El uso de registros en terapia: automonitoreo y reactividad

Querría ocuparme hoy de algunas particularidades de uno de los procedimientos más antiguos y más empleados para todo tipo de cambio conductual: el automonitoreo.

En la clínica, el término designa en general a los procedimientos de registro de la conducta llevados a cabo por la paciente en su vida cotidiana. El registro puede enfocarse sobre diferentes aspectos de la experiencia, tanto conductas manifiestas como privadas e incluir aspectos del contexto relevantes (antecedentes y consecuencias), y puede realizarse con todo tipo de medios técnicos, como planillas, aplicaciones móviles, contadores, etc. Por ejemplo, una terapeuta puede pedir a su paciente que lleve una planilla consigo y registre en ella cada vez que se encienda un cigarrillo, anotando fecha y hora, cuáles eran las circunstancias externas, qué emociones acompañaron a ese impulso, qué acciones realizó a continuación, y qué consecuencias tuvieron esas acciones. Otros registros pueden ser más simples, por ejemplo hacer una cruz en una planilla cada vez que se encuentre rumiando.

El uso de algún tipo de automonitoreo aparece en varias orientaciones teóricas de psicoterapia, pero son las terapias conductuales y cognitivas (TCC) las que más ampliamente lo emplean, al punto que es casi imposible encontrar un tratamiento de esta orientación que no recurra a algún tipo de registro. A menudo, cuando un paciente ignora qué tipo de terapias ha realizado en el pasado, se le puede preguntar si le han indicado registros de algún tipo; si la respuesta es afirmativa es probable que ha sido alguna variedad de TCC (la pregunta también sirve en este otro sentido: si dice haber realizado alguna terapia TCC, pero no le han indicado registro alguno, ejercicios en sesión ni actividades entre sesiones, es de sospechar que en realidad no ha sido tan TCC como le han contado).

Pese a su ubicuidad, no suele ocupar un lugar destacado en las formaciones. Se trata, después de todo, de un procedimiento relativamente simple y accesible –y como me enseñaron en la universidad, todo lo que es claro y simple es inútil.

De todos modos, su simpleza no quita su relevancia, ni en particular el impacto que tiene sobre el rol del paciente en la psicoterapia. Como señaló Kanfer, la introducción del automonitoreo como herramienta clínica a partir de la segunda mitad del siglo XX, constituyó un paso adelante para que cada paciente se convirtiera en “un participante activo en la recolección de datos y en la organización de las condiciones óptimas del proceso de cambio”(1970, p. 148). Esto es, la toma de decisiones clínica suele llevarse a cabo recurriendo a reportes retrospectivos realizados durante las sesiones. La terapeuta en la sesión indaga la frecuencia de una conducta, los efectos de una intervención, la intensidad de ciertos pensamientos o las fluctuaciones del estado de ánimo de la paciente, entre otros aspectos. El problema con esto es que la información así obtenida es poco fiable y está plagada de sesgos.

En primer lugar, cuando se recurre solo a la memoria se pueden perder detalles importantes del evento. Intenten hacer un listado de lo que cenaron cada noche de la última semana y notarán lo poco fiable que puede resultar la memoria incluso cuando el evento registrado es de baja frecuencia –y eso sin tener en cuenta que a menudo los eventos sobre los que se indaga en clínica involucran una fuerte activación emocional o actividad cognitiva, que puede oscurecer aún más el recuerdo. En segundo lugar, el reporte de eventos de la semana que hace la paciente se ve sesgado por el paso del tiempo y el estado de ánimo del momento en que se pregunta: una paciente que en el día de la sesión está de buen humor puede minimizar en su relato la intensidad de un estado de ánimo doloroso que sucedió varios días atrás. Incluso la mera presencia de la terapeuta puede ser un factor para que la paciente minimice o exagere la severidad de un evento. El uso de procedimientos de automonitoreo, al generar un registro más cercano temporalmente a los eventos de interés, permite reducir esos sesgos y obtener información más precisa, contextualizada y sensible a los detalles (véase, por ejemplo Sanchez-Craig & Annis, 1982).

Sin embargo, no me voy a ocupar hoy el automonitoreo como herramienta de recolección de datos, sino de otro aspecto, menos conocido, pero no menos importante para los tratamientos.

Reactividad

En física, el principio de incertidumbre de Heisenberg sostiene que, para algunos fenómenos a nivel atómicos o subatómicos, la medición no es neutral sino que altera aquello que mide. Similarmente, los procedimientos de automonitoreo no son neutros sino que influyen en las conductas que se registran –es lo que se denomina la reactividad del automonitoreo. En otras palabras, registrar una conducta puede aumentar o reducir su frecuencia. Esta influencia del monitoreo, cuando sucede (y hay varios recaudos al respecto, como veremos más adelante), suele ser netamente positiva, en este sentido: si el blanco es una conducta deseable tiende a aumentar, mientras que si el blanco es una conducta indeseable tiende a disminuir.

Por ejemplo, Frederiksen (1975), utilizó un procedimiento de automonitoreo como único recurso para el tratamiento de episodios rumiativos. Trabajó con una paciente que al comienzo del tratamiento experimentaba unos diez episodios de rumiación por día, de unos quince minutos de duración y acompañados de intenso malestar. La intervención consistió en pedirle a la paciente llevar un simple registro de la ocurrencia de los episodios rumiativos, sin ninguna otra intervención. Ese registro se mantuvo durante un mes, tiempo durante el cual los episodios se redujeron a unos dos episodios por día. A continuación, el monitoreo se modificó añadiéndole algunas variables: fecha y hora del episodio, la actividad observable y los pensamientos antecedentes al episodio, el contenido de cada episodio, las consecuencias inmediatas de cada episodio, y un puntaje de la severidad relativa de ese episodio. Luego de implementado ese monitoreo modificado los episodios se redujeron más aún, al punto que durante los últimos veinte días del tratamiento la paciente tuvo cinco episodios en total. Los resultados fueron estables durante los seis meses que duró el seguimiento:

Un procedimiento similar utilizó Jason (1975). El caso fue un paciente de 24 años que había sufrido de insomnio durante 5 meses. El paciente permanecía despierto hasta las 3 o 4 de la mañana, y luego dormía siestas durante el día. Había utilizado píldoras para dormir, pero no surtieron efecto, de manera que recurrió a una intervención psicológica. Durante la primera sesión se le indicó llevar un registro diario del tiempo que le llevó dormirse, la hora a la que se despertó, y el tiempo dedicado a siestas. No se le comunicó ninguna expectativa terapéutica respecto al registro, sino que se lo presentó como un recurso para que su terapeuta pudiera entender mejor su problema. Luego de diez sesiones con el automonitoreo, el paciente pasó a dormirse a la medianoche y despertarse a las ocho de la mañana. Los resultados se sostuvieron en un seguimiento de seis meses después de terminado el tratamiento.

Se han observado los mismos efectos de reactividad con respecto al consumo de alcohol (Schrimsher & Filtz, 2011; Walters et al., 2009), tabaquismo (Abrams & Wilson, 1979; McFall, 1970), abuso de sustancias (Gass et al., 2021), y una larga, larga lista de otras conductas (Chen et al., 2017; Kanfer, 1970; Kopp, 1988; Korotitsch & Nelson-Gray, 1999; Shiffman et al., 2008).

Hago la precaución de que los efectos parecen suceder porque la literatura, aunque copiosa, parece inconsistente en una primera aproximación. Si bien tiende a señalar que el automonitoreo tiene efectos positivos, abundan los casos en los cuales el automonitoreo de una conducta es reactivo en un estudio, pero no en otros.

Sucede que la reactividad del automonitoreo no es absoluta, sino que está ligada a las condiciones en las que se realiza: cuál es el blanco que se elige, cómo se formula, cómo se registra, etc. Por ejemplo, en un estudio de 1979 con fumadores, el monitoreo resultó más reactivo cuando se indicó monitorear la nicotina consumida, y menos reactivo cuando se indicó monitorear los cigarrillos consumidos (Abrams & Wilson, 1979). En palabras de Sieck y McFall, y parafraseando la famosa pregunta de Gordon Paul: “En lugar de preguntar ‘¿es reactivo el automonitoreo?’ o ‘¿es terapéutico el automonitoreo?’, quizá los investigadores deberían estar preguntando “¿Qué efectos de reactividad ocurren, bajo qué condiciones, en qué conductas, con qué sujetos, y como función de qué procedimientos específicos de automonitoreo?”(1976, p. 958).

Como siempre, el diablo está en los detalles.

La pregunta con respecto a qué condiciones son necesarias para que el automonitoreo tenga un impacto terapéutico apreciable está estrechamente ligada a cómo lo conceptualizamos y explicamos, y de ello nos ocuparemos a continuación.

Teorías de la reactividad del automonitoreo

Preguntarnos por qué el automonitoreo puede resultar reactivo es más interesante de lo que parece, ya que atañe al autocontrol o autorregulación de la conducta –es decir, cómo las personas pueden controlar sus propios hábitos y conductas.

Las explicaciones actuales del automonitoreo siguen, en líneas generales, las conceptualizaciones desarrolladas en los setenta. A grandes rasgos, tenemos dos líneas de explicación: una más bien cognitiva, y otra más conductual (aunque en realidad son dos).

La primera línea de conceptualización sigue los pasos de Kanfer (1970, 1971), que sostuvo que el automonitoreo es parte de un sistema más amplio y con múltiples etapas de autocontrol o autorregulación de la conducta. Dicho sistema abarcaría tres etapas: automonitoreo, autoevaluación, y autorreforzamiento. La primera etapa, como su nombre nos hace sospechar, es aquella en que se observa y registra la ocurrencia de la conducta blanco (digamos, notar que se han hecho veinte abdominales). En la segunda etapa se compara esa información con los estándares o aspiraciones personales (por ejemplo, evaluar que hacer los veinte abdominales es algo positivo para el estado físico). Finalmente, la tercera etapa es la motivacional, en la cual la persona emite verbalizaciones positivas o se administra alguna recompensa externa (por ejemplo, comerse cuarenta y siete empanadas). Resumiendo, Kanfer sugiere que el automonitoreo es reactivo porque genera una autoevaluación, que si resulta positiva es autorreforzada. En última instancia, entonces, la conducta blanco aumenta porque es reforzada por la misma persona por medio de todo este proceso: en mi ejemplo, la actividad de hacer abdominales aumentaría al registrarla porque la recompensa que me brindo (la ingesta de las 47 empanadas) .

Este modelo es mediacional/cognitivo, más que estrictamente conductual. Esto constituye el eje de las críticas que recibe por parte de la segunda línea de explicación de la reactividad del automonitoreo, la que sigue los desarrollos de Howard Rachlin (1974) y que sí es decididamente de corte conductual. Veamos de qué se trata.

Lo que se critica de la explicación de Kanfer no es que incluya cogniciones –que a fin de cuentas son rutinariamente incluidas en las explicaciones conductuales. El problema es que para Kanfer todo el proceso empieza y termina con conductas: empieza con el registro de una conducta, y termina con un reforzamiento auto administrado, y este último sería el factor responsable de que las conductas fuesen influenciadas por el automonitoreo. Pero, en un sentido, esto equivale a postular que la causa de lo que una persona hace (la conducta blanco registrada) es lo que una persona hace (administrarse una recompensa o darse aliento). Esto es a todas luces problemático desde una posición conductual.

Consideremos lo siguiente: si frente a la pregunta “¿por qué cierta persona tuvo un comportamiento machista x?” (una conducta), la respuesta es “porque tiene creencias machistas” (otra conducta), la explicación no es errónea, sino más bien incompleta. Las explicaciones conductuales pueden perfectamente incluir relaciones entre conductas (por ejemplo, entre cogniciones y conductas manifiestas), pero solo si especifican las condiciones actuales e históricas que sostienen esas relaciones, lo cual significa que toda explicación tiene que llegar más tarde o más temprano al ambiente social o físico (Hayes & Brownstein, 1986). Al explicar la primera conducta por la segunda lo que hemos hecho es meramente correr el interrogante[1]. Nos queda por resolver, por ejemplo, por qué tiene creencias machistas, qué aspectos del contexto las sostienen, y por qué esas creencias llevan a esas conductas en esas situaciones (no todas las personas que tienen un pensamiento lo llevan a la acción en todos los casos). Con este tipo de explicaciones nos quedamos atrapados en una cadena circular de conductas –el cuento de la buena pipa de la psicología. Otro elemento problemático de las explicaciones mediacionales es que ofrecen explicaciones sobre las cuales es más difícil actuar. Las conductas, manifiestas o privadas, no son directamente manipulables, pero en cambio el contexto sí lo es. No es posible borrar o modificar directamente las creencias machistas, pero sí es posible manipular, al menos en principio, los factores contextuales que sostienen las conductas machistas, por ejemplo estableciendo consecuencias sociales aversivas para ellas.

Entonces, la explicación de Kanfer (y a las explicaciones mediacionales en general) fue criticada porque deja sin resolver en última instancia cómo es que el automonitoreo lleva al cambio conductual. No es toda la explicación lo que se cuestiona, sino que ese supuesto autorreforzamiento sea el elemento motivacional último. Si después de hacer abdominales prescindo de las cuarenta y siete empanadas o de cualquier otra recompensa, es probable que de todos modos vuelva a repetir los abdominales al día siguiente. Pero esto sería una contradicción en términos conductuales: si las empanadas fueran efectivamente el reforzador de esa conducta, al retirarlas tendríamos que ver un proceso de extinción. Aunque las empanadas son temporalmente una consecuencia, no cumplen funciones de reforzamiento. El autorreforzamiento es en realidad autoconsecuación: hay una consecuencia para la conducta, pero esto no hace que esa consecuencia sea necesariamente un reforzador[2].

Lo que probablemente sostenga el ejercicio sean sus efectos deseados a largo plazo: si de alguna manera bloqueáramos los beneficios de salud o estéticos de ejercitarse, probablemente sí la actividad cesaría. Esas consecuencias distantes son las que están controlando la conducta.

La explicación alternativa propuesta por Rachlin sigue esta línea y es más elegante: la acción de registrar señala esas consecuencias deseadas distantes que controlan la conducta. El automonitoreo sería entonces una “forma de incrementar la saliencia de las relaciones entre la conducta y sus consecuencias”(Rachlin, 1974, p. 105). El acto de registrar el tiempo diario dedicado al estudio sirve como enlace entre la acción de estudiar y el resultado de terminar la carrera, aprender, ganar dinero, etcétera. Ahí es donde tenemos que buscar el reforzamiento.

Entonces, la respuesta de Rachlin a por qué el automonitoreo modifica la conducta objetivo es que la acción de registrar actúa como señal de las consecuencias últimas deseadas. Hace que los reforzadores abstractos y distantes sean más vívidos y efectivos. Dicho un poco a la ligera: registrar cada cigarrillo que fumo me recuerda que me importa mi salud, y eso altera la probabilidad de que encienda el siguiente.

Pero aún hay más, para desgracia de ustedes. Mencioné antes que había dos líneas en las explicaciones conductuales. La primera es la de Rachlin, y si me tienen un poco de paciencia, intentaré explicar la segunda, formulada por Nelson y Hayes (1981).

Esta explicación adhiere en líneas generales a la conceptualización de Rachlin, pero la expande para añadir un elemento crucial. Como habrán notado, tanto las explicaciones de Kanfer como la de Rachlin para la reactividad del automonitoreo empiezan por una conducta: hay una conducta blanco, se registra, y ese registro lleva a una consecuencia que eventualmente altera la conducta blanco. Las dos explicaciones divergen sobre la naturaleza de la consecuencia en cuestión: Kanfer postula que se trata de un evento conductual (autorreforzamiento), mientras que Rachlin postula que es un evento ambiental (la consecuencia distante). Pero ambas coinciden en adoptar un antecedente conductual como punto de partida para la reactividad, que sería la respuesta de registro de la respuesta blanco. La explicación de Kanfer dice conducta–conducta–conducta, mientras que la de Rachlin dice conducta–ambiente

Pero si hilamos fino, podemos notar que esto es también es inconsistente con una perspectiva conductual. En el análisis de una conducta la cadena explicativa puede incluir eslabones conductuales intermedios, pero tiene que terminar y empezar en eventos ambientales[3]. Es justamente el argumento de Rachlin respecto a las consecuencias, que lo llevó a rechazar el autorreforzamiento como factor motivacional –pero omitió considerar que lo mismo aplica para los antecedentes. La respuesta de automonitoreo también está controlada por antecedentes ambientales.

Lo que Nelson y Hayes hacen, entonces, es retener la explicación de Rachlin de que el automonitoreo es un procedimiento de señalar consecuencias distantes, pero la expanden para incluir los antecedentes ambientales para toda la secuencia(Nelson & Hayes, 1981, p. 7):

“El estímulo disparador no es solamente la respuesta de automonitoreo en sí misma. Más bien, el estímulo que señala las consecuencias ambientales que resultan en cambio conductual es el procedimiento completo de autorregistro, incluyendo las instrucciones de la terapeuta, el entrenamiento en automonitorearse, el dispositivo de automonitoreo en sí, los comentarios de otras personas sobre el dispositivo, las respuestas de automonitoreo si es que ocurren, y quizá otros eventos descriptos como ‘autoevaluación’ o ‘autoconsecuación’”.

En otras palabras, que el automonitoreo modifique la conducta blanco no depende sólo del evento conductual discreto de registrarla, sino de todo un conjunto de factores ambientales relacionados con ese registro: la terapeuta instruyendo y entrenando a la persona en cómo realizar el registro, la presencia misma de la planilla en la casa, los comentarios de otras personas sobre el registro, etcétera. Hay todo un conjunto de antecedentes para la conducta de registrar que también tienen el efecto de señalar las consecuencias distantes que eventualmente hacen que la conducta registrada aumente o disminuya. Si la explicación de Kanfer dice conducta–conducta–conducta, y la de Rachlin dice conducta–ambiente, la de Nelson y Hayes dice ambienteconductas–ambiente.

Ilustremos la diferencia entre las tres con un ejemplo. Supongamos que un estudiante fue a terapia para aumentar su hábito de estudiar, la terapeuta le indicó un automonitoreo, el estudiante lo realizó y esas horas aumentaron. Una explicación basada en la conceptualización de Kanfer diría que la conducta aumentó porque el automonitoreo dio pie a una autoevaluación positiva y por tanto a un autorreforzamiento de esa conducta blanco –supongamos que el estudiante se recompensó comprándose un monopatín. Una explicación basada en la conceptualización de Rachlin, en cambio, diría que el automonitoreo señaló las consecuencias distantes deseadas de estudiar –por ejemplo, conseguir un título universitario– y el aumento del contacto con esas consecuencias reforzó la conducta de estudiar. Una explicación basada en la conceptualización de Nelson y Hayes sería idéntica a la de Rachlin, pero agregando que esas consecuencias fueron señaladas no sólo por la acción de registrar cada hora de estudio, sino también por la conversación con su terapeuta respecto a querer estudiar más, las instrucciones para realizar el registro, ver la planilla de registro sobre la mesa en que estudia, etcétera. El automonitoreo fue meramente uno más de los factores que amplificaron ese futuro distante deseado.

Esto no es pura especulación teórica, sino que tiene implicaciones prácticas sobre cómo hacer que el procedimiento sea más efectivo. La explicación de Kanfer nos sugiere que tendríamos que ocuparnos del autorreforzamiento, por ejemplo indicando que cada vez que estudie haya algún tipo de recompensa. La explicación de Rachlin nos sugiere que exploremos cuáles son las consecuencias distantes que sostienen a la conducta de estudiar, quizá dedicándole una sesión a explorar los objetivos últimos de estudiar. La explicación de Nelson y Hayes nos sugiere lo mismo, pero agrega que además del registro de las horas de estudio podemos emplear otros recordatorios ambientales, conectar el objetivo de graduarse con otros valores personales, hacer un poster con las materias aprobadas, indicar escribir un párrafo sobre los objetivos deseados antes de sentarse a estudiar, emplear recursos de autorreforzamiento (en el sentido antes mencionado, es decir, como señal, no como reforzamiento en sí) y cualquier otro recurso que contribuya a hacer más salientes las consecuencias deseadas.

Como reza la expresión: no hay nada más práctico que una buena teoría.

Consideraciones clínicas

De acuerdo con estas conceptualizaciones hay algunos aspectos que se pueden tener en cuenta a la hora de utilizar la reactividad del monitoreo como herramienta para el cambio de conductas. Compartiré algunas observaciones extraídas de la literatura al respecto (Chen et al., 2017; Kazdin, 1974).

Valencia

Para que el automonitoreo tenga un impacto sobre una conducta, ésta tiene ser deseable o indeseable para la persona. Meramente monitorear una conducta no será reactivo si la persona no está interesada en que se modifique (Kazdin, 1974). Por ejemplo, varias investigaciones encontraron que el monitoreo no aumenta ni disminuye el consumo diario de marihuana en personas que no están buscando tratamiento (Buu et al., 2020; Isaacs et al., 2021).

Por este motivo, si lo que estamos buscando es que el automonitoreo influya sobre alguna conducta, sería una buena idea asegurarnos en primer lugar que nuestro paciente esté interesado en modificarla. Si no es así, y si de todos modos creemos que sería deseable modificarla, podemos realizar con nuestro paciente una evaluación funcional de los costos de esa conducta, explorar los valores con los que es incongruente, o en general emplear cualquier recurso de entrevista motivacional para propiciar un cambio a este respecto.

Expectativas

Fomentar expectativas positivas sobre los efectos del automonitoreo parece aumentar su eficacia. En una investigación en tabaquismo, Karoly y Doyle (1975), encontraron que al informar a los participantes que el registro del consumo de tabaco les serviría para ayudar a reducir o eliminar el consumo aumentó la reactividad. Esto sugiere que probablemente sea una buena idea explicar en detalle a los pacientes el sentido y propósito del automonitoreo, señalando que no solo sirve para recoger datos sino que tiene efectos reactivos sobre la conducta monitoreada.

Objetivos

Acordar metas específicas o criterios para el cambio deseado puede aumentar la reactividad del automonitoreo(Kazdin, 1974, p. 711), de manera que sería algo a incluir en el procedimiento. Vale la pena recordar aquí que siempre es preferible escoger objetivos modestos pero alcanzables y sostenibles, antes que objetivos excesivamente desafiantes que terminen siendo frustrantes.

Feedback

La reactividad se ve favorecida si la persona tiene acceso constante a algún tipo de feedback sobre la información obtenida por el monitoreo (Kazdin, 1974, p. 714). Esto es, si bien la mera acción de registrar es reactiva, este efecto se amplifica si la persona puede acceder al registro acumulado de sus acciones, especialmente cuando hay una meta asociada.

Emplear diseños de planillas de registro que muestren el progreso acumulado puede ser una manera sencilla de aprovechar este efecto. Por supuesto, hay otras formas de llevar un registro acumulativo de las acciones. Un recurso que sugerimos hace algún tiempo para el trabajo con adolescentes (Mandil et al., 2017) involucra depositar una moneda (o algún tipo de ficha) en un frasco por cada acción realizada al servicio de un valor durante la semana. La acumulación de monedas o fichas servía entonces como feedback visual de las acciones realizadas.

Complejidad

Puede ser tentador incluir varios aspectos de la conducta en el registro, por ejemplo al registrar ejercicio incluir intensidad, tipo de ejercicio, sentimientos asociados, etcétera. Si bien esto puede ser necesario desde un punto de vista de recogida de información, Hayes y Cavior (1977), encontraron que agregar variables al monitoreo, aumentando su complejidad, reduce la reactividad. Algo similar encontraron Helsel y colaboradores (2007), en una investigación sobre automonitoreo en descenso de peso.

Es la conducta de automonitorear, más que el detalle de lo monitoreado, lo que tiene un efecto reactivo, por lo que conviene mantener el registro tan simple como sea posible, evitando detalles innecesario. Un simple conteo de la conducta puede ser más efectivo que una planilla llena de datos.

Consistencia y frecuencia

Varias investigaciones señalan que, al menos para algunas conductas, la consistencia del automonitoreo está estrechamente asociada a su reactividad (Bauteile & Kirschenbaum, 1998). Esto sugiere que puede ser una buena idea ocuparse de que el automonitoreo se realice de manera consistente, sin interrupciones. Esto, por supuesto, se une al apartado anterior: cuanto más esfuerzo requiera el automonitoreo, menos probabilidades habrá de que se mantenga.

Cerrando

El automonitoreo constituye uno de los ejes centrales en todas las terapias asociadas a la tradición conductual. Pese a ello (o quizá a causa de ello), no es un elemento que reciba demasiada atención, sino que suele relegarse a los márgenes de los modelos. Con un poco de suerte algo de estas líneas haya servido para notar que hay bastante tela para cortar, incluso en asuntos que parecen marginales o cotidianos –aunque quizá solo haya servido para mostrar cómo puede uno obsesionarse con casi cualquier tema.

[1] Cómo si al preguntársenos por qué fuimos a comprar pan respondiéramos: “porque necesitaba pan”.

[2] Véase Autorreforzamiento, mis polainas.

[3] Es el ABC, uno más que la BBC.

Bonus: pueden hacer clic aquí para descargar una adaptación de la planilla de automonitoreo de rumiación utilizada en la investigación de Fredericksen

Referencias

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