Hoy querríamos explorar algunos puntos sobre el concepto de fusión tal como se utiliza en ACT, algunas formas de entenderlo, y un deslizamiento conceptual que suele producirse las primeras veces que lidiamos con el término.
Solemos hablar de fusión cuando decimos que una paciente está “enganchada” con sus pensamientos, y esa es una forma perfectamente aceptable de utilizar el término. Pero sucede que “fusión” es lo que se denomina un término de nivel medio, esto es, un término que sacrifica precisión por utilidad y que por ello puede dar lugar a confusiones. Si queremos ponernos un poco más precisos (sí, nadie quiere más tecnicismos pero es mi artículo y hago lo que quiero), podemos revisar una definición canónica, proveniente de la segunda edición del libro de ACT:
“En un sentido técnico, la fusión cognitiva es un proceso por el cual los eventos verbales ejercen un fuerte control por estímulos sobre las respuestas, con exclusión de otras variables contextuales. Dicho de otro modo, fusión es un tipo de predominancia verbal en la regulación conductual. Dado que los contextos que soportan la conducta verbal son ubicuos, tendemos a comportarnos verbalmente de la mañana a la noche, constantemente describiendo, categorizando, relacionando y evaluando (…) A medida que la conducta es dirigida cada vez más por relaciones derivadas de estímulos, la experiencia directa juega un rol menor. La fusión hace difícil distinguir entre ambas. Comenzamos a responder a nuestras construcciones mentales como si estuviéramos respondiendo directamente a la situación física” (Hayes, Strosahl, & Wilson, 2012, p.69, el resaltado es nuestro)
Probablemente a medida que leyeron la cita pudieron percatarse de su con-fusión (jeje) aumentando exponencialmente. Es comprensible ya que se trata de una definición bastante densa, pero intentaremos explicarla y simplificarla un poco –o complicarla irremediablemente. Lo que sigue no va a ser muy técnicamente correcto, pero quizá sirva para echar algo de luz sobre el asunto.
La cosa podría explicarse más o menos así: en un sentido estricto, la conducta de cualquier organismo (incluyendo a nuestra especie) está controlada por los estímulos del ambiente. Cuando hablamos, por ejemplo, de antecedentes, consecuencias, reforzamiento, etc., nos estamos refiriendo a los diversos estímulos que controlan una conducta X.
Este control por los estímulos es ejercido por sus propiedades intrínsecas, lo que podríamos llamar contingencias directas que tienen funciones conductuales dependientes de esas propiedades intrínsecas: cuando nuestra gata viene corriendo al escuchar el sonido de la bolsa de comida en la cocina(casi lo mismo que ustedes cuando escuchan una notificación del celular, salvo que la gata se apura menos), su conducta está controlada por las características concretas de ese sonido, por lo cual no viene si el sonido que escucha es el de una caja, digamos.
Ahora bien, para un ser humano que ha aprendido algún lenguaje la situación es diferente porque la conducta verbal altera la forma en que funcionan las contingencias directas. Una vez que nos volvemos verbalmente competentes los estímulos, en añadidura a sus funciones directas, pueden adquirir funciones simbólicas, es decir, funciones que no dependen de las cualidades intrínsecas de los estímulos, sino que dependen de las relaciones que los estímulos tengan con otros.
Repitiendo un ejemplo que usamos hace un tiempo, un billete de cien euros tiene propiedades directas, que son intrínsecas al billete en sí: su peso, tamaño, forma, color, etc.; pero también tiene funciones simbólicas, no intrínsecas: su valor monetario, más notablemente.
Las funciones simbólicas añaden un extra a las funciones directas de los estímulos: ya no es solo un rectángulo de papel con este tamaño, forma y color, sino que son “100 euros”. Nuestra conducta está entonces controlada tanto por las propiedades directas de los estímulos como por sus propiedades simbólicas. Entonces, para los seres humanos verbalmente competentes, la conducta verbal altera la regulación conductual, ya que los estímulos pueden adquirir funciones independientemente de sus propiedades directas: digamos, la palabra “cáncer” en sí misma, como cadena de letras o sonido, es completamente inocua, pero sus funciones simbólicas la vuelven bastante potente en ciertas situaciones.
Dicho mal y pronto, para los seres humanos los estímulos tienen:
- Funciones directas
- Funciones simbólicas
Entonces, una forma un poco más precisa de hablar de fusión es para referirnos a aquellos casos en que la conducta está mayormente controlada por las segundas, desplazando incluso a las primeras. Quizá podamos ilustrar esto con un ejemplo, así que, vamos en fila a la siguiente sección.
Realidad aumentada
Una analogía que me ha resultado útil para explicar el proceso es pensar a la fusión como si fuera una tecnología de realidad aumentada (RA). La RA, dicho mal y pronto, se refiere a aquellos dispositivos que exhiben algún tipo de información adicional sobre lo que está siendo observado. Es lo que podemos observar en las películas de Terminator o las de Iron Man (entre otros muchos ejemplos), en las cuales, gracias a una computadora, un display muestra automáticamente información adicional (y contextualmente relevante, agregaría) sobre aquello que el personaje esté observando:
Nótese que esto no es lo mismo que la realidad virtual, que consiste en interactuar con un mundo ilusorio aunque sea altamente realista (como por ejemplo, el de un videojuego), sino que la RA “aumenta” (aunque en realidad debería decir “altera”) lo que se percibe del mundo real. Si les interesa el tema, hay decenas de aplicaciones para celulares que utilizan RA, como aquellas aplicaciones de GPS que muestran el recorrido a seguir sobre la imagen de la cámara.
En las películas el sistema de RA suele quedar en segundo plano, reducido a un deus ex machina, pero si lo vemos de cerca, es uno de los superpoderes más notables: Iron Man puede acceder instantáneamente y sin siquiera pedirlo (por lo general la información aparece automáticamente) a toda clase de información: datos sobre el entorno, vulnerabilidades de enemigos, debilidades estructurales, y un largo etcétera.
La analogía es tan burda que da asco: también nuestra mente nos proporciona de manera automática y constante información que considera relevante sobre lo que experimentamos directamente, bajo la forma de descripciones, evaluaciones, comparaciones, predicciones, desenlaces posibles, notas sobre experiencias pasadas, etc. Tanto para Iron Man como para nosotros, después de usarlo durante un buen tiempo el display comienza a volverse invisible, comienza a ser visto como si fuera parte de lo que estamos viendo: el display y el mundo real se funden (o dicho de otra manera, se fusionan) en una sola cosa.
¿Cuando hablamos de fusión entonces? Cuando “compramos” lo que dice el display y orientamos nuestras acciones más por esa información que por lo que observamos directamente.
La trampa y el superpoder
Y aquí llegamos a la trampa de la que hablábamos al principio. Existe la tendencia, generalmente al dar los primeros pasos en ACT, a considerar a la fusión como un proceso patológico per se o algo que ocurre exclusivamente con pensamientos “negativos”, por lo cual se considera que si un paciente “está fusionado con el pensamiento X” eso es intrínsecamente un problema. Pero eso no parece ser del todo correcto. Que las funciones simbólicas predominen por sobre las funciones directas no sólo no es problemático en sí mismo, sino que la mayor parte del tiempo es útil y una forma de enriquecer profundamente el mundo. Eso es lo que nos permite emocionarnos al leer a Yourcenar o al ver una película de Iron Man, utilizar el teorema de Pitágoras, discutir en las redes sociales, planificar, resolver, aprender indirectamente, y un larguísimo etcétera.
En cierto sentido, la fusión es nuestro superpoder.
No se debe buscar lo problemático en el hecho de la fusión, sino en los efectos que ésta pudiere estar ocasionando en la vida de la persona. Cuando en un análisis funcional encontramos que para la paciente estar fusionada con un pensamiento determinado genera rigidez y dificultades para actuar de manera consistente con sus valores, recién ahí es cuando podemos considerar que la fusión con ese pensamiento es perjudicial.
Nadie está completamente fusionado en todos los contextos (ni completamente defusionado en todos los contextos), sino que sucede que en algunos contextos la fusión se vuelve problemática para vivir una vida valiosa. Dicho de manera bastante general, el problema en esos contextos suele ser que la fusión sucede sin control por parte de la persona, en esos contextos la persona no tiene los recursos para elegir si comprar un pensamiento o no. Pero el problema en ningún caso son los contenidos de los pensamientos. Caso contrario terminaríamos hablando de fusión cada vez que una paciente dice algo que suena “feo” para nuestros corazoncitos psicoterapéuticos, pasando por alto que la fusión puede resultar problemática incluso con pensamientos con contenidos positivos: un pensamiento como “soy una persona valiosa” puede generar tanta rigidez problemática como (usemos un ejemplo propio) “tengo cara de infeliz”, si la fusión con ese pensamiento dificultare el actuar de manera flexible y efectiva en contextos clave.
Por eso tampoco buscamos reemplazar pensamientos negativos por otros, no intentamos fomentar que un paciente pase de pensar, digamos, “mi cuerpo es horrible” a pensar “mi cuerpo es hermoso”, sino que lo que tratamos de hacer es poner a la fusión bajo control de la paciente, para que pueda actuar aún en presencia de pensamientos difíciles de tener. Todos los procedimientos de defusión apuntan más o menos a un mismo objetivo: aprender a notar a los pensamientos como tales, y proporcionar algunas herramientas que faciliten elegir si comprarlos o no. Por estos motivos insistimos en que defusión no es reestructuración cognitiva con otro nombre. No nos centramos principalmente en el contenido de los pensamientos, sino en lo que se hace con esos pensamientos. Fusión y defusión son una dimensión, no categorías discretas.
Fusión no es un nombre en clave para designar pensamientos negativos, sino que se trata de un proceso diferente, con sus propios matices y complejidades.
Espero que les haya gustado el artículo. Si tienen dudas, comentarios, temas que sugerir, o cualquier otra cosa que pueda ser puesta en palabras, tienen la sección de comentarios aquí al pie.
Nos leemos la próxima!
Referencias
Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and commitment therapy: The process and practice of mindful change (2nd ed.). New York: The Guilford Press.
3 comentarios
Fabián amor leerte! Me encanta hago otras lecturas sobre algún tema y cuando sacas un artículo que hable de él, me queda clarísimo. Ojalá puedas escribir algo sobre aclaración de valores, -ya sabes- cuando los pacientes no los tienen claro. O si ya tienes algo, me puedas compartir.
Buenas, gracias por tus palabras! Con respecto a valores, algo hemos publicado aquí: https://articulos.grupoact.com.ar/valores-y-moral/ , y algo aquí https://articulos.grupoact.com.ar/homero-simpson-frankl-camus-y-el-tema-de-los-valores/ , quizá algo de eso te sirva.
Chamo! Gracias por el artículo! Esto me ayudó a disipar más aún el concepto de defusión, y vaya que fue súper ilustrativo la analogía de la Realidad Aumentada, me sirvió bien. Gracias por compartirnos informació sobre ACT y RFT que en latinoamérica no se consigue con facilidad. Bueno, también se debe a nuesro mal inglés, ¿no? Jajaja