Si están mínimamente familiarizados con ACT estarán al tanto de los procesos que integran el Hexaflex (los hemos descrito hasta el hartazgo aquí, no creo que haga falta repetirlos), y muy especialmente uno de ellos ha venido sonando cada vez con mayor fuerza en la literatura científica: evitación experiencial.
El concepto de evitación experiencial ha permitido proponer un proceso que sería común a toda una serie de problemas psicológicos, una suerte de hilo rojo que va desde la ansiedad generalizada(Newman & Llera, 2011), perfeccionismo (Santanello & Gardner, 2007), depresión en mujeres violadas (Bhuptani, Kaufman, Messman-Moore, Gratz, & DiLillo, 2019), problemas de alimentación (Litwin, Goldbacher, Cardaciotto, & Gambrel, 2017), autolesiones (Brereton & McGlinchey, 2019), problemas emocionales (Spinhoven, Drost, de Rooij, van Hemert, & Penninx, 2014), y una larga, larga, larga lista.
Una definición canónica de evitación experiencial que puede usarse es aquella que reza: “La evitación experiencial es lo que ocurre ocurre cuando una persona no está dispuesta a permanecer en contacto con experiencias privadas (sensaciones corporales, emociones, pensamientos, recuerdos, predisposiciones conductuales), y toma medidas para alterar la forma o la frecuencia de estos eventos y/o los contextos que los ocasionan, aún cuando esto no sea inmediatamente necesario.”
Es un concepto útil, no sólo para quienes trabajan con investigación sino también para quienes trabajan con clínica.
Así que, por supuesto, me voy a quejar un poco del concepto, porque creo que hay un problema con él, al menos un problema en la forma cotidiana de usarlo. Se trata de un deslizamiento que si bien implícitamente está incluido en la definición, tiende a quedar de lado y puede oscurecer la comprensión del fenómeno.
La queja
El problema es bastante simple, está en el nombre: “evitación” experiencial (EE).
Evitación se refiere a que, dado que las experiencias internas tienen funciones aversivas (por regulación verbal, etcétera, insisto, hemos hablado bastante de esto aquí), la persona despliega un repertorio amplio de conductas para evitar la aparición de esas experiencias o para ponerles fin una vez que hayan aparecido (lo que llamaríamos más propiamente escape, pero no es una distinción muy importante), aún cuando desplegar esas conductas tenga costos o genere perjuicios para sus valores o su vitalidad.
Esta última parte es importante porque la EE es un proceso que tiene sentido clínico sólo en tanto contribuye a la rigidez psicológica, no porque sea patológica per se. Es lo mismo que con fusión o cualquiera de los otros procesos: se vuelve problemática sólo cuando se vuelve un patrón generalizado que genera rigidez de acción. Lo que quiero decir es que ninguna terapeuta haría intervenciones porque “el paciente está fusionado mirando una película y creyéndose la historia” o “el paciente acaba de evitar una experiencia tomándose una aspirina”, porque en esos casos probablemente no tenga ningún efecto nocivo (salvo que la película sea Suicide Squad), e incluso puede ayudar a conectar con un valor importante –como por ejemplo, tomar una aspirina para que se me pase el dolor de cabeza y así estar más presente con mi familia durante un almuerzo.
Entonces, nos importa la evitación cuando se convierte en un patrón generalizado y así fomenta restricción vital en áreas significativas. Hasta aquí nada nuevo. Pero como dije, creo que tiende a oscurecer otra parte de la situación, así que vayamos con cuidado.
Recuerden la definición de EE: sucede cuando “una persona no está dispuesta a permanecer en contacto con experiencias privadas” y eso genera rigidez. El problema, mi objeción, es esta: en ocasiones la restricción vital está generada por una búsqueda más que por un rechazo de ciertas experiencias internas. La restricción vital está generada por los esfuerzos de tener determinadas experiencias.
El ámbito en el cual lo he observado con más frecuencia es en el ámbito de la imagen corporal, de manera que nos detendremos allí, pero no es el único lugar en donde aparece, sino que es algo que aparece en un cierto discurso que podríamos llamar el discurso de “quererse a uno mismo”, como expectativa social.
En el ámbito de la imagen corporal y de las idealizaciones de cierto tipo de cuerpo, en algún momento el discurso imperante de “hay que tener un cuerpo con X características para sentirse bien” comenzó a ser desplazado en algunos ámbitos (aún más bien minoritarios) por un discurso que más bien se articula como “hay que sentirse bien con tu cuerpo cualesquiera sean sus características”. Por supuesto, me parece un mensaje más amable y más inclusivo, especialmente comparado con el discurso anterior que establece cánones rígidos y exclusivos sobre qué es un cuerpo deseable y qué no lo es.
El problema es cuando una persona, comprando esas expectativas más amables, no se siente “bien” ni contenta con su cuerpo y comienza a juzgarse por no sentirse de la manera correcta, es decir, no responder a la expectativa social de quererse a sí mismo. Digamos, si al ver mi cuerpo siento emociones displacenteras y aparecen pensamientos evaluativos, ¿es algo que puede estar permitido o algo que debe ser modificado?
El discurso anterior generaba evaluación con respecto al cuerpo, pero el discurso actual, si se toma demasiado literalmente (esto es, si uno se fusiona demasiado con la regla), puede llevar a la evaluación con respecto a las propias emociones y pensamientos. La amarga ironía es que probablemente tengamos más posibilidades de cambiar como se ve nuestro cuerpo que de cambiar cómo nos sentimos al respecto, ya que las emociones y pensamientos no se prestan bien al control deliberado.
Emily Sandoz (si no la conocen, búsquenla, es brillante), tiene un libro basado en ACT con un título estupendo: “Viviendo con tu cuerpo y otras cosas que odiás”, y es explícita sobre la posición ACT al respecto: “Este libro no es acerca de cómo cambiar cómo te sentís acerca de tu cuerpo, como tampoco se trata acerca de cómo lucir bien. Digámoslo nuevamente: no vamos a enseñarte cómo gustar de tu cuerpo. No creemos que necesites más de ese tipo de consejo(…) nos preguntamos si no hay otra forma de dejar ir esta lucha –una forma que no dependa de cambiar cómo te ves o cómo se sentís respecto a cómo te ves” (p.8). Es una excelente descripción de la posición de ACT al respecto: no estamos tratando de que te sientas bien con tu cuerpo: está bien si sentís que no te gusta.
Como ilustración de los problemas que esto genera, una investigación reciente (Cohen, Fardouly, Newton-John, & Slater, 2019) puso a 195 mujeres de entre 19 y 30 años a mirar posts de instagram de tres tipos: los que presentaban cuerpos con ideales de delgadez, otros eran neutrales con respecto a la apariencia, mientras que otros eran acerca de cuerpos diversos (“body positivity” conocido en Ig como #BoPo). Las participantes experimentaron mejorías en el estado de ánimo, en la apreciación del cuerpo y en la satisfacción cuando vieron los posts de tipo #BoPo, comparado con los ideales de delgadez y los neutrales. Pero -aquí viene el pero- tanto los posts de ideal de delgadez como los de cuerpos variados aumentaron la auto-objetificación, la tendencia a evaluar el propio cuerpo: las mujeres empezaron a hacer más comentarios sobre su apariencia luego de ver ambos tipos de imágenes, es decir, aumentó el nivel de evaluación de sí mismas, aumentó el foco en el propio cuerpo.
Por si hace falta aclararlo: estoy completamente a favor del movimiento que propende a la aceptación de distintos tipos de cuerpo. No soy un especialista en el tema ni espero que mi voz se respete desde ese lugar. Creo que hay mucho para hablar y pensar sobre las perspectivas culturales, sociales, y económicas que establecen esas expectativas, y de cómo ese contexto simbólico impacta en nuestras acciones y emociones. Es algo de lo cual me gusta leer y aprender, pero en este caso lo que estoy tratando de hacer es hablar desde cómo puede ser pensado desde una perspectiva ACT.
Y por supuesto, esto no se limita a los temas de positividad corporal, sino que se extiende a la búsqueda de tener determinadas emociones sobre sí mismo o los demás, determinados pensamientos sobre sí mismo o los demás, etc. Es similar a cuando se le exige (a veces con mucha insistencia), a las personas con enfermedades graves (cáncer, etc.), que se mantengan positivas, o a personas que están pasando por un infierno que traten de ver el lado amable de las cosas. Se vuelve un problema cuando hay una presión social por sentirse de determinada manera, sea bien, mal, o de cualquier otra forma sobre cualquier tema.
Esto es algo que ACT echó por la puerta desde el primer día, pero que cada dos por tres vuelve a entrar por la ventana y los terapeutas ACT necesitamos tener presente: el modelo nunca se trató acerca de tener las emociones o sentimientos correctos o deseables. No hay tal cosa. Sean pensamientos con contenidos positivos, negativos, sentimientos agradables, o desagradables, el foco del modelo nunca ha sido modificarlos, sino más bien experimentarlos como fuera que se presenten. Por supuesto, si las pacientes sienten bienestar luego del tratamiento, estupendo, pero el foco está en vivir bien, no en sentirse bien, dos cosas que a menudo se contraponen. La posición ACT no pide que te sientas bien con tu cuerpo ni que tengas pensamientos positivos cuando sucede una enfermedad grave; si sentís vergüenza está bien, si experimentás pensamientos que dicen que no encajás con la norma también está bien, si sentís miedo, si tu mente te dice que podés morir en breve, está bien.
Somos humanos, tenemos pensamientos, sentimientos y emociones de todas las formas y colores. Si te sentís como el culo, bienvenida al club, somos varios billones.
La propuesta
La pregunta de ACT más bien gira en torno a si es posible vivir de manera significativa sin dedicar parte importante de nuestro tiempo y energía a modificar lo que sentimos, ya sea tratando de reducirlo o tratando de aumentarlo. Esto es lo que creo que llamar al concepto “evitación” experiencial deja afuera: en ocasiones los problemas no son tanto de evitación experiencial (esquivar una experiencia interna) sino más bien de aproximación experiencial (esfuerzos para tener una experiencia interna). Por supuesto, podría argumentarse que intentar tener una experiencia (intentar pensar positivamente sobre la enfermedad o el futuro, por ejemplo), es en realidad un intento de no tener la experiencia negativa opuesta (el pensamiento pesimista, digamos).
Eh, sí, puede ser, diré. De la misma manera, más de una vez se ha sostenido lo mismo con respecto a reforzamiento positivo y negativo: presentarle comida a una rata es reforzamiento positivo en el sentido de presentación de estímulo, o podría ser reforzamiento negativo en el sentido de hacer cesar un estado de hambre (nota para los de siempre: no rompan, ya conocen los papers relevantes). Pero creo que en muchas ocasiones, tomar medidas para tener determinadas emociones o sensaciones no está orientado sólo por una evitación de las emociones opuestas. En muchos casos, la búsqueda rígida de experiencias positivas no está guiada por un rechazo de las experiencias negativas, sino por fusión con reglas que establecen que eso es lo deseable.
Hay mucha leña para cortar, y no estoy tan interesado en una discusión conceptual, sino más bien en una cuestión clínica o más bien práctica: intentar que una persona tenga determinadas experiencias internas es también una forma de evitación experiencial. El punto aquí es la energía puesta en el control de las experiencias privadas.
Mencioné antes la tendencia a trabajar sobre “quererse a sí mismo”. Creo que en este sentido, cuando hablamos de “quererse” en el sentido de acciones de autocuidado, la cosa cambia. Podemos realizar una miríada de acciones orientadas por valores de autocuidado más allá de los sentimientos que estemos experimentando, más allá de que nos sintamos indignos, avergonzados, tristes o enojados con nosotros mismos. Y seguro, hablamos de autocompasión, pero la forma en la cual hablamos de auto-compasión es acerca de actuar con cualidades de amabilidad hacia uno mismo, no de sentir amor por uno mismo. Se pueden ejercer la compasión o la amabilidad como acciones sin sentir afecto, de la misma manera que puedo ser compasivo incluso con un animal hacia el cual sienta miedo.
De manera que mi pequeña propuesta es esta: cuando estén en duda, en lugar de pensar en evitación experiencial, piensen si lo que está sucediendo es control experiencial. Piensen si los pacientes están intentando modificar sus experiencias internas aun cuando sea en dirección a experiencias “positivas”, y estén atentas al impacto que ello tiene sobre su flexibilidad psicológica.
Modificando un poco la definición de evitación experiencial quedaríamos con una definición más bien en la línea de “es el fenómeno que ocurre cuando una persona intenta modificar la forma o la frecuencia de sus experiencias privadas y toma medidas para alterar de cualquier manera la probabilidad de estos eventos, su forma, o los contextos en que ocurren, aun cuando esto ocasione perjuicio practico o restricción vital”
Espero que les haya servido, nos leemos la próxima!
Referencias
Bhuptani, P. H., Kaufman, J. S., Messman-Moore, T. L., Gratz, K. L., & DiLillo, D. (2019). Rape Disclosure and Depression Among Community Women: The Mediating Roles of Shame and Experiential Avoidance. Violence Against Women, 25(10), 1226–1242. https://doi.org/10.1177/1077801218811683
Brereton, A., & McGlinchey, E. (2019). Self-harm, Emotion Regulation, and Experiential Avoidance: A Systematic Review. Archives of Suicide Research, 1–24. https://doi.org/10.1080/13811118.2018.1563575
Cohen, R., Fardouly, J., Newton-John, T., & Slater, A. (2019). #BoPo on Instagram: An experimental investigation of the effects of viewing body positive content on young women’s mood and body image. New Media and Society. https://doi.org/10.1177/1461444819826530
Litwin, R., Goldbacher, E. M., Cardaciotto, L., & Gambrel, L. E. (2017). Negative emotions and emotional eating: the mediating role of experiential avoidance. Eating and Weight Disorders – Studies on Anorexia, Bulimia and Obesity, 22(1), 97–104. https://doi.org/10.1007/s40519-016-0301-9
Newman, M. G., & Llera, S. J. (2011). A novel theory of experiential avoidance in generalized anxiety disorder: A review and synthesis of research supporting a contrast avoidance model of worry. Clinical Psychology Review, 31(3), 371–382. https://doi.org/10.1016/j.cpr.2011.01.008
Santanello, A. W., & Gardner, F. L. (2007). The Role of Experiential Avoidance in the Relationship Between Maladaptive Perfectionism and Worry. Cognitive Therapy and Research, 31(3), 319–332. https://doi.org/10.1007/s10608-006-9000-6
Spinhoven, P., Drost, J., de Rooij, M., van Hemert, A. M., & Penninx, B. W. (2014). A Longitudinal Study of Experiential Avoidance in Emotional Disorders. Behavior Therapy, 45(6), 840–850. https://doi.org/10.1016/j.beth.2014.07.001