver? ¿Qué pasaría si tratásemos a esas situaciones como si fuera un atardecer en lugar de un problema matemático? Es una buena pregunta, en mi opinión. Al menos por un rato. Por supuesto que hay cosas para hacer, soluciones a intentar, pero quizá, solo por un momento, valga la pena contemplar esas situaciones como atardeceres, en lugar de inmediatamente correr a resolver el problema. Quizá, sólo quizá, podemos tratar a algunas de nuestros dolores como parte de la vida, no como el condenado cubo Rubik.
Espero que les haya entretenido el desvarío. Como siempre, pueden dejar sus comentarios y quejas al pie.
Nos leemos la próxima.
8 comentarios
Excelente!!!!
Gracias!
Muy bueno!!
gracias!
Muy claro!, Gracias!!
gracias!
Siempre un gusto leerte Fabián! Tan claro , tan fresco seguí así…
gracias 🙂