Porque sentirse estúpida/o no es señal para detenerse.
Porque estamos a favor de la defusión cognitiva cuando está orientada a fines valiosos.
Porque para crecer muchas veces hay que convivir con algunos “demonios” que, la mayoría de las veces, son señal de que nos estamos acercando a lo que nos importa.
Por todo eso, encontramos este valioso ensayo Martin Schwartz y quisimos compartirlo con ustedes. Schwartz trabaja en el campo de la biofísica, particularmente aplicada al estudio de las membranas fosfolipídicas. Como verán, bastante lejos del ámbito psi. Sin embargo, nos ofrece una interesantísima reflexión sobre la importancia de estupidez que nos puede ser útil a todes. Pasen y vean:
Recientemente me encontré con una vieja amiga a la que no venía en años. Fuimos compañeros de doctorado, los dos estudiábamos ciencias aunque en áreas diferentes. Ella abandonó un tiempo más tarde, fue a la Escuela de Leyes de Harvard y ahora es abogada y trabaja en una organización de asuntos ambientales. En un momento dado, hablamos sobre porqué ella abandonó el doctorado y para mi absoluto asombro ella dijo que fue porque la hacía sentir estúpida. Luego de un par de años de sentirse estúpida cada día, ella estaba lista para dedicarse a otra cosa.
Pensaba en ella como una de las personas más brillantes que conocía y su carrera posterior apoyó esta perspectiva. Lo que dijo me molestó. Me quedé pensando en eso y en algún momento del día siguiente, lo entendí. La Ciencia me hace sentir estúpido también. Es sólo que me acostumbré a eso. Tanto me acostumbré, de hecho, que activamente busco nuevas oportunidades para sentirme estúpido. No sabría qué hacer sin ese sentimiento. Incluso pienso que así debe ser. Dejame explicarte.
Para la mayoría de nosotros, una de las razones por las que nos gustaba la ciencia en la escuela secundaria es que éramos buenos en esas materias. Esa no puede ser la única razón – la fascinación por entender el mundo y la necesidad emocional de descubrir nuevas cosas tiene que jugar un papel también. Pero la escuela secundaria significa tomar materias y aprobarlas, saber las respuestas correctas en los exámenes. Si sabés las respuestas, lo hacés bien y te sentís inteligente.
Un curso de doctorado, en donde tenés que llevar adelante un proyecto de investigación, es una cosa totalmente diferente. Para mí fue una tarea desalentadora. Cómo podría encuadrar las preguntas que conducirían a descubrimientos significativos; diseñar y interpretar un experimento de modo de que las conclusiones fueran convincentes; preveer dificultades y ver lo que las generaba o, si fallaba en eso, resolverlas cuando aparecieran? Mi proyecto de doctorado era de alguna manera interdisciplinario y, por un tiempo, cada vez que me encontraba con un problema molestaba a los miembros del departamento de la facultad que eran expertos en las variadas disciplinas que necesitaba. Recuerdo el día en que Henry Taube (quién ganó el Premio Nobel dos años después) me dijo que no sabía cómo resolver el problema que yo estaba enfrentando en su área. Yo estaba en tercer año y pensaba que Taube sabía mil veces más de lo que sabía yo (estimación conservadora). Si él no tenía la respuesta, nadie la tenía.
Ahí es cuando me di cuenta: nadie la tenía. Por eso era un problema de investigación. Y siendo mi problema de investigación, dependía de mí resolverlo. Una vez que afronté esto, resolví el problema en un par de días (no fue realmente difícil, sólo tuve que intentarlo algunas veces). La lección crucial fue que el espectro de cosas que no sabía no era simplemente vasto; era, para todo los propósitos prácticos, infinito. Darme cuenta de eso, en lugar de desalentarme me liberó. Si nuestra ignorancia es infinita, el único curso de acción posible es salir del paso lo mejor que podamos.
Quiero plantear que nuestros programas de doctorado usualmente ofrecen a los estudiantes un mal servicio en dos sentidos. Primero, no creo que los estudiantes sean formados para entender cuán duro es hacer investigación. Y cuán difícil es hacer investigación relevante. Es muchísimo más demandante que tomar cursos extremadamente demandantes. Y lo que lo hace difícil es que la investigación implica sumergirse en lo desconocido. Simplemente no sabemos lo que hacemos. No podemos estar seguros de estar haciendo la pregunta correcta o llevando a cabo el experimento correcto hasta que obtenemos la respuesta o el resultado. Lo cierto es que la ciencia se hace más difícil al tener que competir por becas o subvenciones y espacios en las revistas de mayor prestigio. Pero además de todo eso, realizar investigación significativa es intrínsecamente duro y las políticas departamentales, institucionales o nacionales no logran aliviar esta dificultad intrínseca.
Segundo, nosotros no hacemos un buen trabajo enseñando a nuestros estudiantes a cómo ser productivamente estúpidos – es decir, si no nos sentimos estúpidos significa que no estamos verdaderamente intentándolo. No estoy hablando de la “estupidez relativa” en donde los otros estudiantes de la clase leyeron el material, estudiaron y aprobaron el examen y vos no. Tampoco estoy hablando de la gente brillante que está trabajando en áreas que quizá no concuerda con sus talentos. La ciencia involucra confrontar nuestra “estupidez absoluta”. Ese tipo de estupidez es un hecho existencial, inherente a nuestros esfuerzos por adentrarnos en lo desconocido. Los exámenes preliminares hacen bien cuanto el comité de la facultad presiona hasta que los estudiantes empiezan a responder mal o dicen “no lo sé”. El punto de un examen no es ver si los estudiantes tienen las respuestas correctas. Si las tienen, es la facultad la que falló el examen. El punto es identificar los puntos débiles de los estudiantes, en parte para ver en dónde necesitan poner más esfuerzo y en parte para ver si el conocimiento de los estudiantes falla a un nivel suficientemente alto como para indicar que están listos para llevar a cabo un proyecto de investigación.
Estupidez productiva significa ser ignorante por elección. Focalizarse en preguntas importantes nos pone en la posición incómoda de ser ignorantes. Una de las cosas bellas de la ciencia es que nos permite titubear, hacerlo mal una y otra vez, y sentirnos perfectamente bien mientras que aprendamos algo cada vez. Sin duda esto puede ser difícil para estudiantes que están acostumbrados a tener las respuestas correctas. Sin duda, niveles razonables de confianza y resiliencia ayudan pero pienso que la educación científica debería hacer más para facilitar esta gran transición: desde aprender lo que otras personas descubrieron hasta realizar los propios descubrimientos. Más cómodos estemos con ser estúpidos, más profundo nos adentraremos en lo desconocido y más probable será que realicemos grandes descubrimientos.
Hasta aquí el ensayo de Schwartz.
Hasta la próxima!
Link al articulo original: http://jcs.biologists.org/content/121/11/1771
Si quieren saber más sobre Schwartz: martin.schwartz@yale.edu