Hoy querría intentar algunas consideraciones generales y provisorias sobre lo que en ACT se denomina el yo conceptualizado, y sobre algunas formas de hablar sobre nosotros mismos.
Historias y rigidez
En caso de que no tengan familiaridad con el término “yo conceptualizado” (o self as content), estoy hablando de uno de los procesos básicos del modelo de flexibilidad psicológica que subyace a ACT. Más específicamente es uno de los que suele asociarse con rigidez psicológica, es decir, tiende a asociarse con dificultades para adaptar las acciones a contextos cambiantes guiándonos por lo que es valioso en nuestras vidas.
Dicho de manera resumida, el yo conceptualizado consiste en las historias o narrativas que construimos sobre nosotros mismos y sobre los eventos que hemos atravesado, los enunciados con los cuales transmitimos quiénes somos. Podemos pensarlo bajo el formato general de “soy una persona con tal y cual forma de ser, y soy así porque me pasó esto y esto otro”. El yo conceptualizado se construye principalmente utilizando descripciones (“soy psicólogo”), evaluaciones (“soy bueno”, “soy organizado”), e interpretaciones o explicaciones relacionadas (“soy cabrón porque me trataron mal”). Al igual que el resto de los procesos de rigidez psicológica, el yo conceptualizado no es patológico per se, e incluso en varios casos cumple algunas funciones útiles. Por ejemplo, una historia sobre quiénes somos nos permite presentarnos de manera consistente en el mundo social, permitiendo a otras personas saber qué esperar de nosotros, comunicando preferencias y disposiciones de acción (digamos, “me gusta el helado de dulce de leche”, “no me gustan las películas de terror”).
El motivo por el cual se lo agrupa dentro de los procesos de rigidez es que estas etiquetas, cuando son sostenidas con demasiado entusiasmo (i.e. fusión), tienden a reducir nuestro rango de acción: digamos, si una afirmación como “soy una persona desorganizada” es sostenida con demasiada fuerza, puede convertirse en un obstáculo para emprender una actividad que requiera estructura (por ejemplo, “no puedo estudiar una carrera universitaria porque soy una persona desorganizada”). Por ese motivo estas historias son blancos clínicos relevantes en ACT.
Querría detenerme en un par de aspectos que me parecen interesantes para pensar sobre este tema. El yo conceptualizado consiste, en última instancia, en una serie de etiquetas que se postulan como características o rasgos de la persona, y creo que hay una arbitrariedad fundamental y de más amplio alcance en esto.
Características y acrobacias verbales
Para el punto que querría explorar podemos omitir las descripciones (“mido 1,60 m”), porque suelen ser la parte con menor relevancia clínica de la historia personal, salvo que estén incluidas como apoyo de alguna historia. Querría en cambio centrarme en las características o rasgos que una persona puede postular de sí misma: soy amable, soy colérico, soy introvertido, soy sociable, etcétera. Este tipo de etiquetas tienden a presentarse como descripciones de la persona, pero es fácil percatarnos de que no lo son. Basta con preguntar ¿siempre? ¿en toda situación? ¿con todas las personas? Esto nos indica que no se trata de algo intrínseco a la persona. En efecto, soy amable en ciertas situaciones, con ciertas personas, pero si me llaman por teléfono a las cuatro de la mañana para preguntarme si puedo dar una clase no van a lidiar con mi versión más amable –y además probablemente aprendan un montón de palabras nuevas. Hay algo de estas etiquetas que es más engañoso de lo que parece.
Lo que sucede, y es aquí donde quería llegar, es que en todos esos casos estamos hablando en realidad de conductas, no de características o rasgos. Esta es la cuestión: una característica es una propiedad relativamente inmanente de una persona o un objeto. El color de la taza de café que está a mi derecha en este momento es siempre el mismo, al igual que su peso, su altura, su forma, etc. El número de brazos, piernas, dientes y riñones que tengo es siempre el mismo, salvo que algún evento viniera a modificarlos, por lo cual son propiedades relativamente estables de mi cuerpo, son características.
Cuando hablamos de conductas, en cambio, estamos hablando de algo que varía dramáticamente en función del contexto. Permítanme contarles una pequeña anécdota para ilustrar este inciso.
Cuando cursé la escuela secundaria, había un profesor que era temido por todo el colegio. Quienes habían cursado con él decían que era una persona malhumorada, de pocas pulgas, duro en los exámenes y más aún en el trato cotidiano. Por suerte lo íbamos a tener solo en unas horas de clase en cuarto año. Pero justo antes de que empezaran las clases, la docente que enseñaba las tres materias con más carga horaria de la cursada se tomó licencia médica, y este profesor tomó sus clases para todo el año, lo cual significaba que íbamos a verlo todos los días, varias horas por día. Para sorpresa de todos, resultó ser uno de los docentes más divertidos, amables, y que más hemos querido en nuestro paso por el colegio secundario. No sabría a qué atribuir esa distinta experiencia, pero sí puedo señalar que el contexto era distinto al que habían experimentado otros alumnos: en mi clase éramos un grupo muy reducido (siete, para ser más precisos, crecí en un pueblo muy pequeño), y teníamos muchísimas horas de interacción diaria con él, que estaba dando materias que no eran las que acostumbraba dar. Lo que el resto del colegio sostenía que eran características de ese docente (ser malhumorado y difícil), eran en realidad formas de actuar en ciertas situaciones con ciertas personas.
Una conducta no es una característica. La conducta varía en función del contexto, las características no. Convertir la primera en la segunda requiere una acrobacia verbal, que es la de identificar una conducta o un rasgo de ella, abstraerla y separarla de su contexto, y a continuación postularla como algo que la persona es en lugar de algo que la persona hace. Es en última instancia una construcción, no una característica. Ninguna acumulación de conductas puede convertirse en una característica.
Por eso podemos identificar cualidades excluyentes en una misma persona. Una misma persona puede ser brutal y gentil en diferentes situaciones, porque estamos hablando es en última instancia de acciones, que pueden variar dramáticamente según la situación. Una persona puede actuar proactivamente en contextos y de manera perezosa en otros, ser cariñosa en ciertos contextos y fría en otros, lo cual sería imposible si se tratara de una característica –sería como tener dos pulmones cuando estoy con mi familia y uno cuando estoy con mis amigos.
Se me podría objetar que podríamos hablar de cómo se comporta una persona en general, de manera promedio en las situaciones. Se puede hacer, claro, pero seguirá siendo una abstracción de conductas, y como tal, sujeta a cambios. Por ejemplo, una investigación hizo un seguimiento de rasgos de personalidad durante 63 años, y el resultado fue que ningún rasgo de personalidad se mantuvo igual (Harris et al., 2016), y esta es en general la tendencia de los estudios que hacen seguimientos extensos de variables de personalidad: los rasgos siempre cambian. Y de hecho hay numerosas investigaciones que señalan que los rasgos de personalidad varían según la situación (por ejemplo, Andersen et al., 2016; Shoda et al., 1994). Cuando observamos una cierta estabilidad en ciertas formas de actuar, generalmente lo que estamos viendo es una cierta estabilidad en el contexto que sostiene esas conductas. Varíen aspectos cruciales de ese contexto y las conductas variarán con él.
Esto sería extraño si estuviésemos hablando de características, pero completamente comprensible si de lo que se trata es de conductas que varían en función del contexto. Por este motivo es un tanto problemático postular un rasgo de personalidad como si fueran una característica intrínseca o definitiva de una persona. E incluso si aceptáramos postularlo como una característica de manera provisional, como una forma de actuar que aplica en general, el problema es que las personas no se comportan en general sino en particular. Digamos, una persona no le pega una trompada a otra en general, sino de manera muy particular.
Contexto y características
El problema central del yo conceptualizado, y en general de las definiciones y juicios sobre una persona, es esta operación de remoción del contexto. Convertir una conducta en característica involucra ignorar el contexto, oscureciendo la cuestión. Cuando decimos de alguien que es violento, cordial, celoso, intenso, afable, o incluso cuando usamos etiquetas psicológicas como neurótico, ansioso, obsesivo, estamos dejando fuera el contexto del cual esa conducta es función, estamos dejando fuera las particularidades que hacen que la acción sea como es. No se trata de que esas definiciones sean falsas, sino más bien que sin el contexto son incompletas, nos falta algo crucial para entenderlas. Sin el contexto no podemos entender qué factores llevan a ciertas conductas en ciertos momentos.
Pero es posible revertir la situación y ampliar nuestra comprensión, volviendo a introducir el contexto, volviendo a convertir las características en conductas: ¿cuándo actúas de esa manera? ¿en qué situaciones? ¿con qué personas? ¿Qué otras cosas suceden en esos momentos? ¿qué emociones y qué pensamientos están presentes? ¿En qué situaciones no actúas de esa manera? ¿qué es diferente en ellas?
El análisis de la conducta, tanto topográfico como funcional, es una forma de restituir el contexto allí donde esta suerte de pase de manos verbal lo ha ocultado. Esta es una de las principales razones por las cuales el análisis de la conducta como disciplina tiende a descartar o incluso a oponerse al uso de etiquetas y rótulos de todo tipo. No porque suenen mal o queden feo, sino porque nos escamotean una parte vital de la situación, la parte que crucialmente necesitamos conocer para trabajar con ella: cuál es el contexto en el cual sucede esa conducta. Sólo cuando conocemos de qué variables específicas una conducta es función podemos afectarla. Las personas actúan en particular, no en general, y esto aplica también para los terapeutas.
Espero no haberlas aburrido mortalmente.
¡Nos leemos la próxima!
Referencias
Andersen, S. M., Tuskeviciute, R., Przybylinski, E., Ahn, J. N., & Xu, J. H. (2016). Contextual variability in personality from significant-other knowledge and relational selves. Frontiers in Psychology, 6(JAN), 1–17. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2015.01882
Harris, M. A., Brett, C. E., Johnson, W., & Deary, I. J. (2016). Personality stability from age 14 to age 77 years. Psychology and Aging, 31(8), 862–874. https://doi.org/10.1037/pag0000133
Shoda, Y., Mischel, W., & Wright, J. C. (1994). Intraindividual Stability in the Organization and Patterning of Behavior: Incorporating Psychological Situations Into the Idiographic Analysis of Personality. Journal of Personality and Social Psychology, 67(4), 674–687. https://doi.org/10.1037/0022-3514.67.4.674